Estos amaneceres de agosto, recorrer los rastrojos recién segados y pisar las cañas de cebada humedecida con el rocío recupera olores que hace años impregnaban las eras de los arrabales de Teruel, cuando se amontonaban haces de cebada, que los zagales convertíamos en castillos de heroicas batallas de la guerra de la que solo conocíamos […]
Estos amaneceres de agosto, recorrer los rastrojos recién segados y pisar las cañas de cebada humedecida con el rocío recupera olores que hace años impregnaban las eras de los arrabales de Teruel, cuando se amontonaban haces de cebada, que los zagales convertíamos en castillos de heroicas batallas de la guerra de la que solo conocíamos las hazañas transmitidas por películas y cómic; el silencio impuesto por el temor, marco un vacío histórico en la generación que nacimos después, cuando además el régimen abría puertas al exterior y el país recuperaba de nuevo la economía. Pero entre sabinares, bancales y pinares sigue impresa la crueldad de la guerra civil que comenzó hace setenta años.
Restos de metralla, parapetos de piedras, trincheras excavadas a pico y pala sobre las lomas de Corbalan y Castelfrio, hoyos abiertos por explosiones de mortero o bombas de la artillería y aviación, señalan que aquí se enfrentaron dos bandos para fijar posiciones desde donde definir la ocupación de la ciudad de Teruel, allí donde el río Alfambra corta el valle, y ello supuso la muerte de muchos, la vida destrozada de la mayoría. El silencio roto por el viento, que casi siempre otea en este lugar, que la toponimia propiamente llama como Castelfrio, conserva voces, gritos y lamentos de quienes en el ardor de la batalla, en la lucha por sobrevivir arrinconaron sentimientos de humanidad ante el ritmo que marcan las ráfagas, las marchas marciales, las ordenes de mandos.
Soy de una generación que vivió el adoctrinamiento de los vencedores, y el silencio de temor de la familia para hablar de esta época. Este año aniversario de la caída de la II República -no se quien ha marcado el toque de ruptura de este silencio-, ha significado recuperar la historia perdida, entregar la dignidad a todos los que sufrieron estos momentos, poder hablar de la barbaridad de una guerra sin temor a con ello provocar otra.
Estos restos del paisaje mantienen viva la memoria. Como se mantiene entre los hombres y mujeres que derrotados sufrieron cárcel y tortura, exilio, para romper mitos y leyendas creados en torno a ellos, presentándose como personas que se vieron inmersas sin quererlo en un odio que se extendió por todo el país. Y lo más increíble es que a pesar del tiempo, a pesar del sufrimiento, su voz transmita humanidad, solidaridad, amor a la vida, que sigan creyendo en los poderes públicos cuando estos representan a los ciudadanos y constituyen la garantía para fijar el interés público pensado en valores sociales, siempre dentro de un estado de derecho. Quien pretendió que la victoria supondría borrar la historia, se equivoco, la historia esta ahí y nosotros para conocerla.