El pasado 11 de diciembre por la mañana estuve en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid asistiendo a la lectura de una tesis doctoral. Laura Adrián presentaba Dialéctica y calvinismo en la teoría política contemporánea: más de 400 páginas de cuidado trabajo, en el que la autora ha empleado alrededor […]
El pasado 11 de diciembre por la mañana estuve en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid asistiendo a la lectura de una tesis doctoral. Laura Adrián presentaba Dialéctica y calvinismo en la teoría política contemporánea: más de 400 páginas de cuidado trabajo, en el que la autora ha empleado alrededor de seis años, con cerca de 1.200 notas al pie de página donde se acumulan lecturas y conexiones muy valiosas. Cuando la autora explicaba qué supuso el deterioro de la retórica clásica y humanista para el pensamiento moderno, se escucharon fuertes gritos fuera, en los pasillos, que le obligaron a levantar un poco más su voz para que el Tribunal y el auditorio pudiésemos seguir su intervención. Todo el mundo supuso que se trataba de alguna protesta estudiantil contra los recortes que está sufriendo la universidad pública.
Al día siguiente, sin embargo, pude leer la noticia -acompañada de un vídeo – que me aclaró lo que había sucedido. Estudiantes de la Asociación Contrapoder realizaron un escrache al profesor José Antonio Moral Santín, quien durante años fue consejero en Cajamadrid-Bankia a propuesta de Izquierda Unida.
El escrache es una acción de protesta cuyo origen se sitúa en Argentina, de ahí pasa a Uruguay y a Chile, país este donde se conoce como funa. A mediados de los años noventa, tras haberse aprobado las leyes de punto y final así como los indultos sobre los crímenes cometidos durante la dictadura que asoló Argentina, ciudadanos agrupados en la organización HIJOS se vieron en la tesitura de que se podían cruzar a diario en sus barrios con los torturadores de sus padres, o con quienes les hicieron desaparecer. Estos criminales vivían en prósperos barrios, en absoluta libertad y con su prestigio a menudo intacto. Frente a la ausencia de justicia, el escrache llevaba la sentencia que no se había podido pronunciar oficialmente a la casa, el trabajo o el vecindario de alguien al que públicamente se señalaba como culpable. El tono festivo que se imprimían a los escraches pretendía rebajar la tensión y evitar en todo momento la violencia física. Se trataba de romper la impunidad desde una acción directa que, desde sus inicios -tal y como se analiza en este artículo de Santiago Cueto- , estuvo rodeada de cierta polémica.
En el vídeo de la funa a Moral Santín se observa cómo los estudiantes irrumpen en su clase, la empapelan de carteles acusadores, leen una declaración ante los alumnos, le señalan y corean al unísono «culpable». Argumentan que Bankia es una de las grandes responsables de la crisis, así como ha ejecutado (y sigue ejecutando) miles de desahucios en nuestro país. Sin embargo sus consejeros salen del cargo, tras haber cobrado cientos de miles de euros durante años, sin dar explicaciones ni asumir ninguna responsabilidad por lo que han hecho.
Dos cuestiones principales parecen emerger de este vídeo:
En primer lugar, demuestra un notable fracaso de la justicia en nuestro país. Es la consecuencia de los indultos a banqueros y Mossos, de que el principal condenado del caso Gürtel fuera el juez que lo investigaba, del carpetazo a la ley de memoria histórica, de la subida de las tasas para impedir ejercer sus derechos a las clases populares, del escándalo del presidente del Consejo General del Poder Judicial, y de que un día sí y otro también se demuestra cómo su politización sirve de manto para la impunidad de infinidad de responsables de una crisis que tiene nombres y apellidos, pero que pagan los de siempre.
Que haya ciudadanos que tomen este tipo de iniciativas es otra evidencia más de que se está perdiendo el miedo a determinadas jerarquías y silencios. Pasar del acoso policial contra los activistas que tratan de impedir desahucios al hostigamiento a los consejeros de los bancos que desahucian es un cambio real y simbólico poderoso. También resulta trágico, pues significa que la desconfianza hacia la justicia ha alcanzado proporciones alarmantes. En el Cono Sur los escraches se realizaban ante asesinos y torturadores, una vez se había cerrado cualquier vía oficial para juzgarlos. «Si no hay juicio, hay escrache», era el lema de HIJOS. Hoy se reconoce que esta presión social resultó decisiva para que, en los últimos años, se juzgara finalmente a numerosos represores.
Y sin embargo, este escrache se realizó en Madrid un día antes de que Moral Santín acudiese a declarar como imputado ante la Audiencia Nacional , precisamente a raíz de una querella popular impulsada por el 15M a la que siguió otra de UPyD. Por tanto sí hay posibilidad de juicio, lo que ocurre es que no se confía en el proceso. Recordemos que los estudiantes hablan de Régimen durante su acción.
En segundo lugar, esta alternativa de justicia popular resulta discutible por otras cuestiones. Seguramente haya gente que, simpatizando con la idea de que los culpables de la crisis deben ser juzgados, se siente mal viendo este escrache aunque no sepa cómo expresarlo. Ha sido mi caso. Las sensaciones son una forma de pensamiento, decía Giambattista Vico al referirse a la inteligencia de lo muto que nos habita.
En realidad todos tenemos interiorizada la noción de que, para que un juicio sea realmente democrático, el acusado debe tener derecho a la defensa y a la presunción de inocencia. Las acusaciones deben realizarse de manera pública, en una sala abierta a todo el mundo, de manera respetuosa y blandiendo argumentos. Como ya escribiera Niccolò Machiavelli, este es el principal antídoto frente a la expansión de la calumnia en la ciudad. El juicio debe celebrarse en un momento anunciado previamente, para que asista todo el que lo desee. Deben esgrimirse pruebas de lo que se afirma, y hay que llamar a los testigos. Fiscales y jueces no deben coincidir jamás. Un juicio democrático se desarrolla a lo largo de varios días, con sus correspondientes noches. Y es que las pasiones deben asentarse; se debe facilitar el descanso y el sueño, la reflexión sobre lo que se escucha y ve en las sesiones, la deliberación con uno mismo o con el resto de miembros del jurado, si los hubiere. Está en juego la vida, la libertad, la tranquilidad de una persona. A Sócrates le condenaron a muerte en un juicio que se celebró en apenas unas horas, donde la ciudadanía ateniense presente como jurado estaba realmente exaltada por la acción de los demagogos. O qué decir de los juicios rápidos con fusilamientos al amanecer que conoce toda dictadura.
Por tanto, parece que en esta acción estudiantil ha faltado sosiego y también respeto por ciertos derechos democráticos. Asimismo el texto de denuncia no se lee, casi se grita ante un altavoz en una pequeña sala. Premeditado o no, la actitud de quienes irrumpen en el aula inspira cierto temor. El auditorio al que se dirige la proclama no son los alumnos ni el profesor, sino los ya convencidos acompañantes en la acción. En una situación política y económica cada vez más alarmante, si damos por buena la hipótesis de que la justicia no actúa, ¿debemos ir a las casas, aulas y despachos de todos aquellos que creemos culpables de la crisis? ¿Debemos gritarles, humillarles públicamente, sentenciar sin escuchar? ¿No hay más salida que volver a la tradición hispánica del denuncismo, la picota y el capirote?
Moral Santín y los dirigentes de Izquierda Unida de la Comunidad de Madrid deben desde hace mucho tiempo una explicación pública sobre sus acciones. Y si no lo hacen ellos, debería ser la dirección de IU -que ya pidió su dimisión en su momento y le suspendió de militancia- quien ofrezca una respuesta sobre cómo pudo pasar lo que pasó. Tienen una responsabilidad enorme, más todavía al formar parte de una formación política que trata de canalizar institucionalmente los deseos de cambio de tanta gente. También deben estas explicaciones el resto de consejeros de Bankia y los partidos que los apoyan, por supuesto. La comisión de investigación sobre la entidad en el Congreso no sirvió para nada, y se ha revelado como el enésimo insulto a la ciudadanía. Frente a ello la presión social puede lograr cambios, tal y como se están empezando a conseguir en otros ámbitos. Es cierto que el desánimo ante una justicia como la que tenemos invita a acciones desesperadas. Pero es preciso pensarlas y cuidarlas al máximo, pues lo que debemos construir como alternativa es algo profundamente democrático. El ejemplo del 15M en este aspecto resulta alentador.
En la lectura de la tesis a la que asistía aquel día, la autora desgranaba algunas virtudes de aquella retórica que sucumbió irremisiblemente, como la capacidad de saber escucharnos sin invasiones, de respetar la pluralidad inherente a quienes vivimos y construimos las ciudades, de saber juzgar con garantías, de dialogar y pensar antes de tomar cualquier decisión ejecutiva. Los miembros del Tribunal destacaron la originalidad y el cuidado que había en la tesis; se percibía su comodidad al poder decir con libertad, sin los habituales compromisos en estos actos, que estábamos ante un trabajo espléndido. Entonces, cuando la franqueza se había adueñado de un acto de especial contenido intelectual, uno de ellos se preguntó para qué servía haber dedicado seis años a semejante esfuerzo en estos tiempos. Todos sabemos cómo están dejando la carrera investigadora en España. ¿Por qué construir con tal mimo un texto ingente hasta no encontrar apenas una errata? Esta investigación de tan alta calidad, ¿se ha preparado durante seis años de precariedad y desempleo para que la leyeran cinco personas?
En realidad, ¿para qué sirve?
La cuestión se posó sobre el silencio de la sala, mientras afuera arreciaban los gritos.
http://colectivonovecento.org/2012/12/14/si-hay-juicio-tambien-hay-escrache/