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Si me preguntan qué es la acción…

Fuentes: Periódico de poesía

En mayo de 2014, la Universidad alemana de Potsdam organizó, en el palacete que guarda los archivos de Theodor Fontane, el autor de Effi Briest, un congreso sobre poesía en español, con amplia presencia de ponentes latinoamericanos jóvenes junto a autores de más larga trayectoria; si las intervenciones tuvieron algo en común fue la frecuente […]

En mayo de 2014, la Universidad alemana de Potsdam organizó, en el palacete que guarda los archivos de Theodor Fontane, el autor de Effi Briest, un congreso sobre poesía en español, con amplia presencia de ponentes latinoamericanos jóvenes junto a autores de más larga trayectoria; si las intervenciones tuvieron algo en común fue la frecuente mención del trabajo crítico de Eduardo Milán, que allí estaba también, con su impulso conversador, su humor y su melancolía. Nacido en Rivera, Uruguay, en 1952, residente en México desde 1979, tras varias décadas explorando el mapa poético de Latinoamérica, Milán aparece como la referencia decisiva para conocerlo, quizá la única capaz de ofrecer una perspectiva de conjunto, por encima de las fronteras nacionales, e igualmente atenta al otro lado del Atlántico. Desde Darío y las primeras vanguardias a la lectura temprana de un poeta excepcional como el argentino Viel Temperley o la percepción del neobarroco como la última corriente de alcance continental, pasando por la poesía concreta brasileña o las figuras polémicas y poderosas de Paz o Parra, Eduardo Milán ha venido interrogando este espacio con rigor.

Si tuviera que quedarme con tres rasgos que definan esta labor crítica, diría, primero, que su acercamiento a los poemas sabe ir siempre en paralelo con la pregunta sobre la poesía, el género sin nombre, el que no deja de reinventarse desde que se impregnó de la actitud de las vanguardias. Que, segundo, no asume de por sí las aparentes continuidades, los valores establecidos o las categorías en circulación, no se refugia en postulados ni conclusiones, sino que pone de relieve lo problemático, detecta el punto preciso en que la lengua se busca cada vez a sí misma de una forma nueva. Y, tercero, que muestra un desusado deseo de abarcar, de considerar la realidad social y política, la historia y la cultura, de cuestionarse lo que es y lo que ha sido Latinoamérica, a la vez que su poesía; si para la crítica se pudiera emplear esta expresión, calificaría de epopeya el esfuerzo de esta mirada por seguir siendo una y total mientras su objeto se fragmenta en la diversidad de los días, de los problemas y contradicciones. Y esa mirada global, como heroica, no ha sido nunca autoritaria ni preceptiva, preserva siempre lo concreto de la lectura, pone de relieve las zonas de quiebra, la posibilidad de ser-de-otro-modo en cada momento. Los libros que recogen esta épica de la crítica se llaman, por ejemplo, Resistir, Justificación material, Crítica de un extranjero en defensa de un sueño, Ensayos Unidos, Sobre la capacidad de dar sombra de ciertos signos como un sauce, No hay, de veras, veredas.

El poder analítico de Eduardo Milán tiene, sin duda, una clave: la de que es un gran poeta, sus poemas van por delante, marcan el camino. Singulares, característicos y siempre imprevisibles. «La palabra interior, no vista / ni victoriosa, sin distancia / ni comienzo, suspendida en su pérdida / ante los ojos». Palabras que tienen vida y son la propia vida: los poemas son lugares de existencia, lugares potentes de reflexión, cuenco de lo que va pasando, surco de las noticias, y el reto de situarse entre todo ello: «El problema era pensar, el poema era pensar, / encontrar, entre dos vacíos, algo / que se parezca realmente a un pensamiento». En la escritura de Milán, un flujo verbal es movido por una energía fonética, por cómo suenan y resuenan entre sí las voces; las repeticiones y las digresiones componen una continuidad que arrastra, aunque en su curso vayan rasgándose los nexos, las junturas; el significado dura solo un instante antes de mutar a otra acepción, activos todos los sentidos en el espesor de la palabra normal. Un hilo que nunca se corta, aunque se mueva deshilándose, deshilachando: «lo que no se ve es el ovillo»; es el hilo sin ovillo de una libertad desarraigada. Milán tiene muy presentes a los trovadores provenzales, en quienes ve el origen de la autonomía del poema, de su concepción como mundo, y cabría describir sus textos con un término que ellos usaban: entrebescament, trama de hilos, entrelazado sin fin. Escribía Alberto Girri, el gran poeta argentino: «No se conoce / de poemas instalándose / en el triunfo de estar hechos», y esta sería también la poética de Milán, la de una forma que resulta puro movimiento, que va dejando sobre la mesa surcos verbales recorridos y por recorrer, reales y virtuales, múltiples y únicos.

Uno de sus libros se titula Habla y, más que un requerimiento dirigido al interlocutor, veo en él la individualidad de la palabra, el acto de habla que el poema traza cada vez fuera de códigos. Tan vallejiano Milán, en esa producción de un habla que César Vallejo mostró como escritura. Lo imprevisible: «No repetir quería decir búsqueda permanente, no tranquilidad, sospecha del poeta en cuanto ‘poeta’, imprevisibilidad. Quería decir, en una palabra: poesía».

Recuerdo ahora cómo Paolo Virno, en Virtuosismo y revolución, parafraseaba el conocido razonamiento que Agustín de Hipona refería al tiempo: «En nuestros días, nada parece tan enigmático como la acción. Podríamos decir, a modo de chiste: si nadie me pregunta qué es la acción política, creo saberlo; si tengo que explicarle lo que es al que me hace la pregunta, ese supuesto saber se disuelve en una cantinela inarticulada» Y después propone como la única acción posible el éxodo fuera de los límites del Estado: «Nada es menos pasivo que la fuga. El éxodo modifica las condiciones en que tiene lugar el conflicto, más que presuponerlas como un orden fijo; modifica el conflicto en que se inscribe un problema, en lugar de afrontar este último eligiendo tal o cual alternativa preestablecida. Consiste en una invención sin prejuicios que altera las reglas del juego». Pensé en Milán al leerlo, porque venía a coincidir con su práctica, y también lo evoqué ante la enumeración que hace Virno de palabras núcleo: «Desobediencia, Intemperancia, Multitud, Ejemplo, Derecho de Resistencia, Milagro». Pensé en toda la reflexión de Milán sobre el exilio, como nudo poético y político, que antes fue y es existencial; en su pulso mantenido al margen de la institución académica y la estabilidad laboral; en su continuo poder de ver fuera. Y, a la vez, de implicarlo todo: «Salirse / del área propuesta, airearse con viento salobre, / no es palabra de este tiempo. Este es un tiempo seco. / Hay otras palabras de este tiempo: bronca, / bruno, blanca, generalizada hambruna, / odio en lugar de oído, en lugar de virtud, / virtual -sustituir: ritual que no acepta la esperanza». La esperanza que es su acción.  

Lecturas:

Eduardo Milán, Resistir. Insistencias sobre el presente poético. Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2004.

Justificación material. Ensayos sobre poesía latinoamericana. Ciudad de México, Universidad de la Ciudad de México, 2004.

Crítica de un extranjero en defensa de un sueño. Madrid, Huerga & Fierro, 2006.

Sobre la capacidad de dar sombra de ciertos signos como un sauce. Ciudad de México, Libros de la Meseta, 2007.

Ensayos unidos. Poesía y realidad en la otra América. Madrid, Antonio Machado, 2011.

No hay, de veras, veredas. Ensayos aproximados. Madrid, Libros de la Resistencia, 2012.

Habla (Noventa poemas). Valencia, Pre-Textos, 2005.

– Alberto Girri, El motivo es el poema. Buenos Aires, Sudamericana, 1976.

– Paolo Virno, Virtuosismo y revolución. La acción política en la era del desencanto. Traducción de Raúl Sánchez Cedillo. Madrid, Traficantes de Sueños, 2003.

Fuente: http://www.periodicodepoesia.unam.mx/index.php/1659-tienda-de-fieltro/4206-no-089-tienda-de-fieltro-si-me-preguntan