Desde el 15 de marzo venimos asistiendo a un fenómeno social, a una estampida humana, a un que-sé-yo colectivo, creativo, fresco y arriesgado. A un acontecimiento (en el sentido más filosófico de la palabra) que ha venido a desempolvar el anquilosado mapa socio-cultural que habitabamos. Un mapa en el que practicamente había que eligir entre […]
Desde el 15 de marzo venimos asistiendo a un fenómeno social, a una estampida humana, a un que-sé-yo colectivo, creativo, fresco y arriesgado. A un acontecimiento (en el sentido más filosófico de la palabra) que ha venido a desempolvar el anquilosado mapa socio-cultural que habitabamos. Un mapa en el que practicamente había que eligir entre la pedantería (que no se sabía si era más yupi que sofista o más elitista que cursi) y el mal gusto empaquetado y convertido en mercancia para audiencias extasiadas ante tal colocón de morbo y disparate.
Había notables excepciones, por supuesto, pero en líneas generales, el espacio público estaba atascado en un fango bastante chungo del que ni Banksy, ni Ladinamo (http://www.ladinamo.org/), ni Los Soprano nos iban a sacar. Lo que estaba en juego era la inteligencia, la inteligencia como capacidad de mirar a la realidad con un posicionamiento crítico, capaz de cuestionar y cuestionarse.
Los medios de comunicación no han rechazado dar cobertura a lo que pasaba. Pero, dado que su máxima es el beneficio y no la información, no han perdido la ocasión de encorsetar todo lo que tiene de nihilista el movimiento y fabricar un producto listo para ser vendido: «El movimiento 15-M», «los indignados»,» los jóvenes indignados». «Exaltados», «antisistema», «pro-etarras». Se han disparado los apelativos. Casi al mismo tiempo que los análisis en profundidad, sin profundidad y directamente los contra-analisis (esas intervenciones en el espacio público que consisten en una pelea del «opinador» de turno con sus traumas de la infancia). Con una consigna común, decir que el 15-M es: desencato, apatía, rechazo de la política. Ni izquierda, ni derecha.
Porque, en efecto, es muy facil nihilizar un movimiento social. Es muy fácil porque, al fin y al cabo, Marx tenía razón. Confirmar que existe la alienación es tan fácil como probar a visitar un centro comercial. Jóvenes que trabajan de lo que sea, como sea y en las condiciones que sean. Sin sindicación, ni una sola reivindicación y sin una sola aspiración no material. Lo que separa la elección de una carrera o de otra es el futuro profesional que prometa. La subsistencia material sigue siendo el motor de nuestras acciones, aunque las recubramos de una capa de consumismo, imagen y viajes al extranjero. Los mecanismos de participación política activa no existen y el espacio público está gestionado por grandes monopolios mediáticos. Internet, aunque sirve como herramienta para la consigna, no es el lugar para el establecimiento del debate a varias voces. Internet es, más bien, un escaparate de intimidades y de opiniones, no de argumentos y de objetividades (salvo excepciones, por supuesto).
Pero, así como sin quererlo, los últimos hombres se han convertido en superhombres. En realidad no lo han hecho con consignas demasiado incendiarias. Ni siquiera se puede hablar de que estén surgiendo propuestas políticas revolucionarias. Se trata, más bien, de propuestas políticas bastante sensatas para un mundo que está perdiendo lo poco de ilustrado que tenía. El asunto está en que en un mundo cuyo único referente ideológico es un mercado bastante pasado de rosca, un puñado de personas (con mucha legitimidad sobre el total de la población) diciendo cosas bastante coherentes y nada explosivas, han conseguido cuestionar los pseudovalores dominantes. El que esto nos parezca una aventura provocadora y casi socrática, dice mucho de hasta qué punto estaba cohartada la capacidad reflexivo-política de la sociedad en su conjunto.
Ahora bien, aunque haya algo de nihilismo y sus propuestas sean moderadas, no hay que perder la perspectiva. Son propuestas moderadas porque el mundo está perdiendo la cabeza. Los indignados se verán, nos veremos, en una tesitura: o defendemos cosas moderadas (como que no se derritan los polos o la sanidad y educación públicas) en un sistema loco, que no tolera la moderación; o defendemos cosas moderadas reivindicando otro estado de cosas distinto. De hecho, la sentencia: «no somos antisistema, el sistema es antinosotros», resume bastante bien el asunto. Por mucho que la espontaneidad y heterogeneidad del movimiento parezca transmutarlo en un ente apolítico. No lo es. El movimiento 15-M tiene un discurso extremadamente político y es, además, de izquierdas. Porque sus propuestas son reivindicaciones históricas de la izquierda, porque encajan perfectamente en el programa electoral de los partidos de izquierda y dificilmente en el de partidos de la derecha política.
Parar desalojos o controles migratorios injustificados, reivindicar el protagonismo de la política frente a las entidades bancarias, reivindicar el gasto público o un sistema verdaderamente redistributivo son reivindicaciones de izquierda. Denunciar el papel de los bancos en la crisis económica o pedir la nacionalización de empresas privadas con pérdidas son acciones de izquierdas. Le pese a quien le pese. Ser de izquierdas ha sido denunciar las injusticias: las conquistas sociales y laborales de todo el siglo XX han sido resultado del empuje de la clase trabajadora y de izquierdas. Ser de izquierdas no es otra cosa que exigir que se respeten los derechos humanos, los que conciernen al ámbito socioeconómico, al cultural y al cívico-político.
Los restos de acampada que quedaban en el centro de Madrid eran un símbolo de la conciencia crítica. Un punto de encuentro para la reflexión: la apertura de la política en la plaza pública. Una ocupación legítima de una plaza pública, respaldada por una parte lo suficientemente importante de la sociedad civil. Construía parte de la identidad de Madrid como se construyen las identidades, con espontaneidad, con gente, colectivamente y no con obras faraonicas. Expulsar a la gente, acordonar una plaza pública y llenar de furgones y policia las inmediaciones es llegar a la paradoja de que los cuerpos del orden desordenan el espacio público, alteran la convivencia ciudadana. Denunciarlo, por supuesto, es de izquierdas.
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