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Sobre drogas

Fuentes: Boltxe

SOBRE DROGAS Texto escrito para www.boltxe.info/berria Hace muy poco han aparecido en la prensa noticias sobre cuestiones relacionadas con la producción, reparto y consumo de algunas drogas. Hemos visto, por ejemplo, que las grandes industrias farmacéuticas, que fabrican millones de dosis de drogas legalizadas, gastan el doble de dinero en la promoción de sus productos […]

SOBRE DROGAS

Texto escrito para www.boltxe.info/berria

Hace muy poco han aparecido en la prensa noticias sobre cuestiones relacionadas con la producción, reparto y consumo de algunas drogas. Hemos visto, por ejemplo, que las grandes industrias farmacéuticas, que fabrican millones de dosis de drogas legalizadas, gastan el doble de dinero en la promoción de sus productos que en la investigación de otros nuevos, mejores y más baratos. Hemos leídos, por un lado, análisis que relacionan directamente la explotación laboral con el estrés y los accidentes de trabajo, y sabemos que estas situaciones tienden a generar diversos grados de drogodependencia; y por otro lado, análisis que muestran cómo las mujeres maltratadas y violentadas tienden a refugiarse en la medicina de cabecera para buscar paliativos a sus dolores –calmantes de todas clases– sin luchar contra las causas que los crean. Otras muchas noticia certifican el empeoramiento de la «salud mental» de la gente. Sin embargo, los grandes productores de alcohol etílico europeo están preocupados por el aumento de la competencia en cantidad y calidad de la producción mundial: van perdiendo puestos en el mercado del alcoholismo.

Otros fabricantes están preocupados por el aumento de la competencia en la producción de opio, de coca, etc., porque con una demanda mundial al alza, la drogodependencia es una rama productiva de muy alto beneficio. Además, dejando de lado los beneficios de las drogas legales, el blanqueo del dinero ilegal beneficia por ahora más a los EEUU, que son los mayores consumidores del mundo en todas las drogas, por lo que la UE ha lanzado el billete de 500 euros para aumentar su competencia en el blanqueo mundial mediante la emisión de más dinero a peso, en billete directo, no electrónico y por eso más escurridizo para los controles fiscales y policiales, cuando deciden perseguirlo. Se trata de una pelea más en todo el largo circuito de la parte del capitalismo que llama «criminal», como si la explotación salarial no lo fuera.

Las noticias que hemos visto arriba tratan sobre las cuestiones internacionales de las drogas pero hay otras muchas sobre sus vertientes más cercanas. Por ejemplo, que en la desarticulación de una red internacional de tráfico se detuvo a un hertziana, o que se ha cuadruplicado el consumo de coca entre la juventud del Estado español a la vez que se ha disparado la ingesta de alcohol, o que el capitalismo español es el que más uso relativo hace de los billetes de 500 euros, estrechamente relacionados con la economía sumergida y «criminal», con el narcoimperialismo, o que esta misma economía se sustenta en gran medida en el globo financiero-inmobiliario también muy relacionado con todo lo anterior, o que es precisamente la Comunidad Autónoma Vasca la que tiene una política fiscal más reaccionaria, laxa y tolerante para los defraudadores del fisco, lo que facilita la impunidad en los negocios turbios y oscuros, o que precisamente sea en la CAV donde son más baratos los precios de las drogas ilegales siendo la zona de Europa con más control policial por habitante.

Hemos iniciado así este articulito sobre las drogas, exponiendo las cuestiones más aparentemente «exteriores» del problema, porque lo más frecuente es empezar y acabar hablando del consumo de drogas ilegales por la juventud y por otros sectores de la población sin encuadrarlo ni contextualizarlo en modo alguno. Es obvio que si hay demanda de drogas, las que sean, es porque éstas producen efectos que pueden suplir determinadas carencias, paliar determinados dolores y sufrimientos y generar situaciones de relativo y fugaz bienestar en una existencia insoportable. Sabemos que muchas especies animales consumen ciertas drogas Sabemos que su uso en pueblos «primitivas» está dentro un contexto totalmente diferente al capitalista; sociedades que tienen otros criterios de existencia, justicia en el sentido actual, producción y distribución, y también y sobre todo, otro régimen de propiedad de las fuerzas productivas, que son colectivas, es decir, que no malviven bajo la propiedad privada burguesa. En estas sociedades la ingesta de drogas está dentro de sus normas sociales como instrumentos de cohesión e interacción colectiva, rituales de iniciación, festejos, etc., aunque sean en cierta forma monopolizadas por los shamanes y luego por la casta sacerdotal, que sin embargo no es la clase propietaria y explotadora.

El gran cambio se empieza a producir cuando la extensión de la economía mercantil va rompiendo la relativa unidad anterior, y cuando, además, de ir surgiendo la opresión, explotación y dominación interna empieza a surgir también y simultáneamente la dictadura ciega e incontrolable del mercado sobre el ser humano, cuando éste pasa de ser sujeto agente a sujeto paciente, y termina siendo con el capitalismo mero objeto. La famosa «mano invisible» del mercado sustituye parcialmente en nuestras sociedades a la «voluntad inescrutable de dios». La diferencia estriba en que a la primera no se le puede controlar y ni siquiera intentarlo, mientras que se puede intentar influir en los designios de la segunda mediante oraciones, ofrendas, sacrificios, etc. Frente al poder aplastante del mercado sólo quedan tres soluciones: la sumisión incondicional, los intentos de reforma del mercado, o la revolución. Es por esto que en las sociedades mercantilizadas, muchas personas que no pueden asumir su «suerte» –la impuesta por la lucha de clases, en última instancia– pero tampoco quieren o pueden enfrentarse al sistema, terminan recurriendo a alguna clase de drogodependencia o a varias de ellas a la vez. Mientras que las personas que sigue creyendo de su dios correspondiente se limitan a su droga espiritual, aunque también muchos la refuerzan con otras materiales.

Una lectura atenta de la crítica de Marx a la religión como opio del pueblo en sus primeros escritos, nos demostrará que, en lo esencial, sus argumentos siguen siendo válidos no sólo para la lucha de los ateos militantes contra el terrorismo ético-moral de la religión en la actualidad, como se comprueba en el peor de todos, el fundamentalismo cristiano del imperialismo yanqui, que hay que diferenciar del fundamentalismo de respuesta, defensivo, de los pueblos musulmanes, sino también, a la vez, como crítica de las causas estructurales que cada día hunden a más millones de seres humanos en la drogodependencia material. Exceptuando determinados casos como necesidad de paliar el dolor en las enfermedades, uso consciente y controlado de la ingesta de drogas hasta el límite de cual no se puede pasar bajo riesgo de descontrol, etc., en el resto de prácticas siempre se puede acabar cayendo en el vacío de la dependencia. Son los sistemas de control social preventivo que tiene la sociedad burguesa los encargados en vigilar que no se produzcan esas caídas. La familia, la escuela y la universidad, el sistema sanitario, la policía y, en general, el orden social cotidiano, vigilan con mayor o menor atención el comportamiento de la gente, de su gente, para que no se salga de la ley de la productividad del trabajo, es decir, para que mal que bien esas personas sigan produciendo la mayor plusvalía posible o ayudando a que otros lo hagan, o preparándose para ello. Esa misma sociedad tan controladora tiene sus válvulas de seguridad que permiten que, en determinadas fechas o de vez en cuando, el personal descargue sus frustraciones, miedos, agresividades y fracasos mediante ciertos canales institucionalizados o tolerados, desahogo que encima genera un beneficio extra a ciertas fracciones burguesas.

Estamos hablando del grueso de la población, de la mayoría que se limita a trabajar y a consumir, o sólo a consumir lo que les ponen delante, sea unas pastillas tranquilizantes para no estallar y acuchillar al marido o al patrón, o una dosis matutina de excitantes para coger fuerzas de la nada y empezar a producir, pasando por la amplísima gama de drogas legales intermedias de uso común. Son legales porque sin ellas se resentiría de inmediato la tasa de beneficio, que empezaría a descender, y el orden social que empezaría a ceder ante el malestar psicosomático creciente. Su legalización facilitan tanto su masivo y normal reparto a toneladas como los beneficios extras que obtienen el primer lugar las farmacéuticas u otras empresas, como tabaqueras y alcoholeras, y, muy de cerca, el sistema en su conjunto. Su ilegalidad dificultaría mucho estos logros vitales para mayor gloria de la civilización occidental, aunque obviamente permitiría inmensos beneficios extras a las fracciones burguesas que se mueven en el narcoimperialismo, etc., que se lanzarían como hienas al negocio ilegal de toda clase de fármacos, alcoholes, tabacos, etc.

Los esclavos felices son quienes se mueven precisamente en este nivel masivo de obediencia pasiva, de ingesta habitual de lo que deben tomar para seguir produciendo –desde trabajadores hasta deportistas, pasando por amas de casa, policías y militares, estudiantes y altos ejecutivos…– y comportándose dentro de los cauces admitidos por el poder. Siempre que no se salgan de esos límites, que son variables según la posición social de cada persona, el sistema tolera y hasta justifica el consumo de drogas, incluso de ilegales como la normalidad del uso de cocaína para rendir más en el trabajo. En los esclavos felices este consumo va dentro de la totalidad de cosas que deben hacerse porque así está establecido, y su cumplimiento les gratifica y tranquiliza, les da esa seguridad que previene de las cadenas invisibles que oprimen nuestra personalidad en lo más profundo de sus bases inconscientes e irracionales. El miedo a la libertad introyectado por el sistema mediante la educación familiar, escolar, etc., se ve así reforzado precisamente gracias a la aparente libertad –falsa libertad– de consumir drogas que oficialmente están prohibidas, pero admitidas en determinados supuestos.

La diferencia entre el esclavo feliz y el infeliz radica en que el segundo siente un sordo rechazo del orden, rechazo que no es vivido conscientemente pero que sí se plasma en ciertas prácticas que pueden ir desde pequeñas acciones apenas visibles hasta fugaces estallidos de protesta social. La sociología yanqui ha estudiado esta realidad tanto desde el funcionalismo como desde la teoría de la conflictividad, siempre en pos de cómo integrarla o reprimirla; también lo ha hecho y mucho la psicología y la psiquiatría en cuanto disciplinas de control; la sociología francesa creó la tesis de la anomia para explicar parte de estos comportamientos sin tener que recurrir a las contradicciones sociales, etc. Pero el marxismo no es en modo alguno sociología, aunque los marxistas debamos conocer y dominar la sociología en cuanto método burgués. Desde la teoría marxista de la conciencia de clase, se trata de la existencia de ese amplio campo intermedio entre la ideología burguesa y la conciencia revolucionaria, espacio multiforme en el que, además de librarse una permanente lucha interna entre la alineación y las contradicciones objetivas, también y por ello mismo surgen comportamientos que van desde la extrema derecha nazifascista hasta la concienciación revolucionaria. Es esclavo feliz no sufre las tensiones inherentes a este mundo sino que toda su vida se mueve en la tranquilidad alienada que otorga la mansedumbre.

Los esclavos infelices son mantenidos en su doloroso mundo gracias a la mezcla entre drogas, alienación y miedo, porque las primeras silencian y tapan los gritos del tercero, y la alineación justifica tanto el servilismo diario como a ambas dos. Sabemos que las drogas producen desde la bravuconería del alcohol hasta la placidez pasiva del opio pasando por los momentos de actividad o calma inducidas para asegurar la obediencia al orden capitalista. Los grandes espectáculos de masas de la industria deportiva sirven aquí como desagües muy efectivos, al igual que el consumismo sexual machista lo hace a nivel individual, u otras formas intermedias, todas ellas comercializadas ilegal o legalmente por diversas fracciones burguesas. Los esclavos infelices se agitan con desazón en este universo de contradicciones no asumidas críticamente por lo que siempre está viva la necesidad de una falsa solución transitoria que no es otra que cualquier clase de droga, sea la recetada por la industria sanitaria, sea la ofrecida por la industria de las drogas comerciales o por el narcoimperialismo. Volvemos así al comienzo de este artículo, cuando hemos hecho un muy rápido repaso de algunas de las última noticias sobre la objetividad innegable de los condicionan estructurales que determinan el problema que analizamos al margen de nuestras apetencias individuales.

Solamente la praxis revolucionaria puede garantizar la posibilidad de que el esclavo deje de serlo y se transforme en una persona libre, crítica y capaz de controlar ella misma el uso placentero de las drogas, dominando sus efectos y conociendo sus límites, dentro de una vivencia colectiva y desmercantilizada.