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La destrucción del último mito de la transición-transacción

Sobre el intocable y molt honorable (ja, ja, ja) y su clan familiar (oficial)

Fuentes: Rebelión

Corrupciones, privilegios, clientelismo y falsedades diseñadas no han sido normalmente atributos alejados del poder político y económico. Tampoco, por supuesto, de otros sistemas e instituciones afines. No apunto a todo poder; sería una generalización y un insulto injustificables. Pero sí a muchos poderes, especialmente en estas últimas décadas de capitalismo desbridado y en territorios cercanos. […]

Corrupciones, privilegios, clientelismo y falsedades diseñadas no han sido normalmente atributos alejados del poder político y económico. Tampoco, por supuesto, de otros sistemas e instituciones afines. No apunto a todo poder; sería una generalización y un insulto injustificables. Pero sí a muchos poderes, especialmente en estas últimas décadas de capitalismo desbridado y en territorios cercanos.

La corrupción del caso Bárcenas-Gürtel hunde la eticidad de un país y sus órganos representativos. Afecta, además, a un partido de gobierno con mayoría absoluta. Un caso similar fue FILESA; el PSOE, en el gobierno entonces, fue el implicado en este caso.

Don Azores Aznar intentó mentir a toda la ciudadanía española el 11 de marzo de 2004. Quería, pretendía barrer en las elecciones generales dos días después. Supimos reaccionar. Don Felipe ex Gas Natural lo consiguió, a pesar de la fuerte oposición ciudadana, 18 años antes. El «de entrada no» por ellos mismos agitado se transformó en «de salida nada de nada».

De aquellos lodos estas toneladas innumerables de abyección e ignominia.

Pero de aquella Inmaculada transición (Jorge Riechmann), de aquella transición inmodélica (Vicenç Navarro) parecía quedar algo en pie. Se encubrían y orientaban informaciones, investigaciones y noticias para cultivar un gran mito, el de don Jordi Pujol, el molt honorable. ¿Cuántas libros de investigación, cuántos artículos críticos, se han editado sobre él en estos 35 últimos años en Cataluña? Incluso en la izquierda (no entro en detalles para no abonar ninguna disensión) hizo estragos. Julio Anguita y sus opiniones críticas, entre algunos pocos casos más, sufrieron marginación e insultos por ello.

¿Qué ha pasado, que está pasando estos días en Cataluña? La destrucción de un gran mito y de una poderosa cosmovisión. Tomando pie en una metáfora antinuclear de un gran científico franco-barcelonés, siempre antipujolista, Eduard Rodríguez Farré, estamos asistiendo a un Chernóbil poliético y cultural a cámara lenta… y a ritmo más veloz a un tiempo. Poco, muy poco, de la extendida concepción del mundo pujolista, y de la historia que le es anexa, se mantendrá en pie.

Porque, sin exageración, eso ha sido el pujolismo. No sólo ha sido una posición política nacionalista (que también). No sólo un programa político más que conservador (Aznar, por ejemplo, fue presidente con los votos de CiU). No ha sido sólo un partido político (fuertemente movilizado, muy poco democrático y con un clientelismo que casi no tiene parangón) con fuerte anclaje entre clases sociales privilegiadas (y también entre sectores populares) sino que, ante todo, consiguió ser toda una concepción del mundo. Ser o no ser, ser o no ser pujolista, esta ha sido la gran cuestión político-filosófica en estos últimos cuarenta años en Cataluña: reglas morales, una filosofía de vida, una constante apelación al honor, a los nuestros, a la nació, permanentes revisiones históricas, una mirada ultraconservadora sobre el país, han sido los nudos de esta cosmovisión. Por debajo de ella, y aunque ahora produzcan sonrojo las palabras del neoliberal, crematístico y nacionalista Josep Guardiola: levantándose pronto, muy pronto por las mañanas, trabajando duro, muy duro, esforzándose día tras día, siendo tenaz y servicial, sin meterse en protestas estúpidas e ineficaces, el éxito personal y familiar estaba garantizado. Como han leído, palabras del Gran Estafador.

Como el tema da mucho de sí y va a exigir una revisión completa de lo dicho, vivido y considerado como postulado more geométrico en estas últimas cuatro décadas en Cataluña, me aproximo desde diferentes perspectivas. No habría que olvidar de entrada el razonable proverbio árabe: cuando el dedo señala la luna, el despistado, desinformado (el estúpido en algunas versiones) fija su atención no en la belleza lunar sino en el dedo que la señala. En nuestro caso, el asunto de fondo, nuestra luna, no es la herencia familiar del padre Florenci Pujol (el dedo), es otra cosa muy distinta: la inmensa acumulación de capital, la enorme expropiación de la familia Pujol (y Ferrusola por supuesto). Con cantidades por determinar, con procedimientos que tanto recuerdan, ciertamente, la inmensa fortuna acumulada por la familia de los Borbones. Jordi Pujol fue, de hecho, virrey de Cataluña.

Un primer apunte para empezar, pues, que también sirve para marcar líneas de demarcación entre unos y otros: todo no es ni fue uno y lo mismo.

El 6 de octubre de 2004, El País informaba de la presentación de las memorias de Raimon Galí. El cuadro de honor de sus discípulos estaba (¿está?) presidido por un alumno de excepción: don Jordi Pujol. El entonces ex presidente desde hacía apenas un año presentaba las Memòries, que acababa de publicar una editorial barcelonesa, Proa.

Como el molt intocable, Galí opinaba que el marxismo había sido una moda nociva para Cataluña. Lo señalaba así:

«Las universidades catalanas fueron gobernadas por profesores marxistas de valía, como Manuel Sacristán o Pierre Vilar, que durante muchas generaciones permitieron triturar nuestra memoria histórica e impidieron a la juventud catalana ver y juzgar rectamente su pasado» [el énfasis es mío].

Pujol nunca había sido tentado por el marxismo. Su familia (¿su mujer, su padre?) llamó la atención a activistas del PSUC -Jordi Borja, Quim Sempere-, que se jugaron la piel y años de cárcel por agitar por su libertad, por juntar su nombre con el de un militante comunista, Héctor Babiano si la memoria no me falla, también encarcelado. ¡Con rojos nada de nada! Como Galí, su segundo maestro (el primero, reconocido por el propio ex honorable, fue su padre Florenci, otro gran defraudador), don Jordi opinaba que el ser humano era la medida de todas las cosas frente al desenfreno comunista y colectivista. Lo expresó así, a los 74 años:

«Él [RG] nos dio el mensaje potente de carácter espiritual y eso se necesitaba en aquella Cataluña desballestada; además él hablaba de sentido del honor, ese concepto que no está de moda y que hace que uno no se avergüence de sí mismo […] A veces no he sido fiel a mi maestro; no sé si he sido buen discípulo».

¡Sentido del honor, como han leído! Con cuentas aquí y allí, y con un piso de más de 400 metros cuadrados en el selecto Paseo de Gracia para seguir haciendo negocios como ex president.

Una semana después de la presentación, un ciudadano palentino-barcelonés, encarcelado, represaliado, combatiente anifranquista, neto y arriesgado defensor de la cultura y lengua catalanas, escribía una carta al director – «Respeto a las personas y a las palabras»- en estos términos [1]:

«Con motivo de la presentación de las Memòries de Raimon Galí, El País del pasado 6 de octubre reproduce e inserta el siguiente párrafo: «Las universidades catalanas fueron gobernadas por profesores marxistas de valía, como Manuel Sacristán y Pierre Vilar, que durante muchas generaciones permitieron triturar nuestra memoria histórica e impideron a la juventud catalana ver y juzgar rectamente su pasado».

He esperado unos cuantos días a ver si la memoria histórica de hoy funcionaba y alguien levantaba la voz para recordar lo que pasó in illo tempore. En vano. Y, como he esperado en vano, querría recordar desde aquí lo que debería ser obvio, pero ya olvidado. La juventud catalana de hoy debe saber, en primer lugar, que Manuel Sacristán y Pierre Vilar no «gobernaron» nunca las universidades catalanas. Al contrario: fueron censurados y perseguidos por quienes las gobernaban in illo tempore (y por algunos que entonces hacían la vista gorda ante la injusticia para gobernarlas después). Y, en segundo lugar, que aquellos marxistas no permitieron triturar nuestra memoria histórica ni impidieron juzgar rectamente nuestro pasado.

Al contrario: los jóvenes de entonces aprendimos historia de Cataluña leyendo a escondidas (y contra los que gobernaban de verdad) las obras de Pierre Vilar; y aprendimos a juzgar rectamente, si es que se puede aprender una cosa así, escuchando y leyendo a Manuel Sacristán (quien tuvo que pasar casi diez años expulsado de la Universidad de Barcelona precisamente por ser marxista, a pesar de que todo el mundo, en la Cataluña de entonces, reconocía su valía intelectual)».

Daba vergüenza tener que volver a decirlo a estas alturas, proseguía el autor, «pero ocurre que, con el tiempo, decir lo obvio se ha convertido en lo más difícil: sin lo que hicieron Manuel Sacristán y Piere Vilar en aquellos tiempos duros, cuando los que gobernaban imponían silencio y tantos callaban para no comprometerse, este país nuestro no sería lo que ha sido. Lo que ha sido no es probablemente lo que a ellos, marxistas hoy maltratados, les hubiera gustado que fuera. Pero si hemos de hablar de memoria histórica y de juzgar rectamente, lo menos que puede pedirse a quienes quieren dirigirse a los jóvenes de hoy es eso que algunos llaman un respeto. A las personas, que se lo merecen. Y también un respeto a las palabras. ¿hay que pensar que eso del «gobernar» es una mala traducción al castellano o es que hemos de enseñar a los jóvenes de hoy, en nombre de la patria, que en aquellos tiempos gobernaban los represaliados?»

El firmante de la carta, como ya han adivinado, es Francisco Fernández Buey, un luchador antifranquista y comunista democrático que nunca simpatizó con ningún tipo de nacionalismo y que, por supuesto, jamás se confundió en el tema del pujolismo. Sabía muy bien qué intereses se defendían en esa cosmovisión que hablaba de honores y respetabilidad.

Nota:

[1] Texto publicado en El País como una carta al periódico el 16 de octubre de 2004. Recogido ahora en Jordi Mir Garcia y Víctor Ríos (editores), Antología Francisco Fernández Buey. Filosofar desde abajo . Madrid, Los Libros de la Catarata, 2014.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.