Hace unos días, hemos conocido la decisión de sustituir en el texto de la nueva Constitución cubana, el término «marxismo-leninismo» por los de «marxismo» «y» «leninismo». Según explicó el Secretario del Consejo de Estado, esa decisión se efectuó a instancias de una consulta a especialistas, y obedecía a la esencia «stalinista» de la formulación inicial. […]
Hace unos días, hemos conocido la decisión de sustituir en el texto de la nueva Constitución cubana, el término «marxismo-leninismo» por los de «marxismo» «y» «leninismo». Según explicó el Secretario del Consejo de Estado, esa decisión se efectuó a instancias de una consulta a especialistas, y obedecía a la esencia «stalinista» de la formulación inicial. Puede suponerse también, que fue resultado de propuestas de modificación efectuadas por algunos ciudadanos.
Contribución a los argumentos
El «marxismo-leninismo» comienza a constituirse en la Unión Soviética durante la segunda mitad de la década del 20, inmediatamente después de la muerte de Lenin (1924). Ese proceso de construcción y autodenominación finaliza en 1938, fecha en que queda plenamente establecido. Está asociado al fenómeno stalinista -como bien expresó el Secretario del Consejo de Estado-, y se utilizó a manera de argumento para reprimir, excluir, censurar, y purgar en ámbitos intelectuales, científicos, filosóficos, y políticos, fundamentalmente. Los textos de Stalin o que llevan su firma -todos escritos después de la muerte de Lenin-, y que definieron su contenido son: «Fundamentos del leninismo» (abril-mayo de 1924); «¿Trotskismo o leninismo?» (noviembre de 1924); «Cuestiones del Leninismo» (1926); y «Acerca del materialismo dialéctico y el materialismo histórico» en Historia del Partido Comunista (1938). Este tipo específico de marxismo fue ampliamente socializado a través de las directrices vinculantes de la Tercera Internacional, y Manuales de estudio, cuyo uso resultó muy extendido. El «marxismo-leninismo» está considerado como una construcción teórica de Stalin -y otros, pues se convirtió en norma e ideología, y como tal, fue compartida, creada y recreada-, para legitimar el poder de las fuerzas conservadoras y la burocracia, y su propia ascendencia -en la coyuntura de la muerte de Lenin- sobre Trotsky, otras personalidades soviéticas, e interpretaciones marxistas.
De manera que el «marxismo-leninismo» no es EL marxismo. Es solo una tendencia más, dentro del universo plural, heterogéneo, y hasta contradictorio de las tendencias que conforman la tradición marxista. De hecho, existía marxismo y leninismo mucho antes de 1924 -el marxismo se encontraba establecido en los años 90 del siglo XIX (en el campo político, teórico, e incluso el académico, éste último muy localizado pero significativo), sin embargo, había tomado cuerpo histórico efectivo desde anteriores décadas; y el leninismo a partir de 1902/1903-; y también más tarde, pues continuaron desarrollándose diversidad de interpretaciones que se han reconocido en el legado de Marx y Lenin. No obstante, en el lenguaje político, especialmente el asociado al movimiento comunista organizado y la URSS, fue -aún es, para un sector comunista, especialmente generado en aquel contexto) una práctica bastante generalizada la utilización del «marxismo-leninismo» como sinónimo de marxismo en general, o sea, como EL marxismo o el verdadero marxismo.
A propósito del «leninismo» debe precisarse lo siguiente: la palabra «marxismo» ya incluye el «leninismo», pues abarca a toda la tradición que parte de Marx: Engels; Lenin; Luxemburgo; Trotsky; Gramsci; y muchos otros hasta la actualidad. Algunas de esas tendencias tienen nombre propio («leninismo»; «trotskismo»; «luxemburguismo»; etc.); y no solo poseen entre sí una relación de continuidad, sino también de diferencias, rupturas, y contradicciones. En fin, la palabra «marxismo», aún en singular, solo puede entenderse con realismo, si se asume la pluralidad que la integra.
Puesto que la comunidad teórica marxista entiende por «marxismo-leninismo» a esa específica tendencia stalinista, y el contenido que le es propio desde los años 20 y 30, no puede entonces asignársele arbitrariamente otro contenido o intentar resignificarlo. El «marxismo-leninismo» ha sido criticado y cuestionado por buena parte de la propia tradición marxista y revolucionaria durante casi un siglo y, por tanto, mucho antes de la caída del socialismo en la URSS y Europa. Para la inmensa mayoría de los marxistas, el «marxismo-leninismo» no es marxismo ni leninismo, pues: divide arbitrariamente en segmentos económicos, políticos, y filosóficos -también fragmentados en su interior-, el pensamiento unitario de los fundadores del marxismo -irreductible a esos campos, y siempre integrado alrededor de la teoría de la revolución-; descontextualiza, cambiando el significado, las tesis de Marx; Engels; y Lenin; convierte el marxismo en fórmulas abstractas y especulativas a memorizar, y estériles para la transformación revolucionaria; establece un listado arbitrario de citas, pasajes, y obras, deslegitimando al resto; convierte al marxismo en teoría positiva y no crítica; es determinista y economicista; tiene una actitud de sectarismo, dogmatismo, censura, y exclusiones -negación a reconocer y estudiar otro tipo de marxismo o teoría no marxista, pues se autodeclara como «única» interpretación «científica»-; subvalora los temas sociales, que constituyeron el centro del marxismo y el leninismo originarios -las estrategias revolucionarias fueron desplazadas por la atención a teorías y conceptos especulativos, siempre rechazados por Marx-; modificó arbitrariamente para su publicación, ciertos textos de Marx, Engels, y Lenin; etc.
La corrección que propone el nuevo texto de Constitución tiene profundos significados, entre ellos: la actualización -tal y como se realiza en otros ámbitos de la sociedad cubana- del lenguaje teórico, aunque, obviamente, no es solo un asunto terminológico; la ruptura con aquel tipo de marxismo soviético recogido en manuales que inundara la enseñanza en los `60, después, y aún sobrevive de diversas maneras -«ladrillos soviéticos» llamaba el Che a esos Manuales, en su carta a Hart de 1965-; el abandono de una de las manifestaciones de copia respecto a la URSS, que se prolongaba de manera extemporánea y sin justificación; el reconocimiento implícito de errores e inconsecuencias, ejercicio siempre provechoso (el documento de 2017 «Conceptualización del modelo…», aprobado por el Tercer Pleno del CC; el 7º Congreso del PCC; y la Asamblea Nacional del Poder Popular ya había sustituido la formulación del GUIÓN que, sin embargo, regresó sorprendentemente en 2018, en la versión inicial del Proyecto de Constitución); la disposición del Estado (eventualmente del PCC) a considerar justa y críticamente -a instancias de ciudadanos y especialistas- un pilar simbólico que conformaba los fundamentos teóricos del país; y la oportunidad del replanteo social -puesto que este asunto adquirió nivel ciudadano a través del sistema de enseñanza- y radical de la pregunta por la esencia del marxismo y su función.
Significa, sobre todo, la oportunidad de poner en correspondencia la palabra con los hechos. La revolución cubana ha desbordado históricamente ese GUIÓN en muchísimas cuestiones -aunque esta no ha sido una actitud homogénea ni sistemática-; y debe ser en lo sucesivo -para eso se trabaja-, más innovadora; creativa; realista y utópica a la vez; inclusiva; de fortalezas horizontales; asertiva respecto a aportes y críticas; de principios y diálogo abierto con toda las experiencias históricas y la cultura; y siempre crítica de sí. Todo lo cual, resulta ajeno al «marxismo-leninismo».
Por otra parte, no podemos permitir que siga sobreviviendo el «marxismo-leninismo» en los diversos ámbitos de la vida social, disfrazado ahora tras una COMA o una Y griega, que se continúe rigiendo por dogmas; repitiendo frases vacías y sin sentido; o repitiendo lo ya establecido para asegurar confort o estatus -cerrando la posibilidad a aquello por considerar y quizás establecer-; deslegitimando personas, palabras, actitudes, preguntas, dudas, o razonadas certezas; utilizando la información y el secretismo para marcar jerarquías; convirtiendo al marxismo en profesión o calificación, en jerga de identidad, en palabras justificativas y no en herramientas transformadoras; y ahogando el pensamiento crítico haciendo uso de todo lo que tiene a su alcance. Obviamente, cualquier término puede dar escusa y refugio a esos comportamientos. Sin embargo, la recuperación del «marxismo» y el «leninismo» sin más, puede ser oportunidad y promesa de exploración teórica, invitación a pensar, estudiar, y transformar con efectividad revolucionaria la realidad.
También en el ámbito académico (y otros) debe tomarse una actitud de consideración crítica sobre el uso del término «marxismo-leninismo», sus contenidos, presentaciones y organización docente. Esa frase aún permanece en umbrales de puertas institucionales, así como encabezando documentos y acciones académicas programáticas, que habrá que rectificar, para ser consecuentes y entrar en el nuevo marco constitucional.
Hay que recordar que, al menos desde los años 60 -para hablar de una época relativamente cercana-, importantes intelectuales y académicos cubanos -por ejemplo, los hoy Premios Ciencias Sociales Aurelio Alonso y Fernando Martínez, este último también Premio Casa de las Américas-, así como un segmento de sucesivas generaciones de profesores, investigadores, y especialistas, han expresado sus consideraciones críticas sobre el «marxismo-leninismo», intentando socializar argumentos y esclarecer. En los últimos tres años, algunos profesores de la Universidad de La Habana, interesados en ofrecer argumentos para decisiones impostergables de naturaleza académica, hemos insistido otra vez, realizando acciones al respecto, y publicado algunos textos que contribuyen a esclarecer este asunto. Y es que ese diagnóstico crítico elaborado por la tradición marxista, estaba listo desde fines de los años 20 del siglo XX.
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