El empleo de las más burdas mentiras es uno de los caracteres propios del Imperialismo. Eso ya se sabe: mentiras que pueden llegar hasta extremos como la recientemente difundida, con usual (no inusitada) desvergüenza, y que afirma la existencia de una presunta «gran fortuna de Fidel Castro». Esta última es, en realidad, una mentira más […]
El empleo de las más burdas mentiras es uno de los caracteres propios del Imperialismo. Eso ya se sabe: mentiras que pueden llegar hasta extremos como la recientemente difundida, con usual (no inusitada) desvergüenza, y que afirma la existencia de una presunta «gran fortuna de Fidel Castro». Esta última es, en realidad, una mentira más -una agresión periodística más- contra Cuba, esta vez toscamente elaborada en el laboratorio-cuartel del señor Forbes, de quien Atilio Borón nos ha procurado recientemente un expresivo retrato, y pertenece a la misma índole, aunque con mucho más pequeña -mínima- envergadura, de la que el presidente Bush y sus huestes esgrimieron contra Irak para «justificar» su agresión y destrucción, a propósito de la existencia de unas inexistentes «armas de destrucción masiva». (En un próximo y pequeño trabajo trataré de hacer ver que la mentira de alta intensidad es una de las más usadas «armas de destrucción masiva» del Imperialismo, de efectos muy nocivos sobre la salud espiritual de la Humanidad; cada mentira en su lugar y con sus propios caracteres y conscuencias).
En el caso de Fidel Castro, quienes hemos seguido atentamente aquel proceso revolucionario rechazamos, desde luego, que haya ni siquiera un mínimo de realidad en esa mentira, y renovamos nuestra admiración y nuestro modesto apoyo a su figura. Fidel Castro es, ciertamente, un hombre muy rico, tanto en la admiración y el amor de su pueblo como en el ciego odio de sus enemigos, expresado en los muchos atentados que ha sufrido durante su vida, el último de los cuales ha sido éste.