Publicamos hoy la segunda entrega del análisis de Alfonso Sastre sobre la memoria histórica, que se corresponde con el texto ampliado del que fue leído en Cortes, Nafarroa, el 1 de noviembre de este año, en el Homenaje a los Fusilados por defender las ideas de Paz, Justicia y Libertad. En él, el autor diserta […]
Publicamos hoy la segunda entrega del análisis de Alfonso Sastre sobre la memoria histórica, que se corresponde con el texto ampliado del que fue leído en Cortes, Nafarroa, el 1 de noviembre de este año, en el Homenaje a los Fusilados por defender las ideas de Paz, Justicia y Libertad. En él, el autor diserta sobre la legitimidad compartida por quienes desean exhumar los restos de familiares muertos por la represión franquista y por aquéllos que abogan por lo contrario.
Continuamos, pues. Por parte del bando republicano, dice Eceolaza -a quien citamos en el artículo anterior por su escrito «Lo público de la memoria», aparecido en la revista «Página Abierta»- que se dio muerte a unas 70.000 personas , y que el franquismo «asesinó a unas 100.000». «Pero es que -sigue Eceolaza con muy buen sentido- tras la guerra civil, pudiendo aplicar la paz, el régimen franquista impuso su victoria. Más de 192.000 personas fueron fusiladas y cerca de 4.000 más murieron de enfermedad en los campos de trabajo o en las prisiones».
Según el autor de este artículo -y nosotros suscribimos sus palabras, sobre la base de nuestros propios recuerdos y otras lecturas-, se pueden diferenciar tres etapas en este horror franquista que hoy se trata de recordar: 1.- La guerra, desde Julio de 1936 hasta febrero de 1937. 2.- La de los «Consejos de Guerra Sumarísimos de Urgencia», desde marzo de 1937 hasta principios de 1945. 3.- La de la represión «contra los guerrilleros y sus colaboradores», que se prolongó «hasta mediados de los años 50».
Creo que está muy bien, en suma, todo lo que se haga a favor de una memoria histórica, y es cierto también que no podemos descansar cediendo esa responsabilidad a la existencia actual de más prótesis de la memoria que en otros tiempos, cuando la memoria se recogía sólo en los libros y, más tarde, en los periódicos. Me refiero a esas más recientes prótesis, pero algunas ya no tan recientes, como la fotografía y el cine, y dentro del cine el movimiento documentalista, hoy enriquecido, las grabaciones primitivas («archivos de la palabra») y hoy magnetofónicas, etc.
Ésas son herramientas y lo importante, a estos efectos, es el pensamiento que las anima y las correspondientes acciones sociales y políticas que se ponen en marcha; pues es preciso decidir el uso de esas herramientas en un sentido o en otro y para acordarse de unas u otras cosas y con tal o cual objetivo, definido, para que sea válido, por un pensamiento «a la altura de los tiempos», como decía Ortega y Gasset.
Este tema que hoy nos ocupa es, a poco que se analice, una triple cuestión: 1.- Una cuestión pública (política). 2.- Una cuestión privada (individual). 3.- Una cuestión filosófico-social (cultural, histórica). Visto así, puede entrar en la escena de nuestra reflexión, por fin, la calavera de Federico García Lorca, mencionada en el título. Ella nos refiere a las cuestiones que acabamos de enunciar, y especialmente a lo que de cuestión privada, individual, hay en esta inquietud. Concretamente me refiero ahora a la discusión a favor o en contra de las exhumaciones.
Yo me detengo respetuosamente ante esta dimensión del problema, en el que todas las personas implicadas tienen razón: tanto las partidarias de las exhumaciones como las que no las desean (así la familia de García Lorca, que no tiene interés alguno en ver la calavera del poeta). Dejemos a un lado el gran abolengo histórico y cultural de las inhumaciones rituales de los muertos, que dieron un carácter especial al fenómeno humano en relación con las otras especies animales, hasta el punto de que la palabra «humano» tendría su origen en el hecho de que los seres luego llamados humanos eran animales especiales y que se diferenciaban de los demás en que éstos enterraban (humus) a sus muertos.
Para para la familia de García Lorca, según he leído, no lleva a parte alguna remover y sacar de la tierra su cadáver; porque, además, su memoria como poeta está en todas partes. Ello es razonable. Pero también debemos pensar en las familias de aquel banderillero o de aquel maestro de escuela o de las otras personas anónimas que fueron asesinadas en aquella ocasión, y hacernos cargo de sus respectivas culturas, creencias y tradiciones. Es seguro que para algunos familiares o descendientes de aquellas personas asesinadas «falta algo».
Ellas fueron enterradas como perros callejeros y sus descendientes quieren, ¡al fin!, exaltar de algún modo su recuerdo rindiéndoles el homenaje ritual que suele dispensarse a los muertos cuando son enterrados. Este deseo no es algo desdeñable. Yo, que no creo en los rituales religiosos o civiles, ni los practico, estoy con ellos en su reclamación. Hoy el nieto de un asesinado en Ciudad Rodrigo (Salamanca), donde los franquistas asesinaron a 110 hombres y a 2 mujeres, me cuenta en una carta que él reclama y reivindica la digna memoria de su abuelo. Su nieto se llama Víctor Criado y ha escrito un bello texto en su memoria. Hay muchos nietos de asesinados, que no llegaron a conocer a sus abuelos, y que hoy están en este movimiento. ¡Es un bello triunfo de la memoria contra el olvido!
Aquí, en Cortes, donde se celebra este encuentro al que no puedo asistir desgraciadamente, y para el que yo estoy escribiendo estas palabras, el crimen tiene su propia historia. Podría decirse que cada pueblo es una historia, y que es preciso establecer la magnitud de lo sucedido durante aquellos años. También podemos recordar que precisamente en Nafarroa se produjo, que yo sepa, el primer movimiento importante (Altafalla, José María Esparza) por la dilucidación de los crímenes del franquismo; un aspecto, éste de la aclaración de los hechos y no sólo del establecimiento de su cuantía, es muy importante y forma parte de la complejidad de este movimiento, al que nosotros auguramos felices resultados, que serán buenos sobre todo para el establecimiento de una verdadera paz.
De momento es muy de notar la enorme diferencia que hay entre estos grupos interesados por contribuir a la memoria histórica y las actuales «asociaciones de víctimas del terrorismo», convertidas en ocultos partidos políticos de ultraderecha que luchan, sobre todo, contra todo asomo de paz en estos sufridos territorios.
En una entrega posterior añadiremos una especie de apéndice que adquiere la forma de un tercer artículo y que no fue leído, porque está escrito después, en el Homenaje de Cortes que se citó al principio. En él trataremos de ampliar algo que hemos dicho aquí sobre lo que fue la «memoria» franquista de los hechos y que no es hora de replantear en los actuales movimientos, puesto que está planteada y replanteada durante el franquismo de las más diversas y muchas veces desaforadas formas en las que las ideas republicanas aparecen como la expresión propia de unos seres intrínsecamente malvados y sedientos de sangre.
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