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Reseña de la película “Gomorra”, de Matteo Garrone

¿Sociedad mafiosa o lucha de clases?

Fuentes: Rebelión

En una parte de la región de Nápoles, escribía Roberto Saviano en el libro «Gomorra» (2006), la imagen de un vertedero, un barranco o una cantera representaban un peligro mortal para quienes vivían en el entorno. Cuando los vertederos están a punto de colmatarse, se prende fuego a los residuos. Es el triángulo, decía Saviano […]

En una parte de la región de Nápoles, escribía Roberto Saviano en el libro «Gomorra» (2006), la imagen de un vertedero, un barranco o una cantera representaban un peligro mortal para quienes vivían en el entorno. Cuando los vertederos están a punto de colmatarse, se prende fuego a los residuos. Es el triángulo, decía Saviano en 2006, Giugliano-Villaricca-Qualiano. De los 39 vertederos, 27 contenían residuos peligrosos. En el periodo 1990-2006, la ventaja para las empresas que operaban con gestores de residuos de la Camorra era de unos 500 millones de euros. La denuncia de estos hechos, en un libro publicado en 52 países en los que se han vendido más de 10 millones de ejemplares, forzó a Roberto Saviano a una vida clandestina ante las amenazas de la Camorra.

Dos años después de la edición del libro, Matteo Garrone dirigió una película de 135 minutos, producida por Fandango, en la que propuso una trama de «microhistorias», un relato complejo y poliédrico, en el que las mafias a diferente escala actuaban como motor. En una película galardonada con más de una veintena de premios internacionales, «Gomorra, Matteo Garrone plantea una narración pausada, morosa, aunque interrumpida con oportunos golpes de efecto. Pero sobre todo, una mirada en múltiples perspectivas que exige al espectador un esfuerzo para la comprensión cabal de la película.

El filme puede observarse, de hecho, como la polaridad entre los empresarios de la Camorra que se lucran con los macrovertederos, y los adolescentes «lumpen», que en barrios depauperados se apoderan de armas o se acuestan con prostitutas; o como un retícula de mafias que se enfrentan, operan cada una en su ámbito y se reparten campos de influencia; o como el hilo de las historias de personajes, que se suspenden y luego retoman (don Ciro, un mafioso decadente; o Totó, joven que no tiene más remedio que colaborar en un asesinato; también Pasquale, quien adiestra a las trabajadoras chinas de los talleres clandestinos del textil). Toda esta mezcla de tramas y perspectivas el autor las resuelve de manera acertada, con un ritmo adecuado que permite asimilar las interconexiones. Además los pequeños relatos cobran sentido en la síntesis global.

Una primera historia, ambientada en un paisaje urbano desolador, es la de los jóvenes Marco y Ciro. Una mirada simple los ubicaría el estrato más bajo de la sociedad «mafiosa», se fijaría sin más en su actividad como delincuentes. Pero son también los hijos de la exclusión, que asaltan con las armas a otros jóvenes en una bolera y con el dinero entran en una casa de prostitución. «Necesito disparar, no puedo más…», dice uno de ellos antes de ponerse a disparar al vacío con un fusil, como si atacara a pandilleros colombianos.

El papel de los dos adolescentes puede interpretarse como el de dos intrusos incómodos, al que el cártel de mafiosos decide quitarse de en medio -de manera casi displicente, jugando a las cartas- cuando se apropian de un alijo de armas. Pero también son criaturas de un entorno machacado por el «Sistema» (expresión de Saviano), que mueren después de una emboscada. Una excavadora -icono de las grandes canteras, donde se depositan los residuos peligrosos y culminan negocios lucrativos- conduce sus restos al mar. Son hijos de las batallas entre pandillas, en un ambiente parecido al que narra Loach sobre el proletariado británico.

«El vertedero hay que hacerlo, pero bien hecho, para que los de Medio Ambiente no nos toquen las narices», afirma uno de los empresarios (Franco) en medio del solar. Busca las canteras idóneas para cerrar los contratos y almacenar los residuos. Trajeado y con la flema de hombre de éxito, representa el estrato más alto de una sociedad atravesada por las mafias. Es el contrapunto de las pandillas «lumpen», la encarnación perfecta de la lucha de clases. Cuando los trabajadores le reclaman una ambulancia por un accidente laboral, trata de recurrir a los empleados inmigrantes y, en su defecto, a menores para que conduzcan los camiones. Éste hombre sin escrúpulos negocia más solares con un anciano que agoniza en la cama, con el fin de «poner en valor» -en el negocio de los residuos- las nuevas propiedades. La vileza del personaje parecería de una pieza. Sin embargo, Matteo Garrone lo colorea de matices y presenta su villanía en pequeñas dosis, intercaladas entre el resto de historias.

Y es algo más que un personaje de ficción. El mismo año que se estrenó el filme, Roberto Saviano recordaba en un artículo de La Repubblica: «Ellos que, para la eliminación de vertidos tóxicos han conseguido cobrar en una única operación hasta 800 millones de euros, y han embutido nuestra tierra de venenos hasta el punto de aumentar en un 24% la existencia de determinados tumores; y en un 84% las malformaciones congénitas». El Observatorio Epidemiológico de Campania señalaba una media de 7.172 muertes anuales debidas a tumores en la región.

En el libro «Gomorra», un reportaje de investigación de más de 300 páginas, el autor cita un sinfín de personajes y escándalos. El clan de los Casalesi, uno de tantos, extendió sus bienes por la provincia. Sólo los inmuebles embargados por la Dirección Antimafia (DDA) de Nápoles en los últimos años (la primera edición del libro es de 2008), suponían 750 millones de euros. En el llamado proceso «Espartaco», apunta Saviano, se embargaron 199 edificios, 52 terrenos, 14 sociedades, 12 automóviles y tres embarcaciones. Mazazos, pérdidas y embargos que hubieran arruinado a cualquier empresa menos al cártel de los Casalesi.

El resto es la base que sustenta a la cima de la pirámide social. En la película de Garrone, jóvenes que «menudean» con cocaína, todo tipo de redes clientelares en barrios degradados, guerra de bandas en el inframundo obrero, clanes que marcan el territorio y utilizan a menores para el trapicheo. Y la disputa por el ascenso en esta sociedad paralela («pero si él es el que manda, también podemos mandar nosotros (…); vamos a hacernos una raya delante de sus narices (…); el tío es una foca de mierda».

A veces en la película aparecen raptos de dignidad. En uno de los «picos» dramáticos de «Gomorra», Roberto deja plantado al volante, en medio de la carretera, al capo (Franco). En un ejemplo de ética y coraje, renuncia al puesto de trabajo. La reacción del jefe, crispada, resume perfectamente muchos de los discursos empresariales: «¿Sabes cuántos empleos se han salvado por el dinero que las empresas se han ahorrado conmigo? Resolvemos problemas que han creado otros». Dice que él no crea el plomo ni los metales (que se vuelcan en los macrovertederos). «Corre y vete a hacer pizzas, pero no pienses que eres mejor que yo». ¿Entereza y coherencia en unos valores del personaje (Roberto) o manifestación de la lucha de clases?

En el otro extremo, batidas policiales, empleadas chinas laborando en el textil para las mafias (hay que hacer las piezas «con amor y sentimiento», les dice el capataz); un patético capo, don Ciro, que ya sin poder (ni siquiera puede evitar el desahucio de una madre) recibe una golpiza de otros mafiosos; disparos a bocajarro; un grupo de adolescentes que le explican a otro sin levantar la voz: «antes éramos amigos, pero ahora enemigos; si no te vienes con nosotros vendremos a matarte: esto es una guerra». Jóvenes que entregan a la moda y a la música comercial; batallas con armas por el control de los barrios; y algunas frases sueltas que remiten a singulares códigos: «las mujeres no se tocan» y «yo no mato a inocentes».

Pistolas y guerra por la supervivencia. Ni siquiera a los menores les queda un atisbo de libertad en la jungla urbana. A Toto lo utilizan como señuelo para el asesinato de María. No importa que alegue: «Ella no ha podido ser». Se ha dictado sentencia, a la que sigue una pregunta retórica: «¿Estás con nosotros o contra nosotros? Si estás contra nosotros, que somos quienes pensamos, no sales de aquí». «Tienes que traer dinero, si no morirás», le dicen también otros mafiosos a un melancólico don Ciro. Pero tras un asalto violento, mueren todos menos él…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.