En 2019 Will Kymlicka reflexionaba en un texto publicado por New statsment (1) sobre por qué consideraba a los defensores de los animales los “huérfanos de la izquierda”. En ese texto, Kymlicka definía de modo amplio el objetivo de los diferentes proyectos de izquierdas como la protección de los vulnerables frente a la explotación de los poderosos. Es por ello que agradezco enormemente a Viento Sur por ofrecer este espacio y a Juanjo Álvarez por tratar el tema en su libro De animales y clases, porque gracias a ellos somos un poco menos huérfanos.
Con todo lo que sabemos hoy sobre la sensibilidad, capacidad cognitiva, complejidad de sus relaciones y de la capacidad comunicativa de los animales (asunto sobre el que reflexionaba Nuria del Viso en esta misma casa (2), resulta difícil argumentar por qué los animales no deberían estar incluidos dentro de ese proyecto amplio de las izquierdas. A día de hoy además, para poder pensar en la protección de los vulnerables es imprescindible hacerlo en el marco de la crisis ecosocial que atravesamos, dado que pone en riesgo la existencia de todos los habitantes del planeta, y esto no se puede hacer sin una mirada anticapitalista, puesto que ha sido esta forma de actividad productiva y organizativa humana la que ha provocado la crisis ecológica en la que nos encontramos. El capitalismo, que nos trata a todos, animales humanos y animales no humanos, como recursos de usar y tirar con el único objetivo de la acumulación de beneficio y crecimiento infinito, es el que está devastando los ecosistemas en los que viven los animales salvajes y que sustentan toda forma de vida en el planeta, también la nuestra. Esta crisis ecosocial (que incluye el cambio climático pero también otras facetas relacionadas, como por ejemplo la sexta extinción de especies) es el mayor reto al que nos hemos enfrentado históricamente, y afecta también a los animales.
Compartimos planeta con el resto de especies animales y, como decía Greta Thunberg, nuestra casa, que es la suya también, está en llamas, por lo que el ecologismo y el anticapitalismo necesitan de una mirada animalista para ser verdaderamente justos, ya que los humanos (aunque no todos por igual) hemos sido el motor de esta devastación y sobre todo, somos los únicos capaces de organizar medidas para frenarla.
Es indispensable que el animalismo, en la situación actual, incluya una perspectiva ecologista y sobre la protección de ecosistemas porque dentro de las condiciones mínimas para garantizar una vida digna para los animales es requisito innegociable (como para los humanos) que el planeta sea habitable.
El capitalismo es poderoso y hace falta una articulación social amplia en torno a objetivos en común, se necesitan coaliciones y alianzas frente al sistema que pone en riesgo la supervivencia de todos. Con todo lo que sabemos hoy, la punta de lanza de esas luchas en común y de los objetivos que pueden compartir tanto el movimiento animalista como el ecologista debería ser la industria ganadera. El devastador impacto medioambiental de la ganadería es ampliamente conocido desde que en 2006 la FAO lanzó el informe “La larga sombra del ganado” (3), y desde entonces no ha parado de acumularse información sobre ello. En terreno patrio, el Ministerio de Consumo emitió este mismo año un informe (4) sobre el impacto de los consumos de los españoles, siendo la alimentación el área que mayor impacto produce, y siendo lo que dispara ese impacto en gran medida el consumo de carne.
Pero no se puede olvidar que las víctimas directas de esta industria que indirectamente nos está perjudicando a todos (humanos, ecosistemas, animales salvajes) son los animales considerados de consumo. Si como anticapitalistas ponemos la mirada sobre la propiedad privada y la mercantilización de la vida es difícil no cuestionar la mercantilización, una de las más brutales, que sufren estos animales, cuya vida es arrebatada para despiezar y convertir sus propios cuerpos en productos consumibles.
Y los animales no son los únicos explotados por esta industria ya que se necesitan trabajadores para mantenerla funcionando, fundamentalmente en los mataderos (5). Es sorprendente que estos sean tan frecuentemente olvidados a la hora de pensar en una transición justa para trabajadores de industrias de gran impacto ecológico que es necesario replantear para abordar la crisis ecosocial. Más aún siendo además esta una industria donde trabajan en condiciones mucho más precarias que otras como la automovilística, no solo en cuanto a condiciones económicas, horarias, etc., sino incluso en cuanto a su propia seguridad vital, trabajando a velocidades vertiginosas con cuchillos e instrumentos cortantes para poder mantener el ritmo exigido de producción. Estas condiciones podrían ser mejorables, incluso dignas, en otro sistema que no priorizase el beneficio por encima de todo, pero hay una característica indisoluble del trabajo realizado en los mataderos, y es que, como su propio nombre indica, consiste en matar. Se mata a animales que quieren vivir, están asustados y se resisten, y eso tiene un impacto psicológico y emocional sobre quien se ve abocado a realizar esa tarea que no se puede disociar de ese trabajo por mucho que mejorasen las condiciones en las que se realizan. Se trata, por todo lo anteriormente mencionado, de un sector de trabajadores especialmente vulnerable, siendo en muchos casos migrantes, en ocasiones irregulares, y en general trabajadores que tienen difícil acceder a otros empleos y es por eso que tienen que aceptar las penosas condiciones del trabajo en mataderos. Cualquier plan de transición ecosocial verdaderamente justa, con la mirada en los ecosistemas, los animales y los trabajadores, debería poder plantear salidas para esta industria.
Con todo lo anterior, y aunque los argumentos morales y éticos para oponerse a la explotación animal son legítimos, dada la urgencia con la que tenemos que acometer cambios a gran escala para enfrentar la emergencia ecosocial, es necesario pensar en medidas políticas y colectivas en la lucha contra la industria ganadera. Hay algunas vías ya señaladas en ese sentido, como el cuestionamiento de las millonarias subvenciones públicas por parte de la UE a la ganadería industrial (6) o la promoción (hasta hora no solo inexistente sino incluso penalizada como elección) de las dietas vegetales en instituciones públicas. Pero esto no es incompatible con los cambios individuales, ya que sí queremos conseguir transformaciones en el modelo alimentario general, estas van a repercutir necesariamente en nuestros hábitos. Aunque las medidas individuales nunca deberían sustituir a las políticas y colectivas, el cambio de hábitos puede favorecer la normalización de dietas vegetales a nivel sociocultural, puede mitigar la impotencia y el desvalimiento frente a la emergencia ecológica otorgando un papel activo frente a una de las áreas en las que el impacto individual es mayor (7), mientras se favorece el cuestionamiento y la conversación social al respecto de la explotación animal.
Por terminar, el valor fundamental en el que apuntalar una transición ecosocial verdaderamente justa es la solidaridad, y no sería lícito negársela al resto de habitantes de otras especies de este planeta en riesgo, que, como decía Kymlicka, también merecen la consideración de las izquierdas frente a la explotación de los poderosos.
Notas:
(2) https://vientosur.info/sirve-mantener-la-idea-de-excepcionalidad-humana-en-el-antropoceno/
(3) https://www.fao.org/3/a0701s/a0701s.pdf
(5) https://vientosur.info/acabar-con-las-macrogranjas-como-palanca-ecosocialista/
Sara Hernández es activista social
Fuente: https://vientosur.info/solidaridad-interespecies-para-una-transicion-justa/