La agricultura depende del petróleo y gas La agricultura y ganadería depende cada vez más de recursos energéticos ajenos -petróleo y gas natural- para el cultivo, fertilizantes, pesticidas, riego, manufacturación y transporte, además, los cultivos intensivos y extensivos incrementan el consumo y dependencia energética. La producción se aleja de los consumidores haciendo necesario su […]
La agricultura depende del petróleo y gas
La agricultura y ganadería depende cada vez más de recursos energéticos ajenos -petróleo y gas natural- para el cultivo, fertilizantes, pesticidas, riego, manufacturación y transporte, además, los cultivos intensivos y extensivos incrementan el consumo y dependencia energética. La producción se aleja de los consumidores haciendo necesario su transporte a miles de kilómetros lo que disminuye el rendimiento energético: para producir y llevar una caloría a la mesa se gasta más energía en su proceso que la que nos aporta, por esta razón -entre otras- el modelo agrícola es insostenible. Si a todo esto añadimos que los nutrientes, agua y demás recursos están sobre explotados y que hasta el modelo agrícola -como gran consumidor de energía- se suma al cambio climático, el futuro es aún menos halagüeño.
La industrialización y derroche energético desplazó al modelo tradicional de cultivo y cría provocando, de este modo, que fuera abandonado junto con el modelo social y cultural en el que se desarrollaba, pero, no se trata de añorar tiempos pasados. La cuestión es que el modelo tradicional fue tirado por la borda y este nuevo modelo agrícola y ganadero, al que acompañan otros problemas, no es sostenible ni rentable energéticamente; tampoco resuelve ni garantiza la calidad ni el abastecimiento alimentario que depende de otros factores y de decisiones políticas tomadas a mayor distancia aún que los alimentos que consumimos llegados de cultivos cosechados a miles de kilómetros. Dicho con mayor contundencia, nuestra agricultura y ganadería depende enteramente del petróleo y gas, el agotamiento (o escasez) de estas energías supondrá el colapso de la agricultura y de la ganadería de la que nos alimentamos.
Los agrocombustibles agravan la situación y los tansgénicos consumen todavía más recursos, aparte de otros problemas.
El Gobierno regional de Asturias (sirva de ejemplo de lo que sucede en otras comunidades), ajeno a lo anterior, mete despectivamente en el saco de la Consejería de Medio Ambiente y Desarrollo Rural a toda la Agricultura, Ganadería y Pesca que con 300 km de costa, mientras que en el mismo saco que los productos, van los trabajadores del campo y su futuro. En este modelo político y antisocial sólo las obras faraónicas con inversiones millonarias cuentan, pero no el día a día y lo que puede dar trabajo, futuro y productos tangibles para beneficio local, regional y general, ahora toca comer y alimentarse con cemento, ladrillos y negocios rápidos que es lo que este Gobierno lleva tiempo sembrando y renunciando así al pasado agrícola -a sus raíces- y a un futuro equilibrado, saludable y sostenible aunque después de tantos despropósitos uno más no causa alarma.
Lo que debiera ser una ordenación agrícola y ganadera saneada queda a la deriva, sin tener presente ni futuro como si pudiéramos sobrevivir insolidariamente tirando cada uno por un lado y dejando la planificación a felices ocurrencias aisladas o, lo que es más probable, al pillaje y al oportunismo. La labor de coordinación y de apoyo del Gobierno, que para eso está y para eso cobra, brilla por su ausencia y por su dejadez.
En los tres sectores mencionados, agricultura, ganadería y pesca, las labores de investigación, promoción, desarrollo, orientación, apoyo, subvenciones, etc. y los correspondientes laboratorios, granjas, criaderos, etc. se supone funcionan gratuita y automáticamente sin más, a juzgar por la escasa planificación que el gobierno les dedica y camuflándolos en una consejería que ni siquiera el nombre les representa. Para comprobar el abandono de estos sectores basta con acercarse a cualquier comercio y ver que una buena parte de los productos agrícolas tradicionales proceden de lugares a miles de kilómetros sin que sean precisamente especies exóticas, sino tan familiares y cotidianas como las patatas, manzanas (incluso las de sidra), nueces, maíz, legumbres (incluidas las de la fabada), etc. o ver como muchos pueblos y haciendas que hace unas décadas tenían vida quedaron deshabitados.
Pero, nada fue casual, la concentración escolar impuesta haciendo desparecer ese referente de cultura, el cierre de los mercados en las ciudades (sustituidos por superficies comerciales) que propiciaban la venta directa y otras dificultades que no se resolvieron en su momento hicieron el resto. Los presupuestos y el dinero abundaron para lo inmediato, lo especulativo y lo superfluo pero se relegaron de un plumazo las áreas agrícolas y su entorno.
Queda ahora por pagar la factura del cambio climático y la del deterioro ecológico causado para volver, necesariamente, a un modelo económico respetuoso con los limitados recursos de la naturaleza y recuperar un modelo social y económico agrario sostenible; ahora, por la buenas, con una estudiada planificación o, en no mucho tiempo, por las malas pero con una gravísima crisis alimentaria en cuanto escasee el petróleo y gas. La cuestión es: ¿Están nuestros políticos por la labor? No, en absoluto, ni tampoco el modelo de democracia impuesta.