Queridos compatriotas. Amigos de todo el mundo: Una vez más, la mascarilla judicial de la sociedad más hipócrita jamás erigida se deshace, dejando al descubierto el rostro verdadero del imperialismo norteamericano y abofeteando la conciencia del mundo con un cínico mensaje: No serán sus propias leyes las que les impidan garantizar la impunidad a sus […]
Queridos compatriotas. Amigos de todo el mundo:
Una vez más, la mascarilla judicial de la sociedad más hipócrita jamás erigida se deshace, dejando al descubierto el rostro verdadero del imperialismo norteamericano y abofeteando la conciencia del mundo con un cínico mensaje: No serán sus propias leyes las que les impidan garantizar la impunidad a sus terroristas.
No ha tomado mucho para que comprendamos lo que en el argot del establishment norteamericano significa -al menos cuando se trata de Cuba- la palabra cambio. La madeja de crímenes, genocidios, arrogancia y bajezas sobre la que se ha tejido la psiquis de este imperio no se desenredará por la elección de un carismático presidente, oportunamente sacado de entre un sector aun oprimido del pueblo norteamericano. Para nosotros cinco, sometidos a más de una década de ensañamiento ruin y cobarde, no es más que la reiteración de una familiar moraleja: No importa cuan bajo hayan podido caer nuestros captores, ellos siempre podrán demostrarnos su infinita capacidad de rebajarse aun más.
Para nosotros y para nuestras familias, ya cualquier momento sería demasiado tarde para recibir justicia. También lo será para los pueblos nativos diezmados; para los países cuyos territorios han sido usurpados; para los millones de seres humanos incinerados vivos por bombas incendiarias, o desaparecidos por dictaduras cómplices, o torturados bajo la asesoría de oficiales yankees, o masacrados alrededor del mundo por apetencias corporativas. Es demasiado tarde para hacer justicia a las miles de víctimas del terrorismo contra Cuba; terrorismo cuya prevención es nuestro imperdonable crimen.
Frente a esos millones de víctimas; niños inocentes de todas las edades; ciudadanos de todas las razas y credos convertidos, bajo las más disímiles y ordinarias circunstancias, en daños colaterales; seres humanos privados del elemental derecho a la vida en la seguridad de sus hogares, en el seno de sus familias o arrancados abruptamente y sin aviso a la cotidianeidad; nosotros cinco somos afortunados. Somos cinco soldados, ocupantes conscientes y orgullosos de una trinchera, que hemos escogido levantarnos por algo antes que caer por nada, espejo vivo de la moral de un pueblo en que el enemigo ve reflejados, lleno de impotencia y rabia, su falta de valores, su pobreza de espíritu, la fragilidad de su autoimagen y todas sus miserias. Somos cinco revolucionarios cubanos a los que no podrán doblegar jamás, y habrán de vivir cada día la humillación de ser incapaces de entender el porqué.
Para los pueblos de todo el mundo la desfachatez de este proceso es la reiteración de una vieja lección: Enfrentamos un imperio que no reparará en cualquier crimen, conque sólo calcule que se podrá salir con la suya. No habrá consideración ética o clamor universal que les haga detenerse, sólo el precio que les imponga la resistencia.
Para el pueblo de Cuba, al que va dirigido este nuevo acto de venganza, es otro llamado a cerrar filas, a no creer en apariencias, a esperar del agresor siempre lo peor, y a no cejar en la edificación de una sociedad en que la hipocresía, el revanchismo, la indignidad, la mentira y la cobardía que han impulsado un proceso como el nuestro estén bien lejos de ser, como lo son en el vecino imperio, virtudes ciudadanas.
Esa será la única medida de justicia digna de todas sus víctimas.
Hasta la Victoria Siempre.