En la Argentina, el 27 de abril del 2010, a las 19 horas, se realizará un encuentro de intelectuales y artistas en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini en el cual se le hará entrega de este documento con sus firmas al embajador de la República de Cuba en la Argentina, Aramís Fuente […]
En la Argentina, el 27 de abril del 2010, a las 19 horas, se realizará un encuentro de intelectuales y artistas en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini en el cual se le hará entrega de este documento con sus firmas al embajador de la República de Cuba en la Argentina, Aramís Fuente Hernández. Adhesiones a [email protected] Esta dirección de correo electrónico está protegida contra los robots de spam, necesita tener Javascript activado para poder verla y a [email protected]
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Uno de los rasgos que definen el momento actual de América Latina es la feroz contraofensiva lanzada por el gobierno de Estados Unidos para «normalizar» la situación de su patio trasero, radicalmente alterada desde finales del siglo pasado por la aparición de una serie de gobiernos progresistas y de izquierda en diversos países de la región. La primera manifestación desembozada de este contraataque imperial fue el apoyo otorgado por la Administración Bush al golpe de estado perpetrado en Venezuela en Abril del 2002, conjurado gracias a la movilización de los sectores populares que salieron a las calles a reclamar la reinstalación en el Palacio de Miraflores del legítimo presidente constitucional de ese país, Hugo Chávez Frías. La derrota sufrida en la cumbre presidencial de Mar del Plata de 2005, cuando aquellos gobiernos unieron fuerzas para derrotar al ALCA, el más importante proyecto estratégico de la Casa Blanca para esta parte del mundo en mucho tiempo, unida al fracaso de la aventura golpista en Venezuela ocasionaron el momentáneo abandono de este proyecto y alentaron las esperanzas de un cambio en la política de Washington hacia América Latina.
Sin embargo, en llamativa coincidencia con el anuncio de Brasilia acerca del descubrimiento de importantísimas reservas de petróleo en el litoral paulista el presidente Bush ordenó la reactivación de la IV Flota, que había permanecido desactivada desde 1950, un gesto beligerante que actualizaba la primacía de la estrategia desestabilizadora e intervencionista de la Casa Blanca. El cambio de gobierno y la asunción de Barack Obama no modificó en un ápice el curso belicista adoptado en los tramos finales de la Administración Bush sino que lo profundizó al firmar un tratado con el gobierno de Colombia autorizando la instalación de siete bases militares , -así como de cualquier otra que requiera- en dicho país, al convalidar el golpe de estado en Honduras y las fraudulentas elecciones que le siguieron, al aprovechar la tragedia del terremoto haitiano para desembarcar en ese sufrido país una fuerza de ocupación que asciende a unos veinte mil hombres y al desencadenar una impresionante campaña internacional en contra de Cuba, país que al no poder doblegar militarmente en Playa Girón ha sido sometido durante medio siglo a un devastador bloqueo que ha costado miles de vidas cubanas, enormes sufrimientos para su población y un perjuicio económico que ya equivale, en términos actuales, a dos planes Marshall.
Todos estos antecedentes son ignorados-¿a sabiendas o no?- por un grupo de personalidades que en fecha reciente han denunciado, con envidiable celo y una fenomenal ignorancia -o tal vez una enfermiza mala fe- la supuesta violación de los derechos humanos en Cuba. Su declaración fue promovida e impulsada por una organización íntimamente ligada a distintas instituciones de la derecha radical norteamericana, un ámbito poco propicio para desarrollar un enfoque mínimamente objetivo sobre un tema como el que preocupa a los firmantes. No sorprende, por lo tanto, que el resultado no sea otra cosa que una reiteración de los lugares comunes del discurso anticomunista de la Guerra Fría. En ella se reproducen fielmente el discurso intervencionista y desestabilizador del gobierno de Estados Unidos, mismo que luego es multiplicado por su amplia red global de «organizaciones no gubernamentales» amigas (financiadas casi todas ellas con dinero del gobierno norteamericano), la «prensa libre» de numerosos países (esa para la cual los continuos asesinatos de periodistas en Honduras no constituyen objeto de preocupación), y las fuerzas políticas democráticas del continente, que incluye no pocos personajes tradicionalmente complacientes con cuanto golpe de estado se haya ensayado en la región. Estos autoproclamados custodios de los derechos humanos, que ahora reclaman perentoriamente la liberación de todos los «prisioneros políticos» en Cuba, permanecieron en silencio ante el criminal bloqueo norteamericano, condenado por la casi totalidad de los países que constituyen la ONU, el genocidio perpetrado en Gaza, las masacres de los golpistas hondureños, las aberrantes violaciones de los derechos humanos en Estados Unidos, donde la tortura es admitida y legalizada, o ante las atrocidades cometidas por el gobierno de Álvaro Uribe en Colombia (que frenaron en el propio Congreso de Estados Unidos la ratificación del TLC entre ese país y Colombia). Callan también ante los atropellos a los derechos humanos que se producen en numerosos países de la región, desde la aplicación de la legislación antiterrorista para enfrentar los legítimos reclamos de las comunidades mapuches en Chile hasta la escandalosa situación que prevalece en las cárceles de nuestro continente y el persistente avance de la criminalización de la protesta social.
Pero ante la voz de orden del imperio se conjuran disciplinadamente para condenar a Cuba, haciendo caso omiso de que en este país los «disidentes» son, en su gran mayoría, personas que reciben directivas y dineros de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, todo lo cual está plenamente documentado e inclusive filmado. Se rasgan las vestiduras ante el tratamiento dado a personajes que la legislación vigente en cualquier país del mundo, comenzando por Estados Unidos y siguiendo por la Argentina, consideraría como «infames traidores a la patria» pero que Washington y sus epígonos entre nosotros no vacilan en calificar como sufridos «disidentes políticos» merecedores de su incondicional apoyo. Para los firmantes de esa declaración los derechos humanos y la política en general son cuestiones que pueden analizarse del mismo modo en que el matemático calcula las formas geométricas: para ellos no existe la historia, no hay lugar para pensar en las contingencias concretas de la coyuntura, y el hecho de Cuba estar asediada durante medio siglo por la mayor potencia militar e industrial del planeta es una nimiedad que para nada perturba su hipnótica contemplación de las inmutables esencias de los derechos humanos y la vida política. De ahí la inmoralidad de aplicar un doble rasero frente a esta situación: «olvido» en relación a lo que ocurre en Estados Unidos (entre otras cosas, las atrocidades cometidas a diario en Guantánamo o la injusta e ilegal condena a la que están sometidos los cinco luchadores antiterroristas cubanos) y una maniquea manipulación mediante la cual un mercenario al servicio de un agresor extranjero se convierte en un «disidente político». Inmoralidad en la cual incurre, dicho sea de paso, también el Parlamento Europeo al implicarse abiertamente en esta campaña anticubana.
Le asiste toda la razón a Silvio Rodríguez cuando en un reportaje reciente dijo que «a cada instante se habla peor de Cuba, la mayoría de las veces sin fundamentos, sólo porque lo desean los que pagan, los dueños de la llamada Gran Prensa y del 90 por ciento de Internet; los mismos sinvergüenzas que hace 50 años nos tienen bloqueados de todo, menos de su sacrosanta información.» Esos mismos sinvergüenzas y sus acólitos están renovando sus esfuerzos para acabar con la revolución cubana y si bien el bloqueo no explica la totalidad de los problemas y desafíos que atribulan a Cuba es completamente imposible comprenderlos y resolverlos sin remover ese factor fundamental. Para Cuba y para cualquier otro país que tuviera la desgracia de hallarse en una situación similar. Mal que le pese a la Casa Blanca, medio siglo de agresiones, sabotajes y bloqueos no hicieron otra cosa que agigantar la ejemplaridad de la revolución cubana. Una ejemplaridad que reposa firmemente sobre su internacionalismo solidario -manifestado en la ayuda ofrecida inclusive a las indefensas víctimas del Katrina en el propio corazón del imperio, que aún esperan la ayuda de Washington- así como su extraordinaria generosidad para enviar sus médicos, trabajadores sociales y toda clase de personal especializado allí donde sea necesario, en cualquier parte del mundo; o para hacer posible la derrota del racismo en Sudáfrica y abrir las puertas para la democratización de ese país; o su enorme contribución a la salud pública de los pueblos del mundo gracias a la labor de la Escuela Latinoamericana de Medicina, o a la lucha contra el analfabetismo, plaga que aún azota a nuestros países pero completamente erradicada en Cuba y, por extensión en Venezuela y Bolivia gracias a la ayuda de la primera.
Por todo lo anterior Cuba constituye un pésimo ejemplo para el imperio. De ahí que, en una iniciativa insólita, el propio gobierno de Estados Unidos haya diseñado en un documento oficial el plan para «acelerar el cambio de régimen en Cuba», eufemismo utilizado para no tener que decir que es un proyecto destinado a fomentar una sangrienta contrarrevolución. Para lograr ese objetivo no reparan en límites morales de ningún tipo, y la mentira y la difamación están a la orden del día, desde fomentar estrategias suicidas de huelgas de hambre hasta saturar las comunicaciones con toda clase de falsedades como las que estamos comentando. Lo hacen porque, tal como tal como lo asegura Evo Morales, «Cuba es un modelo en el mundo en cuestión de Derechos Humanos y solidaridad, por la ayuda que presta a otros países del mundo, en especial, a los más necesitados en áreas como la salud y la educación.» En pocas palabras, un mal ejemplo.
Por consiguiente, mal pueden autocalificarse como «progresistas» o de «izquierda» quienes prestan su nombre para avalar tamañas infamias e impiden, con su anacrónica mentalidad de la Guerra Fría, una genuina discusión sobre los déficits que, en materia de derechos humanos, justicia social y democracia afectan a los países latinoamericanos. Tampoco son dignos de ese nombre quienes reclaman de los gobiernos de la región que profundicen el castigo y los sufrimientos infligidos desde hace medio siglo a los cubanos. Deberían en cambio dirigir sus tan rotundas demandas al gobierno de los Estados Unidos, y exigirle, con la misma enjundia que ponen en descalificar a la víctima de sus agresiones, el inmediato levantamiento del bloqueo y el respeto a la autodeterminación del pueblo cubano.
Terminamos esta declaración reproduciendo dos preguntas de las muchas que Silvio Rodríguez hiciera en su debate epistolar con Carlos Montaner: «Si un huelguista de hambre exigiera que Obama levantara el bloqueo ¿lo apoyaría el Grupo Prisa? Si los miles de cubanos que perdimos familia en atentados de la CIA hiciéramos una carta de denuncia ¿la firmaría Carlos Alberto Montaner?» Agregamos nosotros: ¿la firmarían quienes reclaman la liberación de los «presos políticos» en Cuba?
Primeras firmas en solidaridad con Cuba:
Adolfo Pérez Esquivel, Osvaldo Bayer, Eduardo «Tato» Pavlovsky, David Viñas, León Rozichtner, Roberto «Tito» Cossa, Ignacio Ramonet, Atilio Borón, Horacio González, Carlos Slepoy, Norman Briski, Eduardo Grüner, Juan Carlos Junio, Juano Villafañe, Stella Calloni, Eduardo Aliverti, Guillermo Almeyra, Horacio López, Rubén Dri, Lorenzo Quinteros, Claudio Katz, Edgardo Form, Andrea Bonelli, Adolfo Aristarain, Jorge Testero, Ernesto Goldar, Diana Bellessi, Liliana Heer, Horacio Roca, Jorge Boccanera, Ingrid Pellicori, Manuel Callau, Herman Schiller, Pompeyo Audivert, Vicente Battista, Alejandra Ciriza, Carlos Groba, Cora Roca, León Pomer, Susana Aguad, Alfredo Bauer, Horacio Ballester, Vicente Muleiro, Paulina Vinderman, Jorge Dubatti, Marcos Silber, Raúl Rizzo, Ocatvio Getino, Aurelio Narvaja, Juan Carlos Romero, Marcelo Katz, Mary Sánchez, Mario Toer, Lilia Ferreyra, Héctor Poggiese, Carlos Girotti, Cristina Bejar, Vicente Zito Lema, Pablo Imen, Luis Pablo Giniger, Guillermo Wierzba, Daniel Freidemberg, Jaime Sorín, Tununa Mercado, Víctor Ego Ducrot, Silvia Maldonado, Luis Sanjurjo, Olga Cosentino, María Fiorentino, José Slimobich, Mariano Ugarte, Horacio Fontova, Gabriela Martínez Campos, Daniel Campione, Antoaneta Madjarova, Diego Kogan, Carlos Juárez Aldazábal, Néstor Kohan, Ana María Ramb, Ignacio Copani, Roberto Ibáñez, Alicia Digón, Alejandro Tarruella, Susana Cella, Carlos Aznarez, Juan Pablo Pérez, Bruno Di Benedetto, Carlos Gabetta, Jorge Ariel Madrazo, Gabily Anadon, Alejandro Kaufman, Juan Carlos Volnovich, Alberto Luis Ponzo, Betty Raiter, Raúl O. Artola, Héctor Oliboni, Hugo Alvarez, Héctor Puyo, Juan Torres, Américo Cristófalo, Beatriz Rajland, Isaac Eisen, Arnaldo D’ Ortona, Carolina Silvestre, Liliana Mabel Carpenzano, Graciela Daleo, Marcelo Mangone, Rogelio Ramos Signes, Miguel Gaya, María Frondizi, Néstor Sabatini, Martín Andrade, Piru Gabetta, Sergio De Matteo, Ruben Derils, Marcelo Pérez Cotten, Ricardo Capellano, Eduardo Lucita, Héctor Cesana, Sergio Pujol, Mario José Grabivker, Gustavo Tisocco, Omar Acha, Pablo Silva, Martha Goldín, Roberto Gómez, Omar López, Marita Foix, Sergio Kisielewsky, Pablo Ferández, Norberto Vilar, Sara Rosenberg, Daniel Randazzo, Marcelo Lo Pinto, Pablo Recepter, Pablo Ramos, Pablo Caruso, Tulio Galantini, Liliana Campazzo, Ariel Bignami, Mario Cura, Pedro Cazes Camarero, Eduardo Molinari, Leandro Valle, Ana Montes, Rolado Revaglietti, Pablo A. Bommaro, Eduardo Dalter, Roberto «Molo» Molinari, Irene Villagra, Daniel Mojica, Mirta Israel, Eduardo Garavaglia, Walter Alegre, Hugo Salerno, Adriana Colabella, Adriana Yurcovich, Alejandra Ciriza, Alejandro Turner, Alicia Dolores Martínez, Ana María Alvarez, Ana María Careaga, Andrea Andújar, Beinusz Szmukler, Carlos Ponce de León, Carlos Raimundi, Carmen Mónica Senger, Claudia Patricia Camba, Cristián Juan Bordón, Cristina Durmüller, Cristina Tubío, Daniel Guariglia, Daniel Medina, Daniel Santos da Costa, Diego Fabian Gandini…. (faltan agregar más firmas)
Adhesiones Internacionales:
Thiago de Mello (Brasil), Raúl Pérez Torres (Ecuador), Fernando Rendón (Colombia), Armando Arteaga (Perú), Luis E. Aguilera (Chile), Yvonne Zúñiga (Ecuador), Atilio Ducan Pérez da Cunha (Uruguay), Pablo Benítez (El Salvador), Alfonso Freire (Chile), Gabriel Jimenez Eman (Venezuela), William Osuna (Venezuela), Helder Gomes (Brasil), Luiz Marcos Gomes(Brasil), Robinson Salazar Pérez (México)……(faltan agregar más firmas internacionales)