Aníbal Martín, escritor, investigador y divulgador de las diferentes modalidades lingüísticas de Extremadura, mantiene un diálogo con El Salto Extremadura donde analiza los procesos de minorización cultural en la región, la evolución de sus distintas hablas y el futuro posible de las mismas.
Con el debate acerca de las hablas de Extremadura completamente
abierto tras aprobarse en la Asamblea de Extremadura el reconocimiento
de la lengua extremeña, el estremeñu, y el portugués rayano, y la
instancia al Gobierno regional del Partido Popular a declararlo
como Bien de Interés Cultural (BIC), profundizamos con Aníbal Martín en
la cuestión desde la mirada histórica, la cultural y la sociopolítica.
Aníbal Martín, de origen hurdano, traductor, estudioso y divulgador de
las modalidades lingüísticas extremeñas, cuenta con decenas de miles de
seguidores en redes sociales y es autor de Adunia; Relación necesariamente breve de todo lo que ya no existe; Por si vienen a juzgarnos; Yo hablo, ellas cantorin y La sombra del lobu, este último de reciente publicación.
¿Cuál era la hipótesis central que tratabas de explicar en Yo hablo, ellas cantorín?
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el estigma que sostiene que hay modos de hablar correctos e
incorrectos, acentos cerrados y acentos abiertos, que hay modalidades
lingüísticas que no son aptas para determinados foros de cultura. El
énfasis del libro va a dirigido en esa dirección y a señalar que,
luego, las personas, libres de estigma, decidan qué quieren hacer con
ese patrimonio lingüístico. La respuesta es colectiva y mi aportación
es mostrar que hay una literatura a principios del siglo XX que está
llena de textos.
Acabas de decir que tenemos que decidir qué hacemos con la lengua. ¿Qué quieres hacer tú con ella?
Quiero
que la gente que la habla hoy en día, ciñéndome a mi modalidad
lingüística de las Hurdes, la siga hablando y la transmita. Hay mucha
gente que la sabe hablar, pero hay que transmitirla; en ocasiones
caemos en el derrotismo viendo que hay cada vez menos personas que la
utilizan, estamos en un punto en que los hablantes son muy pocos y el
esfuerzo para que la transmitan tiene que ser muy grande. Ahí pongo el
énfasis, en la necesidad de usarla y transmitirla.
Las Hurdes son importantes en la construcción de tu relato. ¿De dónde arranca esa centralidad?
Parto
de ahí porque la mitad de mi familia es de ahí, ahí he pasado buena
parte de mi infancia y es ahí donde entro en contacto con modalidades
lingüísticas distintas del castellano, porque si mi familia materna del
entorno de Cáceres tenía algunos extremeñismos que se expresaban más o
menos en castellano, en mi familia paterna mi abuela no sabía
hablarlo; mi abuelo más o menos podía cambiar, pero mi abuela no tenía
otra forma de expresarse y a mi madre le costaba. Parto de Las Hurdes
porque hasta hace relativamente poco, 5 o 6 años, yo no sabía que su
habla se extendía más allá de la frontera de Las Hurdes, no sabía que
en Garrovillas, Torrejoncillo o el valle del Alagón se habla tan
parecido, porque a lo mejor en el instituto había algún chaval que era
de estos pueblos pero ya hablaba como estoy hablando ahora, no
hablábamos en la lengua del pueblo, así que he partido del habla de mi
pueblo y he ido generalizando, haciéndola más grande al comprender que
se hablaba así muy lejos de mi tierra.
¿Cuándo una lengua deja de estar oculta? ¿Cuándo es que se deja de “hablar mal”?
Yo,
hasta los 27 y 28 años, hablaba esta lengua en mi familia, comentaba
con mis amigos algunos aspectos de ello pero no le daba importancia
cultural. Me ayudó mucho a concienciarme de la importancia cultural el
vivir en Catalunya y conocer el aranés (que me recordaba a mi tierra, e
históricamente se les comparaba mucho en la prensa de principios del
siglo XX) y ver que una lengua poco extensa era cooficial en Catalunya
aunque no se hablara en toda la nación. Entonces comprendí que eso se
puede hacer, miraba hacia mi tierra y decía: “madre mía, nadie sabe
nada de cómo hablamos los hurdanos”. Yo lo hablaba y me decían que
sonaba como asturiano con acento andaluz y, peor aún, recuerdo uno de
mis primeros vídeos en que simplemente hablaba hurdano y se hizo
superviral porque nadie lo había oído, incluso había quién decía que
eso era inventado. Me sorprendía que gente del propio Cáceres no
hubiera escuchado nunca esta habla hurdana. Somos una comunidad
autónoma que no se escucha, es que hasta hace pocos años no se
escuchaba ni el acento, ni la prosodia extremeña del castellano, ni
nada de léxico. Vivir fuera me ayudó a mirar todo esto de otra manera y
decir que dábamos muy poco valor a nuestras hablas.
Extremadura es
periferia, pero también hay periferias dentro de Extremadura. En mi
caso, viniendo de fuera, me sorprendí de la variedad lingüística que
hay aquí y que no se conocía…
Extremadura
es una periferia, como has dicho, pero dentro hay periferias
lingüísticas como las hablas portuguesas de la raya, a fala, o el
hurdano. Lo curioso es que lo que hoy llamamos extremeño, el conjunto
de hablas con fuerte impronta astur-leonesa, no son tan periféricas. Se
extienden por amplias zonas de Extremadura. Hasta hace dos
generaciones se hablaba al norte del Tajo, entre los pastores del Guijo
de Santa Bárbara, al suroeste de Badajoz también… No, no era tan
periférica, se ha convertido en ello en muy poco tiempo, y la
escolarización de la generación de nuestros padres y abuelos tuvo que
ver con eso. La escolarización es maravillosa, pero para una lengua sin
respaldo institucional es el final, y esa es una de las cosas que ha
pasado aquí.
Trázanos un mapa lingüístico, territorial, humano y de variantes de las lenguas extremeñas…
Hoy
en día, en la mayor parte de Extremadura se habla lo que yo estoy
hablando aquí, español o castellano, otra cosa es lo que hablen los
abuelos. Todo lo que está al norte del Tajo y algunos pueblos del sur
como la gente mayor de Garrovillas, Navas de Madroño, parte de los
Ibores, Madroñera y algún otro pueblo… En toda esa parte la impronta
leonesa se ha mantenido hasta la generación de los abuelos de hoy en
día, e incluso en Las Hurdes hasta la de nuestros padres y la nuestra.
Mis primos que viven en el pueblo hablan hurdano, incluso yo no aprendo
a hablar estrictamente en castellano hasta los 12 o 13 años. Pa
que te hagas una ideína, yo quandu era pequeñu habrábamus assina, yo
quandu mi agüela dezía que teníamus que dil a no sé dóndi… Vos agüela
que querís, vos traigu algu? O sea, que habrábamus assín, luego ya me fui corrigiendo, me marché a Jarandilla que hablaban bastante en castellano…
¿Has dicho corregir?
Claro,
claro, de pequeño mi percepción era que había que corregir, que no
estaba aprendiendo otra lengua, sino que estaba corrigiendo la que
hablaba mal. Esa es la percepción que tiene todavía hoy mucha gente,
muchos extremeños, y es la que yo quiero combatir con Yo hablo, ellas cantorin,
quiero decir que no estamos hablando mal, sino hablando otra lengua.
Volviendo al mapa, tenemos también Olivenza, donde cada vez se pierde
más el portugués oliventino, las hablas de frontera en la alquerías de
Valencia de Alcántara, en El Pino… Yo cuento una anécdota en el
libro… El Pino es un alquería de Valencia de Alcántara, y Luis Rello,
que en 1927 se recorrió gran parte de las escuelas de España, llega a
este pueblo, a su escuela, con el alcalde, y ve que todos los niños
hablan una modalidad que él veía como portugués raro, y entonces
pregunta si todos esos niños hablaban de esta manera, y el alcalde le
contesta señalando a un niño que no hablaba así, porque era el hijo de
un guardia civil de fuera, y el alcalde se queda como cortado diciendo:
“ay madre no hablan español, no hablan cristiano”. A mí, cuando se
estudia portugués en Extremadura como una lengua extranjera me parece
una cosa peculiar, porque ¿cómo va a ser el portugués una lengua
extranjera aquí cuando hay lugares en Extremadura dónde se habla? Y no
por que hayan migrado portugueses, sino que se habla desde la propia
fundación de la Extremadura leonesa hace ocho siglos.
Luego, ya Firrera o Herrera de Alcántara tiene una modalidad de frontera, galaico-portuguesa; también está a fala (con sus tres variantes), y después, cuando te vas hacia el este de Extremadura y hacia el sur, son hablas más castellanas. Pero digamos que hay una cierta homogeneización lingüística hasta la generación de los abuelos, donde se podía percibir perfectamente que alguien era extremeño, aunque fuera del sur de Badajoz, frente a alguien de Sevilla. Eso se fue difuminando con la influencia cultural de Sevilla a partir de inicios del siglo XX.
¿Cuáles serían los hitos fundacionales de la reivindicación y el conocimiento lingüístico de las variedades extremeñas?
Durante
el Siglo de Oro, los pastores, en todas las obras de teatro, hablaban
variedades de astur-leones. La llamaban normalmente sayagués ―por una comarca del antiguo Reino de León que se llama Sayago― pero si el dramaturgo era extremeño lo que utilizaba era el astur-leonés ―o la modalidad de astur-leonés―
que se hablaba en Extremadura. Digamos que este es el primer momento
en que se empieza a utilizar de forma escrita y hablada de forma
abundante, pero cuesta mucho distinguirlo porque también estaba menos
distinguido el astur-leonés de Extremadura del de Asturies en el siglo
XVI que hoy en día. Luego, posteriormente, se emplea de forma muy
pasiva en algún texto… En el subtítulo de mi libro, que por algo se
llama “aventuras de un extremeño por los caminos de la diversidad
lingüística” hago un guiño a una novela de una mujer del siglo XVIII,
Clara Jara de Soto, murciana que vivía en Madrid, de las pocas mujeres
novelistas que hay en ese tiempo. La novela se llama El instruido en la corte y aventuras del extremeño
y va de un extremeño, el alcalde de Aljucén, que va a Madrid y al que
le pone muchas palabras extremeñas en su boca. Ahí tenemos otro momento
en que se utiliza, pero aún de forma pasiva.
Tenemos que irnos al nacimiento de los movimiento regionalistas, a Gabriel y Galán, Vicente Paredes, a finales del siglo XIX y principios del XX, que empiezan a escribir en estas modalidades. Hay dos oleadas, una primera de Gabriel y Galán, Vicente Paredes y Manuel Delgado de la zona de Plasencia. Ahí no sé si los primeros textos que hay en extremeño son de Gabriel y Galan o de este Vicente Paredes, arquitecto de Plasencia pero natural de Gargüera, porque el texto más antiguo que yo tengo recogido es anónimo, pero por el estilo yo creo que es de él. En cualquier caso, hay una primera oleada de escritores entre 1910 y 1920 que escriben en esta modalidad, y luego otra más fuerte en los años 30. La de los años 10-20 tiene un corte más costumbrista, incluso religioso. La de los años 30 viene de la mano del socialismo y uno de los escritores más prolíficos de esta época es Pedro Évole, que era el abuelo de Jordi Évole, el periodista, que fue alcalde de Garrovilla y tiene muchísimos textos en el diario del partido, que se llamaba Unión y Trabajo. Escribe muchos textos reivindicativos donde siempre pone hablando extremeño a los trabajadores que se quejan de las condiciones de trabajo frente a los amos que intentan hablar un poco más castellano pero también con muchos extremeñismos, y es muy interesante. Hay muchos autores que son alcaldes de la zona, todos socialistas, y que escriben en esta época. Por ejemplo Aurelio Santos, de Torrejoncillo, era otro de ellos. Ese es el segundo hito. Luego, ya en la democracia tenemos algunos autores como Alcón Olivera o Javier Feijóo. La cantidad de textos [en extremeño] que hay entre 1900 y 1930 es abrumadora, yo antes llevaba la cuenta y hay más de mil textos en prensa, solamente en Extremadura.
¿Crees
que la estructura productiva, las relaciones de producción y la
caracterización de la lucha de clases en Extremadura ha tenido algo que
ver con la minorización de las hablas extremeñas?
En
un inicio, no, porque precisamente entonces era la parte más
conservadora del regionalismo la que reproducía las hablas campesinas
con los cuadros de costumbres. Aunque simplemente fuera de una manera
descriptiva, intentaban utilizar estas modalidades. Gabriel y Galán fue
una persona bastante religiosa y Luis Chamizo tenía un perfil
conservador, pero es verdad que con las reivindicaciones sobre la
tierra de los años 30 ya no es el campesino el que habla así, ya “hablo
yo”, y ahí se empieza a politizar. La lengua no se ha empezado a
politizar antes de ayer, siempre ha sido algo político, pero
concretamente en España se comienza a politizar en los años 30, y ahí
entonces el escritor se pone hablar en extremeño en primera persona.
Esta es la novedad, porque como cuadro de costumbres es muy sencillo, pero en primera persona es más difícil. Entonces es cuando empieza a haber una reivindicación de la lengua por esa parte, pero luego esto no pasa a la transición. Ahí el abandono es total, no ha habido ningún movimiento político que se haya hecho eco en la democracia del patrimonio lingüístico; la minorización ha sido por parte de todos, no hay un culpable único. Ahora que, si nos quitamos de en medio la Guerra Civil y la dictadura, los que estaban a la vanguardia de hablar en extremeño en los años 30, en primera persona, de forma reivindicativa y plantados en que era su lengua, eran los socialistas del momento. Si hubiéramos seguido por esa senda otro gallo cantaría, pero en el caso de Extremadura el folklorismo fija a Gabriel y Galán, fija a Chamizo y se queda la lengua musealizada, como algo con lo que en cuatro festivales al año se recitan unos poemas o se bailan cuatro canciones folklóricas pero ya está muerta.
¿En estos procesos, cuál es el papel de la ruralidad?
La
figura del amo o el cacique frente al campesino o el obrero determina
enormemente el uso de la lengua; ya en esa época comentada se empieza a
oír cómo el cacique intenta imitar el castellano aunque no lo sepa
bien, porque al fin y al cabo son del pueblo pero intentan imitar las
formas más castellanas… Entonces, en la dictadura, cuando el amo y el
cacique tienen claro quiénes son los que tienen la cultura, intentan
culturizarse ―según su perspectiva―, o aculturarse ―según la
nuestra―. Dejan claro que los otros son unos catetos, que el trabajador
de la tierra es un cateto y lo que habla es de catetos. Es decir, no
se entiende la minorización lingüística sin la minorización cultural y
sin la perspectiva de clase: tú eres pobre y si quieres salir de la
pobreza, que te va a costar mucho, tienes que abandonar tu lengua.
Además, es que esto lo tenemos por escrito en Las Hurdes, que fue un
centro de experimentación del colonialismo interior a principios del
siglo XX, tenemos muchos ejemplos en los que se dice a los hurdanos:
vosotros sois pobres, y sois pobres porque tenéis una cultura no
avanzada, cavernícola, para salir de esa pobreza tenéis que abandonar
esos elementos culturales atrasados, y uno de ellos, evidentemente, es
la lengua.
¿Cuánto hay de relación de poder en el uso de la palabra dialecto?
El
problema con el término dialecto es que hay dos acepciones y se van
mezclando la una y la otra según conviene. Dialecto, en términos
lingüísticos, es una modalidad lingüística de una lengua, de forma que
cualquier lengua es un dialecto de otra. Así, el castellano es un
dialecto del latín, el extremeño lo es del astur-leonés… Luego, ya se
pueden considerar lengua aparte en función de las características que
adquieran o no. La fala es un dialecto galaico-portugués, y la puedes
considerar lengua aparte o no, todo esto es un debate. Esa es la definición de dialecto lingüística, pero no la utilizo
porque tiene un elemento jerárquico que le viene de su segunda
acepción, que es que un dialecto es una modalidad lingüística que no
alcanza la categoría social de lengua. Pero… ¿Y esto quién lo decide?
Ahí el criterio es totalmente sociopolítico.
A mí me decían que la diferencia entre lengua y dialecto es que la lengua solía tener ejército.
Sí,
un lingüista decía eso mismo. Las relaciones de poder, al final, son
las que marcan. A mí si me dicen que lo que yo hablo es un dialecto,
les digo que sí, y cuando les pregunto que de qué lengua procede, si me
dicen que del castellano es fácil de rebatir porque les digo que es
del astur-leonés… Pero si me dicen que del español, ahí hay un poco
de trampa, porque aunque el español se ha construido sobre una base
fuertemente castellana tú te puedes encontrar muchísimas palabras
astur-leonesas dentro del Diccionario de la Real Academia. No lo
referencian astur-leonés, sino como procedente de Cáceres, Salamanca,
Zamora, León, Asturies… Te dicen que es español pero mal hablado.
A mí no me gusta usar el término dialecto, yo siempre hablo de variedades o modalidades lingüísticas, que se entiende mejor y no tiene esa referencia jerárquica, sobre todo por algo esencial: a mí me da igual que lo llamen dialecto, habla, habla de transición, etc., vale, ¿pero la puedo aprender en clase? ¿Me puedo expresar con ella en la universidad y en la escuela? El problema es que se asignan este tipo de categorías para excluirla de determinados foros; este el problema de la palabra, que si tú lo llamas dialecto ya no hace falta enseñarlo en clase, es algo para la intimidad.
Te iba a
comentar que sobre esto hay dos miradas: una, que dice que lo tuyo no
es una lengua porque tiene muchas palabras de otra (argumento simplón
de algunos detractores del euskera), y otra que sostendría que los
idiomas vecinos son buenos amigos e intercambian palabras. La opinión
pública y la academia basculan entre estas dos miradas, pero la
cuestión es cómo les contamos a los españoles que lo normal es que una
comunidad tenga varias lenguas. Eso parece difícil de entender pero lo
que realmente es una anormalidad histórica, sociológica y antropológica
es que haya un pueblo, una nación, una lengua… y se correspondan
exactamente con un Estado.
Siempre
hay quejas, sobre todo en la derecha, de que se politiza la lengua y
que se quiere una lengua por Estado, aunque ellos son los primeros que
la politizan. Entonces les dices: vale, y las lenguas que no quieren un
Estado (porque independentistas extremeños que quieran un Estado a
partir de la lengua hay pocos), entonces, ¿qué hacemos con la lengua?
Os quejáis de que se haga eso con la lengua pero a los que no tenemos
reivindicación estatal no nos hacen ni caso, se abandona totalmente la
lengua, forzáis que para defenderla haya que realizar una defensa
completa, nacional y administrativa, cuando no debería ser así, y esto
pasa con el aragonés, con el asturiano, etc… ¿Cómo les cuesta tanto?
Tenemos que luchar en el espacio ideológico de los de enfrente; como
ellos luchan con una lengua con todas sus herramientas, por oposición,
lo que hacen otras lenguas es crear una academia a imagen y semejanza
de la RAE. Ojalá no hiciera falta, a mí me gustaría mucho más que la
diversidad lingüística estuviera reconocida en todos lo espacios, sin
necesidad de todo esto, sin necesidad de una academia prescriptiva,
pero es que tenemos que jugar en su cancha y su cancha es qué espacio
exacto ocupa tu lengua, qué espacio administrativo ocupa.
¿Dónde está el
rasero para declarar que una lengua es más valiosa que otra? Ahora
impera el criterio del valor: lo que vale la pena es que aprendas
inglés…
Por esto ya
hemos pasado: ese “vale más que aprendas” en su momento fue el latín,
luego era francés ―que hoy en día no se utiliza como lengua franca
casi en ningún sitio― y ahora está siendo el inglés. Pero sucede que
cada vez tenemos más herramientas tecnológicas, sucede que ahora en una
reunión se pone un móvil encima de la mesa y cada uno habla en su
lengua y no hay ningún problema. Además de la intercomunicación entre
las lenguas. Por ejemplo, yo voy a dar clase en Alicante, el profesor
me habla en valenciano y a él le gusta que le hable en hurdano, así que
yo le hablo en hurdano y nos entendemos perfectamente, ni siquiera
cambiamos de modalidad lingüística. Pero creo que hay que ir más atrás,
hay una falta de comprensión real de lo que es la diversidad
lingüística en España. Lo que me indigna, sobre todo porque es un
comentario muy recurrente, es escuchar decir que es natural que la
lengua desaparezca… Vale, es natural entre comillas, porque si hay
una minorización lingüística, si hay glotofobia, si hay glotofagia
―cuando una lengua devora a otra― si hay fenómenos de minorización
cultural, entonces no es natural, es un proceso forzado, es un
encogimiento cultural de una lengua frente a otra, y las derivadas que
esto tiene no se quedan en lo lingüístico. Esta minorización
lingüística cultural es una minorización personal, de los derechos de
las personas.
Yo hablo mucho del “exotismo lingüístico”, porque cuando más cerca está una lengua de otra, una modalidad de otra, más sencillo es cargársela. Siempre es más fácil decir que es una forma de hablar mal tu lengua. Esto pasa con las lenguas astur-leonesas, por eso les cuesta tanto a los asturianos y a los leoneses, que están muy cerca del castellano y, como están tan cerca, se puede decir aquello de que es una forma de hablar mal.
Yo creo que hay un problema en este país con la diversidad cultural en todos los sentidos y con la lingüística en particular. Noto cierta agresividad cuando tratas de reivindicarla, y viene del imaginario colectivo. Han hecho lo mismo que con los derechos laborales: aislar al trabajador para que no hable de sus derechos colectivos. Así, todo el mundo de un pueblo cree que su manera de hablar es exclusiva y no tiene nada que ver con la del pueblo de al lado, y si hay tres palabras diferentes se agarran a esas tres palabras para decir “mira como hablan los garrovillanos y mira como hablo yo, porque ellos dicen tatata y yo digo esto otro”. Esto es una característica muy habitual. Al principio, cuando iba a dar una charla en las Hurdes, siempre surgía la misma pregunta: “aquí decimos esto, pero esto nos lo hemos inventado ¿no? Y no, no, esa palabra se dice en todas las Hurdes, también se dice en Serradilla, en Garrovillas, pero no sólo eso: también se dice en Asturies… Pero la sensación de aislamiento, de isla dialectal, para que no reivindiquen los derechos de una lengua conjunta es común en todas estas modalidades.
¿Sabes como llaman algunos al catalán en el este de Aragón?: chapurreau. Y lo grave es que gente de allí dice: “yo no hablo catalán, yo hablo chapurreau”.
Chapurreau es una palabra que también se usa aquí…
Pero tiene una carga peyorativa…
Claro,
tiene una carga peyorativa, como la tiene bable, como fala… La forma
más habitual que tienen de despacharlo en Extremadura es decir que son
un conjunto de “hablas de transición”. ¡Como si hubiera una lengua en
este mundo que no fuera un conjunto de hablas de transición! Hay
lenguas a las que se asigna prestigio porque tiene un país, como el
castellano y el portugués, y las que están en el medio son “hablas de
transición”, claro… Y lo que hay entre Soria y Acapulco ¿que son?
Todas son hablas de transición en una lengua. Son distintas formas de
despachar la cuestión, se quiere estudiar pero como el que disecciona
un animal en un laboratorio y se pone en una vitrina, no se quiere que
se haga cultura en esa lengua, está muy bien que se escriba un artículo
científico acerca de ella, pero ven muy incómodo que la uses para
escribir un libro.
Es que detrás de
una lengua hay relaciones de poder… Volviendo al criterio de utilidad
(como si hubiera lenguas más útiles que otras), ¿dónde se podría
situar?
Yo me niego a
valorar cualquier aspecto humano cultural en términos de utilidad,
jamás he entrado en ese análisis, hacemos miles de cosas que son
inútiles en términos racionales: ver una exposición, pensar cuando no
tienes que hacer nada,… Los humanos nos caracterizamos por hacer cosas
inútiles, podemos comernos el bacalao crudo y lo hacemos al pil-pil…
Entender el desarrollo humano en términos de utilidad es absurdo. Pero
si entramos en su juego y hablamos en términos patrimoniales de la
lengua yo les digo: ¿vosotros discutís cuando tenéis un puente romano
medio derrumbado y se decide arreglarlo? ¿Por qué hacéis esa diferencia
entre el patrimonio material y el inmaterial? Y, luego, hay una
segunda cuestión: se habla de las lenguas siempre en tercera persona,
como si estuvieran flotando en el aire, pero las lenguas son las
personas que las hablan. A mí, cuando me preguntan qué utilidad tiene
lo que hago, respondo: dignificar a mis vecinos. Yo no quiero que la
gente nazca y se muera, como le pasó a mi abuela María, pensando que
habla mal. Dignificar a personas vivas, eso es lo más importante, y es
que cuando dignificas una lengua, dignificas a sus hablantes. Hablamos
de lenguas vivas, con hablantes vivos que se merecen esa dignidad, esa
es la utilidad real: que un ser humano no se sienta acomplejado por la
forma en la que habla.
¿Qué opinas de quienes sostienen que hay lenguas importantes y otras que no y, por tanto, hay lenguas extinguibles?
Esa
argumentación pertenece un poco a esa línea tan antropocentrista, de
cálculo matemático, capitalista, de que esto interesa o no interesa…
¡Es que juegas con seres humanos! Lo hacen también con los animales
cuando hablan de extinguir al lobo, lo hacen con seres humanos a los
que están dispuestos a eliminar, con lo cual cómo no van a estar
dispuestos a eliminar lenguas… Subyace la perspectiva de que si hay
algo que puedes aprender a hacer de otra manera, yo puedo obligarte a
que lo hagas. Por ejemplo, las terapias de conversión homosexual son
esto: creer que yo te puedo convertir en otra persona. Con la lengua es
exactamente igual. ¿Tú crees que a alguien que lleva 80 años hablando
de una manera le puedes obligar a hablar en castellano? No, se morirá
dentro de tu sistema como persona inculta si tú le dices o considera
que esa lengua es inculta. Hay poco que discutir en esos términos. Si
tú consideras que la diversidad es algo que se puede erradicar estás
muy, muy lejos de ciertos consensos humanos.
Es funcional a la estética cultural neoliberal el hecho de que
haya un tráfico cultural y una lengua que lo canalice, y esto de lo que
hablamos es funcional a determinadas dinámicas económicas y de poder.
Al final, detrás de todo esto hay más que academia, hay mucho de
política.
Hay mucho de eso.
Siempre ha habido lenguas francas pero el ser humano puede aprender
muchas lenguas, no hace falta que para aprender una tenga que olvidar
otras. Se han creado muchas lenguas francas constantemente para la
comunicación de forma natural, en el mediterráneo se creó el sabir, por
ejemplo, de forma natural. No era una lengua franca como el latín,
sino que se creó otra por los comerciantes del mediterráneo, del norte
de África, de Catalunya etc., que inventaron un montón de palabras para
compartirlas. Nadie hizo un diccionario, se hizo a posteriori, de
modo natural; los mercaderes usaban esas palabras cuando estaban en el
comercio y luego cuando volvían a sus pueblos y a sus casas hablaban su
lengua madre. A mí no me parece mal que haya lenguas francas, me
parece mal que se impongan lenguas francas. Eso es una imposición
cultural y, finalmente, la imposición de una lengua franca viene
determinada por la preponderancia política de un país, eso no hay que
olvidarlo nunca.
Al final, a ver si lo sexy va a ser la diversidad…
Yo
sí creo que es así, que la diversidad es más atractiva, estar hablando
siempre lo mismo es aburrido, pero que te voy a decir yo, que vivo de
la traducción…
¿Cuál sería, a tu juicio, el proceso de normalización lingüística posible y cuál el deseable en Extremadura?
Para
que una sociedad reivindique los usos de la lengua en determinados
espacios, lo primero que hace falta es eliminar el estigma de hablarla,
y en ese primer movimiento inicial estamos. Hay lugares donde ya se ha
dado porque se ha mantenido mejor su modalidad y tienen otras
reivindicaciones, pero si queremos ir todos a una, mayoritariamente
estamos todavía en ese primer paso. Luego vendrían los colegios. Igual
no es tan importante que se lleve a los lugares donde no se habla, pero
sí al menos a aquellos donde sus vecinos quieren que se hable. Yo he
tenido que aprender a diferenciar en mi cabeza las dos lenguas de
adulto. Las tenía muy mezcladas, usaba palabras en castellano que
venían del extremeño… Me habría gustado que en mi clase me hubieran
explicado: “mira, es que esto lo invadió Alfonso IX de León, y entonces
aquí se formó una modalidad lingüística porque se asentaron familias
leonesas además de galaico-portuguesas”. Y es que la gente piensa que
tenemos influencia del astur-leonés por la trashumancia, ni siquiera
hay un conocimiento histórico de por qué se habla. Yo lo primero que
hago en las charlas, cuando presento mi libro, es dar una visión
histórica de por qué se habla lo que se habla; se necesita esa
información para poder entender algo, porque sin información no se
puede defender nada, y digo defender porque me ha tocado defenderme
muchas veces.
¿Podemos imaginar una Extremadura
diversa, mestiza, frente a esa imagen de reservorio de esencias patrias
como la caza o los toros?
Hay
algo en lo que insisto mucho, que no tiene que ver directamente con la
lengua, y es que habita en el imaginario colectivo esa imagen que
tenemos de Extremadura como una tierra resignada, de personas que nos
resignamos al porvenir y ya está. Pero yo insisto en que hay gente muy
reivindicativa. A esa idea han contribuido mucho los cauces políticos
por los que aquí ha discurrido la transición; ha habido un intento de
apaciguar a Extremadura que ha calado en mucha gente. Así, se habla de
unas raíces que son inexistentes. Por ejemplo, tengo un primo muy
joven, al que le gusta mucho la caza, y el otro día me decía: “es que
son nuestras raíces”… ¿Pero qué raíces? Su padre cazaba pero su
abuelo no, y es que nadie de la época de mis abuelos cazaba porque no
tenía dinero para tener un arma; ponían el lazo cuando necesitaban
comer, para pillar al jabalí que entraba a comerse el maíz, o mataban
al conejo para comer. Sí, mataban animales, peces en el río, todo
relacionado con la supervivencia, no como deporte. Eso era algo de los
señoritos, de la gente rica, a las Hurdes venían a cazar cuatro. No hay
una tradición de la caza, eso es una cosa inventada. Y esto que cuento
no está relacionado con la lengua pero es muy importante porque afecta
mucho a la percepción que tenemos, a esa españolidad, por decirlo de
alguna manera.
¿Existe esperanza para este espacio rural nuestro, ese universo complejo que ve desaparecer no sólo su patrimonio, sino con cada lengua perdida un modo de ver el mundo?
Yo tengo esperanza, sobre todo últimamente. Cada vez que doy una charla un montón de gente se acerca, cada vez se hacen más tesis y más trabajos, por la parte universitaria hay más interés… Mi único miedo es que sea sólo una moda; por eso, antes de que pase hay que afianzarlo . Con la lengua yo soy optimista, sobre todo porque es un patrimonio vivo, yo puedo todavía hablarla con gente, no soy el único hablante, no está tan mal la cosa. Sólo hace falta que haya más hablantes que lo quieran transmitir, y en eso estamos.