Los científicos han acometido la tarea de estudiar las diminutas partículas de plástico presentes en los animales marinos (y en los seres humanos)
Dunzhu Li solía calentar con el microondas el almuerzo que llevaba en un recipiente plástico. Pero dejó de hacerlo cuando, junto a sus colegas ingenieros medioambientales, hizo un descubrimiento inquietante: los contenedores plásticos de alimentos desprenden una gran cantidad de partículas diminutas (llamadas microplásticos) en el agua caliente. “Quedamos conmocionados”, afirma Li. Los biberones también desprenden microplásticos, según explican Li y otros investigadores del Trinity College de Dublín en un informe publicado el octubre pasado (1). Si los padres preparan la leche de fórmula agitando los polvos con agua caliente dentro del biberón, su bebé podría acabar ingiriendo más de un millón de partículas de microplástico cada día, según cálculos del equipo.
Lo que Li y los demás investigadores todavía no conocen es la peligrosidad de esto. Todo el mundo come e inhala arena y polvo y no está claro si una dieta extra de partículas plásticas podría dañarnos. “La mayor parte de lo que ingerimos atraviesa directamente los intestinos y sale por el otro extremo”, afirma Tamara Galloway, ecotoxicóloga de la Universidad de Exeter, en Reino Unido. “Creo que es justo decir que el riesgo potencial no es poco”, afirma Li escogiendo cuidadosamente las palabras.
Los investigadores llevan casi 20 años preocupados por los riesgos potenciales de los microplásticos, aunque la mayor parte de los estudios se han centrado en los riesgos que suponen para la fauna marina. Richard Thompson, un ecólogo marino de la Universidad de Plymouth, Reino Unido, acuñó el término en 2004 para describir las partículas plásticas de un diámetro inferior a 5 milímetros, cuando su equipo las encontró en las playas británicas. Desde entonces los científicos han encontrado microplásticos por todas partes: en las profundidades oceánicas; en la nieve ártica y el hielo antártico; en los moluscos, la sal de mesa, el agua potable y la cerveza; y flotando a la deriva en el aire o cayendo con la lluvia sobre las montañas y las ciudades. Estos pedazos diminutos podrían tardar decenas de años o incluso más en degradarse por completo. “Es casi seguro que prácticamente todas las especies están expuestas a cierto nivel”, dice Galloway.
Trabajadores del servicio de limpieza recogen partículas de plástico en la playa Arniston de Western Cape, Sudáfrica (Foto: Tom Camacho/Science Photo Library)
Las primeras investigaciones sobre microplásticos se centraron en las microesferas que se encuentran en los productos de cuidado personal y en los gránulos de plástico virgen que pueden escaparse antes de ser moldeado para convertirlo en objetos, así como en los fragmentos que se van erosionando poco a poco a partir de las botellas y otros desechos voluminosos. Todo esto acaba confluyendo en los ríos y océanos: en 2015 los oceanógrafos calcularon que había entre 15 billones y 51 billones de partículas de microplásticos flotando en las aguas superficiales de todo el mundo. Desde entonces se han identificado otras fuentes de microplástico: las motas que se desprenden de los neumáticos de los vehículos en las carreteras y las microfibras sintéticas desprendidas de la ropa, por ejemplo. Las partículas quedan suspendidas entre el mar y el cielo, por lo que podemos estar inhalando o comiendo plástico procedente de cualquier parte.
A partir de los limitados estudios sobre la existencia de microplásticos en el aire, el agua, la sal y los mariscos, Albert Koelmans (un ecólogo de la Universidad de Wageningen en Países Bajos) sugiere en un informe del mes de marzo (2) que tanto niños como adultos podríamos ingerir entre unas cuantas docenas y más de 100.000 micropartículas plásticas al día. En los peores casos, algunas personas podrían ingerir el equivalente a la masa de una tarjeta de crédito de microplásticos al año.
Los reguladores están dando los primeros pasos para cuantificar el riesgo que esto supone para la salud midiendo los niveles de exposición. Este mes de julio la Junta Estatal para el Control de los Recursos del Agua del Estado de California –una rama de la agencia estatal de protección del medio ambiente– será la primera autoridad reguladora del mundo en anunciar métodos homologados para cuantificar la concentración de microplásticos en el agua potable, con el objetivo de monitorizarla durante los próximos cuatro años y hacer públicos los resultados.
La evaluación de los efectos de las micropartículas plásticas en personas o animales es la otra mitad del enigma, pero no es algo fácil de hacer. Más de 100 estudios de laboratorio han expuesto a ciertos animales, en su mayoría organismos acuáticos, a los microplásticos. Pero sus resultados –que la exposición puede dificultar la reproducción de algunos organismos o causarles daño físico– son difíciles de interpretar porque los microplásticos pueden ser de muchas formas, tamaños y composición química, y muchos de estos estudios utilizaban materiales bastante diferentes a los que se encuentran en el medio ambiente.
Las partículas más pequeñas, llamadas nanoplásticos (inferiores a un micrómetro o micra) son las que más preocupan a los investigadores (véase el cuadro Microplásticos a escala, aquí debajo). Algunos podrían tener la capacidad de penetrar en las células y alterar la actividad celular. Pero la mayor parte de estas partículas son demasiado pequeñas para que los investigadores puedan llegar a detectarlas; no estaban incluidas en la estimación efectuada por Koelmans, por ejemplo, y California no intentará monitorizarlas.
Microplásticos a escala
Los microplásticos y los nanoplásticos tienen un tamaño similar al de muchos organismo biológicos y su análisis es más difícil y más caro a medida que son más pequeños.
Rojo: objetos biológicos Azul: partículas no biológicas Negro: instrumentos para su análisis
(Dentro del recuadro, de arriba abajo y de izda. a dcha.):
Las partículas pueden atravesar la barrera de la sangre o el cerebro / Huevos y larvas de peces
Pueden penetrar las células / Algas marinas unicelulares
Macrófagos humanos / Alveolos / Copépodos (tipo de zooplancton)
Fibras de asbesto / Arena y sedimentos
PM2,5 / PM10 / > 1 mm Apreciable a simple vista
>100 µm Microscopio óptico
> 1 µm Espectrómetro micro-Raman (las partículas negra u oscuras no pueden identificarse)
*Partículas inferiores a 2,5 micrómetros (2,5 µm) o con un diámetro inferior a 10 micras, a menudo procedentes de hollín, tubos de escape de los vehículos o polvo; FTIR=espectroscopia infrarroja transformada de Fourier; Py-GCMS=cromatografía de gases-espectrometría de gases
Fuente: S. Primkle et al. Appl. Spectrosc, 74, 1012-1047 (2020)
Una cosa es evidente: el problema será cada vez mayor. Cada año se producen alrededor de 400 millones de toneladas de plástico, cantidad que se prevé podría duplicarse para 2050. Incluso si toda la producción de plásticos se detuviera por arte de magia de la noche a la mañana, los plásticos existentes en los vertederos y en el medio ambiente –una masa que se calcula en torno a los 5.000 millones de toneladas– continuarían degradándose en fragmentos diminutos imposibles de recoger o limpiar, aumentando de forma constante la cantidad de microplásticos. Koelmans llama a esto “la bomba de relojería del plástico”.
“Si me preguntas sobre los riesgos existentes te diré que hoy día no estoy tan preocupado”, afirma. “Pero lo que sí me preocupa es el futuro, si no hacemos nada al respecto”.
Tipos de daño
Los científicos tienen diversas teorías sobre el daño que pueden hacer los microplásticos. Si son lo bastante pequeños para penetrar en las células o los tejidos, podrían producir irritaciones por el simple hecho de ser una presencia extraña, como ocurre con las finas largas fibras del asbesto, que pueden inflamar el tejido pulmonar y provocar cáncer. Puede ocurrir lo mismo que con la contaminación del aire: es sabido que las partículas de hollín procedentes de las centrales térmicas, los tubos de escape de los vehículos y los incendios forestales (llamadas PM10 y PM2,5 y que miden entre 10 y 2,5 micras de diámetro) se depositan en las vías respiratorias y en los pulmones y que, en grandes concentraciones, pueden dañar los sistemas respiratorios. No obstante, los niveles de PM10 son miles de veces superiores a las concentraciones de microplásticos encontradas en el aire, según indica Koelmans.
Lo más probable es que los microplásticos más grandes ejerzan efectos negativos, si los tienen, en función de su toxicidad química. Los fabricantes añaden a los plásticos compuestos como plastificantes, estabilizadores y pigmentos, muchos de los cuales son peligrosos; pueden, por ejemplo, interferir con los sistemas endocrinos (hormonas). Pero el hecho de que la ingesta de microplásticos aumente de modo significativo nuestra exposición a estos productos químicos dependerá de la velocidad a la que se desprendan de las partículas plásticas y de lo rápido que estas partículas atraviesen nuestro cuerpo (factores que los investigadores apenas empiezan a estudiar).
Microplásticos recogidos en el área de la bahía de San Francisco, catalogadas para su estudio (Foto: Cole Brookson)
Otra idea es que los microplásticos presentes en la naturaleza pueden atraer contaminantes químicos que luego depositan en los animales que han comido las partículas contaminadas. Pero, en todo caso, los animales ingieren sustancias contaminantes en la comida y en el agua, por lo que incluso sería posible que los microplásticos, si no están muy contaminados cuando se tragan, pudieran arrastrar los contaminantes del intestino de los animales. Los investigadores aún no se han puesto de acuerdo sobre si los microplásticos que llevan contaminantes son un problema importante, dice Jennifer Lynch, bióloga marina asociada al Instituto Nacional de Parámetros y Tecnología de Gaithersburg, Maryland.
Tal vez lo más perjudicial (al menos en el caso de los organismos marinos) sea que los organismos tragan partículas plásticas sin valor nutricional y por tanto no llegan a consumir suficiente alimento para sobrevivir. Lynch, que también dirige el Centro para la Investigación de Residuos Marinos de la Universidad de Hawái en Honolulu, ha diseccionado las tortugas marinas que aparecen muertas en las playas en busca de plásticos en sus intestinos y productos químicos en sus tejidos. En 2020 su equipo completó una serie de análisis en 9 crías de tortugas carey de menos de 3 semanas. Una de ellas, de tan solo 9 centímetros de largo, tenía 42 piezas de plástico en su tracto gastrointestinal. La mayoría eran microplásticos.
“No creemos que ninguna muriera específicamente a causa de los plásticos”, afirma Lynch. Pero se pregunta si las crías podrían haber tenido dificultades para crecer tan deprisa como necesitaban hacerlo. “Es una etapa de la vida muy difícil para esas pequeñas criaturas”.
Una cría de tortuga carey de Hawái junto al contenido en microplásticos de su estómago (Foto: Jennifer Lynch)
Estudios marinos
Los científicos han investigado sobre todo el riesgo que suponen los microplásticos para los organismos marinos. El zooplancton, por ejemplo, uno de los más pequeños, crece más despacio y tiene menores índices de reproducción en presencia de microplásticos, afirma Penelope Lindeque, bióloga marina del Laboratorio Marino de Plymouth, Reino Unido: los huevos de los animales son más pequeños y tienen menos probabilidades de eclosionar. Sus experimentos demuestran que los problemas de reproducción están relacionados con el hecho de que el zooplancton no consume suficiente alimento (3).
Pero, como los ecotoxicólogos empezaron los experimentos antes de conocer qué clase de microplásticos existen en los medios acuáticos, dependían mucho de los materiales manufacturados, y usaban básicamente esferas de poliestireno de menor tamaño y en concentraciones muy superiores a las encontradas en los estudios (véase el recuadro El tamaño de los microplásticos, más abajo).
El tamaño de los microplásticos
Leyenda: Los científicos de laboratorio que estudian el efecto de los microplásticos en los organismos utilizan formas y tamaños que difieren de los microplásticos detectados en los ensayos en el medio ambiente. Las partículas más diminutas, los nanoplásticos, miden menos de 1 micra y raramente se incluyen en los estudios medioambientales porque son muy difíciles de detectar.
En rojo: organismos expuestos a plástico en el laboratorio
En azul: Plástico detectado en el medio ambiente
Círculos: Número de registros en los estudios de investigación (según estudio de Nature sobre 136 detecciones y 159 estudios sobre exposición)
Columna izda (de arriba abajo): Forma / Esfera / Fragmento / Fibra / Película / Gomaespuma / Bolitas / Ambiguos o sin información / Tamaño (micras)
En la actualidad los científicos han empezado a experimentar con condiciones más realistas y a utilizar fibras o fragmentos de plástico en lugar de esferas. Algunos han comenzado a revestir sus materiales de ensayo con productos químicos que imitan biopelículas, lo que según parece aumenta las probabilidades de que los animales ingieran los microplásticos.
Las fibras parecen ser un problema especial. Según Lindeque, en comparación con las esferas, necesitan más tiempo para pasar a través del zooplancton. En 2017 investigadores australianos informaron de que el zooplancton expuesto a fibras microplásticas producía la mitad de las larvas de lo habitual y que los adultos resultantes eran más pequeños. Las fibras no eran ingeridas, pero los investigadores observaron que interferían con la natación e identificaron deformaciones en el cuerpo de los organismos (4). Otro estudio (5) de 2019 averiguó que los pequeños cangrejos de arena del Pacífico (Emerita análoga) expuestos a fibras tenían una vida más corta.
Según Koelmans, la mayoría de los estudios de laboratorio exponen a los organismos a un tipo de microplástico, de un determinado tamaño, polímero y forma, pero en el entorno natural están expuestos a una combinación de microplásticos. En 2019, este científico y su estudiante de doctorado Merel Kooi clasificaron los abundantes microplásticos recogidos en 11 estudios de océanos, ríos y sedimentos, para construir modelos de combinaciones en medios acuáticos.
El año pasado, ambos formaron equipo con otros colegas para emplear ese modelo en simulaciones informatizadas, con el fin de predecir la frecuencia con que los peces encuentran microplásticos lo suficientemente pequeños para ser tragados y la probabilidad de ingerir un número de partículas que pueda afectar a su crecimiento. Averiguaron que, en las condiciones actuales de contaminación por microplásticos, los peces corren ese riesgo en un 1,5 por ciento de los lugares examinados (6). Pero es probable que haya focos de contaminación donde los riesgos sean mayores, según Koelmans. Una posibilidad es en las aguas profundas; una vez llegados allí, y con frecuencia enterrados en el sedimento, es poco probable que los microplásticos sigan desplazándose y no hay forma de limpiarlos.
Los océanos ya se enfrentan a múltiples factores estresantes, por lo que el mayor temor de Lindeque es que los microplásticos continúen mermando las poblaciones de zooplancton y no tanto que asciendan en la cadena alimenticia hasta alcanzar a los humanos. “Si arrasamos la población de zooplancton, que es la base de nuestra red alimentaria marina, deberíamos preocuparnos su impacto en las reservas de pescado y en la capacidad de alimentar a la población mundial”.
Estudios en humanos
Los investigadores más destacados reconocen que todavía no se han examinado directamente los efectos de las partículas plásticas en las personas. Los únicos estudios disponibles se basan en experimentos de laboratorio que exponen células o tejidos humanos a microplásticos, o que utilizan animales como ratones o ratas (7). Por ejemplo, según un estudio los ratones alimentados con grandes cantidades de microplásticos mostraban inflamación en el intestino delgado. Los ratones expuestos a microplásticos en otros dos estudios tenían menos espermatozoides (8) y sus crías eran más pequeñas y menos abundantes (9), en relación con los grupos de control. Algunos estudios in vitro de células o tejidos humanos también indican toxicidad. Pero, al igual que con los estudios marinos, no está claro que las concentraciones usadas se correspondan a las que están realmente expuestas los ratones (o las personas). La mayor parte de los estudios también utilizan esferas de poliestireno, que no son representativas de la diversidad de plásticos ingerida por las personas. Koelmans señala también que estos estudios son los primeros de su clase y podrían ser atípicos una vez exista un corpus de pruebas establecido. Hay más estudios in vitro que estudios con animales, y los investigadores no saben cómo extrapolar los efectos de las partículas plásticas sólidas en tejidos a los problemas potenciales sobre la salud de animales al completo.
Relacionada con el riesgo está la cuestión de si los microplásticos pueden permanecer en el cuerpo humano y acumularse potencialmente en determinados tejidos. Estudios en ratones han descubierto que los microplásticos en torno a 5 micras de diámetro pueden permanecer en los intestinos o alcanzar al hígado. Mediante datos muy limitados sobre la velocidad a la que los ratones pueden excretar los microplásticos y la hipótesis de que solo una fracción de las partículas entre 1 y 10 micras son absorbidas por el cuerpo a través del intestino, Koelmans y sus colegas calculan que una persona podría acumular varios miles de partículas de microplástico en el cuerpo a lo largo de su vida (2).
Algunos investigadores han comenzado a explorar si pueden encontrarse microplásticos en tejidos humanos. En diciembre un equipo documentó por primera vez esta posibilidad en un estudio sobre seis placentas (10). Los investigadores descompusieron el tejido con un producto químico, examinaron los restos y descubrieron 12 partículas de microplástico en cuatro de esas placentas. Pero no se puede descartar que esas partículas procedieran de la contaminación producida durante la recogida o el análisis de las placentas, afirma Rolf Halden, ingeniero de salud medioambiental de la Universidad del Estado de Arizona en Temple (aunque elogia a los esfuerzos de los investigadores por evitar la contaminación, que incluían el mantenimiento de las salas de parto libres de objetos de plástico, y por mostrar que el grupo de control de materiales tomado en el mismo muestreo no estaba contaminado). “Es todo un desafío demostrar de forma concluyente que determinada partícula procede realmente del tejido estudiado”, afirma.
Aquellas personas preocupadas por su exposición a microplásticos pueden reducirla, explica Li. En sus trabajos con menaje de cocina descubrió que las cantidades de plástico desprendidas dependen mucho de la temperatura, razón por la cual dejó de calentar comida en recipientes plásticos en el microondas. Para reducir los problemas con los biberones, su equipo sugiere que los padres pueden aclararlos, una vez esterilizados, con agua fría hervida que pueda arrastrar los microplásticos liberados durante la esterilización. Y pueden preparar la leche de fórmula en recipientes de vidrio, rellenando los biberones una vez que aquella se ha templado. Actualmente el equipo está recogiendo muestras de orina y heces de los bebés para analizarlos en busca de microplásticos.
Las nanofracciones
Según Halden, las partículas más preocupantes son aquellas tan pequeñas que pueden penetrar en los tejidos, o incluso en las células, y son esas las que requieren más atención a la hora de tomar muestras en la naturaleza. Un estudio (11) que deliberadamente permitió inhalar partículas extremadamente diminutas a ratonas preñadas, por ejemplo, descubrió posteriormente dichas partículas en casi todos los órganos de sus fetos. “Si pensamos en los riesgos potenciales, esa es nuestra fuente de mayor preocupación y para lo que necesitamos recabar más datos”.
Por lo general, para poder penetrar en las células las partículas necesitan ser menores de algunos cientos de nanómetros. No existía una definición formal de los nanoplásticos hasta 2018, cuando investigadores franceses propusieron el tamaño máximo de 1 micra, lo suficiente pequeño como para permanecer dispersos en una columna de agua en donde los organismos pueden consumirlos más fácilmente, en lugar de hundirse o flotar como hacen los microplásticos, según Alexandra ter Halle, una analítica química de la Universidad Paul Sabatier de Toulouse, Francia.
Pero los investigadores reconocen no saber casi nada de los nanoplásticos: son invisibles y no se pueden recoger en muestras. El mero hecho de calibrarlos es un reto inabarcable. Para ello pueden utilizar microscopios y espectrómetros –que distinguen las partículas mediante sus diferentes interacciones con la luz– con los que miden su longitud, anchura y composición química hasta unas cuantas micras. Por debajo de esa escala, las partículas plásticas son difíciles de distinguir de partículas no plásticas como los sedimentos marinos o las células biológicas. “Es como buscar una aguja entre la paja, pero una aguja que parece paja”, afirma Roman Lehner, un científico especialista en nanomateriales de la Asociación Navega y Explora, un grupo de investigación suizo sin ánimo de lucro.
Imagen con falso color obtenida mediante espectrometría infrarroja de una muestra procedente de una planta de tratamiento de aguas residuales en Oldenburg, Alemania. Los fragmentos coloreados son polímeros plásticos; otros fragmentos incluyen goma, arena, hollín y fibras de plantas. (Fuente: S. Primpke et al. Anal. Bioanal. Chem. 410, 5131-5141; 2018)
En 2017 ter Halle y sus colegas demostraron por vez primera la existencia de nanoplásticos en una muestra procedente del medioambiente: agua marina del Océano Atlántico (12). Extrajeron sólidos coloidales del agua, filtraron todas las partículas superiores a una micra, quemaron el resto y utilizaron un espectrómetro de masas –que fragmenta las moléculas y clasifica los fragmentos según su peso molecular– para confirmar la existencia de polímeros plásticos en los remanentes.
No obstante, esa operación no proporcionaba ninguna información sobre el tamaño o la forma exacta de los nanoplásticos. Ter Halle se pudo hacer una idea al estudiar las superficies de dos recipientes plásticos degradados que recogió durante la expedición. Averiguó que los cientos de micrómetros más externos se habían convertido en cristalinos y quebradizos. En su opinión esto puede ocurrir también con los nanoplásticos que probablemente se desprendieron de estas superficies (13). De momento, como los investigadores no pueden recolectar nanoplásticos del medio ambiente, quienes hacen estudios de laboratorio pulverizan sus propios plásticos con la esperanza de lograr partículas similares.
La utilización de nanoplásticos de creación propia tiene una ventaja: los investigadores pueden introducir etiquetas que les ayuden a seguir la pista de las partículas en el interior de los organismos usados para el ensayo. Lehner y su equipo prepararon partículas plásticas fluorescentes de tamaño nano y las colocaron por debajo de tejidos elaborados a partir de células de la pared intestinal humana (14). Las células absorbieron las partículas pero no mostraron signos de citotoxicidad.
La fase final para desentrañar el misterio que encierra el riesgo de los microplásticos, según Lehner, sería encontrar partículas plásticas alojadas en porciones intactas de tejido y observar cualquier efecto patológico. Para Halden, esto sería “muy deseable”. Pero para alcanzar los tejidos las partículas deberían ser muy pequeñas, por lo que ambos investigadores creen que sería muy difícil detectarlas de modo concluyente.
La recogida de toda esta información llevará mucho tiempo. Ter Halle ha colaborado con grupos ecologistas para cuantificar la ingestión de microplásticos en la naturaleza. El análisis de tan solo las partículas superiores a 700 micras en unas 800 muestras de insectos y peces les llevó miles de horas. Los investigadores examinan ahora las partículas comprendidas entre 25 y 700 micras. “Esto es complicado y tedioso, y llevará mucho tiempo conseguir resultados”, afirma. Para observar el rango más pequeño, añade, “el esfuerzo es exponencial”.
No hay tiempo que perder
Los investigadores piensan que, de momento, los niveles de microplásticos y nanoplásticos presentes en el medio ambiente no son tan elevados como para afectar a la salud humana. Pero su número no para de crecer. El pasado mes de septiembre los investigadores realizaron una proyección (15) según la cual la cantidad de plástico añadida cada año a los desechos ya existentes –ya sea cuidadosamente depositados en vertederos sellados o desperdigados por tierra y mar– podría duplicar las 188 millones toneladas de 2016 hasta alcanzar 380 millones de toneladas hacia 2040. Para entonces, alrededor de 10 millones de toneladas de estos podrían estar en forma de microplásticos, aunque en esta estimación no se incluyen las partículas sometidas a una continua erosión a partir de la basura existente.
Es posible controlar parte de nuestros desechos plásticos, afirma Winnie Lau del Pew Charitable Trusts de Washington D.C., primera autora del estudio. Los investigadores descubrieron que si en 2020 se pusieran en marcha todas las soluciones comprobadas para refrenar la contaminación por plástico y se incrementaran estas tan rápido como fuera posible –incluyendo el uso de sistemas de reutilización, la adopción de materiales alternativos y el reciclado– la cantidad de desechos plásticos producida cada año podría caer hasta los 140 millones de toneladas hacia 2040.
Con diferencia, el mayor avance en este sentido sería la supresión de los plásticos de un solo uso que son inmediatamente desechados. “No tiene ningún sentido producir objetos que duran 500 años para luego utilizarlos 20 minutos”, dice Galloway. “Es una manera de ser absolutamente insostenible”.
Referencias:
1. Li, D. et al. Nature Food 1, 746–754 (2020).
2. Nor, N. H. M., Kooi, M., Diepens, N. J. & Koelmans, A. A. Environ. Sci. Technol. 55, 5084–5096 (2021).
3. Botterell, Z. L. R. et al. Environ. Pollut. 245, 98–110 (2018).
4. Ziajahromi, S., Kumar A., Neale, P. A. & Leusch, F. D. L. Environ. Sci. Technol. 51, 13397–13406 (2017).
5. Horn, D. A., Granek, E. F & Steele, C. L. Limnol. Oceanogr. Lett. 5, 74–83 (2019).
6. Koelmans, A. A., Redondo-Hasselerharm, P. E., Nor, N. H. M. & Kooi, M. Environ. Sci. Technol. 54, 12307–12315 (2020).
7. Li, B. et al. Chemosphere 244, 125492 (2020).
8. Jin, H. et al. J. Hazard. Mater. 401, 123430 (2021).
9. Park, E.-J. et al. Toxicol. Lett. 324, 75–85 (2020).
10. Ragusa, A. et al. Environ. Int. 146, 106274 (2021).
11. Fournier, S. B. et al. Part. Fibre Toxicol. 17, 55 (2020).
12. Ter Halle, A. et al. Environ. Sci. Technol. 51, 13689–13697 (2017).
13. Rowenczyk, L. et al. Environ. Sci. Technol. 54, 4102–4109 (2020).
14. Caldwell, J. et al. Environ. Sci. Nano 8, 502–513 (2021).
15. Lau, W. W. Y. et al. Science 369, 1455–1461 (2020).
Fuente: https://www.nature.com/articles/d41586-021-01143-3
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