Sólo falta una palabra para que Buenos Aires estalle en mil silencios, en mil ojos hechos carne, en mil huesos saturados de promesas. Sólo falta una palabra para que los doctores escuchen al pueblo y dejen los divanes, los despachos de caoba, las secretarias platinadas con el esfuerzo de la plebe, las veladas de no […]
Sólo falta una palabra para que Buenos Aires estalle en mil silencios, en mil ojos hechos carne, en mil huesos saturados de promesas.
Sólo falta una palabra para que los doctores escuchen al pueblo y dejen los divanes, los despachos de caoba, las secretarias platinadas con el esfuerzo de la plebe, las veladas de no sé cuántos tenedores, los cristales espumantes, los manjares, las siestas perfumadas con inciensos orientales.
Sólo falta una palabra para que las víctimas de una tragedia abran el vientre putrefacto de la historia y escupan a los próceres los mármoles ungidos con sus lágrimas.
Sólo falta una palabra para que esa empleada pública deje de limarse las uñas mientras habla y aprenda a leer la mirada de un país prófugo de si mismo.
Sólo falta una palabra para que el Presidente de la Nación Argentina deje de esperar a Batman en la baticueva y trabaje para todos y no para el amigo-del primo- del tío- del obispo-del vecino manco, para que deje esos adolescentes caprichos de firmar con birome los decretos de los peces gordos, para que deje de hablarnos como si fuéramos una tribuna, un asado, una damajuana de vino estacionado.
Sólo falta una palabra para que la Iglesia se derrumbe en la vergüenza de sus vicios, en sus placeres nostálgicos de las nalgas aceitadas con plegarias.
Sólo falta una palabra para que los seudo intelectuales se ahoguen en sus babas de metáforas, para que el «Sr. Doctor« deje de engañarnos con su eslogan «televisión para pensar«, para que el » Sr. Doctor» reconozca su cobardía frente al otro, su inoperancia absoluta, su terapéutica manera de canalizar su impotencia.
Sólo falta una palabra para que detonen las puertas de los lupanares y se fuguen las voces con esperma, las piernas afeitadas en los espejos de la comisaría, los sobres abultados, la befa y el escarnio.
Sólo falta una palabra para que los Quijotes derroten a Cervantes, para que los manuscritos lleguen a ser un libro, para que mi vecino me salude, para que el viaje en el ascensor no parezca eterno.
Sólo falta una palabra para que Roxana deje de ser Mariana por las noches, para que Cristo abandone el crucifijo, para que los cantantes exiliados en los shopping dejen de decirse «poetas», para que los pies vuelvan a pisar el barro y las jaulas dejen de ser fronteras.
Sólo falta una palabra para que vuelen los ángeles del Vaticano, para que los muertos entierren a los muertos, para que el tirano se queme en su dulzura.
Sólo falta una palabra para llevar el féretro de la cultura al crematorio de la imaginación, para que ardan todos los que no ardieron; para que el cartero, el pastelero y el jugador de naipes sonrían ante la duda.
Sólo falta una palabra para volver a la palabra, a la espuma de su rabia, a los bares, las mujeres, a los quince round con Mefistófeles, al último aliento de Edison, a los muros derrumbados, a las manos, los dedos, los juanetes y los bosques encantados.
Sólo falta una palabra para olvidar todo lo que has vivido.