La descalificación como método en el debate político no funciona. Apelar al insulto en lugar de dirimir diferencias en el terreno del pensamiento, es un facilismo peligroso que puede envilecer a quien lo practica. Esta práctica es común en la esfera pública cubana. Donde hay más sospechas que confianza, más miedo que conocimientos y más […]
La descalificación como método en el debate político no funciona. Apelar al insulto en lugar de dirimir diferencias en el terreno del pensamiento, es un facilismo peligroso que puede envilecer a quien lo practica. Esta práctica es común en la esfera pública cubana. Donde hay más sospechas que confianza, más miedo que conocimientos y más acusaciones que construcción colectiva. La intención de polarizar el debate público cubano, quizás buscando eliminar posiciones ambiguas, está provocando daños colaterales. Es lo que sucede cuando a los expertos en sospechas y disidencias, que también son necesarios, se les confunde con la vanguardia y se pone las instituciones a su disposición.
El terreno donde mejor se expresa esta lucha es el periodismo. Los medios digitales sobre Cuba son diversos y presentan nuevos escenarios, incluso algunos de ellos nacen en otras geografías o son subvencionados con recursos foráneos. Que el ejercicio periodístico se realice con fondos extranjeros o cobrando por publicidad, presenta preguntas que deben ser abordadas con madurez, sin ingenuidad ni esquizofrenia.
Como colaborador que fui en uno de esos medios, siempre tuve la duda de si los acusadores sabían algo que yo no conocía, o era la costumbre de encontrar subversión en cada esquina. Pero alguien está siendo irresponsable, ya sea por generar dudas sin fundamento o teniendo información que demuestra esas sospechas y no compartirlas con la opinión pública, permitiendo que muchos jóvenes sean utilizados por un lado y presionados por el otro. Que se pongan las cartas sobre la mesa para aclarar si hay o no jugada de engaño. Porque acusar a todo y a todos como un deporte es encender odios gratuitos.
A este paso corremos el peligro de que la palabra «subversión» sea el grito de «bruja» de esta época y terminemos quemando inocentes en la hoguera. Estos jóvenes merecen una mejor explicación que la promesa de una posible subversión, pero el camino fácil es presionarlos sin explicaciones. Lo difícil es entender que simultáneo a las presiones, nuestros funcionarios estrechen relaciones con los representantes de los mismos países acusados de subvertir, al parecer a ese nivel todo está claro, al nuestro es que existen dudas.
El método utilizado para provocar la sospecha, es la descalificación y adjetivación. A muchos de estos medios y proyectos habría que hacerle preguntas válidas, pero desconocer diferencias entre ellos, crear perfiles falsos en la web para ataques personales, implicar instituciones en rencillas y altercados virtuales, crear un grupo desinformado y ciego que vea esto como una tarea en vez de una práctica política, es fatal. Tomar ese rumbo, el de las hogueras entusiastas y la polarización, puede irse de las manos fácilmente.
Las ideas, correctas o incorrectas, no se matan ni se atacan, al discrepar con ellas deben superarse con otras mejores. Institucionalizar la descalificación como recurso, o permitir que individuos utilicen a instituciones cubanas para agendas personales, es peligroso. De igual manera, responder a los ataques usando el mismo lenguaje, encender odios en sentido contrario o evitar tomar partido en momentos de definiciones, alimenta esas sospechas.
Hoy la derecha se hace tan recalcitrante en el mundo, que respiramos aliviados cuando un socialdemócrata llega a primer ministro o un banquero francés es presidente, nos han movido la línea. En Cuba y para no quedarnos atrás, hacemos lo mismo, poniendo la izquierda en una posición tan extrema que es difícil cumplir con el parámetro. Comenzamos entonces a dejar fuera a muchos que, según lo expresado por Fidel en Palabras a los Intelectuales, tendrían un lugar dentro de la Revolución, y una vez más se les margina. Construyendo más enemigos y rencores, que al parecer tenemos pocos.
Así desde La Joven Cuba vimos cómo nos movieron la línea, mientras seguíamos publicando lo mismo o quizás menos atrevidos que antes, para los jueces nos hacíamos más peligrosos. La aguja se ha ido moviendo, al punto de que un fanático puede presentarse como modelo de revolucionario y el que permanezca en su lugar puede encontrarse en el «centro» de un día para otro, aunque ese no sea su lugar ni su posición política.
Solo puedo hablar por nosotros, que llevamos años buscando acompañar a las instituciones y organizaciones políticas del país. Viendo dentro de ellas la lucha entre quienes apoyan y quienes sabotean, viendo el cambio de mentalidad pospuesto. Lo irónico es que mientras más puertas se cierran dentro, más ventanas se abren desde fuera, y renunciamos a usarlas. La estrategia de los dogmáticos es ponerte en el precipicio, deseando que resbales y caigas en la derecha, para decir que desde el inicio eras un suicida. A menudo esto esconde miserias humanas peores que el dogma, como disfrazar de ideología las rencillas personales o buscar protagonismo a costa de otros.
El mejor desinfectante contra sospechas y disidencias es poner las cartas sobre la mesa. Que los medios y proyectos asuman posiciones políticas claras y el Estado haga públicas sus razones para tanta desconfianza, que brinde información para saber si la descalificación es el método de un grupo u orientación, para saber si detrás de las acusaciones hay algo real o no. Quizás así podamos diferenciar lo peligroso de la esquizofrenia. Porque será difícil construir una democracia socialista mientras unos van a la garganta de los otros, mientras el debate degenera en ofensas y descalificaciones, mientras todos intentan dar lecciones de ética a conveniencia.
Por lo pronto, lo único seguro en Cuba son los procesos cíclicos de contracción y distensión política. Cuando la aguja regrese a su estado natural comenzaremos una vez más a reconocer errores cometidos, comprobar entonces quién era realmente enemigo y quién no. Ojalá la sospecha no termine fracturando la unidad, generando demasiados daños colaterales y abriendo heridas que luego no tengamos cómo cerrar. Ojalá.
Fuente: http://jovencuba.com/2017/06/06/sospechas-y-consecuencias/