El concepto desarrollista de “sostenibilidad” y su gran ambigüedad contradictoria
El concepto de “sostenibilidad” ha sido tergiversado por el desarrollismo productivista del capitalismo, con la hipócrita intención de ocultar lo insostenible que es, en cualquier caso, un industrialismo capitalista que sólo persigue el crecimiento económico oligárquico y la acumulación de PIB aunque sea a costa de la pobreza extrema de una mayoría explotada, de la aniquilación y contaminación de la biosfera, que de no poner remedio urgente terminará en un cambio climático irreversible y un colapso final.
Así que esta interpretación del concepto “sostenibilidad” que, fundamentalmente, debe consistir en mantener a la biosfera bien conservada y que pueda sostenerse frente a los ataques adversos naturales (generalmente y no limitantes): desertización, tifones etc. y de los muy frecuentes ataques adversos artificiales, debidos al productivismo-consumismo, (muchísimo mas dañinos y colapsantes): desertificación; destrucción masiva de especies (merma de la biodiversidad); aniquilamiento constante de ecosistemas; extractivismos desorbitados y expoliadores; agotamiento de recursos renovables y no renovables; elevación de la temperatura global del planeta; cambio climático; colapso final; etc.
Y es que para poder comprender la definición y evolución del concepto “sostenibilidad”, es necesario el análisis de dos cuestiones principales:
La primera cuestión es precisar su definición, conseguir que no permanezca engañosa y la segunda cuestión es reflexionar sobre su ambigüedad contradictoria puesto que está influida por un lado por las estructuras del sistema dominante deseosas de ocultar intencionadamente el significante “sostenibilidad”, que es totalmente opuesto al su verdadero significado en el proceso de producción neoliberal: “insostenibilidad”.
La segunda cuestión es que de hecho sí que existe una resistencia, de movimientos y de autores, que defienden una idea correcta del concepto “sostenibilidad” y que apuestan por el esclarecimiento de una racionalidad alternativa, de verdadero respeto a una biosfera sostenible.
Pueden ser destacados algunos autores que han trabajado intensamente sobre el tema del pensamiento ambiental crítico defensor de la sostenibilidad verdadera, que se inició en la década 60 del siglo XX. Se trata de autores como: Nicolás Georgescu-Roegen, Rachel Carson, Federovisky, Manuel Sacristán, Fernández Buey, Guimãraes, José Manuel Naredo, Joan Martínez Alier, Riechmann entre otros…
En el contexto de institucionalización de la sostenibilidad es interpretada y presentada, engañosamente, por la civilización dominante como una respuesta ante la posibilidad de un colapso global, pero observada con un fuerte sentido desarrollista que efectúa una relegación a segundo plano de “una necesaria defensa de la biosfera”.
La indefinición conceptual de la sostenibilidad y el desarrollo
En esta sociedad en la que vivimos, casi siempre la sostenibilidad es presentada como un concepto cargado de ambigüedad y contradicciones, sobre todo porque el capitalismo tiende a asociarla al concepto desarrollo, con la finalidad de disfrazarla aún más con algo “tan bueno” como es eso “del desarrollo” y que resulta ser una idea hecha completamente ambigua fomentada por los intereses del productivismo-consumismo y en definitiva por el crecimiento económico oligárquico.
Según nos comenta Serge Latouche en su libro Sobrevivir al desarrollo:
“John Pezzey [1] (del Banco Mundial) en 1989 ya reseñaba 37 acepciones diferentes del concepto de sustaintable development, (desarrollo sustentable). Pero es que François Hatem llegó a catalogar hasta 60 acepciones del concepto sustentable; y para clarificar un poco este marasmo, sugirió que el concepto de desarrollo sostenible se clasificara en dos grupos:
a) Teorías de sostenibilidad basadas en conceptos antropo-céntricos (corriente desarrollista);
b) Teorías de sostenibilidad basadas en conceptos eco-céntricos (corriente crítica)” [2].
El nefasto emparejamiento de las palabras desarrollo y sostenible
Y es que en la actualidad se está produciendo un constante emparejamiento de estas dos palabras: desarrollo-sostenible.
Emparejamiento que ayuda mucho a crear aún mas confusión del termino sostenibilidad o sostenible, pues al hablar del concepto desarrollo sostenible, toda la ambigüedad del concepto desarrollo (con sus 60 acepciones citadas) contagia a la idea de sostenibilidad envenenándola en beneficio del sistema, para poder utilizarla (con esta asociación del termino sostenible con el de desarrollo) en apoyo a una gran variedad de nefastas agendas políticas y sociales desarrollistas.
Al final, el resultado es que ambas palabras “sostenibilidad” Y “desarrollismo” han quedado poseídas de una fuerte sinergia. El productivismo imperante, basado en el crecimiento económico oligárquico ilimitado no puede desprenderse de la palabra “desarrollo”. Y cuando se ve empujado a considerar el concepto de “sostenibilidad” de recursos y de la biosfera, no admite más que al binomio desarrollo-sostenible. Dándole a “sostenible” en su fondo un sentido completamente falso porque lo que pretende es usar el concepto de economía verde sin tener casi nada (o nada) de “verde”. Lo que sucede con estos dos conceptos es que están en constante contraposición, según una lucha entre el productivismo extractivista y esquilmador, por un lado y por otro con una bio-mimesis que no debería conocer ni practicar en ningún momento el despilfarro ni el sobrepaso de la capacidad de carga del planeta, tal y como siempre lo ha hecho los ecosistemas naturales.
No es de extrañar que Joan Martínez Alier, uno de los padres de la economía ecológica, a la que ha tratado magistralmente en su libro “Introducción a la economía ecológica” [3], declarara frecuentemente con cierta indignación que: “El desarrollo ecológico es una falsedad y un engaño”.
Guimarães en el año 2002 sostenía que: “La noción de sostenibilidad tiene múltiples paradojas, debidas a que, más allá de una posible conciencia sobre el agotamiento del sistema vigente, sólo se recurre a ésta palabra para introducir algunas restricciones ambientales al proceso de acumulación, sin afrontar los cambios institucionales y políticos necesarios en la reglamentación de la propiedad, el control, acceso y uso de los recursos naturales y los servicios ambientales, ni tampoco consideran ni realizan las necesarias modificaciones profundas en los patrones de consumo, convirtiendo veladamente detrás de tanta unanimidad, la existencia de intereses crematísticos por encima del concepto de sostenibilidad” [4].
Por otra parte, el concepto de sostenibilidad aparece cada vez de forma más reiterada, en esferas como la científicas, o en la agenda de partidos políticos y propuestas normativas gubernamentales como la implementación de políticas públicas, esta temática se trata siempre con gran ambigüedad conceptual.
Para Naredo[5]el término “sostenibilidad” es ambivalente y que las razones ideológicas por las que esta expresión se impone a otras, se debe a su elevado carácter retórico, que conduce a la trivialización del concepto.
Por su parte, Fernández Buey [6] define la “sostenibilidad” como “palabra sin concepto”, en el sentido que al mismo tiempo que aparece como respuesta superadora de la crisis y los desequilibrios ambientales, cuyas causas derivan, sin embargo, del modelo en el que se promueve su aplicación.
Para Federovisky [7] la palabra “sostenibilidad” se ha convertido en una “especie de Meca”, o en “algo en que creer” que con frecuencia sirve para encubrir el retorno a lo que una economía neoclásica entiende por crecimiento, sin ningún cuestionamiento al respecto.
La resistencia del sistema a la aplicación de la sostenibilidad
Este engaño, que se perpetra con este uso del término “sostenibilidad”, se realiza en base a una irracionalidad y de la ambivalencia, pero que, sin embargo, se plantea como un progreso únicamente unidireccional, como el único posible. Esta falacia constituye una de las mayores contradicciones de la sociedad contemporánea y refleja el estado de crisis, aumento de la pobreza y la agonía del planeta, motivado por un estilo de vida uniformador, y hedonista, propuesto por la sociedad consumista.
Guimarães, en 2002 nos decía que, ante estas posiciones irracionalmente devastadoras de la economía clásica, aparece la racionalidad ambiental que consigue comprender las profundas causas de la crisis socio-ambiental. Una racionalidad en la que según Guimarães:
“Al ser humano se le vuelve a considerar parte (en lugar de estar aparte) de la naturaleza”; [además observa que]… “esta contradicción responde a una situación particular a la que se puede denominar como conservadurismo dinámico, que pone de manifiesto la tendencia inercial del sistema de resistencia al cambio, promoviendo un falso “discurso transformador” precisamente para garantizar que nada cambie” [8].
Estamos ante un fenómeno similar al “mito de la caverna” creemos vivir en un mundo que no es el real, y si alguien descubre otra realidad los demás se resisten al cambio.
En esta condición generalizada humana es en lo que se apoya el sistema para lograr su Pensamiento Único del desarrollismo y del crecimiento económico oligárquico.
En resumen pueden considerarse dos posiciones
La primera, según un planteamiento de la corriente desarrollista y de la economía clásica, mantiene que se pueden ofrecer soluciones, programadas exclusivamente desde un carácter esencialmente técnico, a los problemas ambientales sin necesidad que se produzcan cambios en las actuales estructuras del sistema de mercado, desde la iniciativa privada y desde el control normativo, dando una importancia secundaria a los procesos socio-económicos. Pero son prácticas técnico-comerciales depredadoras e insustentables generadoras de la crisis. En este enfoque, oficialista, los técnicos nunca se equivocan y los problemas ambientales son responsabilidad de los individuos por no actuar correctamente.
La segunda posición (opuesta) es la de la corriente crítica, que plantea una respuesta sustentada en la implementación de modelos alternativos a los del productivismo-consumismo; que centran su atención en la necesidad de replantear el valor económico, asignado, en la adopción de opciones a partir de una redistribución más justa y equitativa de los beneficios de la explotación de sus recursos naturales.
La Conferencia Mundial sobre Ambiente y Desarrollo o Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro, 1992), intentó consensuar estrategias para lograr un modelo de desarrollo estructurado sobre la noción de la sostenibilidad. Pero surgieron grandes dificultades debido a que se planteaba la búsqueda de consensos entre los intereses contradictorios de los países participantes. Al final se llegó a legitimar la posición adoptada por el Informe Brundtland, que representa el poder fáctico de los sectores desarrollistas para quienes alcanzar la sostenibilidad implica asegurar la compatibilidad del crecimiento económico oligárquico con la protección del ambiente. Cayendo, así, en la interpretación ilógica de la quimera propia de una retórica completamente demagógica.
En definitiva, el desarrollismo se resiste a la correcta vía de la bio-mimesis.
Notas:
[1] Pezzey, John «Economic analysis of sustainable growth and sustainable develop-men», en World Bank. Environment Department. IVorking Paper. n° 15,1989.
[2] Latouche, Serge Sobrevivir al desarrollo. Icaria, Barcelona, 2007, p. 39.
[3] Joan Martínez Alier, “Introducción a la economía ecológica”, Rubes Editorial, SL., 1999, Barcelona.
[4] Guimarães, R., “La ética de la sustentabilidad y la formulación de políticas de desarrollo”. En Alimonda, H. (Ed). Ecología Políticas,
Naturaleza, Sociedad y Utopía. Buenos Aires, Argentina: CLACSO, 2002.
[5] Naredo, J.M., “Sobre el origen el uso y el contenido del término sostenible”. En: http//hábitat.ap.upm.es, 2004
[6] Fernández Buey, F. Filosofía de la sostenibilidad. En: Ética y Filosofía política. Barcelona, Ediciones B., 2004
[7] Federovisky, S., “Los mitos del medio ambiente. Mentiras, lugares comunes y falsas verdades”. Buenos Aires, Capital Intelectual. 2014
[8] Guimarães, R., opus citada.
Julio García Camarero es doctor en Geografía por la Universidad de Valencia, ingeniero técnico forestal por la Universidad Politécnica de Madrid, exfuncionario del Departamento de Ecología del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias y miembro fundador de la primera asociación ecologista de Valencia, AVIAT.