Perdida ya la guerra, y derrotado el ejército «rojo» en Madrid, pocas salidas quedaban salvo escapar al exilio por los puertos del mediterráneo. Pero la armada franquista procedió a bloquearlos en marzo de 1939. Los historiadores constatan que 40 bajeles sortearon el bloqueo, y prácticamente todos lograron llegar al norte de África. Uno de ellos, […]
Perdida ya la guerra, y derrotado el ejército «rojo» en Madrid, pocas salidas quedaban salvo escapar al exilio por los puertos del mediterráneo. Pero la armada franquista procedió a bloquearlos en marzo de 1939. Los historiadores constatan que 40 bajeles sortearon el bloqueo, y prácticamente todos lograron llegar al norte de África. Uno de ellos, el mítico Stanbrook, partió del puerto de Alicante el 28 de marzo con unos 3.000 refugiados (un número de personas muy superior a las 150 en que se estimaba la capacidad de este pequeño mercante). Fue el último en partir con refugiados españoles y al que la historiografía ha concedido mayor relieve; casi un día después el buque llegó a Orán, sin zozobrar a pesar del riesgo por el exceso de peso y la desigual distribución del pasaje.
La Universitat de Valencia expone hasta el 30 de noviembre una muestra con materiales, muchos de ellos inéditos, sobre el Stanbrook y el exilio republicano español al norte de África. La exposición consta de dos salas en las que se han rescatado fotografías, prensa de la época, vídeos, acuarelas de Antoni Miró e ilustraciones de Paco Roca; listados de los pasajeros, planos, maletas de viaje, instrumentos náuticos y materiales de primera mano, en buena parte de familiares y amigos de los exiliados. El comisario de la exposición y profesor de Historia Contemporánea de la Universitat de València, Ricard Camil Torres, destaca la presencia de «abundante material íntimo de los propios exiliados, como cartas, memorias y diarios, pero también los documentos desconocidos procedentes de otros archivos». «Se combina la parte más académica con el rescate de experiencias personales, con el fin de que la exposición llegue a todo el mundo», añade.
En el acto de inauguración han participado miembros de la Comisión Stanbrook, que entre el 29 de mayo y el 1 de junio de 2014 reprodujeron en ferry el itinerario recorrido por el Stanbrook en marzo de 1939. En el ferry se enrolaron, entre otras personas, familiares de republicanos españoles que escaparon al exilio africano. «Pensamos que estos refugiados han tenido poco reconocimiento, de ahí la iniciativa», ha señalado la periodista Rosa Brines, miembro de la Comisión Stanbrook que el 29 de mayo viajó hasta Orán. En el Ferry, en 2014, y en el carguero inglés, en 1939, estuvo Olimpia Ruiz, quien con sólo un mes se subió al Stanbrook en brazos de sus padres. «Olimpia nos cuenta siempre la penuria que vivió en el barco y al llegar a Argelia; los españoles allí vivían igual que los inmigrantes que llegan hoy a España en las peores condiciones», recuerda Rosa Brines.
A sus 75 años, Olimpia Ruiz es actualmente enfermera en Alicante. Su marido, hijo del exilio en Francia, es médico. Los dos pertenecen a la ONG «Médicos del Mundo» y trabajan en una clínica privada de Alicante, donde «como muestra de gratitud» asisten a inmigrantes sin cobertura sanitaria. En Elche vive Helia González, quien a los cuatro años se embarcó en el buque británico acompañada de su padre (que cargaba con las maletas) y su madre (quien llevaba al brazo a su hermana de dos años). A Helia le ayudó a subirse al Stanbrook el capitán del bajel, Archibald Dickson.
La exposición de la Universitat de València incluye un texto de Helia González en el que evoca la sensación de seguridad y amparo que tuvo entonces. Gracias a esta iniciativa, subraya Rosa Brines, hemos conocido a más supervivientes, por ejemplo, en Aragón y Cantabria, «aunque es gente muy mayor que por razones de edad no ha podido hacer el viaje». La periodista insiste en una idea: «no hemos de limitarnos a la parte sentimental, al contrario, la memoria histórica ha de utilizarse como herramienta política en el presente».
En la apertura de la muestra de la Universitat ha intervenido Laura Gassó (hija del pasajero 753 del Stanbrook), que también se desplazó en el ferry a Orán en la iniciativa autofinanciada (sin ningún apoyo institucional) por la Comisión Stanbrook. Señala como uno de los elementos más emotivos la colocación de un monolito en el paseo marítimo de la ciudad argelina, justo frente al puerto donde permanecieron atracados el carguero británico y otros barcos que zarparon desde España. Laura Gassó publicó en 2013 el libro «Diario de Gaskin. Un piloto de la República en los campos de concentración norteafricanos. 1939-1943» (L’Eixam), en el que recompone los fragmentos del diario de su padre.
«El buque fue retenido en el puerto de Orán durante un mes largo. Antes, sólo se consiguió el permiso para desembarcar a mujeres y niños. Los exiliados hacinados en el stanbrook no disponían de alimentos ni bebida suficiente, ni lugar donde asearse y hacer sus necesidades. Civiles oraneses solidarios se acercaron en barcazas para hacerles llegar medicinas, agua y algo de comida. Sólo un brote de tifus hizo saltar las alarmas y fue entones cuando se procedió a evacuar el barco», explica la autora.
Monolito por los exiliados republicanos en el puerto de Orán (foto: Laura Gassó)
El historiador Juan Martínez Leal publicó en 2005 un extenso y documentado artículo titulado «El Stanbrook. Un barco mítico en la memoria de los exiliados españoles», en la revista «Pasado y memoria». Explica que a las penalidades diarias en el barco se añadían las «listas políticas» elaboradas desde el primer día por el gobierno francés. De hecho, entre los refugiados se sobreentendía, con preocupación, que un posicionamiento político más o menos a la izquierda podía condicionar el lugar de destino. Martínez Leal se pregunta: ¿a qué respondía la demora (más de un mes) de las autoridades francesas en permitir el desembarco de los expatriados? Se alegaba que Francia ya contaba con cientos de miles de refugiados (dos meses antes llegaron verdaderas oleadas humanas desde Cataluña). Inglaterra también se negó a acoger a los refugiados españoles varados frente a los puertos argelinos, tal como pretendía el gobierno francés.
Pero como en tantos otros pasajeros, la biografía de Antonio Gassó Fuentes -un voluntario de la aviación republicana que realizó cursos de pilotos de caza en la URSS- se reanudó tras el periplo del Stanbrook en los campos de concentración franceses del norte de África. En condiciones infrahumanas: «poca y deficiente comida, agua escasa, temperaturas extremas sin protección, trabajos forzados, humillaciones, palizas, disciplina, cárcel y campos de castigo», explica Laura Gassó en el libro con los diarios de su progenitor, quien estuvo internado, en calidad de refugiado, en Camp Morand, Colomb Bechar, Foum Defla y Bou Arfa.
Ciertamente, a quienes las autoridades francesas señalaban como tipos peligrosos, sobre todo de ideología comunista y anarquista, los llevaba directamente a los presidios. En un ejemplo cabal de «neolengua», la administración gala esquivaba los términos «campo» y más todavía «concentración». Pero realmente lo eran. En los casos de infracción más grave, se decretaba la entrada en prisión, el confinamiento en penales o la obligación de apuntarse a la Legión Extranjera francesa. En la exposición de la Universitat se detalla la pena «ejemplarizante» de la «tumba», que consistía en obligar al penado a cavar una fosa y alojarse en ella sin la posibilidad de ingerir alimentos ni bebida.
Durante la segunda guerra mundial, con Francia bajo las riendas del régimen colaboracionista de Vichy (a partir de 1940), cobró vida el proyecto de construcción del ferrocarril Transahariano. El objetivo era edificar un tendido de más de 2.000 kilómetros que conectara las colonias subsaharianas con la costa mediterránea del norte de África. Entre los refugiados que se movilizaron para esta magna obra figuraban los españoles, obligados a trabajar bajo una disciplina castrense en la que los castigos estaban a la orden del día, con temperaturas por encima de los 50º y con alimentación muy deficiente.
La descomunal iniciativa fue abandonada en noviembre de 1942, cuando los aliados arribaron al norte de África. En julio de 1943, al llegar los aliados a los últimos campos norteafricanos, se procedió a la liberación de los presos. Estos se integraron en la legión, en los ejércitos aliados (por ejemplo, la Nueve, la primera brigada que entró en París el día de la liberación), y otros, pese a regularizar su situación, permanecieron en el exilio. La exposición inaugurada el 29 de septiembre da cumplida cuenta de todo ello.
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