En este texto explico, desde la sociología crítica, las características del cambio feminista y las enlaza con los procesos identificadores y la conformación de un sujeto sociopolítico feminista.
Tiene tres partes. La primera, “El cambio feminista”, analiza los tres niveles de identificación feminista, la pugna entre los distintos feminismos, el agotamiento del feminismo socioliberal y formalista y la expectativa del cambio institucional. La segunda, “El contexto del impulso feminista”, analiza la persistencia de la desigualdad, la discriminación y la violencia hacia las mujeres, junto con el insuficiente reconocimiento público de su aportación, los límites de las políticas públicas y las reformas regresivas que perjudican más a las mujeres, diferencio la identidad feminista de la identidad de género y destaco el choque entre el avance de la conciencia feminista y la persistencia de las desventajas relativas de las mujeres. La tercera, “Identidades y sujetos feministas”, señala dos aspectos complementarios de carácter teórico: el sentido de la pertenencia feminista como proceso de identificación y la formación de actores y sujetos colectivos, en particular el movimiento feminista.
1. EL CAMBIO FEMINISTA
El feminismo avanza en la sociedad española. Tiene un sentido igualitario y emancipatorio frente a la desigualdad y la subordinación de las mujeres. Las grandes movilizaciones feministas de los últimos tres años, en particular, en el 8 de marzo, se han centrado en dos grandes ejes: contra la violencia machista y por la igualdad en las relaciones sociales y laborales. Han conseguido una gran participación y un amplio apoyo social, tienen un relevante impacto sociopolítico y expresan una fuerte conciencia democrática.
Así mismo, el feminismo, junto con los colectivos LGTBI, ha promovido un tercer eje: mayor libertad sexual, más tolerancia y reconocimiento hacia su diversidad y el refuerzo de la autonomía de las personas para definir sus opciones y preferencias vitales.
Me centro aquí, al calor de los debates de las últimas semanas, en un análisis de las dos tendencias de fondo en el movimiento feminista que explican la fuerte pugna sociopolítica y discursiva por su orientación y su representación. El contenido sustantivo está ya expresado en los tres grandes temas antedichos que han vertebrado la activación feminista: contra la violencia machista, por la igualdad relacional y por la libertad sexual. Pero antes de avanzar, explico los distintos niveles de identificación feminista para acercarnos de una forma más realista a la problemática de la identidad y la conformación del sujeto feminista, elementos constitutivos del cambio feminista.
Tres niveles de identificación feminista
En un reciente libro, Identidades feministas y teoría crítica,explico las características de este proceso, sus implicaciones y sus bases teóricas, desde la sociología crítica de los Movimientos sociales, la acción colectiva y el cambio social. Parto del diagnóstico sobre las identificaciones feministas derivado de varios estudios demoscópicos, en particular del CIS, 40dB y Metroscopia. Existen, al menos tres niveles en la implicación feminista.
Un primer nivel de miles de activistas, en los tres ámbitos fundamentales, institucional, parainstitucional -incluido el académico o el sindical, así como múltiples organizaciones subvencionadas- y el asociativo de base, muy descentralizado. Entre los tres hay conexiones y muchas personas tienen una participación mixta. Desarrollan diversas actividades culturales, reivindicativas y de denuncia, asistenciales, expresivas, de apoyo mutuo… Conforman redes reticulares con significativa coordinación y capacidad expresiva a través de grandes campañas públicas.
Un segundo nivel, de personas, en su mayoría mujeres, que optan por una autodefinición ideológica y sociopolítica de feministas, que participan y comparten objetivos igualitarios y se expresan, sobre todo, en el apoyo a las grandes movilizaciones y sus demandas. Es la base social más amplia, diversa y explícita del movimiento feminista.
Para hacerse una idea más precisa y según datos del CIS sobre los electorados (en las pasadas elecciones generales del 10-N-2019), se autodefinían feministas 800.000 votantes al PSOE, otros 800.000 a UP y sus convergencias y 100.000 al PP. El total de todos los electorados que se han pronunciado, contando con personas con derecho a voto, o sea mayores de 17 años, e incorporando los porcentajes de abstencionismo y de origen extranjero (sin derecho a voto) tenemos una cifra en torno a tres millones y medio de personas que se sienten identificados con el feminismo, entre sus dos opciones fundamentales de su auto ubicación ideológica. Es algo más del 10% de la población, pero hay que matizar que en el caso del PP se sitúa en el 2% de su electorado, en el caso del PSOE, en torno al 12%, y en el caso de UP, el 26%. Por tanto, aunque la base social autodefinida feminista es prácticamente paritaria entre PSOE y UP (y aliados), en términos comparativos tiene un peso mucho más significativo entre los segundos que entre los primeros.
09 En su conjunto, podemos decir que esa pertenencia feminista no es transversal o equidistante, no está distribuida por igual entre las distintas tendencias político-ideológicas. Así, aunque haya una minoría que se identifica también con las derechas, la gran mayoría (al menos el 90%) se sitúa en las corrientes progresistas y de izquierda.
Un tercer nivel son las personas que tienen cierta conciencia feminista y apoyan determinadas demandas feministas, avaladas en su mayoría por entre el 40% y el 50% de la sociedad, es decir, hasta cerca de veinte millones de personas. Aunque algunas propuestas superan ese porcentaje de apoyo ciudadano, como la igualdad en el ámbito profesional o aumentar y visibilizar la acción contra la violencia machista.
La media de identificación feminista entre las mujeres es mayoritaria, el 53%, con un incremento medio del 38% en estos cinco años, especialmente entre las mujeres jóvenes. Y en el caso de los varones la media de la autopercepción feminista es algo superior al tercio (36%) con un crecimiento también significativo (29%), particularmente entre los más jóvenes. Así, el número de personas que no se consideran feministas se ha reducido un tercio en estos cinco años, y aunque persiste una importante minoría de mujeres (47%) y una mayoría de hombres (64%) que no se pronuncian, no significa que se consideren machistas o antifeministas, sino que no se definen y caben actitudes conservadoras, intermedias, neutras e indecisas.
En definitiva, al hablar de feminismos, hay que diferenciar esos tres niveles, procesos identificadores y dimensiones: primero, el activismo feminista más permanente (incluido el para-institucional e institucional), de varios centenares de miles de personas; segundo, la identificación colectiva feminista, con su participación en las grandes movilizaciones (y en la vida cotidiana) y su sentido de pertenencia a un actor colectivo sociopolítico y cultural, con unos tres millones y medio; tercero, el apoyo a medidas contra la discriminación y por igualdad para las mujeres, de cerca del 50% de la población, con cierta conciencia feminista, mayor entre la gente joven y superior a la mitad entre las mujeres y a un tercio entre los varones.
El agotamiento del feminismo socioliberal y formalista
Dejo al margen la crítica a las dinámicas reaccionarias y conservadoras promovidas por sectores de la ultraderecha que, ante la crisis de los anteriores privilegios y estereotipos machistas, pretenden frenar el empuje transformador feminista y distorsionar su sentido democrático, igualitario y emancipador.
Me detengo en la pugna interna dentro de los feminismos, con ánimo de clarificar su sentido sociopolítico. Las líneas de diferenciación son diversas, empezando por el mayor énfasis en valorar el movimiento como cultural o social. Se trata de la prioridad por el cambio cultural y de mentalidades o por su carácter articulador y expresivo para promover transformaciones sociales, institucionales y económicas, aunque ambas características, con diferentes combinaciones, favorezcan la igualdad entre los géneros y la liberación femenina.
Existe una pluralidad de corrientes ideológicas y culturales. Hay, al menos, dos grandes corrientes feministas: una de corte liberal o socioliberal, más formalista y adaptable a las actuales estructuras de poder, y otra de orientación igualitaria o progresista que enlaza con una posición crítica y transformadora. Ambas tienen un fuerte componente cultural, simbólico e identitario. Y también una gran repercusión política-institucional, a veces de signo distinto o contrapuesto. Aunque el movimiento feminista en su conjunto es un conglomerado autónomo, en él confluyen distintas posiciones e intereses políticos e ideológicos.
Por mi parte, clasifico las variadas posiciones en esas tres áreas temáticas, acoso machista, igualdad socioeconómica y de poder y libertad sexual, respecto de un gran eje práctico, social y relacional: el avance efectivo y real, la capacidad y actitud transformadora ante esos desafíos.
Así, denomino a una tendencia feminismo crítico, popular y transformador, con un contenido nítido democrático-igualitario-emancipador. Ese amplio campo es muy heterogéneo en sus rasgos culturales, sociopolíticos y asociativos; así como en sus prioridades de cambio cultural y/o político-estructural. En cierta medida, las fuerzas del cambio y de progreso están condicionadas por esta pluralidad de posiciones. Su hilo conductor: el cambio feminista sustantivo. Es la mayoría del feminismo no institucionalizado y parte del para-institucional e institucional.
La otra tendencia la califico de feminismo elitista, retórico y socioliberal: admite cambios parciales y limitados, evita avances sustanciales y los reconduce a callejones sin salida o contraproducentes. La principal gestión, hegemonizada por el Partido Socialista, ha sido desde el ámbito institucional, académico y mediático.
Recordemos los límites existentes hasta ahora, motivo de indignación feminista, de la gestión dominante de esa corriente institucional-socioliberal condicionada por las tendencias conservadoras, en relación con las tres principales áreas temáticas: sin cambios suficientes ni políticas estructurales efectivas, solo formalistas y parciales, en los temas de igualdad socioeconómica, laboral, institucional y de protección pública; apuestas punitivistas, más fáciles, mediáticas y que enlazan con cierto autoritarismo, ante las agresiones machistas, sin mejoras reales de prevención, educación e integración; actitud y cultura puritana restrictiva y conservadora, como pantalla retórica y prohibicionista ante la sexualidad, considerada como peligro, y los temas asimilados (pornografía, prostitución, LGTBI…), a veces utilizadas como arma arrojadiza en vez de establecer un debate sereno, tolerante e inclusivo, un afrontamiento de sus causas y una regulación razonable en beneficio real de las personas afectadas y sus derechos.
La expectativa del cambio institucional
El acuerdo del Gobierno progresista de coalición ha permitido dar la responsabilidad del Ministerio de Igualdad a Unidas Podemos. Así, aunque las decisiones sean unitarias y vigiladas por el Partido Socialista, con su correspondiente reticencia a cambios sustantivos y al refuerzo de su legitimidad, para las fuerzas del cambio supone una gran responsabilidad simbólica, política y normativa. No es de extrañar que, ante el agotamiento de las políticas formalistas, punitivistas y prohibicionistas, dominantes en el Partido Socialista, la nueva acción gubernamental parta de la necesidad de una reorientación con una profundización transformadora, aunque sometida a un mínimo consenso de las dos partes. Así, ambas corrientes están representadas en el gobierno, con el reto de dar un impulso a la agenda feminista. Más allá de la retórica y las tensiones competitivas y de prioridades, su credibilidad se va a contrastar en la medida que cumpla esas expectativas de cambio real y sustantivo, mayoritarias en el movimiento feminista y en la sociedad.
El nuevo gobierno de coalición progresista ha iniciado algunas reformas normativas positivas que ya han destapado la caja de los truenos, no solo de las derechas (especialmente la ultraderecha) sino incluso del propio ámbito socialista. La actitud crispada de algunas de sus representantes demuestra su agotamiento práctico, su debilidad política y discursiva y su resquemor por la pérdida de la prevalencia de su estatus simbólico e institucional.
Superar esas inercias y bloqueos es un desafío para el feminismo crítico y transformador, así como para el nuevo gobierno y, en particular, para Unidas Podemos y sus convergencias en la tarea de promover un nuevo impulso para el cambio feminista real, particularmente, en esas tres grandes áreas que afectan especialmente a la gente joven.
En definitiva, ante las insuficiencias de la anterior gestión institucional, agravadas en el periodo del gobierno de la derecha, y la persistencia de la discriminación, se ha reactivado la acción colectiva feminista crítica. Está avalada por un sentido ético de superación de esa desigualdad injusta, muy diversa, segmentada e interseccional, pero que afecta en distintas proporciones a la mayoría de las mujeres. Desde una óptica más general esas tendencias discriminatorias han empeorado con la crisis económica, las medidas de ajuste neoliberal, las políticas públicas regresivas sobre el Estado de bienestar y contra el empleo decente, la extensión del paro y la precariedad laboral. La actual crisis sanitaria y socioeconómica, con la debilidad de los servicios públicos y la forzada atención femenina por los cuidados, refuerza esa tendencia. Todo ello va en contra la igualdad de las mujeres y tiende a afianzar su subordinación.
El reto para el feminismo y las fuerzas progresistas es enorme y, junto con los desafíos de la respuesta a la crisis socioeconómica, territorial y ambiental, el alcance real del cambio feminista va a definir el tipo de país a configurar, la conformación y legitimidad de las fuerzas progresistas y la consolidación del propio movimiento feminista.
2. EL CONTEXTO DEL IMPULSO FEMINISTA
Persiste una realidad de subordinación de las mujeres (y otros grupos discriminados) percibida como injusta. Tres hechos encadenados de este contexto explican la amplia participación ciudadana y dan sentido y proyección a la reafirmación feminista por la igualdad y la emancipación.
Primero, la persistencia de la desigualdad, la discriminación y la violencia hacia las mujeres, junto con el insuficiente reconocimiento público de su aportación, así como sus mayores dificultades y desventajas comparativas en su doble condición de mujeres y trabajadoras (presentes y futuras). No hace falta ilustrarlo. Últimamente es el rasgo con mayor visibilidad, que contrasta con el incremento de la percepción individual y colectiva de su injusticia, conformando una actitud transformadora igualitaria y liberadora.
Con la actual crisis sanitaria y socioeconómica se ha puesto todavía más en evidencia la gran aportación femenina a las tareas de cuidados, en los ámbitos públicos y familiares, su sobresfuerzo para combinarlo con sus tareas laborales y sociales. Igualmente, se han percibido las insuficiencias de las prestaciones públicas de apoyo a las familias y de las instituciones para la atención a la infancia y las personas dependientes, cuya responsabilidad principal en un Estado familista, de infradesarrollo de la protección social pública, ha vuelto a recaer en las mujeres. Además, la amplia precariedad laboral y de empleo se ha cebado con las capas populares de ellas.
Segundo, el límite de las políticas públicas y los mecanismos institucionales que teóricamente favorecen la igualdad de género, así como los recortes sociales y de derechos que perjudican especialmente a las mujeres. Por un lado, el carácter limitado o solo retórico, sin suficientes presupuestos y recursos, de algunas leyes como la de igualdad, la de conciliación y la normativa contra la violencia machista o de género, esta última casi solo centrada en reforzar su carácter punitivo, en detrimento de una estrategia realmente ‘integral’ para erradicarla. Tras tres lustros de su aplicación limitada, aun con un gran despliegue retórico e institucional, están agotadas y necesitan una nueva y real implementación, superando su cortedad aplicativa.
Por otro lado, como decía antes, las deficiencias de los sistemas públicos de atención a las personas y los cuidados que suelen recaer en las mujeres, con desventajas comparativas y adjudicándoles un mayor esfuerzo y carga de trabajo, no reconocidos, en esa actividad reproductiva, incluida la maternidad y la crianza: insuficiencia de escuelas infantiles de cero a tres años, ayuda a la dependencia, mejora de los servicios públicos, paridad con los hombres en la distribución y conciliación de las tareas domésticas, profesionales e institucionales…
Tercero, la consolidación de las reformas laborales regresivas, la devaluación salarial, la precariedad de las trayectorias laborales y del mercado de trabajo y las dificultades de inserción profesional en un empleo decente, en el contexto de las políticas restrictivas, perjudican más a las mujeres, particularmente de las capas populares: clases trabajadoras y clases medias estancadas o en retroceso.
En consecuencia, se ha configurado una exigencia feminista de reformas efectivas contra la desigualdad de género en los distintos ámbitos de las relaciones interpersonales, las garantías institucionales de un Estado de bienestar más avanzado, la democratización política y las reformas progresistas económico-laborales bajo el objetivo de la igualdad real.
Aparte de un significativo cambio de mentalidades y costumbres, especialmente en las generaciones jóvenes, este proceso de activación feminista ha supuesto un empoderamiento colectivo de las mujeres, una mayor incorporación y visibilidad en la vida pública y un reequilibrio en las relaciones interpersonales. Los procesos de identificación feminista son positivos, reflejan una interacción y un reconocimiento entre sí y respecto de otros actores, con una orientación de progreso. Las identidades expresan un sentido de pertenencia colectiva a una agrupación humana específica, compatible con otras identificaciones (de clase, étnico-nacionales, de opción sexual…) y preferencias que conforman una identidad múltiple, con distintas combinaciones, equilibrios y expresiones según los grupos humanos, momentos y circunstancias.
Diferencio, aquí, la identidad feminista de la identidad de género de las mujeres (en plural, dada su diversidad), más ambivalente. Esta conlleva dos dinámicas contrapuestas, al igual que otros sectores subordinados, como las clases trabajadoras, las minorías étnico-nacionales o los grupos LGTBI. Por una parte, una posición social subalterna u opresiva, con una socialización sociohistórica impuesta por las estructuras de poder, que hay que rechazar. Por otra parte, una revalorización de su aportación a la sociedad y una actitud de superar la desigualdad, en un sentido igualitario-liberador, ese estatus discriminatorio percibido como injusto.
Por tanto, la identificación feminista tendría que ver más con esta segunda parte: con una pertenencia colectiva y solidaria a un dinámica activa y transformadora de las relaciones de desigualdad de género. El horizonte es la superación de las desventajas derivadas de la distribución y el reconocimiento desiguales de papeles sociales por sexo. El aspecto principal no sería la adscripción a un sexo determinado o una función estructural desventajosa en la reproducción social. La identidad feminista supone una conformación relacional y sociohistórica en base a una experiencia vital, cultural y sociopolítica compartida. Por tanto, su objetivo último es la igualdad y la emancipación, la superación de los géneros en cuanto fuente de desventajas y discriminación. Está condicionada por tres componentes encadenados: su estatus inicial de subordinación; su práctica relacional emancipadora y solidaria para superarla, y el carácter igualitario de su proyecto y los derechos que reclama. Es una corriente democrático-progresiva que hay que reafirmar, no diluir.
Por otra parte, la activación feminista supone un emplazamiento a los poderes públicos para encarar reformas más sustantivas frente a la discriminación y las desventajas relativas que padecen las mujeres, particularmente en esos tres campos: contra la violencia machista, por la igualdad y por la libertad sexual. La reafirmación feminista y el gran crecimiento identificador del feminismo en los últimos cinco años, especialmente entre la gente joven, se han reforzado ante la evidencia de los bloqueos estructurales, político-institucionales y socioeconómicos, durante la década anterior. Y todo ello frente a las tendencias regresivas y conservadoras que se han reactivado últimamente, en particular, en esos tres ámbitos.
El choque entre ese avance en la conciencia, la identificación y la actitud feminista mayoritarias y la persistencia de desventajas relativas, subordinación y discriminaciones percibidas como injustas, amparadas en un poder establecido (institucional, empresarial, judicial…) renuente a transformaciones sustantivas, ha acelerado el desafío feminista de la consecución de un cambio sustantivo y real. Se ha impuesto la necesidad de una agenda feminista transformadora, que supone un reto para el Gobierno de coalición, el conjunto de fuerzas progresistas y el propio movimiento feminista.
3. IDENTIDADES Y SUJETOS FEMINISTAS
Se ha configurado una dinámica basada en la indignación feminista ante una situación injusta, con una experiencia compartida y unos objetivos comunes igualitario-emancipadores. Hay distintos elementos diferenciadores y aspectos que se entrecruzan en los actuales debates feministas, con diferentes sensibilidades. Existen valores de fondo interconectados: igualdad, libertad, solidaridad. Y en las trayectorias de activación y participación cívica se han generado procesos identificadores entre las mujeres, de pertenencia colectiva y reconocimiento de sí mismas y respecto de los demás actores. Todo ello, en una difícil, compleja y reticular capacidad articuladora de la pluralidad existente, junto con el refuerzo unitario por exigencias comunes.
Es preciso evaluar aspectos más de fondo, como las tendencias sociopolíticas y culturales en conflicto y los fundamentos ideológico-políticos o discursivos, igualitario-emancipatorios o conservadores-discriminatorios, que laten en este proceso. E, igualmente, analizar las identificaciones colectivas y su configuración en identidades múltiples, así como explicar la conformación de un sujeto social y cultural, llamado movimiento feminista y su impacto transformador.
Todo ello añade complejidad e importancia al sentido de las distintas posiciones discursivas y de liderazgo, más ante una realidad organizativa fragmentaria. Esta diversidad confrontativa expresa un debate vivo y plural y, al mismo tiempo, actitudes hegemonistas, sectarias y no exentas de fanatismo. Aparte de los condicionamientos externos, la crispada pugna por la prevalencia de ideas y posiciones de influencia y liderazgo refleja los propios límites del feminismo, que lastran su consolidación como movimiento social y cultural.
Me centro en dos aspectos complementarios de fuerte densidad ideológica, no siempre bien interpretados: la identidad y el sujeto feminista.
La pertenencia feminista
Las identidades, frente a los esencialismos deterministas, se construyen social e históricamente; son diversas, variables y contingentes. La identidad, como pertenencia colectiva y reconocimiento público, tiene un anclaje en una realidad material, institucional y sociocultural, en su contexto histórico; encarna una dinámica sustantiva de las relaciones sociales. Las identidades se configuran a través de la acumulación de prácticas sociales continuadas, en un marco estructural y sociocultural determinado, que permiten la formación de un sentido de pertenencia colectiva a un grupo social diferenciado con unos objetivos compartidos.
Quiénes somos lo conforma, sobre todo, lo que hacemos, nuestro estatus y relaciones sociales, en los que se integra lo que fuimos, pensamos y sentimos, la subjetividad, y lo que deseamos: nuestros proyectos y aspiraciones. Resume un presente, no estático sino en marcha, condicionado por lo que fuimos, en el pasado, y lo que queremos ser, en el futuro.
La identidad feminista (que no femenina), como reconocimiento propio e identificación colectiva, está anclada en una realidad doble de subordinación considerada injusta y de experiencia relacional igualitaria-emancipadora. Por tanto, se combina y supera, por un lado, las dinámicas individualizadoras y, por otro lado, las pretensiones cosmopolitas, esencialistas e indiferenciadas.
Son unilaterales los enfoques individualistas extremos, liberales, ácratas o postmodernos, así como las miradas totalizadoras o abstractas de un ser humano sin vínculos sociales ni identidad grupal. Las identidades colectivas (concepto de raíz hegeliana) no son ni buenas ni malas. Son imprescindibles, con su mayor o menor dimensión e interacción entre ellas, como expresión del estatus y el carácter individual y grupal. Su valoración depende de su contenido sustantivo y su función según el contexto sociohistórico y de acuerdo con los grandes valores republicanos de la igualdad, la libertad y la solidaridad.
El feminismo no persigue formar un nuevo grupo opresor (frente a los varones), como a veces afirman desde la derecha extrema. Busca la eliminación de los privilegios masculinos y de la estructura de poder patriarcal-capitalista para conformar personas libres e iguales. En ese sentido, el feminismo (las ideas, la identificación y la participación) y su carácter universal, se deben reafirmar y ampliar, no reducir o infravalorar.
Otra cosa es la conformación unitaria, común o interseccional de procesos, identificaciones y movilizaciones combinadas, junto con otras dinámicas igualitarias y liberadoras. Se pueden englobar o interconectar en iniciativas compartidas y, por tanto, generar identificaciones adicionales y complementarias. Así como interactuar con la pertenencia más general, como persona o ciudadana, a un ámbito global, como la propia humanidad y la cultura universal de los derechos humanos.
A veces las identidades (o los procesos identitarios) y su diversidad se oponen a dinámicas más generales, cívicas, nacionales o de clase. La tensión se recrudece cuando se adoptan en ambos casos posiciones esencialistas, deterministas, totalizadoras o excluyentes. Pero, desde la lógica de la interseccionalidad, pueden ser complementarias en una interacción compleja y múltiple de las distintas esferas y trayectorias, muchas de las cuales afectan a las mismas personas. Las distintas categorías y su componente analítico sirven para diferenciar identificaciones parciales (de género, clase, étnico-nacional, opción sexual, edad…) pero siempre que haya una comprehensión de su conexión de conjunto, incluso de sus efectos combinatorios en una identidad múltiple que no es exclusivamente su suma.
Por tanto, en la medida que se mantenga la desigualdad y la discriminación de las mujeres, sus causas estructurales, la conciencia de su carácter injusto y la persistencia de los obstáculos para su transformación, seguirá vigente la necesidad del feminismo, como pensamiento y acción específicos. Y su refuerzo asociativo e identitario, inclusivo y abierto, será imprescindible para fortalecer el sujeto sociopolítico y cultural llamado movimiento feminista y su capacidad expresiva, articuladora y transformadora. No es tiempo de postfeminismo, sino de un amplio feminismo crítico, popular y transformador frente a la pasividad o la neutralidad en este conflicto igualitario-emancipador. Eso sí, con una perspectiva integradora y multidimensional que le haga converger con los demás procesos emancipatorios.
El sujeto (social o político) del feminismo no son el conjunto de las mujeres (y menos la Mujer con mayúsculas). Dicho de otro modo, las mujeres no son el sujeto del feminismo, y no todas se identifican con él. Igualmente, la gente trabajadora no es el sujeto político del socialismo, no adquiere automáticamente su identidad (o conciencia) de clase, con un soporte asociativo y relacional consistente; es un debate amplio en la teoría social desde el objetivismo mecanicista hasta el voluntarismo elitista. Yo opto por un enfoque social, relacional e histórico.
Así, he analizado el movimiento popular en España o las bases sociales y electorales de las fuerzas del cambio por su carácter progresista, un fuerte componente feminista y ecologista y una pertenencia a las izquierdas, con una identificación diversa y combinada de su cultura sociopolítica. Es todavía una corriente sociopolítica crítica y transformadora, con una cultura sociopolítica en formación, especialmente entre la gente joven, que se resiste a ser encajada en una definición compacta y un rasgo central que la homogeneice. La realidad no corresponde, a mi modo de ver, con la acepción tradicional de sujeto (político e histórico), en sentido fuerte, particularmente en su enfoque más esencialista. Por mi parte, le doy un sentido débil (al igual que a la identidad), ya que interesa un análisis empírico, relacional y sociohistórico de sectores sociales concretos. Y en ese marco, configurado particularmente esta última década, se inserta el actual movimiento feminista o la presente ola de activación feminista.
Formación de actores y sujetos colectivos
Sujeto colectivo es otro concepto hegeliano, ligado inicialmente a la nación (y el pueblo soberano y la etnia) y extendido a la clase social (al movimiento obrero y popular) y luego a sectores sociales amplios y específicos (movimientos sociales como el feminista, el ecologista…). Presupone una identidad colectiva, unos vínculos entre sí y con una realidad similar, unos rasgos socioculturales comunes, incluido un relato interpretativo, y un proyecto transformador compartido. Todo ello con la pretensión y la capacidad para transformar la realidad.
Puede haber participación popular en movilizaciones y trayectorias compartidas, actores o agentes sociales y políticos, corrientes sociopolíticas y movimientos socioculturales o étnico-nacionales sin llegar a la categoría más estricta de sujeto. Lo que añade este concepto, sin llegar a su carácter fuerte o esencialista, es la experiencia compartida prolongada, con rasgos identificadores comunes y una cierta cohesión interna, en torno a un proceso liberador-igualitario (u opresivo-reaccionario) diferenciado del poder. Es una formación sociohistórica, alejada del esencialismo o determinismo étnico, biológico, económico, cultural, institucional o estructural. El sujeto (siguiendo a Beauvoir) se hace, no nace. La ausencia de sujetos colectivos (intermedios) refleja una sociedad atomizada e individualizada con un leve sentido de pertenencia global a la humanidad (o a un imperio-nación y su cosmopolitismo cultural).
Gran parte de las teorías deterministas, basadas en rasgos biológicos, sociodemográficos u ‘objetivos’ y justificadoras de un sujeto en sentido fuerte, compacto e inmutable, infravaloran el conjunto de mediaciones sociohistóricas e institucionales. No le dan suficiente importancia a las experiencias compartidas y las trayectorias comunes de los grupos humanos. Así, tiene relevancia la posición social interrelacionada con las dinámicas conductuales, culturales, interpretativas y motivacionales. Esas características relacionales y subjetivas conforman y modulan su estatus sociopolítico, su identificación colectiva.
Esos discursos esencialistas suelen ser medios de legitimación de una élite, más o menos autonombrada, para representar y liderar (o manipular y apropiarse) una base social específica, considerada receptora o pasiva. Delimitan su contorno y su estatus y expulsan de él a las personas competidoras o disidentes. No necesitan el tedioso proceso articulador e interactivo de la propia gente partícipe de esa configuración relacional, cultural y sociohistórica. Tiene que ver con una actitud elitista y prepotente y la falta de arraigo social.
Como decía, lo relevante es la práctica relacional común y acumulada ante una situación discriminatoria y con una finalidad igualitaria-emancipadora. No es una simple unidad propositiva o de demandas de derechos. Exige compartir problemáticas similares y experiencias reivindicativas y de apoyo mutuo comunes y prolongadas, vividas e interpretadas. El componente social de la interacción humana es el principal para forjar el reconocimiento y las pertenencias grupales e individuales y dar soporte a la acción colectiva. En ese sentido, hay varones feministas, es decir, solidarios con la causa feminista, que al igual que otras personas, participan en ese sujeto feminista.
Desde ese punto de vista, al igual que necesitamos más y mejor identificación feminista, precisamos más y mejores sujetos feministas; por supuesto, abiertos, plurales y en formación. En este caso, la identidad o el sujeto feminista, como partícipes de un proceso igualitario-emancipador, se diferencian de la identidad de género, que expresa la realidad diversa de las mujeres y sus específicos y variados estatus sociales y culturales.
Pero el concepto y la realidad de los sujetos colectivos es complementaria a los del sujeto individual. No obstante, se enfrenta a la versión del individualismo extremo, ahistórico, abstracto y libre de vínculos sociales, concebido como única realidad a la que se añade, cada mañana, el correspondiente traje o la máscara representadora de su estatus e imagen. Según esa posición individualista radical la pertenencia colectiva supondría una constricción a la libertad individual. Es la idea unilateral de las versiones más rígidas del liberalismo y el pensamiento postmoderno que definen toda relación social e interpersonal como contraproducentes para la libertad individual y, por tanto, indeseable. Se rompe el contrato social y la cooperación; solo cabría la instrumentalización de lo colectivo y lo público en beneficio del individuo. La identificación colectiva no facilitaría o complementaría la acción y la personalidad individual, sino que sería su freno o su distorsión. Solo debería existir el individuo y el poder.
Pero el ser humano tiene un carácter doble, individual y social; la formación del sujeto está mediada por el conjunto de vínculos, instituciones y acciones colectivas. Su posición social, su comportamiento y sus costumbres en común, constituyen su perfil identificador y encauzan su participación en la exigencia de derechos, estatus y condiciones. Las ideas y aspiraciones, por sí solas, no son suficientes; necesitan encarnarse en una práctica colectiva, vivida, soñada e interpretada. Su interacción, duración y consistencia es lo que genera el actor que se constituye en sujeto.
En definitiva, el feminismo, con sus distintos niveles de identificación y pertenencia colectiva y su pluralidad de ideas y prioridades, es un movimiento social, una corriente cultural, un actor fundamental que, en una acepción débil, se puede considerar un sujeto sociopolítico en formación, inserto en una renovada corriente popular más amplia que califico de nuevo progresismo de izquierdas, con fuertes componentes ecologista y feminista.
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
@antonioantonUAM