Para una cultura hegemónica, la primera ley narrativa es: cuando algo parece ser lo que es, es necesario evidenciarlo con un argumento inverosímil. Una verdad difícil de demostrar, como la mayoría de las verdades que importan, fácilmente se convierte en inverosímil gracias a estos falsos argumentos. Es una de las leyes de la máscara y […]
Para una cultura hegemónica, la primera ley narrativa es: cuando algo parece ser lo que es, es necesario evidenciarlo con un argumento inverosímil. Una verdad difícil de demostrar, como la mayoría de las verdades que importan, fácilmente se convierte en inverosímil gracias a estos falsos argumentos.
Es una de las leyes de la máscara y se traduce de mil formas, incluidas algunas teorías conspiratorias.
La segunda ley es: cuando alguien sospecha de algo, se debe exponer la misma sospecha de forma explícita. Así el discurso dominante logra ganar la confianza intelectual del lector-consumidor, por lo que éste estará más predispuesto a aceptar e interiorizar las razones y los métodos incluso los más violentos de la solución. Naturalmente se asume que ver y resolver un problema son un mismo acto.
Un ejemplo caricaturesco lo encontramos en los orígenes de Superman cuando otro personaje cuestiona su existencia diciendo: «Debe ser solo un mito» (conciencia de la verdad). Momento en que Superman replica con su propia presencia y dice: «I am a very material myth», «soy un mito muy material» (desarticulación de la verdad).
La historieta presenta la realidad o la sospecha de un sistema pero lo desdobla en un individuo (el representante del problema) que puede ser eliminado (la solución) para mantener el sistema antes cuestionado. Es lo opuesto a Modern Times (1936), donde el personaje central es la víctima.
Aunque es una crítica a la deshumanización, como personaje Chaplin está humanizado, tiene una identidad y el espectador puede identificarse con él y reconocer la parodia como crítica radical.
En el caso de Superman las víctimas son siempre anónimas mientas el justiciero (el representante del sistema, el defensor de los débiles que defiende a los opresores de los débiles) es el personaje deshumanizado (un hombre de acero con superpoderes) que como doble personaje se encuentra humanizado en Clark Kent, el «verdadero Superman».
La cultura dominante (1) pone en escena sus propios defectos, injusticias e insatisfacciones para luego (2) presentar una solución que no cuestione el origen del problema planteado.
El lector-consumidor se reconocerá al comienzo con la injusticia puesta en escena para luego ubicarse en la posición psicológica de aceptar, como una continuación, la solución planteada tal como aceptó sin problemas el diagnóstico.
En 1932 Jerry Siegel y Joe Shuster crearon en Ohio el mito de Superman. El niño Salvador con reminiscencias bíblicas es enviado en un moisés espacial procede del mundo exterior y se propone «cambiar el destino del mundo» (2).
El desdoblamiento aquí se produce cuando el símbolo de la cultura central es representado por un alien y la insistente confirmación de un establishment se promueve con la idea de un cambio radical. Incluso la afirmación de que «Superman no habla, actúa» (16) se contradice perfectamente con la realidad del cómic, el cual es puro discurso: Superman no actúa, habla. Lo representado y su representación deben ser contradictorios.
Clark Kent es la imagen de sus creadores: ambos trabajaban en los periódicos, eran tímidos y tuvieron relaciones tímidas con las mujeres. Lois Lane es la típica belleza que trabaja cerca de Kent y lo subestima por su torpeza y cobardía. Repetidas veces lo define como cobarde al mismo tiempo que admira sin límites la valentía de Superman.
Si analizamos las primeras historias publicadas masivamente y con un éxito inesperado en 1939, veremos un claro reflejo de la Gran Depresión económica de los años 30, la amenaza comunista y la política «socialista» de F. D. Roosevelt.
Podemos observar dos planos de dislocación 1) El sentimiento de frustración de la clase media y la idea de injusticia en la clase obrera. 2) El desdoblamiento de esta frustración no en perjuicio del poder establecido sino en su propio beneficio.
En sus primeras versiones, Superman es presentado, repetidas veces, como el «Champion of the helpless and porréese[d]» («campeón de los oprimidos y desamparados»).
En la primera historia de su historia, ayuda a un pequeño empresario que lucha por mantener el trabajo de sus obreros pero se encuentra con la negativa de los bancos y la ambición de un empresario más fuerte que procura sacarlo de competencia. Superman intimida al banquero y luego salva repetidas veces al modesto hombre hasta que descubre el plan para asesinarlo.
Superman es presentado como «The Man of Tomorrow»; no es el superhombre nietzscheano sin compasión por los débiles sino una especie edulcorada del mentado Hombre nuevo socialista que lucha por la justicia de los pobres y desamparados.
La referencia explícita a los obreros podría haber encendido todas las alarmas de haber existido un McCarthy senador en la época: la capa roja podía ser asociada al comunismo y la gran S de su pecho hubiese parecido demasiado ambigua entre US (United States) y SU (Soviet Union).
Al final de esta historia, cuando el beneficiario le ofrece una recompensa, Superman rechaza el dinero al estilo Che Guevara: «Mi único interés es ayudar a los oprimidos y que los malos paguen por sus crímenes» (10).
Poco después, en una nueva aventura, el reportero-investigador trata de resolver el misterio de la desaparición de otros obreros.
La importancia del tema es explícita cuando el jefe del diario Planeta desestima la noticia del robo a un banco para concentrar la atención en los desaparecidos.
Finalmente Superman descubre que un científico maligno hipnotiza a los trabajadores con el propósito de producir más y más.
Entonces la voz de la conciencia del cómic aparece con una declaración contundente: «los hombres [hipnotizados/alienados], incapaces de protestar, son forzados a volver al trabajo». (14) Finalmente una multitud evita que los trabajadores hipnotizados cometan suicidio.
El desdoblamiento está reforzado por el hecho de que no existe ninguna relación lógica, directa o práctica entre el trabajo forzado de los obreros y el intento de asesinato del gobernador.
Se da una vaga explicación, un lugar común que relaciona el capital con el poder político. Pero nunca se explica las razones de Ravek para asesinar al gobernador, lo que convierte a Ravek en el chivo expiatorio de todos los explotadores a los que representa.
La aparente crítica anticapitalista se resuelve con la historia particular.
Al solucionarse el problema de la historieta, se cierra la trama y dentro de ella queda atrapada toda posible crítica que pueda trascender la historieta.
Así, la cultura popular funciona como una esponja quitamanchas, como una trampa para cazar zorros.
http://www.larepublica.com.uy/editorial/392575-superheroes-la-cultura-de-las-mascaras