Ocho extrabajadores repasan junto al solar de Cordovilla que ocupó la emblemática fábrica de electrodomésticos sus vivencias en una empresa que llegó a producir unas 400.000 estufas de butano al año
Victorio Goyenaga ‘Goyo’, Ramón Martínez, Diego Robles, Paco Miguel, Antonio Galiano, Juan Cárdenas, Mariano Navarrete y José Félix Landa, junto al solar de lo que fue la Superser, en Cordovilla.
Ahora es un solar cubierto de grava. Ha estado cerca de fichar por IKEA. Y será un espacio comercial de uso alimentario y deportivo, un complejo hotelero, una residencia de estudiantes, otra de mayores y una clínica privada. Todo en uno. También fue una de las industrias más pujantes de Navarra, un negocio al calor de la estufa de butano que empleó a 1.500 personas. La Superser de Ignacio Orbaiceta, ciclista reconvertido a empresario. Comenzó con un taller de bicicletas. Después montó ciclomotores, pero la clientela escaseaba en otoño e invierno. Y diversificó. Para el frío, estufas.
En julio de 1963 se inauguró la nave de Cordovilla, de la que llegaron a salir 100.000 estufas al año. Fabricó hasta 400.000 sumando la planta de Estella. «En Cordovilla hacíamos más de 1.000 al día, y la campaña duraba 5 meses», recuerda Victorio Goyenaga, Goyo. Él y siete compañeros repasan andanzas en la factoría. Años de reivindicación y lucha obrera, de hacer piezas, de contacto con el amianto y de camaradería.
La estufa de butano
«Le daba mucho dinero»
Para Inglaterra
«No había nave en la cuenca de Pamplona para almacenarlas», recuerda Antonio Galiano, que entró en 1968, sobre la etapa de mayor producción de estufas. «¿No ves lo alto que es ese tejado? Las estufas llegaban hasta arriba, y nosotros como los esclavos en Egipto, subiéndolas de una en una», dice Diego Robles, trabajador desde el 68, señalando el edificio que queda en pie. «Se vendían fundamentalmente a Inglaterra. Por lo visto allí no había calefacciones colectivas, eran individuales. Era una cosa muy sencilla que daba mucho dinero», dice Goyo sobre el primer modelo, «la estufa de fuego a la vista». En 1968 Goyo cobraba 98.000 pesetas en 14 pagas. «Las horas extra, a 17 pesetas», añade Antonio. «Y echar un pote costaba una pela», dice para contextualizar la hora de esfuerzo extra.
Entonces Juan Cárdenas ya llevaba cinco años en Cordovilla. Antes estuvo en la mina, pero «entró uno conmigo y se mató. Y dije, ‘me voy». El autobús de Potasas le dejó en la misma puerta de la Superser, «pregunté si necesitaban trabajadores y el lunes ya estaba». Era 1963. Sobre si el suyo era un buen trabajo, considera que «los trabajos no son buenos, sinceramente». Y ríe. «Había que soportar lo que el encargado te decía, y contra más estufas hacías más primas te daban. Luego te venía un sobre de 20 duros, por ejemplo. Parecía que no, pero era dinero. Hace mucho tiempo de eso».
Como él, desde Jaén llegó también Ramón Martínez en busca de algo «más estable» que la oliva. Recuerda que «trabajábamos mucho» y se cobraba «regular». «Hacías lo que te mandaban y ya está. ‘Oye, tienes que hacer tantas piezas’. Bueno, pues hacías tantas piezas». Entre pieza y pieza «¡hacíamos cada setada con las estufas! Y costillas. A ver quién tenía cojones a decirnos algo», cuenta Robles. «Y calderete de patata con raspas de bacalao», añade al menú Paco Miguel. Por lo que cuentan, no pasaban hambre. «¿Os acordáis de aquel de Ororbia que se comía siete huevos fritos y bebía un litro de vino?», pregunta Galiano antes de asegurar que «había una bota de vino en cada puesto».
La lucha obrera
Dos meses en huelga
Un «hervidero»
Fueron años en los que «se fue gestando la movida social, y con toda la juventud esto era un hervidero», explica José Félix Landa, en la empresa desde 1969, sobre un movimiento que «cuajó enseguida». Se mezclaron «la efervescencia social y unas condiciones de trabajo difíciles. La gente empezaba a casarse, a querer meterse en pisos… ¿de dónde? Porque el sueldo no daba para nada. Enseguida se juntó todo. Era una plantilla muy peleona», dice. «La mitad entre 18 y 25 años», añade Goyo. «¿Qué muro le pones a eso? Los mandos no podían con nosotros», esgrime por su parte Galiano.
«Hubo años con paros todos los meses. Si no era por nosotros era por los de Motor, los de Potasas…», explica Paco Miguel. Ingresó en la Superser en 1970, «una entrada muy satisfactoria por las peleas, el movimiento antifascista y la lucha por la libertad». Su paso por la factoría «fue como ir a la universidad. Discutíamos de todos los temas, había personas de todas las tendencias políticas, hacíamos asambleas…». Se acuerda de las huelgas para reivindicar que los eventuales de la campaña de la estufa fueran fijos. «Y se consiguió», asegura. «Yo de las cosas de las que más orgulloso me siento fue cuando en el 69 conseguimos que Orbaiceta pagase a las mujeres igual que a los hombres. Hoy me da pena cuando oigo que hay mujeres discriminadas en lo salarios», lamenta Robles.
«En la Avenida Zaragoza hemos cortado muchas veces la circulación. Y venga huelga, huelga, huelga… Hemos estado sesenta días de huelga y no hemos cobrado ni una dichosa peseta», cuenta Mariano Navarrete. En esa huelga «se creó hasta un economato, e íbamos a la ribera a recoger verdura», recuerda Paco. Lograron «mejoras salariales y mejoras laborales. Porque cuando entré se trabajaba hasta los sábados. Fuimos reduciendo horas. Primero cuatro horas, luego se logró trabajar de lunes a viernes… y claro, ya dijimos, ‘hay que librar también los viernes’. Íbamos con una ilusión de la hostia», dice.
Goyo destaca que «la solidaridad entre fábricas era muy fuerte. Una se ponía en huelga y las otras decían, ‘eh, hay que ayudarles». Y a la hora de negociar «teníamos una ventaja: los empresarios eran de aquí y hacías una presión directa». «No es como ahora, que son multinacionales», retoma Paco. «Si no les producías las estufas para vender a los pedidos que tenía, se quedaban colgados. Por mucho que el Gobernador Civil le dijera que no negociara, tenía que sacar los pedidos». Y si durante los jaleos detenían a algún compañero, «hasta que no lo soltaban no arrancábamos a trabajar. Y tenía que subir el jefe de personal a hablar con el Gobernador».
«De esa época también hay que decir que con todos los follones que tuvimos, Orbaiceta no despidió a nadie», reconoce Goyo. «La verdad es que le hicimos tragar tela marinera. Las cosas como son. Las barbaridades que hicimos… ¿pero este hombre cómo nos pudo soportar tanto?», pregunta Diego. «Porque todo lo que se hacía se vendía», responde Antonio.
El amianto
Material cancerígeno
Sin protección
Tristemente, hablar de la Superser es hablar de amianto. «Con el tiempo se está demostrando que nos metieron en un holocausto. No solo por los juicios que han ganado varios compañeros. Cuando empezó la reconversión se fueron algunas personas, y unos cuantos murieron de cáncer. Pero todavía no estaba detectado que era del amianto. No teníamos mascarilla ni guantes, no había limpieza… Era terrible. No había ninguna protección desde que el amianto entraba en el almacén», censura Robles, que dice que «no solo hemos trabajado en el amianto los que dice la empresa que están en la lista». «Tenía que estar toda la plantilla, porque todos hemos tenido contacto», expresa Paco. Y reconoce que «no reclamamos medidas de seguridad porque éramos ignorantes del tema. Reivindicábamos cosas importantes, y la salud era una de ellas», asegura. «Esto del amianto era cuando inventaron las estufas en las que no se ve el fuego. La primera fórmula que emplearon fue la del amianto, con esa malla que no se veía el fuego. El amianto venía en unos ovillos que había que ir soltando, ahí se formaba el polvo», dice Goyo.
La reconversión
Compra del Gobierno
Traslado a Esquíroz
Empezó con las estufas, pero Orbaiceta diversificó la gama de electrodomésticos Superser. Y las ventas le animaron a comprar otras marcas. «El primer paso que dio fue Estella (Agni), que hacía estufas. Pasaron a hacerse allí. Después compró a Corcho de Santander, de cocinas de gas, que aquí también se fabricaban. Y se hicieron allá. Y la Crolls de Tarragona, de Lavadoras», enumera Goyo. Mientras tanto, Cordovilla se centraba exclusivamente en el frigorífico (en la fusión posterior con Balay, lavadora, lavavajillas, hornos y encimeras se marcharon a Zaragoza).
Al desarrollo de los años 70 le siguió la crisis industrial de los 80, que también fue la crisis de la Superser. «Nosotros en la reconversión tuvimos más o menos suerte, porque Potasas también cerraba. El Gobierno de Navarra tuvo que decidir entre ayudar a la Superser o a Potasas. Y optó por la Superser», explica Goyo. «Cuando empezó la reconversión, en 1981, éramos 1.250 en plantilla», recuerda Landa. El Gobierno compró la empresa en 1983, y el traslado a la planta de Esquíroz, inaugurada por el Rey en 1988, se completó en 1989, año en el que la empresa fue vendida a Bosch Siemens. Allí se han ido jubilando Goyo, Ramón, Diego, Antonio, Paco, Juan, Mariano y José Félix. El lugar de la Superser en la Avenida Zaragoza lo ocupó Porcelanas del Norte entre 2001 y 2006. Una parte se ha utilizado como Archivo Administrativo de Navarra y oficinas del departamento de Interior. Y queda un solar cubierto de grava que espera nuevos inquilinos.
Victorio Goyenaga, extrabajador de la Superser: «Teníamos una ventaja: los empresarios eran de aquí y hacías una presión directa»
Diego Robles, extrabajador de la Superser: «No había ninguna protección desde que el amianto entraba en el almacén»
Fuente: https://www.noticiasdenavarra.com/navarra/comarca-pamplona/2020/02/16/superser/1023624.html