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15M: actualidad de un «fantasma»

Fuentes: Ctxt

Trece años después, ninguno de los anhelos de este movimiento se ha materializado y la izquierda está en descomposición. Una salida posible es retomar las preguntas, volver a los problemas, reformular las promesas incumplidas.

En cada cosa hay un fantasma oculto
Nuestro trabajo, ¿no es un exorcismo,
una respuesta al desafío oscuro?
Enrique Lihn (Kafka)

Sería demasiado fácil, ahora que se vuelven a levantar por todas partes acampadas de protesta, ya sea contra el genocidio en Gaza o contra el ecocidio en las islas Canarias, señalar ahí la herencia actual del movimiento de las plazas de 2011 o del 15M en particular; afirmar la continuidad de un impulso de movimiento a partir de la persistencia de una práctica, de una técnica, de una serie de gestos.

Sin desestimarla, nosotros preferimos ahora pensar la actualidad del 15M como la insistencia de una serie de preguntas, de problemas no resueltos, de posibilidades históricas incumplidas. En definitiva, como la presencia de una ausencia: el 15M como espectro, como fantasma.

Hauntología

La “hauntología” (ciencia de lo fantasmagórico) fue un término acuñado por el filósofo Jacques Derrida para referirse a la misteriosa continuidad espectral de la obra de Marx tras la caída del Muro de Berlín. Algo que se da por muerto sigue, sin embargo, acechando el presente con incómodas preguntas. Sus enemigos sienten sudores fríos aparentemente ya sin motivo (“comunismo o libertad”), mientras sus simpatizantes se esfuerzan en convocar al fantasma de vuelta.

Antes de Derrida, otros pensadores en la órbita de la Escuela de Frankfurt, como los alemanes Walter Benjamin o Herbert Marcuse, señalaban que todo presente político está asediado siempre por fantasmas del pasado que lo acechan e incomodan, sin dejarle dormir en paz los sueños de un “final de la Historia”. Son los fantasmas de todas las potencialidades de cambio que en la historia han sido, derrotadas y refrenadas –muchas veces a sangre y fuego– pero no por ello desaparecidas.

En el siglo XXI ha sido el pensador británico Mark Fisher –ya fallecido– quien más ha insistido en convocar a los espectros contra los presentes que se cierran sobre sí mismos de modo autocomplaciente: los fantasmas de todo lo que pudo ser y no fue, de los fracasos revolucionarios y sus promesas incumplidas, de esa memoria herida que trae una y otra vez recuerdos de otra vida posible, por fuera de esa que nos propone el mercado.

Si la melancolía según nos enseña Freud nos fija a algo que fue y ya no es, congelándonos en la repetición de un pasado falsificado e idealizado, la nostalgia por el contrario es la añoranza activa de un posible, de una experiencia vivida que trata de regresar y reactivarse en el presente. Como la nostalgia por la infancia, por un amor, por una aventura del pasado. No nos convoca a repetir, sino a traducir, recrear, reinventar.

La figura del fantasma nos habla de una latencia subterránea, invisible y difícil de percibir pero efectiva. La latencia de una serie de preguntas, problemas y desafíos pendientes. Esa latencia nos conduce, no al lamento quejoso por lo que hubo y ya no hay (el Partido, la Organización, la Clase Obrera), sino a la exigencia de detectar y encender las brasas de la historia, para reabrir de nuevo el presente hacia un futuro desconocido.

Los cinco mensajes del fantasma

¿De qué nos puede servir convocar e interrogar hoy al fantasma del 15M? Puede sugerirnos vías de salida posibles a algunas trampas políticas en las que estamos encerrados. Sugerencias, no recetas. El fantasma siempre habla de forma encriptada y nos exige un esfuerzo activo de interpretación, de recreación, de traducción.

En concreto, pensamos en cinco trampas políticas que asfixian hoy lo posible, cinco “alternativas infernales” en palabras de Isabelle Stengers, cinco binarismos o dicotomías fatales que estrangulan la acción y la imaginación, la subversión del presente.

En primer lugar, la trampa de las identidades solipsistas. En las identidades se coagula la sangre por donde manan las heridas de nuestra modernidad, el problema con ellas no es otro que esa coagulación. ¿Qué significa esto?

La “herida del poder colonial” da como resultado una respuesta antirracista, indígena y decolonial que pugna por existir frente al olvido y la violencia. La “herida heteropatriarcal” engendra una potencia feminista/queer dispuesta a recategorizar lo vivo y las formas de vida. La “herida de clase” sigue ofreciendo a los cuerpos un canal fértil para experimentar disposiciones anticapitalistas. La “herida ecológica” incuba un nuevo imaginario capaz de empujar nuestra conciencia más allá del antropoceno.

Estas heridas manan sangre de manera inevitable y necesaria, un flujo dinámico de respuestas e imaginarios frente a la pedagogía de la crueldad. El problema es que la sangre se coagule en forma de trinchera y dogma, imposibilitando el encuentro con el otro, jerarquizando los daños, frenando la configuración de un flujo común de rechazo y transformación. En ese caso las identidades se vuelven solipsistas, jaulas del pensamiento y la acción, identidades identitarias.

El fantasma del 15M nos trae imágenes de una lógica compositiva y transversal, dirigida no tanto a jerarquizar o borrar las heridas, como a buscar mecanismos de encuentro, presencia común y alianza estratégica entre ellas; nos devuelve la interrogación por la composición entre diferencias, por la alianza entre extraños, como la única posibilidad de que algo se mueva, de que el suelo del poder tiemble.

En segundo lugar, la trampa del Estado-nación como único modo de tejer la convivencia entre territorios. Nacionalismo español versus nacionalismo catalán, pero ambos con los mismos problemas de esencialización de la identidad, de ocultación de las desigualdades, de centralización y expulsión de la diferencia.

En paralelo a esta, otra brecha territorial se ha abierto durante los últimos años. La hipertrofia de las metrópolis frente a la España Vaciada. Lo urbano frente a lo rural, con las tractoradas de agricultores ocupando las grandes ciudades como resultado del hartazgo, del malestar y el abandono secular al que han estado sometidos ciertos territorios y mundos desde la década de los sesenta.

El fantasma del 15M nos trae imágenes distintas para pensar todo esto. Fulguraciones y vislumbres de otros posibles. La solidaridad entre las plazas, por ejemplo. La activación de la protesta en Madrid cuando la acampada de Barcelona fue desalojada brutalmente (“¡Barcelona, no estás sola!”). Las decenas de ciudades y pueblos de todos los tamaños conectados a una misma inteligencia colectiva, desde Granada a León pasando por Cáceres, Murcia, Valencia, Cádiz, Sevilla, Zaragoza. Los lazos de cooperación y solidaridad interterritorial para articular movimientos como el de vivienda (la PAH, Stop Desahucios), las Mareas Ciudadanas, las Marchas de la Dignidad, con sus diferentes columnas procedentes de las distintas geografías del país.

Estas otras imágenes nos hablan de una articulación diferente de lo territorial. Otra forma de reconstruir los lazos sin negar las adscripciones locales, las historicidades culturales y lingüísticas, políticas y geográficas, ni las legítimas demandas de independencia y autonomía, sino buscando, frente a un neoliberalismo feroz que jerarquiza territorios e instala fronteras a su conveniencia, un frente de auxilio mutuo, una lógica compositiva de emancipación, una concepción emancipadora de la inter-dependencia a la que el mundo actual nos convoca.

En tercer lugar, la trampa de la alternativa entre lo público y lo común. Según los modos progresistas de pensar más convencionales, la defensa de lo público agota todas las posibilidades de la acción política, así la opción de lo común se ve con desconfianza: “cómplice del neoliberalismo”, etc.

¿Cuántas veces hemos escuchado desde 2015 que el objetivo era tomar el Estado porque ahí se juega la verdadera batalla del poder? ¿Cuántas veces se nos ha dicho que controlando el Estado se podía cambiar, de manera profunda, la vida de la gente?

La realidad durante estos años, sin embargo, nos ha devuelto una imagen más compleja. Se puede tener el Estado y no disponer del poder. Se puede controlar el BOE y no necesariamente cambiar de manera radical la vida de la gente. Se puede estar en el gobierno y no ser capaz de embridar el empuje de las élites que buscan condicionar buena parte de la vida social, económica y cultural del país.

El espectro del 15M nos habla de una posibilidad de hibridación (tensa, compleja, no garantizada) entre lo público y lo común. Si recordamos aquellos años de política callejera encontraremos que se buscó conectar, poner en sintonía, las luchas por la defensa de lo público (ahí estaban las Mareas para demostrarlo) junto a la producción de nuevos comunes por fuera de las lógicas burocrático-representativas (huertos urbanos, cooperativas integrales, okupaciones, centros sociales, asambleas barriales, etc.).

También es posible defender lo público desde lo común, defender lo público reinventándolo, radicalizándolo y profundizándolo, abriéndolo a más capas de participación de los usuarios, a experimentos de gestión ciudadana, de una vida política más allá de los partidos y los políticos profesionales. Es la promesa que aupó a tantas candidaturas municipalistas al poder, una promesa que no se pudo mantener y que precipitó después su caída.

En cuarto lugar, la trampa de la alternativa entre masividad y radicalidad. Por un lado, los pequeños grupos en los que se encarna la diferencia cualitativa, la promesa de una vida distinta, el ejemplo práctico de otro hacer. Por otro lado, los movimientos de masas, capaces sólo de demandar cambios cuantitativos, en una lógica de delegación y representación.

El fantasma del 15M nos trae nuevamente otros recuerdos. La gente común se volvía un poco “anarquista”, tomando iniciativas en nombre propio, encontrándose con otros para hacer, poniéndose en marcha. A la vez, los “anarquistas” salían de sus guetos homogéneos y autocomplacientes, para dialogar con sus vecinos y vecinas en pie de igualdad, sin lecciones que dar sino en un aprendizaje recíproco.

Las consignas más radicales, aquellas que tocan el corazón de nuestro sistema político (“lo llaman democracia y no lo es”, “no nos representan”), eran coreadas por miles en las calles y sostenidas por millones en las encuestas. Se cortocircuitó así la falsa alternativa entre verdades radicales de pequeños grupos y conformismo de masas.

El clima 15M atravesaba incluso, con sus afectos alegres de iniciativa y cooperación, el mismo espacio comunicativo, las redes sociales y los medios mainstream. Hoy esto parece imposible, las redes sociales se han vuelto pasto de las pasiones tristes de la acusación y el resentimiento hacia el otro, pero el 15M muestra que una atmósfera afectiva puede cambiar y torcer el destino de los instrumentos más banales y cotidianos.

Los medios mainstream hablaban del 15M y esto, lejos de integrarlo o recuperarlo, lo propagaba, lo expandía, lo extendía. No existía tanto el miedo a ser “manipulados”, como la confianza en la propia fuerza de contagio. Es posible que la comunicación extienda las resonancias de un movimiento, cuando esta se impregna de territorios y prácticas, de cuerpos y mundos de vida. Hoy, sin embargo, la comunicación política es lo que es porque está sostenida sobre nada.

Por último, la trampa de la alternativa entre utopía y normalidad. Entre enclaves utópicos altamente autorreferenciales y normalidad masiva que sólo reclama “una vida sin problemas”.

Como nos enseñan los mayores teóricos de la utopía del siglo XX, como Ernst Bloch o Herbert Marcuse, el impulso utópico no es una especulación o un ideal de pureza inalcanzable, sino un pasaje, un umbral, una tensión entre lo que hay y lo que podría haber, entre lo que es y lo que podría ser, entre la normalidad y el otro mundo posible.

El hogar de la utopía es siempre “aquí-ahora”, pero al mismo tiempo “todavía no”. La utopía es potencialidad: está inscrita y arraigada en el presente inmediato, pero al mismo tiempo apunta y se proyecta “más allá”. Su crecimiento y expansión requiere tiempo y la negación-superación de lo que existe, en el sentido de que lo que hay ahoga y asfixia el embrión de lo por venir.

Durante los meses y años en los que el clima 15M estuvo vivo, una tensión fecunda se estableció entre lo que hay y lo que puede haber. Ni la gente en las calles reivindicaba simplemente “más de lo mismo”, ni se construían “mundos alternativos” sin pie ninguno en la realidad, sino que lo extraordinario se hizo mundo común y al revés. En la normalidad habitaban los potenciales de una realidad otra, sin perder nunca de vista el mundo presente y compartido.

Materializar el fantasma

Las respuestas que trataron de dar curso a lo que propuso el 15M pudieron ser fallidas: desde el municipalismo hasta Podemos, pasando por el regreso a un autonomismo identitario. Pero lo fallido de las respuestas no invalida en ningún caso la pertinencia de las preguntas.

¿Cómo tejer lo común entre las diferencias? ¿Cómo radicalizar lo público, abriéndolo a la participación de cualquiera? ¿Cómo salir de los imaginarios centralizadores a la hora de componer territorios? ¿De qué modo romper la alternativa entre masividad y radicalidad? ¿Cómo arraigar el impulso utópico en lo cotidiano?

Los problemas que no se responden acaban pudriéndose. El campo de la transformación social (lo que por comodidad llamamos “izquierda”) vive hoy en una descomposición acelerada. El presente parece desesperado y sin salida: sostener una izquierda paliativa por arriba o regresar a las identidades cerradas por abajo.

Una salida posible supone retomar las preguntas, volver a los problemas, reformular las promesas incumplidas. Una acción política de cualquiera y para cualquiera, capaz de tejer en la diferencia y alojar lo extraño como fuerza y no como debilidad. Desde nuevos lugares, a partir de otros objetos, mediante otras prácticas.

Ninguno de los anhelos del 15M –democracia real, igualdad efectiva, vida vivible– se ha materializado. Aún es preciso materializar al fantasma.

Amador Fernández-Savater ha publicado recientemente Capitalismo libidinal; antropología neoliberal, políticas del deseo, derechización del malestar.

Ernesto García López es antropólogo y escritor. Autor de Hospital del aire (Candaya, 2022). Ha colaborado con diferentes medios de comunicación y revistas literarias. Destacan sus investigaciones sobre la construcción social del activismo en Madrid durante el ciclo 15M. Se pueden seguir sus actividades en ernestogarcialopez.blogspot.com

Fuente: https://ctxt.es/es/20240501/Firmas/46449/15m-fantasma-hauntologia-marcuse-izquierda.htm