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Terroristas y otros bárbaros: una crítica incivilizada de la modernidad en Euskal Herria

Fuentes: El Salto [Foto: Cuadro «Hermann avanza victorioso», Kunstmuseen, Krefeld]

En cada momento el euskera ha sido la lengua de brujas idólatras, de trabajadores indisciplinados y de terroristas violentos. A lo largo de todo el hilo conductor de la modernidad, se han servido de la lengua para asignar un carácter bárbaro, salvaje, herético, primitivo, violento o irracional a las colectividades que no respondían al proyecto civilizador del capitalismo.

ntre 1979 y 2014 se produjeron 3019 torturas, según el informe realizado en 2017 por el Instituto Vasco de Criminología. Si bien estos números son manifiestamente conservadores, leemos en el documento que en el 25% de los casos la tortura se prolongó durante 4 y 5 días, en más del 25% de los casos duraron entre 6 y 10 días, o que en el 4% de los casos se extendieron hasta los 10 días (en el resto de los casos, se extendieron durante 1 y 3 días). En 2023 el mismo instituto, en colaboración con la Red de Personas Torturadas de Navarra, estimó que había que añadir 825 casos más al informe anterior partiendo de los 676 nuevos expedientes localizados con una duración media de 4,36 días.

Si distribuimos los casos uniformemente, lo cierto es que son más de dos casos de tortura a la semana desde que se inició la transición hacia la democracia. Esto es, cada día de los 35 años, cada uno de los 12.775 días sucedidos desde entonces, se pueden contar como un día donde se producía la tortura. Estos datos deben incluirse, sin duda, entre los reversos oscuros del régimen del 78, la quinta república francesa y la modernidad europea en general.

Traducida a números asépticos, la violencia muestra una práctica institucional, que no es excepcional, sino estructural y sistémica. Muestra también algo más importante: esos números requieren construir un sujeto torturable. Requieren de una categoría social generalmente aceptada como torturable e identificable en los cuerpos; una categoría que se pueda deshumanizar, una que se haya producido, actualizado y naturalizado durante siglos de violencia. Como veremos, esa categoría es la del vasco “salvaje”, “bárbaro”. Ésa es la categoría que ha justificado 35 años de tortura como práctica institucional normalizada, de permanente negación mediática y de indiferencia generalizada.

Bárbaros o barbarizados

Felipe González publicó en 2018 un artículo, “ETA: un terrorismo salvaje e inútil”, que ilustra bien lo que venimos explicando. Identificado una vez más como el enemigo de la modernidad civilizada, la categoría del sujeto vasco salvaje y bárbaro servía para legitimar la tortura bajo un discurso triunfalista del régimen del 78. En este caso, el argumento procedía de quien en 1982 asumió la presidencia en nombre del PSOE, el señor X detrás de la guerra sucia del GAL durante la época del plan policial ZEN y el jefe de gobierno que suplió de armas a la dictadura imperial-colonial de Augusto Pinochet.

Gonzalez tomaba parte, así, en un discurso barbarizador persistente desde la temprana modernidad. Durante siglos se le ha asignado una naturaleza propia del bárbaro a cierta subjetividad desobediente vasca. Ya en 1571 el pastor protestante Joanes Leizarraga disputaba un discurso para entonces bien establecido cuando en la introducción a su traducción del nuevo testamento escribía: “los vascos no somos tan salvajes entre las demás naciones”. Eso sí, en el siglo XVI una nación civilizada, no-bárbara, era aquella que no practicaba la herejía o la brujería, sino que adoraba a Dios, y lo hacía mediante prácticas de fé sancionadas por los cristianismos. Al final del siglo XX, en la década de los 80, el plan ZEN o Zona Especial Nortelegalizó la violencia policial aludiendo a que “las peculiaridades del carácter vasco activaron un grupo revolucionario”.

Zona Especial Norte o Plan ZEN fue un plan diseñado por el Ministerio del Interior, entonces dirigido por José Barrionuevo del Partido Socialista Obrero Español, y la estrategia de contrainsurgencia se valía de una nueva barbarie. Una supuesta “idiosincrasia” vasca, violenta por naturaleza, justificaba una violencia institucional impune. Entrado el nuevo milenio, en el año 2000, el Lehendakari del Partido Nacionalista Vasco Juan Jose Ibarretxe reproducía la misma versión de la barbarie del plan ZEN y de Felipe González. Explicaba que había que diferenciar “a los que están con la barbarie de los que están con la razón, a los que están con el terror de los que están con la paz”. Desde posiciones políticas diversas, tales como una supuesta izquierda española y una derecha nacionalista vasca (desde González a Ibarretxe), diferenciar el buen vasco civilizado del malvado bárbaro vasco se ha optimizado durante el régimen del 78 para adaptarse a los cambios en la modernidad neoliberal.

Sólo al producir enemigos como la barbarie vasca puede la modernidad neoliberal sostener la precarización de la mayoría de la población. La actualización de lo bárbaro como enemigo irracional, violento, primitivo y antidemocrático hace posible que aquello mismo que precariza de manera sistémica, esto es, la extensión de prácticas y métricas económicas de mercado a todas las dimensiones de la realidad, se venda precisamente como lo que sostiene el bienestar de la población. Revestir de barbarie la desobediencia a las lógicas civilizatorias capitalistas e imperialistas logra que parezca que no hay alternativa al neoliberalismo.

Por eso no debería resultar paradójico que sea el civilizado quien necesite al bárbaro, y no al revés. Es el civilizado quien se construye a sí mismo al ejercer violencia contra aquellos que denomina bárbaros, salvajes y primitivos. Es así que la misma violencia ha permitido construir el imperio católico español en el siglo XVI (o el imperio inglés, francés y alemán en el XVIII) y la que ha hecho posible la formación del sujeto vasco civilizado. Es la misma violencia la que el régimen del 78 naturaliza bajo discursos de tolerancia y convivencia y la que en definitiva produce el sujeto vasco civilizado, que responde al régimen capitalista actual y se beneficia de este.

Me refiero a la violencia material ejercida tanto por las fuerzas del estado como por todo un dispositivo más amplio de seguridad. Es la violencia que se materializó en los asesinatos de estado primero bajo nombres como Batallón Vasco Español, Alianza Apostólica Anticomunista (Triple A) o Guerrilleros de Cristo Rey que pronto en los 80 asumieron las siglas GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), así como la impunidad policial del plan ZEN en la misma década. Son las leyes antiterroristas como la ley sobre la protección de la seguridad ciudadana del 79 , la ley Corcuera o la de la patada en la puerta del 92, la ley de Partidos Políticos de 2002 o la ley mordaza en 2015 extendiéndose bien entrado el siglo XXI y es, también, la doctrina “todo es ETA” del juez Baltasar Garzón.

Es por tanto la violencia que se materializó en la criminalización de los movimientos sociales, a favor del euskera y la desobediencia civil en general, que también se expresa en macro-sumarios y en cierres de periódicos. Es la violencia que se materializó en las deshumanizaciones, cazas de personas y detenciones de aquellos que la policía interpelaba como “ciervos”, animales que tenían que cazar y matar, como esos sujetos salvajes que cualquier neoliberal describiría. Es la violencia que se materializó en incomunicaciones y torturas, exilios y dispersiones. Este es el “lawfare” contra el sujeto bárbaro vasco ejercido por el actual régimen del 78, la quinta república francesa y que pasa desapercibida en Europa.

Así descrito, el sujeto bárbaro vasco, aunque se presente como tal, no es una identidad estática, sino una barbarización. Es una tecnología para subalternizar y deshumanizar a las colectividades que no se acomodan a cierta idea de civilización y de modernidad neoliberal, de nuevo, que se resisten a naturalizar la precarización sistémica que impone el mercado capitalista. De ahí que en la doctrina “todo es ETA”, “todo” no fuera realmente todo y “ETA” no fuera exactamente ETA: “todo” respondía a todos los movimientos de liberación nacional del País Vasco, a los cuales había que criminalizar por cuestionar los fundamentos del capitalismo español y europeo; y ETA el nombre propio adjudicado al fantasma bárbaro, consolidado como enemigo del régimen del 78.. Deshumanizado, despolitizado, violento e irracional: el imaginario bárbaro ha naturalizado la violencia material contra las subjetividades vascas desobedientes y las ha hecho torturables.

Esa torturabilidad quiere decir que la vida del sujeto bárbaro vasco no se administra a través de las mismas lógicas asignadas a los ciudadanos civilizados y demócratas de bien. Ahora bien, contra el sujeto bárbaro vasco tampoco se ejercen las mismas violencias ejercidas contra cada una de las colectividades subalternizadas. Esto es, al sujeto bárbaro vasco no le corresponde el “hacer morir” que se ejerce contra los cuerpos racializados, o la patologización de las disidencias a la heteronormatividad, o la violencia patriarcal contra las mujeres, o la alienación de los trabajadores precarizados. En definitiva, si los regímenes de violencia ejercidos contra cada comunidad subalternizada responden a las diferentes historias y realidades materiales, la barbarización de sujeto vasco desobediente no se ajusta del todo a los regímenes biopolíticos y necropolíticos neoliberales, cisheteropatriarcales y coloniales teorizados hasta el momento. Para el sujeto bárbaro vasco está reservado el ejercicio de poder y la producción de saber relacionada a la tortura y la torturabilidad que hemos dejado en evidencia hasta ahora. Eso es lo que la modernidad capitalista significa para las comunidades desobedientes vascas.

Sobre el euskera como lengua minorizada

El capitalismo se ha servido del euskera de la misma manera de la que ha hecho uso de la raza, el sexo, el género, la sexualidad y la clase. La minorización de la lengua ha servido para naturalizar las relaciones de dominación necesarias para el buen funcionamiento de la modernidad capitalista. La lengua vasca ha sido utilizada desde las élites para crear toda una gramática de las naciones bárbaras y civilizadas en torno al euskera. En el siglo XVI el triángulo entre lengua, nación y religión sirvió para diferenciar entre viejos cristianos e idólatras malditos. En el XIX el triángulo entre lengua, nación y raza sirvió para que gracias a la idea de una Europa primitiva se apropiara de la clase trabajadora rural y se disciplinara a la clase trabajadora urbana. En el XX el triángulo entre lengua, nacionalidad individualizada y mercado sirvió para diferenciar entre vascos demócratas y vascos violentos.

En cada momento el euskera ha sido la lengua que brujas idólatras utilizaban, la lengua de trabajadores indisciplinados y la lengua de terroristas violentos. Y así, a  lo largo de todo el hilo conductor de la modernidad, se han servido de la lengua para asignar un carácter bárbaro, salvaje, herético, primitivo, violento o irracional a diferentes colectividades que no respondían bien al proyecto civilizador del capitalismo. Cada momento fue desarrollando los elementos que componían esa gramática que sigue diferenciando entre naciones barbaras y civilizadas. En 2022, el escritor canónico Ramon Saizarbitoria criticó que el euskera “sigue siendo una lengua de asesinos para algunos”. El euskera se considera todavía la lengua de la antidemocracia bárbara.

Ya lo sabemos, es el civilizado quien necesita al bárbaro y no al revés. De la misma manera que la opresión de clase, la cisheteropatriarcal y la racial-colonial son fundacionales en la construcción de la modernidad, también lo es la barbarización. Todas esas violencias de la modernidad no son daños colaterales que debemos pagar por el progreso. No se solucionarán gracias a la supuesta bondad propia del capitalismo. Al contrario, todas esas violencias son necesarias en cada fase de la modernidad. Sin esos enemigos, no tendría forma de legitimarse. Consideremos, por lo tanto, que “terrorista” no es otra cosa que el nombre de una barbarización más. Las barbarizaciones son las violencias materiales ejercidas contra las colectividades vascas desobedientes y emancipadoras.

Es aquí donde críticas y prácticas marxistas, decoloniales y transfeministas se miran en el espejo con la crítica de la barbarización. Todas prestan atención a distintos reversos oscuros de la modernidad. Sus críticas traen a la luz procesos violentos de subalternización y su carácter constitutivo. Es aquí donde se puede comenzar a articular una imaginación radical que no responda a las condiciones de la modernidad capitalista en su estadio neoliberal.

Una imaginación incivilizada

Ya lo decía Leizarraga en el siglo XVI: no somos bárbaros entre las demás naciones. Pero nos han pensado bárbaros y hemos acabado, nosotros también, pensándonos así. Nos han barbarizado y hemos interiorizado las mistificaciones subalternizadoras todas, violencias materiales incluidas. No somos bárbaros, pero tampoco nos vale la civilización, precisamente porque es el civilizado quien necesita del bárbaro. Como civilización no haríamos más que reproducir más violencia contra nuevas barbarizadas.

Se le denomina desobediencia epistémica a la práctica crítica de poner en cuestión toda una manera de ordenar el mundo. Eso quiere ser, precisamente, una imaginación incivilizada: la búsqueda de formas que no organicen el mundo entre civilizados y barbarizadas. Hace falta desmontar las diferentes matrices de poder de la modernidad y esta es una de ellas. Debemos dejar de reproducir la opción jerarquizadora tramposa “o bárbaro, o civilizado” y criticar la barbarización como tecnología de subalternización y de opresión.

Ni bárbara ni civilizada, encontramos ejemplos de una imaginación incivilizada en la literatura vasca. En 1977, Amaia Lasa publicó el poemario Hitz nahastuak (Palabras confusas). Los poemas estaban enmarcados por fragmentos en euskera de las cartas desde la cárcel de Rosa Luxemburgo traducidas por la misma Lasa. Después venían los poemas. El poema ‘Repuestas silenciadas’ decía: “…Quién nos / prohibió / pensar? / Quién a visto / los pueblos / despojados de derechos?…”. Más adelante, el poema ‘Ni mujer ni madre’ decía: “…perdidas en la maternidad / en ser mujeres / agarradas a la seguridad / en lugar de la libertad”. El poema ‘palabras confusas’ finalmente decía: “mis ocho apellidos no son vascos / mi euskera no es puro / mis palabras no son limpias / mis creencias no son las suyas / a pesar de todo / estamos creando Euskal Herria”.

De esta manera, el poemario de Amaia Lasa funciona como una máquina incivilizadora. El libro construía un marco de un pensamiento marxista encarcelado, y este daba pie a visibilizar una nación despojada de derechos, criticar la opresión de la mujer, desmantelar un esencialismo identitario y ocupar la misma lengua como campo de batalla mientras se construía Euskal Herria. Podemos recuperar la poesía de Amaia Lasa como ejemplo de una imaginación incivilizada que desbarata la matriz “o barbaro o civilizado”. Este poemario articula una nación para las barbarizadas y para todas las oprimidas por la modernidad civilizada. Es por eso que partiendo del poemario Hitz nahastuak podemos empezar a intervenir la lengua y articular una gramática desde una perspectiva incivilizada.

En esta gramática-otra, por ejemplo, “aberria” (nación en euskera) no derivaría de la composición purista entre la palabra “aba” (patriarca) con la palabra “herria” (pueblo). Esta “aberria” incivilizada no sería más la nación burguesa, patriarcal, cisheteronormada, racial-etnocultural pura. Esta “aberria”, otra, dejaría de operar de la manera que actualmente operan también la “patria” española o la “république” francesa. Desde una gramática incivilizada “aberria” se puede imaginar como la conjunción impura del prefijo latino “ab-” y la palabra “herri”. “Ab-” es aquello que se aleja del centro, que se sitúa debajo y que viene de fuera. Así pues, una ab-herria incivilizada sería la nación de aquellas habitantes de los márgenes, que actúan desde abajo y vienen de fuera. Dicho de otra manera, una ab-herria permite que prácticas emancipatorias se piensen aliadas, intervengan en conjunto y escapen las violencias fundacionales de la modernidad.

* Adaptado y traducido del libro Barbaroak eta zibilizatuak. Euskal gatazken eskuliburu materialista (Txalaparta). Una versión en inglés se leyó como ponencia inaugural del congreso The Future Factory de Transform! en Roma el 15 de junio de 2023 y fue publicada en Erria.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/opinion/terroristas-otros-barbaros-euskal-herria-una-critica-incivilizada-modernidad