Tengo miedo, mucho miedo… Hemos pasado el verano más cálido en Europa desde que se tienen registros. Este dato podría parecer anecdótico, si no fuera porque, utilizando una metáfora nada apropiada al efecto, “llueve sobre mojado”.
En efecto, la temperatura del planeta se va incrementando sin prisa, pero lo que es peor, sin pausa. Y no hay visos de que se pueda contener el empuje que manifiesta en los países en vías de desarrollo y, en especial, la capacidad contagiadora de las fuentes de energía fósiles por ayudar a dichas naciones a tratar de alcanzar un nivel de desarrollo socioeconómico que ya han rebasado hace décadas los países europeos y norteamericanos.
Temo que científicos muy bien formados e informados como Antonio Turiel que alertan sobre la deriva incontenible de la humanidad y sus clases dirigentes, no se les preste la atención necesaria precisamente porque sus predicciones son excesivamente alarmistas, pero, ¿son por ello menos ciertas? Este autor ha escrito recientemente un libro titulado “Petrocalipsis”, en un acertado juego de palabras entre petróleo, del que todos somos conocedores de su finitud a pesar de los incentivos en forma de subvenciones que siguen concediendo varios países para buscar nuevos yacimientos, y el apocalipsis que a buen seguro sucederá si no obramos en consecuencia fomentando el uso eficiente de fuentes de energía renovables.
No hay visos de que se pueda contener el empuje que manifiesta en los países en vías de desarrollo y, en especial, la capacidad contagiadora de las fuentes de energías fósiles
En el libro, Turiel nos quiere hacer conscientes de la futilidad de las innovaciones tecnológicas en un entorno en donde todavía no ha calado en los estratos más altos del poder económico y político la necesidad de plantearse un futuro libre de fuentes de energía fósiles más pronto que tarde y de las posibles consecuencias en caso de que sigamos dando “pasos de tortuga” y no optemos por políticas relacionadas con un “decrecimiento energético” y de nuestro modelo de vida y consumo con el fin de que, en un mundo cada vez más poblado y más envejecido, las posibilidades de hacerlo sostenible se impongan por el bien de todos.
Otro autor, Francisco Lloret ha escrito un libro llamado “La muerte de los bosques”. Este título, sin duda apocalíptico, se revela como un verdadero compendio de cómo debemos aprender a cuidar las principales reservas de oxígeno que poseemos en la tierra y cuya superficie merma a marchas agigantadas, año tras año. No todos los libros versados sobre temas medioambientales tienen un sesgo catastrofista per se, pero sí comparten como rasgo común el deseo de la mayor parte de autores por tratar de alertar de lo que se nos viene encima si desdeñamos el cambio climático.
Es curioso, pero en un mundo en constante cambio, donde las innovaciones tecnológicas dominan todo el espectro geopolítico y socioeconómico, paradójicamente, lo que deberíamos esperar de un bosque es precisamente que se mantuviera inmutable e inalterable a lo largo de los siglos, simplemente por nuestra propia supervivencia, pero somos los propios seres humanos su principal amenaza.
Me gustaría resaltar también, en estas breves reseñas bibliográficas, una novela de un autor de ciencia ficción llamado Kim Stanley Robinson, “El Ministerio del Futuro” en donde se plantea, por medio de historias sueltas, diversos problemas climáticos que se suceden a lo largo y ancho del mundo con el eje común de un acuerdo entre países por el que crean una especie de ONU medioambiental con bastante mayor poder ejecutivo que recibe el nombre de Ministerio del Futuro. Fíjense en la ironía que sea un reconocido escritor de ciencia ficción el que ponga los puntos sobre las íes de una forma amena, pero a la vez aterradora, en las consecuencias de una crisis climática que ya estamos padeciendo.
Alemania, se ve en la obligación de recurrir al carbón con el fin de no caer en el desabastecimiento cara al invierno
Centrándonos en la realidad actual, la coyuntura política europea y mundial no es especialmente propicia. Con la guerra en el corazón de Europa, muchos países muy dependientes de fuentes de energía fósil proveniente de Rusia, como es el caso de Alemania, se veían en la obligación de recurrir al carbón con el fin de no caer en el desabastecimiento cara al invierno.
En este sentido, la postura de una reforzada Unión Europea parece haberse puesto las pilas, pero todavía necesitamos más esfuerzo en el control de los oligopolios en sectores económicos claves del desarrollo de un país como es el energético y el bancario y una respuesta más pronta a las crisis financieras que se han prodigado en los últimos 15 años. No obstante, las medidas adoptadas, en el fondo y en la forma, en una organización supranacional, que agrupa a casi una treintena de países, reconozco que es muy meritorio.
En otro orden de cosas, el fomento de las energías renovables para las que nuestro país se encuentra especialmente dotado por nuestra posición geográfica y la bondad del sol, el viento y el agua del mar que baña nuestras costas y nos permite disponer de fuentes de energía prácticamente inagotables deben ser fortalecidos y fomentados.
Nuestro país se encuentra especialmente dotado para las energías renovables por nuestra posición geográfica y la bondad del sol, el viento y el agua del mar
Conviene recordar que la instalación de la primera desalinizadora en Europa, concretamente en Canarias, en 1964 parece ahora constituir una opción emprendedora en el territorio peninsular para mitigar los efectos y consecuencias de la sequía. ¿Nos hemos parado a pensar la cantidad de problemas medioambientales y humanos que resolveríamos si pudiéramos construir y hacer funcionar desalinizadoras, potabilizadoras y depuradoras para el consumo de agua potable para la ciudadanía y de riego para nuestros cultivos con fuentes de energía de carácter renovable y sostenible? ¿Y si consiguiéramos extender esta iniciativa que comenzó en Lanzarote hace casi 60 años a la totalidad de naciones del mundo bajo un programa de la ONU que incidiera en este aspecto como medio de solucionar el problema de la escasez de agua dulce existente que se está agotando en el subsuelo terrestre? Y todo ello, teniendo en cuenta que el nivel del mar sube centímetro tras centímetro año tras año.
No podemos olvidar otra cuestión no menos importante: ¿se acuerdan ustedes cuando la economía productiva era la que movía las inversiones en todo el mundo y participaba del desarrollo socioeconómico de los países, y lo que es más importante, de la redistribución de renta necesaria para elevar el nivel de vida de los más desfavorecidos? Pues esa clase de economía no ha mucho que se ha visto engullida y depauperada por una economía especulativa que no crea riqueza, que únicamente parece abierta y transparente para los que tienen un nivel de conocimiento que les faculta no sólo para operar con ella, sino para crear nuevos mecanismos que “engañan” a los integrantes forzosos, pero necesarios para que toda esa enorme maquinaria no pare de moverse para seguir haciendo inmensamente ricos a unos pocos elegidos que, además, pagan muchos menos impuestos proporcionalmente de los que abona un ciudadano de a pie. En este sentido y, permítanme decirlo, el Capitalismo debe ser reformulado desde los cimientos.
La Economía del Bien Común como uno de los elementos necesarios para focalizar los esfuerzos en otra dirección, donde los beneficios no constituyan el fin sino el medio
Ante este cúmulo de planteamientos y datos, a cada cual más catastrófico, ¿qué debe hacer la ciudadanía? En tres palabras: Estar, Participar, Intervenir. ¿Cómo? Pues con nuestra palabra y con nuestra obra. Hay multitud de pequeñas cosas que podemos hacer en la intimidad de nuestro hogar y en nuestros propios fundamentos morales: reciclar, reutilizar, ahorrar consumo de agua y luz, no derrochar comida, educar a nuestros hijos en la sostenibilidad ambiental, fomentar hábitos de consumo ligados al desarrollo sostenible, usar el transporte público, apostar por bancas éticas o similares, ligar nuestro hacer a la economía del bien común, participar en organizaciones y asociaciones que tengan el cuidado del medioambiente como fin fundamental.
Al principio de esta disertación me refería a la Economía del Bien Común como uno de los elementos necesarios para focalizar los esfuerzos de países, personas y empresas en otra dirección donde los beneficios no constituyan el fin sino el medio para tratar de aliviar los padecimientos sociales de amplias capas de la población.
Esta filosofía, nacida en la época más dura de la anterior crisis económica de 2008 de manos del austríaco Christian Felber, comienza por plantear ese cambio económico a nivel micro: pequeños municipios, Pymes y personas individuales para que comience a germinar esta semilla desde abajo impregnando el tallo de un árbol coronado por las grandes corporaciones, gobiernos nacionales y organizaciones supranacionales. El camino es largo y, lamentablemente, no sé si el que suscribe estas líneas, lograra verlo en vida, pero sinceramente espero que mi hija María, que ahora tiene dos años, logre el sueño de vivir en una sociedad, en un país y en un planeta donde los miles de millones de personas que la pueblan sean capaces de vivir en armonía y empatía. Nos va la vida en ello.