El filósofo esloveno, ateo declarado, materialista dialéctico, plantea en su nuevo y polémico trabajo un paralelismo entre las figuras de San Pablo y Lenin. Ambos, según él, dieron pasos decisivos para convertir la convicción de algunos en instituciones universales.
El sabe que su nuevo libro, El títere y el enano (Paidós) va a generar controversias y acepta gustoso que se abran nuevas vías de debates filosóficos, religiosos y políticos. Ateo declarado, Slavoj Zizek puede escribir sin que le tiemble el pulso que «para llegar a ser un auténtico materialista dialéctico uno debería pasar por la experiencia cristiana». En la lectura que hace de la constelación religiosa actual -desde una perspectiva que abreva en el psicoanálisis lacaniano y en el materialismo histórico- critica el agnosticismo New Age y el judaísmo levinasiano deconstructivista, pero recupera políticamente al cristianismo a través de la figura de Pablo -a quien compara con Lenin- y de la comunidad de creyentes que éste funda, porque la considera como la primera versión de un colectivo revolucionario. «Los liberales ascéticos, que hacen de cuenta que son hedonistas ateos, aún siguen creyendo, pero transfieren su creencia a otro. Si les pregunto a mis amigos judíos por qué no comen cerdo, me dicen que no creen en las prohibiciones, pero respetan la tradición. Si uno le pregunta a una persona promedio por qué va a la iglesia, contesta que es una tradición agradable. El sistema funciona así: nadie cree directamente, pero los rituales sociales de las creencias funcionan», señala el filósofo esloveno en la entrevista con Página/12.
Zizek, que se presentó el martes pasado en la Feria del Libro, cuenta que su objetivo fue demoler esa idea estandarizada de que se vive una era postideológica. «Al contrario, creemos más que nunca no sólo los llamados fundamentalistas sino también los liberales hedonistas iluminados», plantea Zizek. «Mi tesis es que si Max Weber reescribiera La ética protestante y el espíritu del capitalismo, el título sería algo así como El taoísmo o el budismo en el espíritu del capitalismo global -compara el filósofo esloveno-. Esta sensibilidad agnóstica New Age es mucho más apropiada para el capitalismo global que el legado cristiano. Por eso la izquierda debería secuestrar el legado cristiano», dice Zizek, y ejemplifica su propuesta con lo que sucedió con las óperas de Wagner: «Hasta la década del 60, Wagner era dominio de los derechistas y conservadores, pero hoy en Europa todas las puestas en escena de Wagner están realizadas por directores de ópera de la izquierda. Esto demuestra cómo un compositor conservador está totalmente secuestrado por la izquierda».
-¿Por qué compara a Pablo con Lenin?
-Lo más interesante es la forma en que ambos, Pablo y Lenin, dan el paso hacia la institucionalización. Con San Pablo, esa pequeña secta inicial de cristianos se convierte en institución, con Lenin ocurre lo mismo. Yo sé que a la gente le gusta decir que hay que volver a los orígenes. Pero estoy totalmente en contra de esto. El momento intermedio, cuando ese pequeño grupo disidente idiosincrásico debe dar el paso hacia la construcción de una institución universal, es el más importante. El aporte de Pablo es la universalidad y esto tiene mucha vigencia.
-¿En qué sentido?
-Debemos abandonar esta retórica posmoderna que considera a la universalidad como una suerte de amenaza opresiva. Precisamente hay que volver a este concepto cristiano de universalidad, no en el sentido de que debemos borrar las diferencias y ser todos iguales, sino en un sentido de lucha: cómo en nuestras diferencias participamos de la misma lucha universal. Este tipo de solidaridad transversal es lo que yo llamo hoy universalidad. Hegel tenía razón cuando decía que lo que muere en la cruz no es el representante de Dios en la tierra, sino Dios mismo trascendido. «Ustedes deben hacer el trabajo por mí», ese el verdadero mensaje de la muerte de Cristo, o como hubieran dicho los lacanianos, no hay un gran Otro, debemos contar con nosotros mismos. Y en este sentido, la muerte de Cristo es una carga de libertad, significa que Dios no está ahí arribacomo un titiritero que se va a ocupar de que al final todo salga bien. Nosotros somos la única garantía de que el plan de Dios sea logrado, Dios depende de nosotros. Y si lo comparamos con Lenin, él estaba muy en contra de cualquier tipo de determinismo histórico, decía que si la revolución no se lograba en 1917 habría que esperar décadas.
-¿Está rehabilitando a Lenin dentro del materialismo histórico?
-Por supuesto que no, no propongo hacer lo mismo que hizo él. No soy como los trotskistas que decían que si Lenin hubiera vivido tres años más, habría hecho un pacto con Trotsky, no habría habido un Stalin y todo estaría bien. Lamentablemente, el estalinismo estuvo inscripto en el destino del leninismo, no creo que haya habido una tercera opción realista. Entonces no propongo hacer lo mismo que hizo Lenin sino tomar en cuenta por qué el leninismo falló, tener presente el gran potencial del leninismo, y rescatar ese momento emancipatorio para evitar precisamente el fracaso del leninismo. No tengo ninguna idea ingenua de que necesitamos un nuevo partido leninista, sé que tenemos que reinventar por completo nuestro proyecto. Es por eso que vuelvo como modelo al cristianismo, pero soy totalmente ateo, ni siquiera me han bautizado y nunca en mi vida estuve en una iglesia como parte de un ritual.
-¿Pero cómo reinventar ese proyecto con una izquierda que todavía está redefiniendo qué hacer?
-La izquierda está en una crisis más profunda de lo que puede parecer. ¿No es siempre la misma historia, o una versión de esta historia? Lula en Brasil o Kirchner aquí son líderes relativamente progresistas que llegan al poder; todos al principio están entusiasmados y luego de un año el líder tiene que ceder, no puede tocar las reglas básicas del capitalismo, y la gente se desilusiona. Pero no culparía al líder, estos son los límites reales del capitalismo global. Sé que es mejor tener un líder relativamente progresista, pero nunca se puede meter con la economía, con la forma en que funciona el capitalismo global. Yo soy un marxista anticuado; creo que tarde o temprano el sistema no podrá reproducirse a sí mismo indefinidamente. Algunos sectores de la izquierda piden aceptar las cosas como son y luchar por mejoras menores, y en un sentido aprecio más a esta izquierda moderada que a los falsos radicales. Muchos de mis amigos en Inglaterra desprecian a Blair, lo tildan de traidor y yo les pregunto: ¿tienen una alternativa realista? Nunca me han dado una respuesta convincente. No me gusta esta izquierda radical con una ira moralista y con una posición totalmente vacía.
-¿Es propio de este capitalismo generar líderes progresistas para hacer creer que algo cambia y en el fondo no cambia nada?
-Sí, pero no sólo eso. En uno de mis nuevos textos reseño una perspectiva utópica que señala a las favelas y a las villas de emergencia como lugares en donde surgirá un nuevo sujeto emancipatorio. Un amigo de Brasil me dijo que yo no estoy viendo otro aspecto: como las favelas están afuera del sistema son también el lugar de experimentos capitalistas a medias legales. Debemos aceptar esta ambigüedad radical y continuar con las luchas antiglobalización, pero sin ilusión porque al mismo tiempo deberíamos reflejar los límites del sistema. Me sigue gustando la vieja fórmula de Max Horkheimer: «pesimismo en la teoría, optimismo en la práctica».
-¿Usted acepta ese conformismo de la izquierda moderada?
-No, la constelación presente no puede perdurar. Ni siquiera estoy seguro de que sepamos lo que está ocurriendo hoy. Estamos en medio de grandes cambios, pero no creo que tengamos aún una teoría. En China está surgiendo una explosión capitalista extremadamente dinámica que convive con el anterior imperio del Partido Comunista. ¿Qué es esto? ¿Sigue siendo una versión del socialismo o es la versión más perversa del capitalismo? Los teóricos tenemos tareas, estoy buscando desesperadamente y leyendo lasteorías de Anthony Giddens, Ulrick Beck, para ver en dónde nos encontramos, pero ninguna me convence.
-¿Por qué piensa que la izquierda no puede articular un proyecto emancipador? ¿Se debe sólo al conformismo o hay otras razones?
-Acá soy un marxista más tradicional; me parece que el punto muerto está en la cosa misma. Vivimos en momentos oscuros y tengo desconfianza ante los teóricos que proponen una fórmula rápida como «la multitud», de Toni Negri o «la democracia radical», de Ernesto Laclau