Pasada la visita del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, una tormenta tropical proveniente de la Florida tratará de asechar a Cuba con el evidente objetivo de dividir a los revolucionarios y al pueblo de la mayor de las Antillas. El calentamiento de las aguas que bañan la Florida, y la ciudad de Miami, enclave […]
Pasada la visita del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, una tormenta tropical proveniente de la Florida tratará de asechar a Cuba con el evidente objetivo de dividir a los revolucionarios y al pueblo de la mayor de las Antillas.
El calentamiento de las aguas que bañan la Florida, y la ciudad de Miami, enclave histórico de contrarrevolucionarios y terroristas anticubanos, lo propició Obama con su intencional contaminación «democrática» en el venenoso discurso que le prepararon muy bien sus asesores, y leyó en el Teatro Alicia Alonso de La Habana durante su reciente estancia oficial en la Isla caribeña.
A la intervención del actual inquilino de la Casa Blanca no me voy a referir porque bastante se ha escrito y hablado al respecto, aunque no estaría mal que todos los cubanos la estudiaran a fondo para contrarrestar con más efectividad el eventual ciclón en que desean transformar la ahora incipiente tormenta.
Es bien sabido que el verdadero propósito de las administraciones de Washington y los adversarios de la Revolución del 1 de enero de 1959 en Cuba ha sido siempre destruirla de disimiles maneras, y a cualquier precio, utilizando desde el bloqueo, atentados a sus principales dirigentes, acciones terroristas y agresiones, hasta la subversión interna.
Listo, más que inteligente, Obama cambió el método de sus predecesores, al restablecer las relaciones de Estados Unidos con el decano archipiélago antillano, abrir varios puentes en las esferas económicas y comerciales bilaterales, sin todavía levantar el bloqueo, y visitar La Habana, un hecho que acaparó la atención de todo el mundo y ha suscitado, como era de esperar, diversas reacciones.
El primer mandatario negro norteamericano y sus cercanos colaboradores se percataron que el sendero de la fuerza no los conduciría a nada con una Cuba que ha resistido y vencido todos los planes en su contra preparados por el Pentágono, y contado a la vez con una inmensa solidaridad internacional.
Entonces, el camino escogido por el jefe de Washington y sus asesores ha sido utilizar el repetitivo dialogo hipócrita y vacío de contenido sobre «democracia», «derechos humanos», «libertad de expresión», y el progreso económico a la horma capitalista, que no dejan de confundir, y alimentar sobre todo divergencias.
Eso traducido al buen castellano significa fomentar el divisionismo, entre los revolucionarios y en general en el pueblo cubano, crear discrepancias entre las generaciones históricas, las actuales, y las que vienen, y alentar «cambios» que promuevan el individualismo, por encima de los intereses de una sociedad incluyente.
Esos «cambios», una palabra ahora muy de moda en el lenguaje de la derecha, pero que le fue robada impunemente a la izquierda y la utilizan cotidianamente en Latinoamérica y el mundo, no excluyen hacer ver falsas contradicciones entre dirigentes y dignatarios progresistas en cuanto a cómo se debe gobernar un país y tener relaciones con Estados Unidos.
Para nadie es un secreto que han pretendido hacerlo entre el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, y el presidente Raúl Castro, con la macabra intención de sembrar dudas y tratar de fraccionar a los cubanos.
Washington conoce perfectamente que el mayor éxito de Cuba desde el 1 de enero de 1959 ha sido haber mantenido la unidad de su pueblo en cualquier circunstancia, y lógicamente su plan en lo adelante será erosionarla.
Seguros estamos la mayoría que la nación antillana está siempre alerta, como acostumbra a hacer desde que las tormentas tropicales se forman en el Océano Atlántico, y por el sur del Mar Caribe se desplazan hacia el norte convirtiéndose en reiteradas ocasiones en peligrosos huracanes de categoría 5.
Por ello es recomendable que la Florida, y claro Estados Unidos, sin subestimar ni sobrestimar su poderío, esté preparado ante un huracán que pueda significar Cuba en lo adelante tras el acercamiento entre ambos países.
La influencia, aunque Washington trate de impedirla, será bidireccional porque los cubanos tienen mucho que enseñar y mostrar a sus vecinos del Norte, quienes cuando viajan a la Isla quedan impactados por su gente, su desarrollo científico, su cultura, educación, salud, y sobre todas las cosas por su dignidad, y su apego a la independencia y la soberanía.
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