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Transformar la izquierda

Fuentes: Rebelión [Imagen: Jornadas organizadas por Zaragoza en Común]

Ponencia presentada en las jornadas de Zaragoza en Común (mayo-2024). Agradezco particularmente a Pedro Santiteve, exalcalde de Zaragoza y viejo colega en la lucha por la democracia, la invitación para comenzar estas jornadas municipalistas sobre “Transformar la izquierda”.

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0. INTRODUCCIÓN

El objeto de reflexión es la evolución y la actual encrucijada en que se encuentra la izquierda transformadora. La analizo en el marco de los desafíos estratégicos del bloque democrático y plurinacional para asegurar una dinámica de progreso, en beneficio de las mayorías sociales, que impida la involución autoritaria y regresiva de las derechas. Doy por supuesto un contexto estructural, económico, sociohistórico y geopolítico en el que se implementan e interactúan los dos procesos, el de la izquierda alternativa y el del conjunto de ese bloque progresista, en particular el Partido Socialista y la izquierda nacionalista.

El libro de referencia,“Izquierda transformadora”, tiene un doble componente, analítico y teórico, con un enfoque que llamo de realismo social y crítico, desde las ciencias sociales, en particular desde la Sociología política y la de los Movimientos sociales, la acción colectiva y el cambio social, así como la Sociología del género. Aquí me voy a centrar en ese diagnóstico sobre las perspectivas de la izquierda alternativa.

Utilizaré preferentemente la denominación izquierda transformadora, para señalar sus dos rasgos más significativos: su vinculación a las mejores tradiciones democráticas, igualitarias, emancipadoras y solidarias, y su vocación de cambio sustantivo de las relaciones de poder y de profundo proceso reformador de las condiciones sociales desiguales. Aunque también utilizaré otros nombres como fuerzas del cambio de progreso, izquierda alternativa o izquierda del Partido Socialista. Forma parte del conjunto de las fuerzas progresistas, pero con algunas señas de identidad adicional como su feminismo, su ecologismo, su neolaborismo o su plurinacionalidad, así como con el perfil de una izquierda democrática, consecuente y renovada, diferenciada de las tendencias moderadas, continuistas o socioliberales de la socialdemocracia.

El tema para explicar son sus hechos y sus tendencias, así como su vinculación con los relatos y discursos, es decir, con los procesos de legitimación social y las expectativas electorales. Se trata de analizar el presente y el pasado para prevenir y vertebrar el futuro. El interés es conocer la realidad, el análisis concreto de la situación concreta, para adecuar las estrategias de cambio y potenciar la capacidad transformadora de las capas subalternas, de la ciudadanía; se trata de modificar las relaciones de fuerzas sociales y políticas hacia un futuro liberador, y mejorar nuestra acción colectiva, nuestra política, para empujarla en una dirección igualitaria.

1. ¿CAMBIO DE CICLO PROGRESISTA? ¿HACIA UN BIPARTIDISMO IMPERFECTO?

Hablo de encrucijada estratégica porque tras casi quince años de inicio del ciclo de activación cívica y respuesta progresista existe el debate sobre su final, el cierre del ciclo, con un cambio cualitativo en las tendencias sociopolíticas y las relaciones de fuerzas políticas en ese campo democrático y de izquierdas.

Existe una interpretación interesada sobre el cierre del proceso de cambio, el agotamiento del impulso reformador del 15M, en sentido amplio, con el debilitamiento del espacio político del cambio de progreso, y una nueva hegemonía socialista, con mayor continuismo y una subalternidad de las fuerzas alternativas, Sumar y Podemos, que tendrían una limitada operatividad movilizadora y gestora, aunque con cierta influencia institucional y discursiva.

El objetivo del poder establecido, desde el comienzo de esta etapa, ha sido frenar, debilitar y marginar esta dinámica transformadora y su expresión político institucional, en particular Podemos y su desafío de sorpasso al PSOE, con la superación del bipartidismo gobernante. Esta izquierda social y política se caracteriza por su radicalismo reformador, especialmente en dos campos: la justicia social y la democratización política, incluida la territorial. La normalización político-institucional consistiría en la vuelta a un bipartidismo imperfecto, sin el condicionamiento al Partido Socialista (y al conjunto del sistema) por una fuerza consistente y reformadora a su izquierda.

Bajo ese plan volveríamos a la simple alternancia bipartidista con el continuismo en los distintos planos estructurales y de poder y un papel periférico de las fuerzas alternativas. Formulado como hipótesis, ese diagnóstico pretende tener un carácter performativo; su ‘realismo’ busca la legitimación del poder establecido y la crítica descalificatoria de irrealismo a toda dinámica de cambio sustantivo. Solo se deja margen para una acción discursiva, más o menos moralizante, pero inoperativa para fortalecer la capacidad transformadora y la articulación de sujetos y estrategias que promuevan un cambio real y significativo. La solución sería la simple adaptación más o menos oportunista al perímetro impuesto por los poderosos, no por la sociedad y las capacidades de las izquierdas y fuerzas progresistas.

No obstante, para transformar hay que partir de la realidad, convenientemente interpretada; el optimismo analítico es un idealismo. La voluntad transformadora se basa en el realismo, en partir de las relaciones de poder y según la capacidad de los sujetos sociales, incluida su subjetividad y los valores frente a la injusticia. Hay que tener en cuenta que para las capas subalternas su fuerza deviene de su articulación democrática, no de su subalterno estatus de control y dominación de las estructuras sociales, económicas e institucionales. Su influencia o poder contrahegemónico, en disputa por la configuración del propio Estado, deviene de su articulación sociopolítica en conflicto con los poderosos, empezando por las estructuras básicas, el asociacionismo popular, el municipalismo y las instituciones representativas o parlamentarias. Como se sabe, luego están los Gobiernos, como gestión pública, y al fondo los poderes socioeconómicos y estructurales, más o menos ocultos, autónomos de las instituciones democráticas y cada vez más autoritarios ante la presión democratizadora.

2. OLA Y SURFISMO. DINÁMICA SOCIAL Y REPRESENTACIÓN POLÍTICO-INSTITUCIONAL

Otra distinción fundamental sobre esa izquierda es su doble ámbito: como campo y dinámica social (sociopolítica, cultural y espacio electoral), y como expresión política, con su articulación y representación político-institucional. En este sentido, tiene interés la experiencia sociohistórica de la formación y la relación entre ambos campos. De forma metafórica he utilizado la expresión de la interacción entre ola (o marea) y surfistas. Veamos su concreción histórica.

Podemos aprender de tres enriquecedoras experiencias: en los años sesenta/setenta, el movimiento antifranquista y la configuración de las izquierdas, moderadas y radicales; en los años ochenta, el movimiento anti-OTAN y el sindical (en menor medida el feminista y, en otro sentido, el nacionalista) y la formación de Izquierda Unida, aparte de todo un tejido asociativo progresista; desde 2010, el proceso de protesta cívica, llamado 15M, pero más amplio y multidimensional, con la conformación de las fuerzas del cambio de progreso, junto con las experiencias municipalistas y la articulación específica de Unidas Podemos y sus convergencias y después la coalición Sumar; además, aparte del procés catalán, podemos añadir la continuidad de dinámicas de activación cívica masivos como la cuarta ola feminista o, ahora, de movilizaciones significativas para la defensa de la sanidad pública o la solidaridad con el pueblo palestino.

Se trata del ciclo actual de progreso que considero que no se ha agotado, pese al empeño de los grupos de poder por su cierre, en la doble dimensión como activación cívica y como espacio socioelectoral y político.

Añado dos aspectos. Uno, el papel destacado del propio movimiento sociopolítico, con amplitud de activistas, en un determinado contexto, con la interacción y el posterior refuerzo de la conformación de un espacio socioelectoral y la articulación de una representación política partidaria, que consolida su influencia política y su capacidad transformadora, aun con un limitado acceso institucional.

Dos, el declive posterior, bajo la hegemonía del poder establecido y corrientes moderadas, aun con el poso de las experiencias sociopolíticas y orgánicas de una generación de activistas y el cambio de mentalidades sociales a mayor escala, junto con una relativa frustración reformadora. El reflujo político es también ocasión para el aprendizaje sobre deficiencias y errores internos y su relación con los procesos estructurales y sociohistóricos.

La lección es clara. Aparte de las constricciones estructurales de los poderosos, existe una fluctuación entre corrientes sociopolíticas moderadas de la socialdemocracia y las transformadoras a su izquierda, con una interdependencia de las dos dinámicas respecto de su representación institucional. Por un lado, cuando los grupos moderados o de tercera vía priorizan una gestión regresiva y autoritaria se desencadena un proceso de deslegitimación popular. Por otro lado, la respuesta popular se genera desde la desafección a las élites gobernantes hasta cierto nivel de la activación cívica, con mayor o menor capacidad articulatoria de los movimientos sociopolíticos y sus representaciones partidarias e institucionales.

Los procesos históricos no se repiten, aunque haya similitudes. Me refiero al modelo y el estilo del 15M, como otro posible movimiento de protesta social progresista, que es irrepetible. No obstante, ahora hay cierta activación cívica sobre problemas graves de desigualdad y dominación, cuya gestión es insuficiente por los grupos de poder (gobiernos, estructuras económicas y sociales e instituciones europeas y mundiales):genocidio en Palestina y riesgo de guerra; desigualdad socioeconómica y precariedad social; déficit de la sanidad y la enseñanza públicas, así como de aspectos vitales como la vivienda; desigualdad de género y acoso machista, crisis territorial y medioambiental, … aparte de la involución política autoritaria, el conservadurismo cultural y el individualismo relacional. Requieren transformaciones profundas y duraderas. No obstante, el socioliberalismo y las terceras vías son impotentes, cuando no, colaboradoras de esa situación y malestar social que afecta al descrédito de las mediaciones institucionales (partidos, medios de comunicación, Estado…) y la propia democracia como sistema regulador de los conflictos por intereses contrapuestos, así como vía institucional para el avance de condiciones y derechos.

Por tanto, es un auténtico desafío para las fuerzas y movimientos sociales progresistas y, en particular, para una izquierda transformadora potente que condicione al conjunto del bloque democrático y plurinacional. Se trata de combinar problemas vitales (estructurales) de la mayoría social, sujetos colectivos de cambio y representaciones político-institucionales progresistas, en una dinámica democratizadora y de conflicto sociopolítico igualitario.

3. DECLIVE REPRESENTATIVO, CAUSAS Y RESPUESTA RENOVADORA FALLIDA

Efectivamente, se ha producido un declive representativo del conjunto de ese espacio de la izquierda transformadora, desde seis millones (2015) a tres millones (2023), la mitad, aunque en el ámbito autonómico y local el electorado alternativo siempre ha sido menor, con un voto dual, excepción de los grandes ayuntamientos del cambio.

Para las elecciones europeas, según datos del CIS, es previsible que entre Sumar (1,2 millones) y Podemos (0,8), alcancen dos millones, con una participación en torno al 55%. Similar resultado señala la reciente encuesta de 40dB, que ofrece el 5,7% para Sumar, con solo tres escaños seguros y difícil el cuarto que corresponde a Izquierda Unida, y el 4% para Podemos, con dos escaños probables (y tres para ERC/EH-Bildu/BNG).

La suma de la izquierda transformadora se mantendría o bajaría un poco, respecto de los resultados de 2019 (seis escaños por Unidas Podemos, el 10,1%), aunque se quedaría cerca de la mitad de los resultados de 11 escaños de 2014 (cinco de Podemos y seis de la coalición encabezada por IU), con más de 2,8 millones de votos. No obstante, lo más significativo ahora es esa comparación entre el electorado que conservaría Podemos (más del 40%) y el que sumaría el conjunto de la actual coalición Sumar (con menos del 60%), que indicaría la incapacidad de la dirigencia de Sumar para hegemonizar totalmente ese espacio y, al contrario, la resistencia de Podemos para mantener un electorado significativo con un perfil más crítico y exigente.

En todo caso, esa fragmentación, inevitable ahora y que aportará el peso representativo de cada cual desde el que poder tener una relación objetiva, sería especialmente dañina para la conversión en escaños provinciales en unas elecciones generales y garantizar una victoria parlamentaria del bloque progresista.

Las causas del declive, muy controvertidas, han sido tres. Primero, la ofensiva del poder establecido y las derechas con su acoso jurídico-mediático-policial, con la descalificación y el aislamiento político a los actores con capacidad de desafío transformador; no me extiendo.

Segundo, la relativa renovación socialista y su ligero giro a la izquierda y, posteriormente, su apertura a la colaboración gubernamental con un programa reformador básico frente a las derechas, todo ello con el efecto de achicar el espacio socioelectoral alternativo; en periodos de derechización socialdemócrata, con dinámicas centristas o regresivas y autoritarias, es cuando se ha ampliado el espacio crítico.

Tercero, las propias deficiencias y limitaciones de esa izquierda, en particular dos: la primera, la falta de arraigo social y local; aunque tenga menos impacto en las próximas elecciones europeas, respecto de las territoriales y generales, su abordaje es una cuestión fundamental para asegurar su remontada política y electoral, la abordaré más adelante. La segunda, sus dificultades articuladoras y unitarias, que analizo ahora.

Existe un déficit de cultura democrático-pluralista para regular los consensos y las diferencias políticas, así como los intereses corporativos de sus dirigencias, con una sobrevaloración del discurso o el programa y, por tanto, de sus elaboradores y depositarios, para la construcción del espacio sociopolítico. De ahí, la rigidez de pensamiento y la propaganda como actividad central, relegando el arraigo social y la activación cívica como experiencia participativa en los conflictos sociopolíticos, que permiten una dinámica más realista, popular y unitaria frente a los adversarios principales.

Hacer frente al declive supone afrontar los tres tipos de causas, con credibilidad transformadora, democrática y unitaria.

La renovación de Unidas Podemos en 2021 -y su reforzamiento defensivo a fines de 2023- y la operación de Sumar (2021/2024) se han planteado como un intento de frenar el declive y ensanchar el espacio electoral para garantizar una mayor influencia político-institucional. La propuesta inicial de la dirección de Podemos, en 2021, pretendía el cambio de liderazgo de Pablo Iglesias, con cierto continuismo político y orgánico y asentado en dos patas. Por un lado, con Jone Belarra como Secretaria General de Podemos que mantenía una mayoría en el grupo parlamentario. Por otro lado, con Yolanda Díaz, como vicepresidenta, cuya apuesta, ratificada en el acto de Magariños (abril de 2023) lejos de lo previsto por la dirigencia de Podemos, ha sido doble: reorientación política moderada y modificación del liderazgo, con su autonomía política y orgánica -junto con su equipo asentado en la tradición de Nueva Izquierda e Iniciativa per Catalunya-, y con su diferenciación respecto de la legitimidad, la orientación política, el discurso y la estructura organizativa anterior.

Suponía terminar con el ‘ruido’ político y dejar subordinado a Podemos en la nueva dirigencia. Por una parte, se implementaba un giro hacia la moderación política, el diálogo social, la trasversalidad no confrontativa y la amabilidad con el Partido Socialista, como justificación de esa estrategia fundamental para ese objetivo de ampliación de la base social y electoral. Por otra parte, la consolidación de su nueva y ampliada estructura dirigente, con su apoyo en los Comunes y menos en Izquierda Unida, así como con la integración de las fuerzas del acuerdo del Turia -especialmente, Más Madrid y Compromís-; todo ello con la marginación de Podemos que ‘restaba’, y con la cobertura legitimadora del proceso de escucha o el movimiento ciudadano que culminó en la reciente Asamblea fundacional del Movimiento Sumar -con apenas la participación de unas ocho mil personas- y la constitutiva de Sumar para este otoño.

Lo que nos interesa destacar, particularmente a tenor de los estudios demoscópicos, los resultados electorales últimos y las tensiones internas, es que se está llegando a un relativo estancamiento o fracaso en los dos ámbitos: ausencia de remontada electoral y dificultades para la articulación del conjunto; se consolida la nueva primacía del liderazgo de Yolanda Díaz pero con menor credibilidad para la remontada y con división de la dirigencia y tres niveles orgánicos: Movimiento Sumar, Sumar como agrupación política y coalición Sumar… sin perspectivas de un frente amplio o una colaboración con Podemos.

Tras la expectativa de ascenso electoral y la ilusión inicial de un frente amplio unitario (truncadas desde las elecciones autonómicas en Andalucía de junio de 2022 y hasta la asamblea de Magariños, en abril de 2023), se impone la necesidad del realismo sobre la continuación del declive representativo (28-M y 23J, y evidente desde las anteriores elecciones andaluzas y las posteriores gallegas, vascas y catalanas).

La doble conclusión es que, por un lado, disminuye la legitimación de la nueva estrategia de moderación reformadora y discursiva como la palanca de la remontada electoral, en un contexto de hegemonismo socialista; y por otro lado, se ve cuestionado su liderazgo colectivo, sin la expectativa de recuperación electoral prometida, aunque con continuidad de posiciones institucionales gubernamentales, y con el repliegue corporativo de cada grupo político. Además, se hace evidente la incapacidad política y articuladora de la dirigencia alternativa y se genera la tensión sobre el relato de sus causas y responsabilidades, con los intentos de legitimación respectiva de los diferentes grupos políticos, incluido Podemos.

4. CREDIBILIDAD TRANSFORMADORA Y ARTICULACIÓN UNITARIA Y PLURALISTA

En esta etapa de recomposición del espacio alternativo (2021/2024), estamos viviendo un proceso transitorio donde hay un cruce de caminos, sin claridad del recorrido, y con la incertidumbre añadida del nuevo contexto impuesto por el Presidente Sánchez sobre el nuevo foco de la regeneración democrática (limitada). Supone un nuevo intento socialista de centralidad y hegemonismo político dentro del bloque progresista, con la relativización de la agenda social y la plurinacional (una vez aprobada la amnistía y según el panorama catalán), que debilitan a sus dos tipos de socios parlamentarios: los nacionalistas y Sumar/Podemos.

¿La dirigencia alternativa, el conglomerado de Sumar y Podemos, será capaz de encontrar y recorrer el camino de salida renovadora y unitaria? Parece difícil. Los resultados de las elecciones europeas nos darán más pistas sobre esa realidad. Dejo al margen las hipótesis sobre el proceso constituyente de Sumar del próximo otoño, así como la capacidad de supervivencia de Podemos y las relaciones entre ambos.

Ahora vuelvo, en un plano más general, a sus condiciones político-organizativas o sus capacidades articulatorias, desde el pluralismo democrático… junto con el arraigo social y político por una dinámica común; es decir, a la combinación de proyecto y beneficio colectivo y agregación de intereses corporativos legítimos, con procedimientos democráticos y consensuales para arbitrar las diferencias y contenciosos. Se trata, como dice el subtítulo de estas Jornadas, de ‘Modelos de organización para cuidarnos’.

El problema y la solución hacia la remontada, es doble: de carácter político, sobre la necesaria estrategia diferenciadora del partido socialista (y la izquierda nacionalista) con credibilidad transformadora real y arraigo social; y de capacidad articuladora unitaria con la necesaria cultura democrático-pluralista.

Las discrepancias políticas son evidentes, pero negociables. Hay divergencias que alcanzan opciones estratégicas en auténticas bifurcaciones en los equilibrios políticos y la formación de espacios político-electorales. La más relevante, la polarización entre continuismo adaptativo y cambio de progreso. El pulso estratégico fue en torno a la actitud sobre el acuerdo gubernamental de PSOE/Ciudadanos en el año 2016, base fundamental de la gran confrontación con el PSOE -y el desafío al poder establecido-, así como de la profunda división de bloques internos en la Asamblea Ciudadana de Podemos de Vistalegre II, entre posibilismo colaborador o resistencia confrontativa.

En aquel contexto, había suficiente representatividad parlamentaria progresista desde 2015 para constituir un gobierno de izquierdas, aunque con la falta de voluntad socialista… hasta 2020, en que ellos consiguieron mayor primacía política, gestora y representativa, o sea, con un papel más subalterno de Unidas Podemos. Aquella encrucijada modeló las características de las corrientes de las fuerzas del cambio, con divergencias estratégicas -y teóricas y de estatus orgánico-, así como confirmó, a los poderes fácticos y al propio PSOE, la voluntad transformadora de la dirección de Podemos… que había que neutralizar. Así, a pesar de que desde la moción de censura socialista al gobierno de la derecha (2018), se avanzó en el giro renovador socialista y la apertura de acuerdos con la izquierda transformadora y nacionalista, no se ha diluido el poso de desconfianza estratégica que denotó aquella experiencia, y ello aunque las divergencias sean menores y compatibles con la alianza en un bloque democrático y plurinacional frente a las derechas, aunque aparezcan nubarrones en el horizonte.

La conclusión estaba clara desde entonces: la casi paridad representativa de Unidas Podemos con todas las fuerzas aliadas y convergentes, expresada esos años (2015/2018) en el ámbito parlamentario y antes en el plano sociopolítico, liderada por la dirección de Podemos, con una firme voluntad transformadora, era un riesgo excesivo para la normalización política y la estabilidad socioeconómica que había que reducir. Y ello, aunque los dilemas estratégicos y la capacidad reformadora sustantiva de la izquierda alternativa, incluido en los grandes municipios, hayan menguado desde 2019 por su menor representatividad e influencia, y ahora se vaya encauzando el conflicto territorial catalán. El pragmatismo sanchista y su hegemonismo político persiste en cerrar ese ciclo de adversarios estratégicos, con una legitimidad social significativa, que condicionen un proceso reformador relevante.

Por supuesto, las dos opciones expresadas ya en 2016 configuraban una gran bifurcación. La otra alternativa colaboracionista con el PSOE/Ciudadanos tenía implicaciones decisivas en la legitimación de un proceso continuista del Régimen con subordinación de las fuerzas del cambio y su probable desgaste. Esa dinámica adelantaba el cierre de las expectativas y dinámicas sociopolíticas del cambio de progreso en el ámbito estatal -y solo vivo entonces en algunos grandes ayuntamientos del cambio y, en otro sentido, con el procés-.

La opción confrontativa escogida -más allá de la retórica transformadora inicial y distintos errores discursivos- me pareció acertada, fue avalada por más del 80% de la militancia alternativa, y ya hemos visto lo que ha dado de sí: forzó la crisis y la renovación socialista, con su giro hacia la izquierda y la apertura democrática, hasta el desalojo gubernamental de la derecha con la moción de censura de 2018, junto con la posterior experiencia reformadora real aunque limitada, del gobierno progresista de coalición, en 2020/2023, y su prolongación posterior menos intensa.

Pero aquel emplazamiento estratégico ha tenido una particularidad: la gran ofensiva, con la correspondiente guerra jurídica-mediática-institucional, del poder establecido -incluida la aquiescencia socialista- contra esas fuerzas del cambio con posiciones de cierto poder transformador y legitimación pública, que cuestionaba los privilegios de siempre. Y no me refiero solo a la dirección de Podemos, sino también a líderes territoriales con fuertes posiciones institucionales como Ada Colau o Mónica Oltra.Buscaba la descalificación de su dirigencia pero, sobre todo, el debilitamiento de ese espacio representativo y su capacidad de influencia reformadora, ya conseguido parcialmente en el ciclo electoral de 2019. Para las derechas no hay tregua o perdón, creen que el poder político les pertenece. Y para el Partido Socialista, no hay acuerdos duraderos hasta reducir al mínimo el riesgo de cierto cambio significativo, progresista y democrático, y consolidar un predominio institucional (casi) total, convertido en eje articulador de sus políticas y sus alianzas.

Esa voluntad estratégica transformadora es lo que el poder establecido no perdona y lo que se exige abandonar con una rectificación (rendición) y una (inmerecida) autocrítica como supuesto error estratégico (que no corresponde). Su persistente insistencia, con rigidez política y fanatismo mediático, busca la culpabilización alternativa como provocadora de toda la contraofensiva regresiva y autoritaria, tiende a justificar el castigo por haberla implementado y desgastar a sus promotores alternativos.

En cierta medida han conseguido sus objetivos, pero solo en parte. Persiste un doble factor, en un grave contexto, que impide ese cierre normalizador del continuismo y el bipartidismo corregido: una base social transformadora todavía relevante; una vertebración orgánica alternativa algo fragmentada y desconcertada pero todavía con potencialidad articuladora y representativa.

Además, existe una escasa legitimidad pública de las políticas regresivas y autoritarias, aun con el avance segregador conservador -del mercado y las posiciones con privilegios o expectativas comparativas superiores- como respuesta a la inacción transformadora.

Estamos en otra encrucijada estratégica. Veremos las dinámicas populares y las capacidades y la orientación de las dirigencias alternativas y del conjunto del bloque democrático y plurinacional para impulsar la remontada política y electoral y garantizar una etapa de progreso.

5. EL CORPORATIVISMO SECTARIO EN LAS ÉLITES ALTERNATIVAS

Existe una diferenciación básica en la izquierda transformadora entre una tendencia más moderada y posibilista y otra más exigente y confrontativa. Aunque en algunos aspectos las diferencias pueden ser importantes, en la etapa actual frente a las derechas reaccionarias, no me parecen determinantes para impedir la convivencia básica en un proyecto político compartido o alianza amplia. Ello, aunque la dinámica institucional sea bastante continuista y la acción colectiva sea poco reformadora y siempre evitando los retrocesos y empujando en la conformación de fuerza social y legitimidad pública. Ese acuerdo plural mínimo es lo que sucede en grandes movimientos políticos populares o frentes amplios progresistas, con más similitudes que, por ejemplo, en el actual agrupamiento democrático y plurinacional con la socialdemocracia y el nacionalismo -de izquierda y de derecha-.

Por tanto, la dificultad principal en la izquierda alternativa no es la diferencia programática o ideológica en sus definiciones generales. Es otro el elemento político decisivo, con importantes conexiones ideológicas y organizativas: el corporativismo sectario de (parte de) sus élites respecto de la vertebración partidaria estatal (y autonómica), con sus expectativas y procesos aspiracionales para conseguir reconocimiento público y estatus institucional. Tiene una vinculación, a veces confusa o indirecta, con los intereses, demandas y expectativas del poder o de fracciones populares y grupos sociales diversos con polarización identitaria.

Se trata de valorar quién suma y quién resta (y cómo y por quién); o bien, tener una actitud inclusiva u otra excluyente, dentro de una dinámica de complementariedad de prioridades y jerarquización posicional. Se puede expresar como egos particulares y mayor o menor intransigencia discursiva y sectarismo organizativo, pero hay que interpretarlo en una lógica relacional o sociológica, no solo personal o psicológica.

El factor divisivo, en el marco de la recomposición dirigente de la coalición Sumar, ha sido el desplazamiento (o reajuste) del liderazgo anterior de Podemos, sin articulación y justificación democrática consensuadas. Se ha realizado solo a través de la legitimación pública del nuevo liderazgo de Yolanda Díaz, con apoyo mediático e institucional y su proceso de escucha y su movimiento ciudadano de varios miles de personas. Ello le ha permitido asumir la dirección de su grupo político, como hegemónico, y del conjunto del conglomerado (desde el acto de Valencia, otoño 2021, al acto de Magariños, primavera de 2023… hasta la asamblea fundacional, abril 2024, y la asamblea constituyente, otoño 2024).

Y todo ello bajo el prisma de la imperiosidad de la subordinación de Podemos, por motivos políticos –ruido, resta– y orgánicos –desconfianza, sin representatividad-. Así como su aislamiento e insolidaridad ante la avalancha acosadora de las derechas y poderes fácticos, especialmente demostrados ante la defensa de la ley de libertad sexual y el consentimiento como eje central, luego revalorizados por la experiencia de la amplia solidaridad feminista frente al beso no consentido de Rubiales a la mundialista Jeny Hermoso.

La consecuencia de esa falta de articulación equilibrada y solidaria es que el frágil acuerdo electoral para el 23J, con dificultades para un grupo parlamentario unitario y un reparto de responsabilidades equitativo, saltó por los aires, y constituye la desconfianza básica para buscar una mayor colaboración en beneficio de todas las partes. La salida es la demostración de la representatividad de cada cual en unas elecciones sin grandes desventajas comparativas como las europeas, y sobre esa base objetiva, comenzar de nuevo la aproximación en torno a un objetivo común.

Ya ha habido un precedente. Como se sabe, la determinación de la correlación fuerzas correspondiente al ámbito estatal para las generales de 2016 y la constitución de la alianza de Unidas Podemos fue laboriosa. Aquella situación estaba afectada por la gran desproporción parlamentaria para IU de diciembre de 2015, que solo consiguió, yendo solos, dos escaños de 71 del total. El pacto de los botellines que se firmó entre Podemos e Izquierda Unida ofrecía la posibilidad de hasta una decena de escaños para IU, que se quedaron en siete, el 10%, porcentaje aún distante de su previa representatividad electoral de cinco millones a uno, aunque mejoraba su acceso parlamentario; o sea, en términos estrictos democráticos, incluido las convergencias, debiera haber tenido el 20% del conjunto de escaños para Izquierda Unida. Fue una proporción impuesta acatada como mal menor, pero que generó resentimiento posterior, e introducía un criterio no justo, objetivo o proporcional… con valoraciones políticas prejuiciosas y cupos impuestos, que luego se reprodujo, a mayor escala, por parte del equipo dirigente de Sumar respecto de Podemos.

EL proceso de recomposición de la dirección de la coalición Sumar, así como la distribución de las responsabilidades institucionales o las listas europeas, no solo ha sido cupular sino que se ha impuesto la adjudicación de posiciones institucionales sin criterios objetivos o consensuados; de ahí el malestar de algunos grupos, en particular de Izquierda Unida.

En gran medida, se ha aplicado el criterio por lo que cada cual SUMA o RESTA, a juicio del núcleo dirigente, y según su capacidad de presión. Así, en el documento organizativo de Movimiento Sumar se adjudica el 70% para Movimiento Sumar y el 30% a los partidos -una vez quedado fuera Podemos- que choca con las proporciones y jerarquías en las listas europeas, incluso del reparto gubernamental. Y ello, aunque en el equipo de Yolanda Díaz insisten en que la completa hegemonía de Movimiento Sumar y el perfil que representan, frente al protagonismo de los partidos, son la clave para evitar el declive y asegurar la remontada; o sea, se aventuran conflictos para la Asamblea constituyente de otoño, en particular con la Izquierda Unida salida de su reciente Asamblea que reclama su reconocimiento.

Toda esta vertebración, poco transparente y sin criterios objetivos compartidos, afecta a la configuración democrático-pluralista del sujeto político, a su papel de mediación con la sociedad, a su prestigio como ‘mediador’ de las relaciones sociales y políticas; genera distanciamiento o desafección hacia esa dirigencia poco maleable. Es contraproducente con la senda hacia un frente amplio, unitario y plural.

Se ha iniciado el cuestionamiento público de la legitimidad del liderazgo de Yolanda Díaz como garantizadora del ensanchamiento electoral y de influencia, beneficioso para el conjunto y cada parte del conglomerado, es decir, para un objetivo común. La reacción inmediatista es a mirar por la posición institucional de cada cual a corto plazo; o sea, a cierta fragmentación y descomposición del proyecto e interés colectivo, visto como privilegio hegemonista de parte.

El divisionismo y el burocratismo de las élites partidistas es un tema polémico en la historia de las izquierdas y la ciencia política, desde la revolución francesa y pasando por las experiencias de estos dos siglos hasta el debate sobre la oligarquía de los partidos políticos de hace un siglo y replanteado en la actualidad.

Por ejemplo, con la expresión y la relación entre partido político-movimiento ciudadano, que podemos definir entre dos tendencias básicas: una más participativa, movimentista, consejista o anarquista, y otra más vanguardista, centralista o institucionalista. No me detengo en ello, los debates actuales sobre Movimiento Sumar, agrupación política y/o coalición electoral y/o frente amplio desde abajo, reflejan esa tensión por la eficacia legitimadora, articuladora y transformadora, así como por la primacía dirigente o el liderazgo con el reconocimiento de su estatus y poder.

Es necesaria la superación de esas inercias e intereses corporativos de las estructuras dirigentes de los partidos políticos, así como las deficiencias participativas de los hiperliderazgos. Se trata de reforzar, junto con su función representativa y gestora, un doble plano democrático: el talante unitario y colaborativo, y el respeto y la regulación de la pluralidad.

6. LO COMÚN Y LA FRAGILIDAD DEMOCRÁTICA Y DE LA CULTURA PLURALISTA

La dirección de Podemos tuvo un gran acierto analítico y estratégico al encauzar al ámbito electoral e institucional la existencia de un amplio campo sociopolítico indignado, derivado de la gran experiencia de activación cívica precedente, que exigía más justicia social y más democracia real. La llamada nueva política ha supuesto un revulsivo político, en defensa de la gente, y un avance en términos participativos y democráticos, así como en calidad ética y honestidad personal, frente a la corrupción política, el autoritarismo y la jerarquización dominantes en las viejas estructuras partidarias.

No obstante, han demostrado sus límites e insuficiencias, cuando la autoridad moral y democrática es más fundamental para su liderazgo social. No solo se trata de aplicar los procedimientos mínimos deliberativos y decisorios -incluido las primarias y las votaciones de las bases inscritas o la militancia-, así como los códigos éticos, sino de mejorar el debate, la participación y la articulación de la pluralidad, al igual que la ejemplaridad personal.

La degradación democrática e integradora de las élites partidarias está relacionada con la fragilidad orgánica de la base social, poco articulada en grandes organizaciones y poco cohesionada en torno a un proyecto compartido. Además, está reforzada por la preponderancia de la actividad discursiva y de propaganda, junto con la tendencia a la intransigencia, el sectarismo o la irresponsabilidad e insolidaridad ante las dificultades colectivas y la búsqueda particular de reconocimiento de estatus.

Esas debilidades se acentúan en los momentos de socialización de las desventajas por la contraofensiva represiva y descalificatoria, con pérdidas de ventajas de estatus, sin suficiente solidaridad o lealtad colectiva, junto con la falta de sistemas organizativos reglados y acuerdos sólidos. Esa fragilidad está derivada de la formación dirigente, a través de un aluvión rápido, discursivo, optimista y adaptativo a las condiciones del ascenso de estatus, con poco arraigo social, sin experiencia y acción colectiva de base prolongada, sin contrapesos organizacionales en el ámbito social y cultural y sin suficiente capacidad de resistencia ideológica y material.

Por tanto, para el ascenso aspiracional de estatus y su mantenimiento, en ciertos sectores se refuerza el oportunismo adaptativo hacia la eficacia inmediata, es decir, a la adaptación a las posibilidades dadas por el poder jerárquico o las expectativas de ganar apoyos e influencia mayoritaria. El medio, la vertebración de la dirigencia partidaria, se convierte en el fin, que debieran ser las transformaciones de bienestar y derechos para la gente. Es una debilidad ética. Ello se agrava con las dificultades de arraigo social y pertenencia colectiva, con poca experiencia y acción de base prolongada en torno a una dinámica común.

Todo ello se intenta relativizar o esconder con el énfasis en su contrario discursivo: la vinculación con la gente de abajo y la misión transformadora de la representación con avances sociales y de derechos para el pueblo. Se trata de su realización práctica, junto con la propia activación cívica y la participación democrática.

7. LA FALTA DE ARRAIGO. LA COMUNALIDAD

La falta de arraigo local es una deficiencia, abiertamente constatada en las últimas debacles electorales, reconocida a medias y, sobre todo, sin terminar de diagnosticar bien y, por tanto, de resolver. Tiene que ver con el doble tema del título de estas jornadas: ‘Transformar la izquierda, y cómo cuidarnos’.

Más que un error, que también, es una deficiencia estructural de las fuerzas del cambio, reforzada por una orientación política unilateral, la prioridad institucional del acceso al gobierno central con la construcción de la representación política (los surfistas, no la ola que estaba dada). Además, está legitimada por una teoría idealista: la versión del populismo como idealismo discursivo, o la construcción de la realidad de pueblo desde las ideas… con el predominio de la actividad discursiva y de propaganda y no de la articulación social de base sobre la experiencia participativa en el conflicto social. Esa teoría era dominante en todas las sensibilidades del primer Podemos, aun con sus distintas variantes políticas, más transversales o más confrontativas.

Una vez formado un espacio sociopolítico diferenciado de la socialdemocracia a través de toda la experiencia cívica del periodo 2010/2024, el mecanismo principal era la acción discursiva y la pugna cultural e ideológica, en el marco de la competencia electoral, para configurar y acceder a una representación institucional y, luego, poder gobernar y, desde ahí, hacer reformas sociales y democráticas en beneficio de las mayorías sociales. La dinámica participativa por abajo quedaba relegada o, en todo caso, como proceso de legitimación, divulgación y seguimiento de la doble acción, propagandista e institucional.

Desde el nacimiento de Podemos en 2014, la prioridad ha sido el acceso al poder gubernamental y su condicionamiento, vía elecciones generales y representación parlamentaria. En aquella encrucijada histórica era imprescindible, pero condicionó toda la vertebración partidaria, centralizadora y discursiva, y la infravaloración del arraigo territorial, más descentralizado y pegado a la experiencia vital de la militancia. Ya las elecciones locales y autonómicas de 2015 se consideraban secundarias, aunque luego fueron valoradas por el empuje de los Ayuntamientos del cambio para la transformación global. Igualmente, en las de 2019, donde se puso en evidencia el estancamiento o descenso representativo y de influencia institucional estatal, con la contrapartida de la constitución del Gobierno de coalición que parecía dar la razón a la prioridad por una estrategia centralizadora, estatalista o institucionalista, mientras se desangraba la acción municipalista y el impulso por abajo.

Hoy, hay un parcial reconocimiento del problema inicial del déficit de arraigo local, visto desde la dirección de Podemos y también de Movimiento Sumar y su movimiento ciudadano, pero con una solución insuficiente y contraproducente en la medida que lo prioritario ha sido el liderazgo institucional gubernamental, incluido todas las tensiones internas derivadas en torno a ello. Precisamente, la reflexión del nuevo Coordinador General de IU, Antonio Maíllo, abunda positivamente en ese sentido de reforzar la acción de base y en la esfera social.

Por un lado, han existido bienintencionados esfuerzos orgánicos hacia el refuerzo de la estructura y la extensión territorial, aunque siempre eran limitados, dependientes de la dinámica principal sobre la gobernabilidad y las tensiones generadas en ese ámbito, con sus correspondientes reagrupamientos, instrumentalizaciones y desgastes de credibilidad.

Por otro lado, se apunta a una opción político-organizativa unilateral y formalista, y que llegó tarde. Me refiero a la opinión actual de la respuesta de presentar candidaturas municipalistas, ya en 2015, bajo la sigla de Podemos -u otro partido- y su hegemonía orgánica para favorecer su inserción territorial. Es una salida falsa al auténtico problema de fondo: la dificultad articulatoria de Podemos en el ámbito municipalista -y después de gran parte de Sumar-, sobre todo en los municipios pequeños, y en otro sentido por su complejidad, diversidad y autonomía de actores y liderazgos, en los grandes municipios del cambio. La situación era que no había capacidad organizativa o suficientes cuadros intermedios, pero tampoco una orientación política y de modelo integrador y pluralista para articular las dobles dinámicas territoriales y estatales.

Esta deficiencia ahora está más reconocida; se quiso corregir inicialmente, en las autonómicas de 2015, con la sigla propia de Podemos, todavía bajo la separación entre Podemos e Izquierda Unida, con algunos efectos perniciosos (por ejemplo, esa división permitió la victoria de las derechas en sitios relevantes como la Comunidad de Madrid). Y ya en 2019, al amparo de la alianza de Unidas Podemos, se quiso generalizar la marca Unidas Podemos en todo el ámbito municipalista con debilidad morada (1.700 concejales para IU, similar a 2023 -en 2015, mil- y 500 para Podemos, en 2019), salvo excepciones de convergencias exitosas.

En definitiva, tras la experiencia de estos meses de cierto agotamiento representativo, a confirmar en los resultados de las elecciones europeas, se debe abrir una fase de reflexión y recomposición. Y veremos la capacidad de las élites dirigentes para remontar el declive y la fragmentación y avanzar en la colaboración y la perspectiva de una amplia alianza de la izquierda transformadora, como factor relevante dentro de un bloque democrático y plurinacional que impulse el avance social y de derechos frente a la involución reaccionaria de las derechas.

Por último, voy a hacer referencia a un aspecto ideológico-político que subyace en este debate y que todavía es controvertido. Me refiero al valor de la solidaridad o comunalidad (la fraternidad de la revolución francesa o la sororidad feminista). Es una característica fundamental en la experiencia colectiva de muchos movimientos sociales, desde la solidaridad de clase trabajadora, al apoyo mutuo feminista o el consentimiento en las relaciones sexuales y sociales, la solidaridad internacionalista, la corresponsabilidad ecologista y de los bienes comunes. Igualmente, podemos incluir el propio sistema de seguridad social y protección pública de los modernos Estados de bienestar, democráticos y de derecho, basados en la reciprocidad y el equilibrio de derechos y deberes y según las necesidades sociales.

Este componente solidario o comunitario es fundamental en la construcción de los sujetos colectivos emancipadores. Junto con la libertad y la igualdad forman parte de la mejor tradición de las izquierdas y frente al individualismo liberal. En ese sentido, es unilateral el reducir la pugna ideológica y cultural con las derechas al relato sobre la libertad (tal como hace la ponencia programática de Sumar, recientemente aprobada). La lucha por la igualdad y la práctica de la solidaridad son centrales; se resume en la importancia de lo colectivo o lo común, que tiene profundas connotaciones vivenciales y teóricas (por solo citar a E. P. Thompson). En estos tiempos líquidos, es fundamental para las izquierdas el arraigo comunitario, plural y diverso, como base de su acción democratizadora e igualitaria.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo.

https://zaragozaencomun.com/transformar-la-izquierda-modelos-de-organizacion-para-cuidarnos/

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