He echado las cuentas. En la meseta castellana, desde que comienza el año hidrológico, octubre, el sol ha lucido 4.320 horas, menos 120 horas de nubosidad acompañada de unas cuantas de lluvia, además fina. No quiero ni mirar cómo están los embalses por el centro de la península respecto al año anterior en estas mismas […]
He echado las cuentas. En la meseta castellana, desde que comienza el año hidrológico, octubre, el sol ha lucido 4.320 horas, menos 120 horas de nubosidad acompañada de unas cuantas de lluvia, además fina. No quiero ni mirar cómo están los embalses por el centro de la península respecto al año anterior en estas mismas fechas…
Pues bien, después de constatado, probado y archirreconocido el «cambio» climático en el globo, aún los funcionarios y empleados meteórologos de las distintas televisiones de este país siguen llamando «buen tiempo» a la insolación, y «mal tiempo» al lluvioso y al «nevoso». Cuando los campos, los bosques y los animales silvestres tienen ya una sed dramática en muchas partes de la península, nuestra campechana meteorología, sin duda dirigida desde la Política y desde los intereses económicos, sigue empleando el metalenguaje meteorológico correspondiente a épocas climáticas «normales» lamentablemente ya casi olvidadas.
Que esto de insistir en llamar «buen tiempo» al persistente soleado sea por inercia, o deliberado, para no alarmar, está por ver. (A la población se la alarma ahora solamente a través de una sola cosa: el terrorismo, tanto el real como su amenaza. Terrorismo, por otra parte, en buena medida prefabricado por los mismos que lo usan para precisamente alarmar y rentabilizar la alarma. En todo caso «Nos prefieren asustados», como ha declarado a La Vanguardia Craigh Calhoun, profesor de la U. de NY y presidente del SCRC, la más importante institución de investigación social americana, financiada por las fundaciones Rockefeller y Ford.)
De todos modos, de la misma manera que, como digo, da la impresión de que esa manera de presentarnos el «Tiempo» en España se debe a otro sospechoso tejemaneje, la tergiversación del sentido directo del lenguaje en materia meteorológica me temo alcanza también a otra cuestión: a la del término «cambio climático», a todas luces en absoluto inapropiado.
Inapropiado, pues es evidente que hay cambio, mutación, cuando una cosa se transforma en otra pero persiste en el nuevo «ser». Si no es así, si no persiste en su nuevo ser y lo mutado es a su vez cambiante, no hay propiamente cambio: hay trastorno, desorden, perturbación, enfermedad… Porque en el clima no está habiendo «cambio». Apliquemos pues el enfoque más suave y el más directo de los conceptos: trastorno. El clima está «trastornado». Hay más metástasis que modificaciones orgánicas. Hay, en toda regla, una patología del clima, y así habría que tratarlo para «entendernos» todos mejor. Para entendernos los meteórologos, agricultores, políticos y ciudadanía en general. Empleando la palabra «cambio», se transmite una sensación de posibilidad de adaptación que, tal como están las cosas, no existe. Si estuviésemos efectivamente ante un cambio, la especie zoológica humana podría ir adaptándose a él y calcular, en función de ese cambio, cuándo debía sembrar, cuánto podría consumir, cuándo debía proteger. Las compañías aseguradoras podrían decirnos mucho acerca de esto…
Pero desgraciadamente, estas cautelas y la oportunidad de manejar las siembras, las cosechas y las reservas no son posibles cuando en lugar de un cambio ha devenido un «trastorno». Un trastorno no se sabe si irreversible pero muy difícilmente evitable y en todo caso imprevisible. Es curioso que cuando la intelligentsia norteamericana presumía, a través de sus flamantes satélites, de extrema capacidad y control de la meteorología en los pronósticos y en el asunto del clima, la Naturaleza ha dado un brusco viraje a lo largo de estos últimos diez años y la cosa se pone más fea cada día. No poder hacer previsiones sobre lluvia y temperaturas, hace sumamente difícil hacer las necesarias previsiones sobre el proceso que sigue y exige la fuente de la vida en civilización: las cosechas; desde la sementera y la siembra hasta la recolección. Las sequías prolongadísimas, las lluvias torrenciales, las repentinas, las gotas frías, los tornados, los ciclones y las precipitaciones extemporáneas (empiezo a pensar que podrá nevar en agosto y freirse un huevo en el asfalto en diciembre) empiezan a imperar en el globo. Gaia, malherida quizá de muerte, a los más sensibilizados nos hace sentir todo lo que está sucediendo como estertores…
Es indudable que, más o menos artificialmente, seguirá siendo posible la vida «normal» de una parte -siempre la misma- de la población mundial. Pero yo creo que el asunto está visto para sentencia. Y lo que ahora quiero destacar aquí es que es imposible poner puertas al campo. La Naturaleza siempre tendrá la última palabra a pesar de la grandilocuencia, del antropocentrismo y de la insufrible soberbia del mundo occidental y principalmente del norteamericano, el más altanero también en esta cuestión.
Lo que me parece inexcusable de clarificar es que convendría empezar a hablar de «trastorno climático» evitando la locución «cambio climático». Ello nos permitiría concienciarnos mejor para hacer frente a las restricciones a que habremos de ir sujetándonos, por más que los mercados sufran las consecuencias. De todas maneras las sufrirán. Los antiguos decían que «los dioses ayudan a los que aceptan y arrastran a los que se resisten». Pues bien, aceptar que se está produciendo un «trastorno» en lugar de un «cambio», no sólo es saludable y ayuda a afrontar la fatalidad. Es que, al menos en Internet, me parece una réplica, por un lado adecuada a la precisión semántica y, por otro, también idónea como un revulsivo subversivo contra el «sistema» mismo. Sistema que aunque debiera empezar a reaccionar drásticamente, no lo hará. No porque no sea lo «políticamente correcto»; es que la premiosidad siempre acompaña al dato muy significativo de que siempre se salvan al principio de toda quema los ciudadanos de primera, los privilegiados. Esos que ostentando el poder económico, el político y el fáctico pueden trasladarse sin problemas a su otra mansión en otro país donde el «trastorno climático» tardará más en sentirse. Yo, por ejemplo, con mi pensión y mis ahorros…