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Tres borrascas

Fuentes: Blog Personal

La gente de izquierdas de cierta edad ha conocido suficientes sinsabores como para desarrollar lo que podríamos llamar «el síndrome de la afición del Barça», que no puede dejar de sufrir aunque el equipo vaya ganando. De ahí cierta tendencia a poner la venda antes de la herida. Sean indulgentes, pues, las nuevas generaciones. Pero, […]

La gente de izquierdas de cierta edad ha conocido suficientes sinsabores como para desarrollar lo que podríamos llamar «el síndrome de la afición del Barça», que no puede dejar de sufrir aunque el equipo vaya ganando. De ahí cierta tendencia a poner la venda antes de la herida. Sean indulgentes, pues, las nuevas generaciones. Pero, cuando aún está en el aire la investidura de Pedro Sánchez, no podemos por menos que anticipar algunas de las dificultades que, con toda probabilidad, acecharán al futuro gobierno progresista -si llega a materializarse. Son tres los frentes borrascosos que se vislumbran. Y en los tres será relevante el papel de la izquierda alternativa.

El primer frente se sitúa, sin duda, en el ámbito económico-social. Nadie discute ya que las posibilidades de unas políticas expansivas, destinadas a atenuar desigualdades, revertir recortes o impulsar la transición ecológica, se verán condicionadas por la situación económica -los optimistas ven alejarse el riesgo de recesión- y por el rigor fiscal exigido desde Bruselas. En un reciente artículo («Impactos económicos de un gobierno PSOE-UP»), el profesor Antón Costas señalaba la tranquilidad con que encaraba la llegada de ese ejecutivo la firma de asesoramiento financiero Arcano Partners. Si bien la perspectiva de la izquierda es hacer converger el nivel de gasto español con el de la zona euro -lo que supondría un incremento de impuestos y gastos públicos del orden de los 60.000 millones de euros-, la disciplina presupuestaria europea reduciría hoy esa cifra a unos 5.000 millones, en la línea de lo que contemplaban los presupuestos que no pudieron ser aprobados en febrero.

Si eso fuese así, ¿significaría acaso que el gobierno se vería reducido a la impotencia? Ni mucho menos. Es posible seguir en la línea de subir el salario mínimo, combatir la economía sumergida y la elusión tributaria, cabe dar mayor capacidad negociadora a los sindicatos, reorientar las prioridades presupuestarias hacia aquellas áreas que mayor impacto tienen sobre la realidad de la pobreza -como es el caso de la vivienda… Hay margen para incidir realmente en las condiciones de vida de la ciudadanía. Pero hay que ser consciente de la profundidad de las heridas de la crisis anterior y del sentimiento de abandono que se ha ido apoderando de la España vaciada y de los barrios más degradados de nuestras ciudades. Los ritmos de intervención serán decisivos. Y atención, porque Vox ha recibido ya el manual de instrucciones de la extrema derecha populista europea para dar respuestas cargadas de odio a la desazón de los desamparados y amalgamar descontentos. La izquierda transformadora, entretanto, estará en el gobierno, sujeta a su disciplina -sin el margen de maniobra para dar el formato apropiado y negociable a esas contradicciones que hubiese permitido una fórmula gubernamental «a la portuguesa». Pero estamos donde estamos. La izquierda tendrá a sus dirigentes en el gobierno y a sus militantes en la calle. Una situación particularmente delicada para los proyectos basados en grandes liderazgos y escasa vida democrática interna. Un gobierno como éste no se sostendrá sobre corifeos, sino sobre auténticos partidos: al tiempo leales… y lo bastante autónomos como para no perder pie con la realidad, elaborar pensamiento crítico y ayudar a corregir el rumbo si es necesario.

El cielo amenaza tempestad también en el frente territorial. Prueba de ello es que la propia investidura esté ahora en manos de ERC, que deshoja la margarita con la mirada puesta en las próximas elecciones autonómicas. Pero, vayan como vayan las cosas, es imperativo que UP y el espacio de los comunes lleven a cabo una reflexión seria y ampliamente participada sobre la cuestión nacional. En el curso de los últimos meses hemos asistido a cambios bruscos en el discurso. Se ha pasado de denostar el «régimen del 78″ a recitar con fervor el articulado de la Carta Magna. Y los adalides de un nuevo «proceso constituyente» han pasado a propugnar una progresiva evolución federal del actual ordenamiento jurídico. Saludable dosis de realismo de la que sólo cabe felicitarse. Pero, aunque santa sea la causa, Dios nos proteja del celo de los conversos. La urgencia de reforzar una vida partidaria orgánica, una seria reflexión colectiva, tiene que ver con la necesidad de evitar movimientos pendulares en función de la intuición del momento.

La izquierda alternativa necesita declinar un proyecto para España. Muchos pensamos que el horizonte estratégico debería ser el de un Estado federal. Pero eso hay que discutirlo y metabolizarlo. Las improvisaciones son siempre azarosas. La semana pasada, por ejemplo, en una charla sobre el libro «Nudo España», celebrada en el Congreso de los Diputados junto a los periodistas Enric Juliana y Lola García, Pablo Iglesias se aventuraba en solitario sobre el campo minado de la política catalana: «Falta por ver cómo se resuelve el pulso catalán, si ERC logra ejercer el poder desde la dirección de la Generalitat (…) Me gustaría».

Bueno… Una cosa es que sea deseable que una orientación más proclive al pacto -como la que parece encarnar ERC- se imponga en el campo soberanista frente al aventurerismo de Puigdemont. O incluso que, a cierto plazo, sea difícil imaginar una mayoría de progreso en Catalunya que no implique entendimiento con un partido representativo de las clases medias como ERC. Pero algo muy distinto es que la izquierda social no se postule para gobernar la Generalitat o dé a entender que la dirección «natural» del autogobierno corresponde a una fuerza nacionalista. Sólo se trata de una frase, pero el prejuicio no es nuevo en la izquierda española. Y podría resultar especialmente nocivo en un momento en que el PSC se esfuerza por recuperar su influencia en sectores populares que desplazaron su voto hacia Cs en reacción al «procés». Si pensamos juntos, integraremos los parámetros necesarios en la definición de nuestra política.

El tercer frente de potenciales turbulencias se refiere a las políticas de igualdad, que probablemente recaigan en manos de UP. La valía y el compromiso de las dirigentes está fuera de toda duda. Pero la izquierda alternativa tiene mal resueltos algunos de los debates más importantes que atraviesan hoy al movimiento feminista. Si el rechazo a la mercantilización del cuerpo de las mujeres pobres que suponen los «vientres de alquiler» parece asentado, la aceptación de la prostitución como «trabajo sexual» goza en cambio de mucho predicamento. Sería difícil desarrollar con coherencia un proyecto legislativo actualmente en cartera, como el concerniente a la trata de seres humanos con finalidad de explotación sexual -costaría incluso identificar los contornos y el alcance de ese negocio criminal-, si admitiésemos como legítima la compra de favores sexuales por parte de los hombres. Como también sería problemático que alguien quisiera hacer de éste un gobierno queer, con políticas públicas basadas en la idea de que las mujeres no existen como sujeto político frente al dominio patriarcal, sino como «constructo» entre una miríada de identidades. En cualquier caso, la suerte de miles de mujeres y niñas prostituidas en España, no puede quedar en suspenso para evitar disputas en el seno de la izquierda. Quizás lo mejor fuese empezar, como hicieron en Suecia, por una investigación exhaustiva sobre la realidad de la prostitución en nuestro país, elaborando un Libro Blanco para el Congreso y poniendo a toda la sociedad ante la realidad de una violencia que aún se resiste a ver.

Hay que espabilarse. Hemos querido estar en el puente de mando en esta travesía. Sea. Hay que actualizar sin tardanza las cartas de navegación. No va ser un viaje plácido.

Fuente: https://lluisrabell.com/2019/12/09/tres-borrascas/