1.- Con base en la existencia social, determinada en lo fundamental por el lugar que se ocupa en el sistema de producción, se edifica un complejo entramado de sentimientos, aspiraciones, psicología colectiva… Es por medio de la ideología como esos sentimientos diferenciados de las clases y grupos sociales adquieren significado. La ideología, manifestación racionalizada de […]
1.- Con base en la existencia social, determinada en lo fundamental por el lugar que se ocupa en el sistema de producción, se edifica un complejo entramado de sentimientos, aspiraciones, psicología colectiva… Es por medio de la ideología como esos sentimientos diferenciados de las clases y grupos sociales adquieren significado. La ideología, manifestación racionalizada de intereses de clase, se convierte en fuerza material cuando se expresa políticamente y prende en su base social, y esa es la función histórica del partido de clase, sin ello el partido pierde su condición de necesidad y la propia razón de su existencia.
Los sentimientos y aspiraciones inherentes a las clases y grupos sociales, operan con o sin partido, pero es por mediación de este, por la política, como superan la espontaneidad y se elevan a opción de poder. La suerte de ideología y partido está en última instancia ligada a la de la propia clase, declinan o se vigorizan al compás del papel que le corresponda a la clase en el sistema de producción. Pero no solo dependen de ello, está la intervención de los factores subjetivos de la historia. La historia social -la de la lucha de clases- no discurre como las ciencias naturales, el ser humano es objeto y sujeto, no actúa mecánicamente, representa las cosas en su cerebro y en ello se reflejan componentes socio-culturales de variada índole.
El proceso de producción, como se sabe, es el básico y vital de la sociedad, de suyo entonces que las relaciones de trabajo constituyen el vínculo que define y diseña a la propia sociedad y el antagonismo de clase que ahí reside se convierte en lo decisivo para la movilización y transformación social. El marxismo y el partido marxista son fruto histórico de esa contradicción.
Cuando el partido hace dejación del específico interés de clase, como eje central de su actividad, su declive se hará inevitable, será más rápido o más lento en función de factores coyunturales, pero ha perdido su norte y queda a remolque de los acontecimientos. La posibilidad de sobrevivir implicándose en contradicciones no antagónicas, secundarias, asumiendo los intereses de grupos sociales intermedios, dependerá de que estos espacios estén abiertos, de que carezcan de expresiones políticas propias, o de que no se sientan representados por otras formaciones.
El Partido Comunista de España, tras un largo proceso de contaminación ideológica, fue abandonando en sus concepciones y en su política, unas veces de forma expresa y otras por la vía de los hechos, la prioridad clasista que lo justificaba históricamente. La preferencia clasista en lo ideológico, en lo político y en lo reivindicativo, cedía ante planteamientos radical-democráticos. Uno tras otro con mayor o menor facilidad le fueron siendo arrebatados por la socialdemocracia, no en vano están y estaban fuera del núcleo irreconciliable de la contradicción.
La renuncia a la actuación como partido independiente de clase ha conducido a la clase obrera a recular y situarse al filo de un simple factor de producción y con ello el propio partido ha retrocedido hasta las proximidades de la marginalidad, casi a contentarse con la grandeza de sus referencias históricas.
2.- El marxismo es la filosofía de la contradicción, del movimiento, de la negación de la negación, de la praxis como criterio de verdad. No se puede construir un partido marxista con una concepción orgánica que obstaculice o impida su adaptación a una realidad en permanente cambio.
La deformación verticalista de la concepción del partido que se fue imponiendo en el movimiento comunista desde la década de los años treinta, facilitó, de manera decisiva, la consolidación de una casta burocrática que, desde dentro, asestó el golpe más demoledor sufrido por el movimiento obrero en su historia. Lo peor de de aquella derrota es, sin duda, la representación de una clase sin opción propia frente al capitalismo. Costará mucho remontar esa consecuencia.
Negar que fueran factores internos, singularmente ligados a la concepción del partido y a la relación dialéctica partido-masas, los determinantes de la catástrofe, es negar incluso el nombre y apellidos de sus inspiradores y ejecutores, amén, huelga decirlo, de dejar todo en el misterio de los accidentes inexplicables. Dicho de otra manera, es la ceguera, la esterilidad y el desahucio de cualquier tentativa de reconstrucción.
La concepción leninista del centralismo democrático no comportó nunca, ni en la elaboración teórica, ni en la vida partidaria de los bolcheviques, la negación de corrientes y tendencias, ni tampoco la aceptación resignada de estas como una especie de mal menor. Por el contrario, la convivencia de corrientes y tendencias es una natural manifestación de la diferenciación interna de la clase, de la realidad cambiante, de la compleja elaboración ideológico-política y de los movimientos tácticos… y justamente por eso, una condición para unificar a la clase, para evitar la antagonización de contradicciones no irreconciliables, y para poner al partido en sintonía con la sociedad donde actúa.
Si la democracia interna fue siempre una necesidad para el partido, cuanto mas ahora, que una realidad hostil, determinada básicamente por factores internos al propio movimiento, ha puesto todo patas arriba amenazando de cerca con la liquidación total. La nueva situación, las certidumbres caídas y no reemplazadas, exige no ya asumir, sino promover, la más amplia y libre confrontación de opiniones.
En España la incapacidad, y sobre todo la falta de voluntad, para reconducir la realidad partidaria sobre las bases del centralismo democrático, ha alcanzado límites extremos. Al punto es así que la mayoría de los comunistas se encuentran fuera del partido; es mas, inconfesables intereses ligados al dominio del aparato han hecho lo imposible para que las cosas ocurrieran de esa manera -ahora hablar de intereses por el dominio del aparato parece una broma, como el aparato mismo, pero no ha sido así hasta el pasado mas reciente-.
Tras lo que ha sucedido, mantener concepciones del partido, que son la peor herencia del movimiento comunista y causa decisiva de la mas dura derrota, puede resultar hasta cómico si no fuera porque el derrumbe, de lo que ya está en la frontera de la secta, puede arrastrar al abismo al único instrumento que ha creado la historia para hacer de la clase obrera una clase para si : el pensamiento marxista y el partido que lo convierte en fuerza material.
3.- Sin perjuicio de su común interés estratégico, la clase obrera no es homogénea, está diferenciada con cada vez mas significativos cambios, tanto de orden estructural como cuantitativos. Es sobresaliente el desplazamiento del sector industrial al de servicios; franjas importantes de las llamadas profesiones liberales se le aproximan por la vía de su asalarización, igual fenómeno se advierte en círculos amplios de los llamados «autónomos» -con status ficticiamente deslaboralizado- ; fracciones importantes de la clase arrastran una existencia de precariedad y rotación profesional que les desarraiga y configura con rasgos de subgrupo social …la diferenciación interna de la clase da lugar , se comprende, a desiguales niveles de conciencia, y a diversas derivaciones ideológicas y predisposiciones políticas.
Al tiempo conviven cerca de la clase capas intermedias y grupos civilmente discriminados…y toda una acumulación de conflictos que si bien tienen, en última instancia, su origen en la contradicción central del sistema, se manifiestan con gran autonomía política y con concepciones especificas distanciadas estratégicamente de la aspiración socialista, a menudo sin tan siquiera esa aspiración por su naturaleza no antagónica con el sistema, pero susceptibles de confluir en la lucha por transformaciones democráticas.
En las alianzas cobra todo su sentido la política como un arte y como una ciencia, se pone a prueba la capacidad estratégica del partido de la clase, y hasta el temple y aptitud subjetiva de sus dirigentes.
La disolución del partido de la clase en la forma que adquiera la política de alianzas conduce, a la postre, al debilitamiento de la fuerza de atracción de la clase, a que se diluya su identidad, y con ello a la perdida de soporte de las propias alianzas. A la vez, considerar a los aliados de cada momento como apéndices del partido, como una suerte de «invitados», determina en breve plazo la disolución de la alianza, el aislamiento político-social del partido y al tiempo, también, la huida de la propia clase a ámbitos políticos que ofrezcan mayor arropamiento.
En la desgraciada experiencia de Izquierda Unida se conjuraron, con efectos devastadores, las tendencias liquidadoras de la corriente comunista -con su letal perdida de identidad- y las que de hecho limitaban la propuesta unitaria a una proclamación formal divorciada de una practica que, en modo alguno buscaba la unidad, que no la deseaba y en todo caso hacia imposible la convivencia con cualquier potencial aliado.
La práctica ha resultado ser de una elocuencia inapelable. Resulta en extremo difícil de comprender, al margen de la mortal combinación entre la mezquindad sectaria y las tendencias liquidadoras, tanto la incapacidad de IU para atraerse a un basto campo de
tendencias que situadas a la izquierda de la socialdemocracia, incluyendo a buena parte de los comunistas y del movimiento obrero organizado, como las tentativas de desplazar hasta la total marginación al propio partido comunista.
La particularidad es que una y otra deformación tienen la misma residencia en el seno de un partido comunista paralizado al limite por una tensión interna que empeora con cada paso que de.
La reconstrucción de la izquierda comunista, ha dejado de ser cuestión del PC, sencillamente porque no puede. Es problema que han de resolver los militantes del PC y los comunistas de este país. El proceso de reconstrucción o se desenvuelve y se impone desde fuera de ese circulo contaminado hasta el tuétano, o no habrá proceso. Entonces se queda la agonía.