El referéndum que hoy mismo se celebra en Montenegro ha dado para muchos comentarios, en especial de si este proceso de autodeterminación política se parece, se puede parecer, o se pudiera parecer a algo por venir en Euskal Herria. Tal vez lo más llamativo, sin embargo, pueda ser darse cuenta de la cantidad de aseveraciones […]
El referéndum que hoy mismo se celebra en Montenegro ha dado para muchos comentarios, en especial de si este proceso de autodeterminación política se parece, se puede parecer, o se pudiera parecer a algo por venir en Euskal Herria. Tal vez lo más llamativo, sin embargo, pueda ser darse cuenta de la cantidad de aseveraciones rotundas, con tinte jurídico, que nos lanzan constantemente para negar el derecho de autodeterminación, y que en momentos así se derrumban sin remisión. O quizá sea que lo que en Euskal Herria es verdad tajante, en Montenegro no lo es tanto. Hay tres cosas, al menos, en que estos dos países no se parecen.
En Montenegro no piensan que las leyes, constituciones, pactos, etc. son inamovibles
Entre tanto artículo escrito estos días, decía un experto del PP en estos temas que Montenegro no se parece en nada a Euskal Herria, entre otras cosas porque tanto en la legislación montenegrina como en la serbia ya existía el derecho de autodeterminación. Y como eso no existe ni en la española ni en la francesa, adiós problema.
Y es que las leyes, constituciones, pactos, etc, sirven para eso, para que alguien pueda decir tranquilamente que algo es imposible, simplemente porque no está recogido en alguna legislación. Y es un argumento que tiene, además, un gran peso en la población: ¡no se puede! Pero resulta, en cambio, que la separación de poderes, orgullo de las opciones liberales, separa los poderes, pero no los aísla. Es decir, las leyes no las hacen los jueces, sino un poder legislativo, que va cambiando su composición cada cierto tiempo. Antes de poner en marcha la ley de partidos española, había constantes críticas a la falta de decisión de los jueces contra el terrorismo. «Mientras no cambien las leyes, no podemos hacer más», venían a contestar ellos. Y las leyes cambiaron, claro.
En Montenegro cambian las leyes para incluir el derecho de autodeterminación; ejercitan el derecho; y lo que es más, pasados trece años celebran otro referéndum. Y es que no hay decisiones para toda la vida, ni constituciones eternas. En Euskal Herria ya sabemos que las constituciones española y francesa no recogen el derecho de autodeterminación. Precisamente lo que pedimos es que lo recojan, pero porque así lo haya acordado previamente la población vasca. Porque existe un conflicto, y porque para resolverlo lo adecuado es que cada habitante de este país exprese su opinión.
En Montenegro no piensan que, ante un conflicto de identidades, la autodeterminación es perjudicial
Se ha insistido en que existiendo un enfrentamiento interno en una determinada región no era conveniente apelar a decisiones traumáticas como ejercitar el derecho de autodeterminación, porque éste no haría sino ahondar en el problema y agrandar las heridas abiertas entre las diferentes partes en litigio. Para esta línea argumentativa, más que de abrir el debate, de lo que se trata es de olvidar y dejar que el tiempo haga.
En el caso de Montenegro, sin embargo, no sólo es que haya enfrentamiento y conflicto, sino que ha existido toda una guerra, y fue a raíz de esa guerra en Yugoslavia de donde surgió la posibilidad de ejercitar el derecho de autodetermina- ción. Y todo ello ha contado, además, con la tutela de la Unión Europea, muy a pesar suyo en el caso de muchos estados miembros.
Pero todo ello, además, parece infinitamente lógico, porque si cuando existe un conflicto interno el derecho de autodeterminación no resulta conveniente, ¿para que es necesario este derecho? Pongamos por ejemplo Portugal, donde no parece existir un problema de identidad nacional: ¿haría falta un referéndum de autodeterminación?
En Montenegro no piensan que, ante un conflicto, lo mejor es dejarlo como está
El derecho de autodeterminación sólo tiene sentido si intenta resolver un conflicto, y a pesar incluso de que mucha veces no lo vaya a conseguir. En el caso de Montenegro, los analistas avanzan que los conflictos de identidad continuarán, sea cual sea la decisión que se tome, ya que la fragmentación es grande. Sabiendo eso, ¿tiene algún sentido la autodeterminación?
El derecho de autodeterminación no es la solución en sí, sino un instrumento. La única razón para negarlo son las consecuencias que puede traer una determinada decisión tomada por medio suyo. Es decir, el derecho de autodeterminación no supone la independencia ni la desmembración de España o Francia, pero sí pudiera ocasionarlas. Pero ello sería porque así lo habría decidido la mayoría de la población consultada. Si el proceso de campaña y toma de decisión ha sido limpio, ¿qué pega se le puede poner a ello?
Entendido como un instrumento y no como un sinónimo de independencia, pierde toda validez el intento de buscar soluciones intermedias: entre la autodeterminación y el inmovi- lismo del PP, ¡un poco más de autonomía! La autodeterminación puede resultar la independencia, puede resultar más autonomía, o puede resultar menos autonomía. El referéndum del mes que viene en Cataluña no es un reférendum de autodeterminación, sino una pregunta puntual sobre si se acepta o no un determinado proyecto de autonomía. Seguiremos sin saber qué piensan realmente las catalanas y los catalanes sobre su futuro político, porque ello no puede ser sustituido por un referéndum de autonomía.
La autodeterminación es un instrumento democrático para intentar resolver conflictos intergrupales conviviendo en un mismo marco territorial. Su ejercicio no garantiza, de ningún modo, la resolución de ese conflicto, y tampoco evita que, tal vez, la solución resulte traumática para alguna parte de la población. Pero sí indica, en cambio, una voluntad de las partes en litigio por resolver el conflicto de una manera democrática, pues quien acepta dicho derecho, acepta también sus consecuencia, sean favorables o desfavorables. No es poco, ¿no?
* Julen Zabalo. Sociólogo.