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Tres mentiras sobre el turismo en Barcelona

Fuentes: El Salto [Foto: Aglomeración de turistas frente a la Casa Batlló en Passeig de Gràcia (MIQUEL TAVERNA)]

Culpar a los últimos gobiernos de la ciudad, en manos de els Comuns, de una dinámica global que lleva décadas de inercia, no es solo naif, sino claramente malintencionado.

Estamos en plena época estival y, como es típico desde hace ya unos años, las noticias sobre nuestro modelo turístico vuelven a hacerse presentes. Este año hay, al menos, dos novedades. La primera es la desaparición de la turismofobia del relato político y empresarial, así como del eco mediático. Más allá de algunas noticias vinculadas a las Festes de Gràcia, en Barcelona, en relación a los ya típicos grafitis que pueblan las paredes de esa parte de la ciudad, pocas más referencias se han podido leer o escuchar estos días. La segunda novedad tiene que ver con la llegada a los gobiernos municipales y autonómicos de distintas fuerzas políticas tras las elecciones del 28 de mayo.

En los municipios turísticos, ha sido el momento de comprobar si las políticas públicas que se han puesto en marcha en los últimos tiempos han tenido algún efecto sobre la gestión de este sector de la economía local. Debido a la dinámica electoral, en aquellas localidades donde se ha producido, además, un cambio de gobierno o la confrontación política ha sido más reñida, ha sido frecuente asistir a cambios o evaluaciones sobre las formas de hacer que se venían realizando durante los ultimos tiempos. Es el caso de Barcelona donde, tras unas disputadas elecciones, el PSC con Jaume Collboni a la cabeza se alzó con la alcaldía de la ciudad tras varios años como segundo de a bordo del Gobierno de els comuns.

El hecho de que fuera el exalcalde Trias el que ganara la contienda electoral, aunque la política de pactos posterior no le dejara alcanzar el mando del Consistorio, ha dado pie, por otro lado, a toda una serie de debates, con más o menos presencia en redes sociales y medios de comunicación, sobre el modelo turístico de la ciudad y la responsabilidad sobre los efectos no deseados de este en el medio ambiente social barceloní. Es a partir de ahí que se han viralizado una serie de ideas-fuerza, la mayoría de ellas interpretaciones sesgadas, cuando no directamente mentiras, que se han conformado como armas arrojadizas. Vamos a ver tres de ellas.

La culpa del turismo masivo es de los ocho años de Gobierno de la Colau

La historia turística de Barcelona tiene ya más de un siglo. Sin embargo, es bien cierto que, si hubiera que citar dos elementos principales para entender la situación actual, no habría que retroceder tanto tiempo, solo unas décadas. El primero de ellos sería la apuesta por la conformación de Barcelona como Ciutat de Fires i Congressos de los últimos gobiernos franquistas como forma de diversificación de la economía urbana postindustrial de la ciudad. Y el segundo, y más evidente, la celebración, en 1992, de los Juegos Olímpicos, los cuales situaron la capital catalana en el marco de competición por la atracción de capitales y visitantes en el creciente mercado global de ciudades.

El turismo en la ciudad crece en el contexto de la aplicación de políticas marcadamente neoliberales por parte de los gobiernos de Pasqual Maragall, primero, y Joan Clos y Jordi Hereu, después. Como punta de lanza podríamos citar el famoso Pla d’Hotels, mediante el cual la ciudad dedicaba suelo urbano bajo la categoría de equipamientos para la construcción de hoteles. El primer intento de gestión del turismo no llegó hasta 2010, con la aprobación del Pla Estratègic de Turisme de la Ciutat de Barcelona, así como el Pla d’Usos de Ciutat Vella. Habían pasado ya casi 20 años desde la celebración de los Juegos y el Ajuntament, por fin, y ante la evidencia de los hechos, decidía sustituir al sector privado a las riendas del turismo desde hacía años.

La llegada de Xavier Trias, de Convergéncia i Unió (CiU), al Gobierno municipal, en el marco de la crisis del ladrillo, no hizo más que añadir leña al fuego. Suyas son las ideas de flexibilizar el Pla d’Usos o la aprobación de una nueva Ordenanza de Terrazas, pero sobre todo la concesión de licencias para apartamentos turísticos que pasaron de 2.680 en 2011 a 9.606 en 2014, un 258% más. Durante los años de Gobierno de els comuns, de hecho, la cifra de licencias disminuyó en 259. Además, durante los ocho años de Gobierno de Ada Colau al frente del Ajuntament se aprobó el Pla Especial Urbanístic d’Allotjaments Turístics (PEUAT) y un nuevo Pla Estratègic de Turisme 2020, entre cuyos objetivos se encontraban, de hecho, gobernar el turismo de la ciudad limitando, entre otras cosas, la apertura de nuevos establecimientos en las zonas más saturadas.

Entre las prioridades del Gobierno de Trias estaba la reactivación económica de la ciudad, cosa que emprendió con base en el turismo, eso sí, sin prever sus consecuencias. De esta forma, culpar a los últimos gobiernos municipales de la masificación turística, de una dinámica que comenzó hace décadas y que únicamente durante los últimas legislaturas se ha tratado de frenar mediante políticas públicas, es no solo una falsa acusación, sino una estrategia que pretende ocultar quienes son los verdaderos responsables.

La ampliación del Aeropuerto de Barcelona reducirá la masificación turística y promoverá el turismo de calidad

Las bondades de lo que se ha venido en denominar turismo de calidad, es decir, una tipología turística que supuestamente dejaría más dinero en la ciudad y, además, mantendría un comportamiento mucho más ejemplar en cuanto al uso de las calles, plazas y el resto de espacios y equipamientos urbanos, es otro de los mantras a los que acostumbrados. Que el turismo de calidad no es aquello que nos venden ya ha sido tratado en otros espacios, no así el hecho de que la ampliación del Aeropuerto, con una pista que permita la conversión de El Prat en un hub internacional atrayendo vuelos de larga distancia, significaría la sustitución del actual turismo de masas por aquel otro más deseado.

Según datos de AENA, el Aeropuerto de Barcelona gestionó, en 2022, un total de 41,6 millones de pasajeros, lo que lo coloca, hoy día, a un 32% de su capacidad total, en torno a los 55 millones. De hecho, tras la pandemia, no hemos vuelto a igualar los números alcanzado en 2019. Si comparamos el número de vuelos para los meses de julio entre aquel año y el actual, nos encontramos con que todavía estamos en un 7,9% por debajo de aquellas cifras máximas. Por otro lado, el Aeropuerto de Barcelona dedica el 70% de su capacidad a la atracción de vuelos de los denominados low cost, los cuales provienen, en su inmensa mayoría, de otras localidades europeas. Esto no es debido a otra cosa sino a la solicitud que este tipo de conexiones manifiesta desde estos emplazamientos de origen.

Tenemos la infraestructura y cubrimos la demanda. Dejando de lado la importante vertiente medioambiental, máxime estos días tal y como estamos comprobando, y centrándonos en lo que supone la ampliación del Aeropuerto solo para atraer ese otro tipo de turista, la ampliación de la capacidad de esta infraestructura posiblemente atraiga nuevos visitantes más exóticos, pero eso no significa que los de los vuelos más cercanos y baratos vayan a ser sustituidos, sino que se vendrían a sumar a los ya existentes. La hipótesis que señala que la oferta puede ser seleccionada con un mayor número de equipamientos de categoría y precio más altos nos sitúa en la misma posición: se pueden crear más hoteles de cinco estrellas y lujo pero no puedes garantizar, bajo la sacrosanta seguridad jurídica, el cierre de aquellas instalaciones que no cuenten con el supuesto nivel de calidad deseado. Por lo tanto, vuelves a sumar turistas. Por otro lado, y según datos del Ajuntament de Barcelona, este año se ha alcanzado un RevPar (rentabilidad por habitación) record: 160 euros de media para el mes de junio, el dato más alto en los últimos 10 años. Sin embargo, con tal nivel de precios, la ocupación media es del 87%, casi plena. No ha habido reducción.

Así, ampliar el Aeropuerto de la ciudad no solo supone una agresión contra el medio ambiente local, poniendo en riesgo un entorno natural único, además de incrementar los niveles de CO2 por las emisiones de los aviones (hasta 285 gramos de CO2 por pasajero y kilómetro), sino que incrementaría la presencia de turistas en la ciudad, es decir, la sensación de masificación, no actuando, tal y como se suele señalar, precisamente en sentido contrario.

Lo que hay que hacer es evitar que los turistas se queden en Ciutat Vella

Entre las medidas contempladas por el Gobierno de els comuns dentro de su Pla Estratègic estaba el reparto de los turistas por la ciudad como forma de “garantizar la redistribución de la riqueza que supone el turismo al conjunto de la población”. Esto se perseguía, entre otras medidas, mediante la cierta especialización turística de los diferentes distritos y barrios en los que está dividida Bardelona. Así, y a modo de ejemplo, el distrito de Sant Andreu pasaría a poner en valor su patrimonio cultural y vivencial vinculado a la memoria histórica y su pasado industrial y cooperativista.

Pues bien, tal y como han demostrado algunos hechos que ahora pasaremos a comentar, expandir el turismo concentrado en Ciutat Vella hacía otros distritos y barrios de la ciudad, romper la burbuja turística, no ha acabado de funcionar pues, en un contexto de crecimiento continuo de visitantes, lo único que se ha conseguido ha sido, más que redistribuir la riqueza, extender los problemas generados por el turismo. El caso más sonoro ha sido el de el Turó de la Roviera, más conocido como los bunkers de El Carmel. Su transformación patrimonial en 2011 como espacio público ha acabado por convertirlo en nuevo punto de atracción masiva de visitantes, con las consecuencias molestias ocasionadas a un vecindario que ha visto como, tras la solución aportada por el Ajuntament —esto es, el cierre perimetral del recinto—, no solo no han desaparecido los inconvenientes sino que, además, se ha perdido un espacio muy apreciado por el barrio.

La eliminación del espacio de las campañas turísticas, el marketing o la difusión realizada por la institución municipal, en un momento en que las redes sociales mandan en la viralización de un determinado destino, no tendrá el efecto esperado. Tampoco el cierre del mismo, ya que, como se ha podido comprobar, los visitantes no estaban interesados en las características patrimoniales del contexto, sino en la amplitud y las vistas que tal ubicación proporcionaban.

La problemática ocasionada por el turismo en Barcelona tiene un claro origen: la falta de planificación. Una falta de planificación que no se debió a ningún motivo técnico o de conocimiento, sino a la aplicación de una serie de políticas de corte neoliberal que planteaban que los intereses privados eran mucho mejor gestores del turismo que la propia administración pública. Culpar a los últimos gobiernos de la ciudad, en manos de els comuns, de una dinámica global que lleva décadas de inercia, no es solo naif, sino claramente malintencionado. El equipo municipal de els comuns ha cometido errores, claramente, entre los cuales podemos citar no disolver la maquinaria público-privada que supone el Consorci Turisme de Barcelona, confiar en el Partit dels Socialistas de Catalunya (PSC) en la gestión del turismo durante su segunda legislatura, depositar demasiadas esperanzas en la capacidad de la administración local para encauzar una situación cuasi-consolidada mediante la planificación territorial o confiar en el turismo como una medida de redistribución de la riqueza. Pero de lo que no se puede es achacar a los últimos ocho años de la situación del turismo en la ciudad de Barcelona.

Necesitaremos décadas de decidido control y gestión del turismo para salir de la situación inicial. Por ahora desmontemos al menos tres mentiras sobre el turismo en Barcelona.

José Mansilla, Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU).

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/turismo/tres-mentiras-turismo-barcelona