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Puskhin, Tolstoi, Chejov

Tres metáforas contra la tormenta

Fuentes: Rebelión

La literatura rusa del siglo XIX se abre ante el lector con «Tres tormentas de nieve», reunión de tres relatos, uno de Pushkin, otro de Tolstoi, y otro de Chejov. Representantes del romanticismo, el realismo y el sentido filosófico, y el simbolismo tomaron la tormenta de nieve como fondo o pantalla sobre la que representar […]

La literatura rusa del siglo XIX se abre ante el lector con «Tres tormentas de nieve», reunión de tres relatos, uno de Pushkin, otro de Tolstoi, y otro de Chejov. Representantes del romanticismo, el realismo y el sentido filosófico, y el simbolismo tomaron la tormenta de nieve como fondo o pantalla sobre la que representar los conflictos humanos e históricos sociales. Tres luchas contra la máquina que nos domina. Tres metáforas contra la tormenta.

La naturaleza como recurso metafórico ha cubierto dimensiones bien distintas en la literatura al conducir al lector fuera del lenguaje común, liso y sin calado, para hacerle sentir, ver y comprender mejor los acontecimientos que se relatan-poetizan. Siempre en las repeticiones hay significados y símbolos que funcionan como epifanías, revelaciones, y que nos producen tormentas de reflexión, de pensamiento que nos lleva a abrir minúsculas y grandes puertas, y en éste libro se repiten prácticamente la misma tormenta de nieve y los mismos bosques bajo los que los personajes desean algo que está más allá de su inmediata existencia; son acaparadores de un presente histórico común, en marcha, cambiante, que empujan una perspectiva de futuro. En el primero de los relatos el objetivo resulta frustrado en un primer momento, para descubrir al final el secreto propio del cuento, el secreto que había estado oscurecido. En el segundo los medios para la lucha contra la tormenta son insuficientes y los personajes deben retroceder para salvar la vida y esperar otro momento propicio. En el tercero el conocimiento de la protagonista sobre el pensamiento concreto del interlocutor le permite determinar lo que es fundamental en su vida, y la superchería y las costumbres absurdas tras la que oculta el otro su disposición hacia ella.

La naturaleza como vínculo entre los tres relatos en cuyo fondo habita la lucha por la vida, pueden hacer pensar en tres fragmentos de una novela y como cada uno hacen de pilares del arco narrativo. Con un sistema relator que va de la exposición clásica a la simbolización, de lo sorprendente al significado, de la forma cerrada a la abierta, nos induce a marchar por los cambios, también, de pensamiento. En los tres se está hablando de un tiempo en que la tradición religiosa y la moral conservadora es asfixiante. Si en el primero los protagonistas se pierden en su búsqueda emocional y personal, solo el azar podrá sacarlos del conflicto. En el segundo la lucha contra el elemento dominante se presenta en una magnitud que ocupa todos los espacios de la vida, con lo que el lugar del comienzo se hace lugar de nueva preparación. Y en el tercero la tormenta amenaza, zarandea, golpea, ruge y chilla sobre un refugio de campo, sobre un mismo espacio, sobre un mismo sitio, en el que los personajes discuten en torno a las ideas con las que hacer su vida y conquistar el futuro, ya no es la confusión ni la espera de los anteriores, aquí se barajan conceptos éticos y morales, actitudes, y si una de éstas actitudes se propone salir y sale adelante, la otra, mecánica, costumbrista, amoldada, permanecerá dando vueltas sobre sí misma. Fíjese en éste relato, «¿qué quiere hacernos entender?», se pregunta sobre la tormenta el hombre que se ha encontrado con una mujer en el refugio. Y pareciendo al principio que les asiste la misma fe, la misma esperanza ante la inmediatez del peligro, ella descubrirá que si se habla en concreto de opciones, si se explica el primer objetivo en la vida, el proyecto inmediato, todo es opuesto entre ellos dos, para ella su vida pasa por la denuncia y la rebeldía ante el despotismo y la insolencia, y él, sin embargo le dice: «me da igual». Y los caminos que parecían comunes se han demostrado contrarios. Ella, símbolo de mil impulsos o necesidades, de búsquedas que darían con esos «diez días que estremecieron al mundo», (frase acuñada por J. Reed para simbolizar la revolución), se irá, emprenderá viaje en medio de la tormenta, buscando llegar a donde quiere, y él se quedará «como una estatua», se nos dice, reflejo de su incapacidad obtusa y machista, diciéndose a sí que si ella se quedase un día más caería rendida a sus pies, y ahí se queda, pero él, solo, bajo la tormenta de nieve sin ver, sin entender lo que pasa.

Rusia siglo XIX. Pushkin, Tolstoi, Chejov con una diferencia de medio siglo entre el primero y el último de los cuentos, nos hacen entrega del mundo cambiante al que asistían. Si en los dos primeros cuentos la vida transcurre entre nobles y señores y les asistían los criados, en el cuento de Chejov el cambio está en marcha, son gente que se mezcla.

El libro participa de un estilo próximo al lector, con discurso sugerente nos invita a contrastar circunstancias, extracciones personales, relaciones, valores morales, objetivos, y nos induce a buscar lecturas que se complementen con ésta y nos agranden la visión, y en ese camino les recomiendo fervientemente un libro recién editado, un magnífico libro biográfico literario, cuidadoso en su riqueza de observación y pensamiento sobre grandes autores rusos, cuyo título, «Desde los bosques nevados. Memoria de escritores rusos», del gran autor Juan Eduardo Zúñiga, editado por Galaxia Gutemberg, se conecta al título del libro aquí comentado.

Título: Tres tormentas de nieve.

Autores: Pushkin, Tolstoi, Chejov.

Editado por Taller de Mario Muchnik.

Ramón Pedregal Casanova es autor de «Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios», editado por Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria ([email protected])

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.