Nace otra ciudad en las noches de los fines de semana. Rostros juveniles, tan extraños como comunes, la poseen y reinventan a través de las denominadas tribus urbanas, un fenómeno mundial que atraviesa también Cuba. Apacibles parques de día, grito vivo de gente al anochecer. Unos 700 metros de la Calle G, una de las […]
Nace otra ciudad en las noches de los fines de semana. Rostros juveniles, tan extraños como comunes, la poseen y reinventan a través de las denominadas tribus urbanas, un fenómeno mundial que atraviesa también Cuba. Apacibles parques de día, grito vivo de gente al anochecer.
Unos 700 metros de la Calle G, una de las principales avenidas de La Habana, representa el lugar emblemático y de encuentro de estas redes informales. A decir del sociólogo francés Michel Maffesoli, se trata de grupos de entre 12 y 20 años que cubren las ciudades, recuperan las relaciones humanas y erigen sus normas propias.
En Cuba, el consumo cultural distingue a las principales tribus por su música: los rockeros, divididos en metaleros, punkis, nuevos metaleros, hippies y friques; los «emos», incondicionales del subgénero del rock emocional; los «mikis», volcados en la electroacústica, disco y trova; y los «reparteros», seguidores del reggaetón, hip hop, rap o timba.
«Toda tribu urbana tiene sus santuarios y sus tradiciones», asegura el escritor y rockero José Miguel Sánchez (Yoss) en la revista digital La Isla en Peso. Sin embargo, G, como le llaman comúnmente, acoge a todas como un gran trasiego para la diversidad, hasta para los que no abrazan una identidad específica.
«Realmente no hay muchas opciones para los jóvenes. Aquí te encuentras con millones de gente, que a lo mejor no tienen mucho que ver contigo, pero haces vida social», dijo a IPS Max, un joven trabajador de una empresa estatal de transporte, muy acomodado en un banco de la antigua Avenida de los Presidentes.
En el ámbito científico, pocas miradas han tocado este fenómeno social, surgido por la emergencia de identidades nuevas entre «una población joven y adolescente que necesita distinguirse», según la psicóloga Daybel Pañellas, profesora de la Universidad de La Habana, quien dirigió una investigación sobre la noche en la calle G.
Durante un espacio de debate promovido por la revista cubana Temas, Pañellas no compartió la clasificación de tribus para estos grupos, «en términos de una ideología sólida, que movilice un proyecto social particular», a excepción de los rockeros, grupo articulado desde finales de los años 60.
Alrededor de 2.000 jóvenes pululan las noches de viernes a domingo, y ya tienen sus espacios marcados: primero los rockeros, luego los reparteros y mikis y cierran los emos, que suelen despreciar los otros grupos por su tendencia a la melancolía y los sentimientos, tanto en mujeres como en hombres.
De acuerdo con el estudio académico, de más de 400 entrevistas, mikis, reparteros y emos se unen en esencia por preferencias estéticas, musicales y de entretenimiento. Mientras, la afición al rock acumula años de resistencia frente a la política oficial que durante años los consideró «desviados ideológicos» y «contrarrevolucionarios».
«Nos diferenciamos de todos los demás: en filosofía, vestuario, género musical, la forma de hablar y de comportarse ante la sociedad», precisó a IPS Alejandro, rockero y estudiante de electrónica de 17 años. Tenemos «una filosofía más calmada, menos conflictiva y más centrada en nosotros mismos», amplió.
Algunas de las principales ciudades cubanas también viven a diferente intensidad el fenómeno de las tribus urbanas: Matanzas, en occidente, Santa Clara, en el centro, y Holguín y Santiago de Cuba, al oriente del país.
En 2008 recaló en G una estética futurista, de cabellos lisos, negros, rubios o rojos, amoldados en un largo cerquillo que cubre la mitad del rostro y, en algunos casos, los dos ojos. En Cuba le llaman bistec a ese peinado, y pocas personas emo lo usan demasiado largo, a causa del caluroso clima tropical.
«Nos basamos en los sentimientos. Somos muy unidos y hacemos de la amistad una hermandad. Los varones emo son más mal vistos en la sociedad. Dicen que son flojitos (homosexuales), pero, para nada», detalló a IPS Lila, una emo de 18 años, sobre una de las posibles causas del rechazo hacia su grupo por tribus como los reparteros.
Esta cultura misantrópica y de autoflagelación de la Europa de la década de los 80, se matiza con la identidad cubana de «una persona alegre, optimista, un poco machista, conquistadora», según la psicóloga Yessabel Gómez Sera.
Gómez Sera, autora de la investigación «¿Cómo son los emos cubanos? Un estudio exploratorio con un grupo de adolescentes emos», realizada en 2009, explica que «no todos se cortan: sencillamente se arañan, y se percatan rápidamente que se puede ser emo sin necesidad de hacerlo».
Los mikis de Cuba se asemejan a los que en otros países se denominan fresas, pijos o «chetos». Según Ángel, que cursa la enseñanza media y se reconoce miki, su tribu se caracteriza por ser muy alegre, «pasarla bien» y tener «mucho proyecto de presente y de futuro». Lamenta que sean calificados de consumistas y superficiales.
De raíces más autóctonas, los reparteros surgieron con la timba, género rápido y violento dentro de la salsa que simbolizó la producción musical cubana de finales de los 90. Escuchan «ritmos bailables, contagiosos, pegajosos, ricos» y «están muy ligados a las modas», indicó a IPS un joven que no quiso dar su nombre.
Hace poco los reparteros llegaron a G. «Es cosa de gente humilde, que viven en barrios marginales, donde no hay tanta cultura», abundó, sobre un grupo estereotipado como violento y conflictivo.
Sin embargo, la agresividad simbólica o física centra a toda la diversidad de tribus en Cuba y se refleja en sus estéticas: reivindicadoras de la raza negra en los rastafaris, oscuras e imponentes de rockeros, irrevocablemente andrógina en los emos, sobresaliente para los reparteros, y a través del dibujo clandestino de los grafiteros.
Fuente: http://cubaalamano.net/sitio/client/report.php?id=1215