Este sería un acto justo, signado por un apremio de carácter ético. Sería una actuación honorable ante la herencia deshonrosa que Obama recibió de los presidentes anteriores.
Quizás podamos concluir que el caso de los 5 cubanos prisioneros en los EE.UU es suficientemente conocido, si nos atenemos al clamor mundial por su liberación. Pero al cumplirse catorce años de la prisión injusta, quizás deba recalcarse, una vez más, que la justicia propia del sistema judicial de los Estados Unidos ha estado errabunda y perdida y que el sistema gubernamental y político, en sus diversas ramas, más que garantía de la debida justicia, se ha encargado de maniatarla y ejercer un acto de venganza calificable como criminal.
Son muchas las razones que pueden esgrimirse para hablar con propiedad de una justicia esquilmada.
Fue violada cuando se les achacaron cargos criminales aberrantes a los 5 en la acusación realizada por la Fiscalía en nombre del Gobierno.
La justicia fue burlada cuando se aplicaron sanciones infames a los cinco cubanos.
Fue rescatada y mostrada visiblemente en forma legítima por el panel de tres jueces del Tribunal de Apelaciones de Atlanta, cuando declaró nulas las sanciones y ordenó un nuevo juicio en otra sede de los Estados Unidos, ya que Miami nunca podría ser una sede neutral ni un escenario apropiado para los acusados, lo cual se realizó con argumentos objetivos e irrebatibles.
Fue secuestrada inauditamente por el Pleno de la Corte de Atlanta al anular la decisión del panel de tres jueces y al considerar mentirosamente a Miami como una sede que cumplía, como comunidad, los requisitos para un juicio justo.
Fue contradictoria y venal cuando el otro panel de tres jueces, para ventilar los cargos, determinó por una parte la resentencia de tres de los acusados (Ramón, Antonio y Fernando) y por otra, mantuvo inalterables las sanciones de Gerardo y René.
Fue sacrificada en el altar de la impudicia cuando el Pleno de la Corte de Atlanta ratificó el anterior fallo y luego la Corte Suprema se negó a analizar la petición de revisión de la causa que hicieron los abogados de la defensa, con fundamentos más que suficientes para ser considerada y que contó con los avales más meritorios en causa judicial alguna de los «Amicus de la Corte».
Fue vilipendiada cuando una prensa y periodistas mercenarios propalaron y reiteraron miles de mentiras sobre los 5 cubanos presos, a cambio de recibir jugosas sumas de dinero por parte de agencias del Gobierno estadounidense, a fin de crear un clima de intolerancia y justificar ante la opinión pública las condenas injustas.
Fue declarada ciega y muda cuando el Gobierno decretó el toque de silencio más prolongado en la historia de los EE.UU sobre este caso en la gran prensa del país. El periodismo de investigación honesta, de gran trascendencia en el desenlace de otros asuntos del país, esta vez desapareció mágicamente y no ha aparecido todavía el héroe que arremeta desde dentro la injusticia más colosal que ya dura catorce años. ¡Qué suerte tuvo Dreyfus, en Francia, que sólo tuvo que pasar diez años en prisión antes de ser reivindicado de la acusación de espía, gracias al papel de la prensa!
La intervención del presidente Obama se imponía en esta causa de los 5 a los pocos meses de su mandato, porque la esencia de la misma era fundamentalmente política. Se justificaba porque en el desenlace de este caso habían intervenido antes, en forma decisiva, otros dos presidentes que le precedieron.
William Clinton, a final de su mandato, recibió un mensaje especial de Fidel Castro a través de Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, imponiéndole sobre los planes terroristas que se organizaban contra Cuba desde el territorio de Miami. Clinton comisionó a una delegación del FBI para que se trasladara a La Habana y recibiera las informaciones precisas. Después de cumplida esta misión, el FBI no ofreció información al respecto a las autoridades cubanas, aunque prometieron hacerlo, y procedió a la detención de los cinco. Clinton careció de la grandeza moral en este caso, pues permitió que los cinco cubanos fueran mantenidos en prisión y posteriormente encausados con cargos criminales, a pesar de la supuesta colaboración que buscara con el envío de la delegación del FBI a La Habana. Pudo más el maridaje de esta agencia con la mafia y los políticos cubano-norteamericanos, y los cálculos electoreros de las elecciones que se avecinaban.
Terminado el mandato de Clinton, quien no tuvo incluso el acto sincero «de lavarse las manos» como hiciera Poncio Pilatos, la herencia recayó en un presidente energúmeno, que llegó a serlo mediante el fraude y la cómplice actuación del sistema judicial a todos los niveles.
El presidente Bush, cegado por un espíritu cavernario de venganza contra Cuba, presionó, a través del Fiscal General, a los tribunales a todos los niveles para conseguir la imposición de las máximas penas y rigores a los cinco cubanos, incluyendo la negación de visas a las esposas de René y Gerardo para las visitas en las cárceles.
Después de casi catorce años, y finalizando su primer mandato, Obama todavía carga sobre sus hombros la herencia deshonrosa de la prisión de los 5 Héroes cubanos, reconocidos antiterroristas, toda vez que la estancia de René en EE.UU es una «libertad en prisión de nuevo tipo».
Obama tiene las facultades para ejercer el llamado perdón presidencial o indulto y su decisión sólo depende de la posesión o no de un espíritu moral superior a sus predecesores.
Este sería un acto justo, signado por un apremio de carácter ético, en que pueda hacerse realidad el reclamo de la comunidad internacional y de amplios sectores de la sociedad norteamericana. Sería una actuación honorable ante la herencia deshonrosa que recibió de los presidentes anteriores.
Pero más allá de las peticiones elevadas a todas las instancias del gobierno de los Estados Unidos, debe primar el hecho de que, más que condenas, esos cinco hombres extraordinarios son acreedores de honor. Debe cesar la venganza aplicada desde hace catorce años, pues la dignidad con que han asumido este castigo injusto, refleja el espíritu indomable de los héroes. Ellos nunca aceptaron la traición a cambio del premio o del perdón. Y, por el contrario, han reconocido su misión de preservar la vida de los ciudadanos de su país y del mundo y abortar los planes terroristas planificados por la mafia cubano-norteamericana desde el territorio de los Estados Unidos.
Por razones ineludibles de verdad, moral y justicia, Obama tiene el deber de tomar carta en el asunto y, en uso de sus facultades, proceder a liberar a cinco personas admirables y retornarlas al seno de su familia y su pueblo.
Dreyfus, lo reitero, acusado injustamente como espía en Francia, vio reivindicada su inocencia diez años después por la justicia de aquella República. Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René, después de un lapso mayor, merecen una reivindicación que, desgraciadamente, no es esperable del sistema judicial estadounidense. La realidad política imperante en los Estados Unidos, sometida a presión por la opinión pública nacional e internacional en torno al caso de los 5, sólo permite vislumbrar y esperar, como posible, la liberación de los 5 mediante la acción de gracia o indulto del presidente Obama al final de su mandato. Suficientes peticiones de personalidades, organizaciones e instituciones de su país y del resto del mundo, le han llegado en forma directa e indirecta, como para decidirse a actuar como alguien diferente a un personaje impío y desalmado. Esperemos el curso de esta historia, sin descansar un minuto en el reclamo urgente y necesario por vindicar la justicia ultrajada y la libertad negada.