Todo movimiento político que ha tenido éxito en su lucha por la libertad y el poder en la Historia no ha descuidado nunca la construcción ideológica. Cuanto mejor, más fundamentada y más esclarecida ha sido ésta, menos probabilidades de perder el norte se han tenido. Una parte fundamental de esa construcción ideológica ha radicado siempre […]
Todo movimiento político que ha tenido éxito en su lucha por la libertad y el poder en la Historia no ha descuidado nunca la construcción ideológica. Cuanto mejor, más fundamentada y más esclarecida ha sido ésta, menos probabilidades de perder el norte se han tenido. Una parte fundamental de esa construcción ideológica ha radicado siempre en la concepción histórica a la que el movimiento se debe: cuanto más profunda y de más largo alcance una, más profunda y de más largo alcance era la otra.
Un movimiento político que se quiera ganador en España y decisivo en Europa, que se pretenda del cambio, que se pretenda de los de abajo, no puede ni debe querer eludir la crítica al capitalismo, que tiene su máximo referente de consenso en Marx, la crítica al patriarcado, que tiene su mayor clásico en Simone de Beauvoir y la crítica ecologista a la sociedad de consumo. Una fuerza política que carezca de uno de estos tres pilares en nuestro país ni es de cambio, ni de los de abajo, ni se inscribe en la mejor tradición europea.
Se podrá decir que Podemos lo hace, que lo tiene: que la gente más activa de Podemos es anticapitalista, feminista y ecologista. Pero construir ideológicamente un movimiento, significa también construir su imaginario histórico colectivo y compartido. Significa dotar de unos referentes concretos a todos los adscritos a él. De algún modo esa construcción es a la vez, también, un rescate y una actualización. Es mostrar el legado traicionado y escamoteado al pueblo, pero aun legítimo y legitimador, y desde ahí señalar claramente a los enemigos, los traidores, los obstáculos y las tareas pendientes. Y nosotros, los españoles, por nuestras particularidades históricas nacionales (por nuestra derrota a manos del fascismo) no podemos recurrir a los símbolos de nuestra propia historia sin encasillarnos en el margen del tablero donde nos quieren inútiles. Pero eso no nos puede dejar privados de una consctrucción ideológica de profundas raíces históricas, donde sea que las tengamos que buscar. No todo puede ser sacrificado a un pragmática semiótica y retórica de coyunturas porque, además, en el mediano y largo plazo resulta al final ridículo e ineficaz.
Los griegos llamaban a la verdad aletheia, que deriva con a privativa del nombre que daban al mítico «río del olvido», el letheus, es decir, «lo que no puede ser dado al olvido». Va llegando el momento de que la memoria, es decir la verdad, germine sobre las corrientes de opinión y el que dirán. De lo contrario, nuestra victoria, de producirse, será demasiado eventual y nuestra derrota, de producirse, demasiado definitiva.
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