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Un centenar de «Stolpersteine» para Asturias

Fuentes: Nortes [Foto: Stolpersteine en el pavimento de una calle en Alemania]

Necesitamos cien adoquines para tropezar cada vez que pasemos por delante de las casas en las que vivieron aquellas personas rotas por la ignominia fascista

En la “sala de los nombres” del Memorial de Mauthausen están escritos los nombres de todos los prisioneros que murieron en Mauthausen y sus campos adyacentes (Gusen, Ebensee, Melk, Steyr). Se trata de un espacio virtual dotado de un buscador en el que podemos introducir el nombre de una persona. El programa nos conduce entonces lentamente a través de una sala gris, lúgubre y vacía hasta que una luz en forma de flecha nos indica exactamente el lugar en el que está inscrito el nombre que buscábamos. La visita se detiene allí.  Si buscamos en la página del proyecto Amical podemos obtener información sobre los españoles internados en los campos de concentración nazis, cuyos datos aparecen por fin, desde 2019, en la sede del Ministerio de Cultura. De las 5.270 víctimas mortales españolas, 4.754 murieron en Mauthausen y sus subcampos. Entre ellos 104 eran asturianos.

Mauthausen es una población austriaca cercana a Linz y próxima también a la aldea en la que transcurrió la infancia y la adolescencia de Adolf Hitler. El dictador tenía el proyecto de instalar en esa ciudad el Museo del Führer, es decir, su museo personal. Ese proyecto nunca llegó a realizarse, pero lo que sí se realizó, poco después de la anexión de Austria al III Reich, fue la construcción de un nuevo campo para aliviar los congestionados campos del este. Así, ya en 1938 llegaron a Mauthausen los primeros presos con el encargo de construirse su propio campo de concentración y, una vez construido, trabajar en las canteras de granito cercanas de las que se extraía el material para los grandiosos monumentos nazis y, posteriormente, para los refugios antiaéreos. Unos se construían su propio campo mientras el otro soñaba en construirse su propio museo.

Foto: Cámara de gas del castillo de Hartheim.

Mauthausen era el único campo de concentración de categoría III, lo que significaba que las condiciones de los prisioneros eran más duras, y, por consiguiente, el número de muertos era más alto. Era el campo al que iban destinados los extranjeros vencidos, sobre todo polacos, franceses y españoles. Cerca de Mauthausen estaba el castillo de Hartheim, un imponente palacio renacentista que la última familia de la nobleza que vivió en él había donado para que se instalara allí una residencia psiquiátrica para niños con enfermedades mentales. Este hospital fue remodelado por las autoridades nazis para que sirviera como centro de eutanasia para aquellos enfermos o discapacitados que según su ideología no merecían vivir. Los niños que vivían en la residencia fueron enviados con sus familias mientras se hacían las reformas, entre ellas la instalación de la cámara de gas. Poco después serían de los primeros llamados a probarla en el marco de la operación T4. Rudolf Lonauer, un psiquiatra de Linz de convicciones sólidas, fue nombrado director médico del centro. Esta operación T4 se mantuvo siempre secreta y no duró mucho; tuvo que ser detenida por orden de Hitler en agosto de 1941 debido a la presión de la opinión pública y de las familias, debido también a la dificultad para encontrar personal sanitario que estuviera dispuesto a llevarla a cabo, y también como consecuencia del reparto de folletos lanzados por los aliados y de que la información había aparecido en la emisión en alemán de la BBC. A esto se añadió el sermón pronunciado por el obispo de Münster en contra de la eutanasia, que luego fue distribuido ilegalmente en forma de folletos.

Foto: Autobús de la organización Gekrat destinado al transporte sin retorno al centro de eutanasia de Hartheim.

Pero una vez ya construidas las instalaciones de Hartheim se siguieron utilizando entre 1941 y 1944 para otro fin: la operación 14f13, que consistía en traer al castillo prisioneros de los campos cercanos enfermos o incapaces de trabajar tras someterlos a falsos exámenes médicos con el fin de introducirlos en la cámara de gas. Entre 1940 y 1944 fueron ejecutados allí 30.000 personas entre enfermos mentales, discapacitados físicos y psíquicos y prisioneros de los campos de Mauthausen, Dachau y Gusen. 500 españoles murieron en Hartheim en el marco de esta operación. Para conducirlos existía un trasporte especial que realizaba varias veces al día el trayecto entre los campos y el centro de eutanasia. Pero la maquinaria letal de Mauthausen no se agotaba ahí. Solo en el campo principal disponían de una cámara de gas y otra cámara para tiros en la nuca y ahorcamientos. Luego estaba el centro de ejecución de Gusen. Disponían también de un vehículo cuyo interior había sido adaptado a la ejecución con gas y que hacía el trayecto de Mauthausen a Gusen; pero muchas veces lo más sencillo en invierno era sumergir al prisionero en agua helada y hacer que pereciera por congelación dejándolo a la intemperie toda la noche.

Este era el escenario al que llegaban los prisioneros españoles. Pero ¿cuál había sido su trayecto desde España a Austria? A partir de 1939 cruzaron la frontera española unos 550.000 refugiados. La mayor parte de ellos, tras conseguir salir de España, eran internados en los campos de refugiados del sur de Francia, como el de Argelès-sur-Mer, donde se calcula que fueron recluidas 100.000 personas. De entre ellos unos 60.000 refugiados españoles decidieron alistarse en compañías de trabajadores extranjeros que trabajaban para el ejército francés construyendo puentes, carreteras, y, sobre todo,  fortificando la Línea Maginot, una cadena de instalaciones militares comunicadas entre sí a lo largo de la frontera con la que pensaban detener el avance de cualquier ofensiva alemana. Continuaban así en el extranjero y contra Hitler la lucha que habían librado en España contra su aliado.

Pero en la primavera y el verano de 1940 los alemanes sobrepasaron la línea Maginot por Bélgica. El ejército francés se defendió en Dunkerque, donde los refugiados españoles sufrieron los peores embates del ejército alemán. Murieron millares. El ejército alemán hizo prisioneros a los supervivientes (10-12.000). Habían pasado de ser refugiados a ser prisioneros.

Foto: Documento en el que se dan instrucciones referentes a los deportados españoles.

Conservamos un documento del 25 de septiembre de 1940 en el que se indica que a los prisioneros españoles se les despojaba de su estatuto de prisioneros de guerra y debían ser entregados a la policía secreta alemana. El gobierno franquista les había sustraído su nacionalidad y, por lo tanto, eran considerados apátridas y no se tenía ninguna obligación de tratarlos según las convenciones militares y el derecho de guerra. El gobierno de Vichy les negó también el estatuto de prisioneros de guerra franceses. El mismo documento aclara que si alguno de estos prisioneros cumplía alguna de las condiciones siguientes debía ser entregado a los Einsatzkommandos, los comandos paramilitares encargados de eliminar a la población indeseable. Las condiciones eran las siguientes:

  • Ser mayor de 55 años
  • Haber atacado con armamento a las tropas de Franco
  • Haber sido encarcelado como resultado de un examen médico

Bastaba con cumplir una de estas tres condiciones para que el prisionero fuera eliminado. En 1941 más de 4.000 Rotspaniards llegaron a Mauthausen, seguramente porque no cumplían ninguna de las condiciones anteriores. De ellos 3.000 murieron ese mismo año, incapaces de soportar las condiciones del campo más duro del Reich alemán. Al llegar se les colocaba el parche indicador de su estatus, que en el caso de los españoles era un triángulo azul invertido de Emigrant con una S de Spaniard en el centro. En todo este tiempo y a lo largo de todas estas paradas vemos cómo va disminuyendo la cifra de españoles. Pero los pocos que consiguieron sobrevivir los cuatro años que quedaban hasta la liberación no lo lograron porque tuvieran una constitución más vigorosa ni una envidiable buena suerte, sino porque tenían una convicción política que no les dejaba rendirse y una solidaridad que les servía de apoyo. En los últimos tiempos consiguieron salvar parte del archivo del campo, que las autoridades en fuga pretendían destruir, y uno de los reclusos, Francisco Boix, “el fotógrafo de Mauthausen”, consiguió salvar numerosos negativos de las fotografías que había estado tomando con su Leika, fotografías que posteriormente aportaron pruebas contra aquellos que decían que no tenían ni idea de la existencia de los campos. Muchos de ellos aparecían en las ellas visitando Mauthausen. Albert Kosiek, el sargento norteamericano que liberó el campo de Mauthausen en 1945, se encontró con un grupo de españoles supervivientes que le recibían con una bandera republicana y que habían colgado en la puerta de acceso al campo, tapando el águila nazi, una gran pancarta en la que habían escrito: “Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras”. Más tarde ellos mismos derribarían ese ominoso símbolo.

Imagen: Tabla de distintivos en los campos de concentración

Gunter Demnig, nacido en Berlín en 1947, es un artista conceptual alemán dedicado al arte político. En 1992, coincidiendo con la conmemoración de la primera deportación en masa de gitanos ocurrida en la ciudad de Colonia y que sirvió de experimento para las deportaciones siguientes, comenzó la colocación de sus Stolpersteine (piedras para tropezar, adoquines obstáculo o tras(pie)dras). Se trata de pequeños adoquines con una inscripción metálica en su cara vista que se suelen instalar delante del domicilio de la víctima del nazismo, aunque haya conseguido ser superviviente, para que su nombre no sea olvidado. Demnig cita la frase del Talmud: “solo se olvida a una persona cuando se olvida su nombre”. El artista pensó que mejor que un monumento único era erigir uno que estuviera diseminado por las calles, las plazas y todos los rincones de Europa, que interrumpiera el paso, como indica su nombre, que nos hiciera pararnos a recordar, a pensar en los miles de judíos, gitanos, disidentes políticos, homosexuales, testigos de Jehová y víctimas de la eutanasia del régimen nacionalsocialista. En alemán monumento se dice Denkmal, ocasión para el pensamiento, momento de pensar. Y estas piedras integradas en el pavimento por el que discurrimos todos los días nos proporcionan esta ocasión y se introducen en nuestra vida cotidiana mucho mejor que cualquier monolito o cualquier cenotafio. Hoy en día más de 70.000 piedras de la memoria de Demnig están en las calles de 24 países de Europa y Argentina. En España el proyecto llegó a Cataluña en 2015 y posteriormente se han instalado piezas del monumento más grande del mundo en Valencia, en Baleares y en Madrid. Precisamente en 2018 y desde las asociaciones baleares se solicitó a la fundación Stolpersteine que ampliara el proyecto a las víctimas del franquismo, como lo había hecho anteriormente con las del fascismo de Mussolini. Desde entonces 20 piedras de la memoria, en este caso plateadas, recuerdan en diversos puntos de Baleares a estas otras víctimas del fascismo.

¿No sería ya el momento de que estas piedras llegaran a Asturias? Necesitamos 100 adoquines para tropezar cada vez que salgamos a la calle y pasemos por delante de alguna de las casas en las que vivieron aquellas personas, hombres y mujeres, cuyas historias se vieron obstaculizadas, rotas por la ignominia fascista. Es preciso que consigamos tener en nuestras calles un centenar de ocasiones para pensar.

Los escasos supervivientes españoles de los campos de concentración nazis eran refugiados ya desde 1939, pero después de salir del campo en 1945 les quedaba todavía un destierro que duró 30 años más, hasta que murió aquel que lo había desencadenado. Todavía tenían por delante un largo exilio que para muchos duró toda la vida. Se podría decir que padecieron un exilio doble. Durante este segundo exilio de 30 años su recuerdo fue en muchas ocasiones modificado o incluso llegó a ser borrado. A algunos de los familiares que se enteraron de que su abuelo o su tío habían muerto en un campo de concentración alemán sus padres siempre les habían dicho que había muerto o desaparecido en la guerra civil española, o incluso habían llegado a cambiarlo de bando en un intento de legitimar su posición en el nuevo régimen que asolaba España. Su reconocimiento ha llegado a nuestro país, en efecto, muy tarde, más tarde que a ningún país de Europa o del mundo. Por eso ya no puede posponerse más su llegada a Asturias. Necesitamos que esos 100 monumentos mínimos se diseminen por las calles de Asturias. Y lo necesitamos ya.

Fuente: https://www.nortes.me/2021/03/26/un-centenar-de-stolpersteine-para-asturias/