Recomiendo:
0

Un día en la vida actual del prisionero Antonio Guerrero

Fuentes: Rebelión

El prisionero número 58741-004 de la Prisión Federal de Marianna en la Florida es un Héroe y hoy 16 de octubre cumple cincuenta y cinco años

El prisionero número 58741-004 hoy permanece en su celda de la Prisión Federal de Marianna en la Florida y ha despertado quizás un poco antes de lo que suele hacerlo, a las cinco y treinta, gracias a su reloj biológico. Piensa que Marianna es diferente a Florence, aunque es una prisión federal como otra cualquiera, con sus regímenes estrictos, sus limitaciones y sus tensiones.

En distintos períodos por allí han pasado otros siete reclusos con su mismo nombre y ya han sido liberados. Así que sólo él espera que el tiempo pase y llegue el 18 de septiembre de 2017, un tiempo que parece demasiado alejado si no llega antes un indulto.

Hoy es un día distinto, tal vez como siempre que los cumpleaños se hacen conscientes y significativos en la vida de alguien. Le parece extraño que los cincuenta y cinco años le hayan sorprendido aún encerrado en una encrucijada en que existen muchos proyectos cumplidos e incumplidos. Piensa que en su rostro y cabellera ha quedado grabado lo que ha sido su adultez, que parece retirarse. Ahí están las huellas del ingeniero civil, del luchador clandestino, del prisionero que se ha convertido, como forma de crecer y resistir todos los rigores de la cárcel, en poeta y pintor, en maestro de reclusos y comunicador incansable.

Está acostumbrado a la monotonía de su vida en confinamiento. A las seis de la mañana abren las puertas de las celdas, pero los fines de semanas esta operación se hace una media hora más tarde. En un medio en que se puede perder el tiempo hasta el derroche, él trata de ganarlo con una delectación de artista.

Por eso trata de ocupar con inmediatez una de las tres capacidades para usar el servicio de correo electrónico, y de esta forma sentarse en la computadora para leer y responder los mensajes más urgentes. Siempre está ávido de comunicarse con el exterior, que es una manera de escaparse y liberarse de la cárcel durante el mayor tiempo posible.

Entre las seis y treinta y seis y cuarenta y cinco empieza el llamado para el desayuno en el comedor de la prisión, y hay que salir con el movimiento de diez minutos que corresponde a cada dormitorio.

Después del desayuno debe prepararse para ir al trabajo asignado como maestro de reclusos, que comienza a las siete y cuarenta y cinco. Y allí permanece hasta las diez y media, hora en que termina el segundo turno de clases.

Una vez que regresan todos a sus dormitorios, comienzan a llamar al comedor. La salida es dormitorio por dormitorio, en dependencia del lugar que ocuparon en una inspección semanal que hacen para ver la limpieza. El suyo no puede ufanarse al respecto, pues casi siempre queda entre los cuatro últimos de un total de ocho dormitorios.

En ese lapso él trata, nuevamente, de leer y responder los mensajes que le siguen llegando durante el día. Generalmente hay una colita de varias personas que esperan un turno, porque todo el mundo regresa a esa hora.

Del almuerzo se regresa siempre pasadas las once.

A las 12 y 30 p.m. se inicia un movimiento general hacia el área de recreación. Ese movimiento es bastante estable en esta prisión, lo cual es una de las mayores diferencias con Florence. El prisionero siempre sale a esa hora, porque es la oportunidad que tiene de poder trabajar en alguna obra y de hacer algún tipo de ejercicio en el patio, o al menos coger un poco de aire fresco. Normalmente se pasa casi dos horas en el local donde trabaja sus pasteles y pinturas. Y el resto del tiempo lo pasa en el patio.

Regresa ya cerca de las 3 y 30 p.m. A esa hora generalmente le entregan el correo. A esa hora los encierran en las celdas para el conteo general de las 4 p.m. En ese periodo trata de leer la mayor cantidad de cartas posibles, pero cuando son más de veinte, como ayer, es imposible.

Abren las celdas sobre las 4 y 20. Una vez más, se arma la cola para el servicio de correo electrónico y él vuelve a tratar de leer lo que le llega y de responder algo.

Para ir al comedor, para la comida o cena, los reos comienzan a salir de los dormitorios a partir de las 5 p.m. o un poco antes. Es aquí otra diferencia con Florence, en que después que se come pueden ir directamente al área de recreación sin esperar el movimiento de 10 minutos de las 6 y 30 p.m.

Él siempre come y va a esa área, para poder aprovechar el resto de

la tarde noche trabajando en sus obras. Claro, que aquí vienen las personas que le conocen y quieren conversar un rato, pero él trata de ir directo a lo suyo. Puede trabajar hasta las 8 y 15 p.m. en el local que está destinado para lo que se llama Hobby Craft. No es un local amplio, pero cada quien se hace su espacio. Lamentablemente, aunque en la puerta hay una nota que dice que el local es sólo para participantes, y existe una relación de los que hacen algún tipo de trabajo allí, todo el mundo tiene acceso al local y es difícil encontrar la tranquilidad que debiera existir en un sitio donde se pinta.

Casi siempre regresa a su dormitorio pasadas las 7 y 30 p.m. Otra vez se encuentra con el grupito esperando para usar el servicio de correo. También tiene que hacer cola para el teléfono.

Son casi 140 personas, ya todo el mundo en el dormitorio. Sobre las 9 y 30 p.m. cierran las puertas. Claro, que en ese espacio de tiempo, antes que cierren, se da una ducha.

Algunas veces hay alguien que quiere jugar con él una partida de ajedrez, lo que hace si hay alguna mesa disponible, porque solo hay tres mesas para juegos.

Cuando cierran la celda ya su compañero está en la cama. El prisionero espera sentado el conteo de las 10 p.m. y lee lo que puede, pero trata de no extenderse para no molestar al otro. Aunque también lo motiva el cansancio.

Al día siguiente se repite el mismo ciclo de rutina, que comienza con el despertar a las 5 y 30 y luego ponerse en pie, que a veces lo altera una visita familiar, o algún incidente, que por suerte aquí es cosa rara.

Quizás alguno piense que cuatro horas diarias de trabajo de pintura es mucho, pero para él casi no es nada. Además, en las condiciones en que vive debe conversar e intercambiar temas con aquellos que se le acercan con preguntas. Sin embargo, confiesa que le gusta pintar y se pasaría, si pudiera, un día entero con sus pasteles. Y trata de superarse autodidactamente. Como acicate establece compromisos consigo mismo para realizar los proyectos que le motivan. Rara vez ve la televisión. Los domingos en la noche escucha en la radio un programa titulado La luz en lo oscuro que les dedican desde Cuba. Hace tres días escuchó a René, su compañero y ex recluso de esta prisión, que le dirigió un mensaje en ocasión de su cumpleaños. Fue un instante de emoción sin límites.

Y hay algo que también ocupa su tiempo escaso o sobrante, según se mire. Es la lectura variada de materiales, tanto de todo lo que recibe como de las informaciones que le llegan por diferentes vías. Nadie puede imaginar cuantas cartas y mensajes recibidos son una fuente constante de aliento, de alegría, de esperanza y de amor, así como son la muestra de que tiene muchos amigos que le quieren y apoyan.

Piensa que en la prisión de Florence, en que vivía de lock down en lock down y encerrado en una celda, tenía más tiempo para responder a las cartas con mayor prontitud.

Ahora recuerda un hecho trascendente ocurrido a principios del año pasado. Fue un día en la tarde, cuando regresaba de pintar y caminar. Venía con un con un cubano, un guajiro que no olvida a su patria, y de repente le dijo: «¡Mira esa rosa!»

Había varias matas de rosas en lo que era el área interior de la prisión, donde los presos se mueven entre las diferentes dependencias y los dormitorios.

Y así, frente a él estaba una rosa roja en todo su esplendor. El corazón le palpitó lleno de un júbilo inusual. Sintió una emoción genuina e inmensa.

Hacia exactamente trece años, seis meses y dos días que no veía una rosa; o más bien, que no veía una flor en toda su magnitud y belleza. En ninguna de las prisiones que había estado ha habido sembrada algún tipo de planta de flor. Esta era la primera. Y fue como un regalo de un mundo que se le había escapado, mejor sería arrebatado, durante todo aquel ingrato tiempo vivido en prisión.

Aquí en Marianna el prisionero goza el milagro de la naturaleza. Con la llegada de la lluvia, el verde se hace más verde, la primavera se adelantó con un esplendor inusual. Cuando recorre el patio de la prisión mira las diminutas florecillas violetas y blancas que crecen entre la hierba fresca. Regadas por aquí y por allá una que otra flor amarillo canario. ¡Qué gran belleza! Son los colores opuestos perfectos, que ofrecen un contraste que atrae la vista y alegra el alma. Genialidad de la naturaleza. En este instante no puede olvidarse de René. Tal vez algo de él permanezca en estos recintos. Por eso se pregunta cuántas veces habrá reparado René en estos detalles.

Así transcurre el tiempo, día tras día, del prisionero número 58741-004 de la Prisión Federal de Marianna en la Florida, que es un Héroe y hoy 16 de octubre de 2013 cumple cincuenta y cinco años. Su nombre es Antonio Guerrero y es uno de los cuatro cubanos que aún están presos en los Estados Unidos por luchar contra el terrorismo.

Nota: Los elementos cotidianos de días en la prisión, han sido tomados bastante textualmente, según lo narrado por el propio Antonio Guerrero.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.