Un hombre vive al pie de una montaña. Entre su casa y la del vecino hay un surco de yucas, un secadero de tabaco y un sembrado de repollos. El hombre camina a veces por la guardarraya para hacerle la visita al vecino, pero eso no pasa todas las noches. No es fácil ponerse las […]
Un hombre vive al pie de una montaña. Entre su casa y la del vecino hay un surco de yucas, un secadero de tabaco y un sembrado de repollos. El hombre camina a veces por la guardarraya para hacerle la visita al vecino, pero eso no pasa todas las noches. No es fácil ponerse las botas de nuevo y caminar por la guardarraya cansado, y para colmo no tener mucho que contar después de haberle visto las narices al otro todo el día en el trabajo. Tampoco al pie de la montaña suceden tantas cosas interesantes como para sacar temas de conversación de abajo del taburete. Mucha gente quiere irse de allí, progresar, tener vivienda con techo de placa, calzar tacones, bailar en discotecas. El campo es un lugar que debe ser olvidado si se aspira a la felicidad ideal de las telenovelas.
El hombre, no obstante, le ha echado la vida a las yucas, al tabaco y los repollos y no piensa emigrar hacia la ciudad ni hacia ninguna otra parte. De cierta manera él ha logrado ser feliz viendo crecer los cultivos, amando a una guajira de trenzas largas y formando a sus vejigos como personas de bien. De cierta manera él cree que el campo puede ser el lugar más feliz del mundo, como lo fue también para su padre y para su abuelo. El quid de la cuestión está en no aburrirse.
Este hombre piensa en la posibilidad de armar guateques, que son en el campo el equivalente más cercano a las discotecas. Todavía hay, entre los vecinos que no se han ido, algunos que cantan y otros que tocan tres y seguro aparece un decimista que se inspira en la montaña. Sin embargo, no recuerda todo lo que le contaban su padre y su abuelo sobre esas fiestas, ni sabe si aún le interesan a los campesinos del lugar, ni puede convocarlas y organizarlas solo, y no logrará quizá tampoco que vuelvan a recuperar la periodicidad de antaño. El hombre se ha planteado, sin conocer los términos, realizar un proyecto sociocultural para la reanimación y el desarrollo de su comunidad, pero deberá contar con los otros para investigar, poner en práctica y promover su idea.
Desde el nivel de gestión de una iniciativa como esta aparece la necesidad de las redes. La voluntad del hombre que vive al pie de la montaña puede coincidir con la de otros actores de su comunidad sin que ninguno de ellos lo sepa. La red garantizará que el proyecto sobreviva, se amplíe y se revierta en mayores beneficios para todos los factores de la población involucrados.
A pesar de que en Cuba existen alrededor de 20 instituciones que participan y regulan los diferentes procesos a nivel comunitario, el grado de diálogo y acción conjunta es todavía mínimo. Esto quiere decir que aun contando con una institucionalidad suficiente y potencialmente funcional, además de una cultura de participación orientada hacia causas colectivas, no puede hablarse de una visión del desarrollo local enfocada desde el vínculo permanente y horizontal entre los actores.
No obstante, el contexto en el que el guajiro se ha planteado armar el guateque para los vecinos de la montaña favorece este tipo de proyectos. A nivel macro, el país lleva a cabo una reforma político-económica que implicará cambios de estructura y funciones en los órganos de gobierno locales e implementa programas que garantizan un retorno paulatino al campo. El pronóstico de un aumento de la población rural, obliga a pensar en la creación de nuevos servicios para las familias y, de manera general, indica que se estarán produciendo transformaciones socioculturales de gran impacto para la nación.
En el terreno de la cultura comunitaria, que es precisamente el que motiva al hombre de los guateques, los cambios y preocupaciones pueden localizarse concretamente a niveles tan importantes como la plataforma que sustenta las transformaciones en el país (Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución) y, además, al colocarse de manera permanente como un punto en la agenda de la Asamblea Nacional del Poder Popular desde 2011.
Articularse, en red
Del mismo modo, otras instituciones promueven acercamientos y la creación de espacios de reflexión colectiva sobre el binomio cultura-desarrollo sostenible, como es el caso de la Red Articularte, que celebró este junio su primera Jornada Artístico Cultural en La Habana. La plataforma incluye al Centro de Intercambio y Referencia-Iniciativa Comunitaria (CIERIC), la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el Instituto de Investigaciones de la Cultura Cubana Juan Marinello, el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau y el Centro Memorial Martin Luther King (CMMLK), así como a promotores y especialistas relacionados con el trabajo comunitario en todo el país.
Esta red parte de reconocer las potencialidades de la labor conjunta para fortalecer la capacidad de reflexión crítica, diálogo, intercambio y gestión de actores culturales y grupos sociales, y se enfoca además en la promoción de prácticas y procesos transformadores que fortalecen la participación, la identidad y el respeto a la diversidad cultural en la sociedad cubana.
Sus acciones se encaminan hacia la investigación en primera instancia, intentando construir una cartografía cultural de la Isla, rescatar la memoria, establecer un sistema de información para la orientación de las políticas y acciones, concebir los indicadores para la medición de los resultados de los diferentes procesos y sistematizar las prácticas socioculturales.
En el plano de la producción artística y cultural, Articularte se propone implementar proyectos en las tres regiones del país según las demandas de cada territorio, ofrecer acompañamiento metodológico a los actores, promover el intercambio entre artistas y publicar materiales en diferentes formatos para la socialización de experiencias.
Partiendo de la exposición del impacto de iniciativas locales se pueden advertir algunas tendencias del trabajo cultural comunitario en el país:
-Existen, como en el caso del guajiro de los guateques, voluntades en los territorios para implementar proyectos de carácter sociocultural. (Lo demuestran lo mismo el proyecto de un artista de la plástica de Las Tunas que el de una especialista en suelos de Cienfuegos).
-Las iniciativas pueden partir de los propios miembros de la comunidad o del interés de instituciones que diagnostican focos de vulnerabilidad de diversa índole. (Lo mismo un avileño emprende en su localidad un proyecto de rescate de la cuentería popular, que una profesora universitaria se acerca, a partir de un estudio, a las 38 comunidades más sensibles de las provincias Artemisa y Mayabeque).
-En las zonas rurales los proyectos guardan estrecha relación con el rescate del patrimonio oral y las tradiciones culturales.
-En las zonas urbanas se produce una mayor vinculación de los artistas profesionales a las acciones de desarrollo local.
-Los presupuestos de la educación popular atraviesan las prácticas de una parte significativa de los proyectos de este tipo, de modo que se potencian la participación, el respeto a la diversidad, la horizontalidad de los procesos y el empoderamiento de la comunidad.
-El reconocimiento de los líderes naturales y la capacitación de los actores que intervienen en los proyectos se convierten cada vez más en ejes centrales de trabajo.
-Se aboga por una mayor vinculación de la comunidad universitaria a los procesos de transformación local.
-Los niños, jóvenes y personas de la tercera edad son los principales receptores y actores implicados en este tipo de iniciativas.
-El desarrollo pleno y sostenible de la comunidad se perfila como una de las premisas de los proyectos.
-Las experiencias, si logran constituirse a partir de las necesidades fundamentales de la población, a la larga inciden favorablemente en la resolución o reducción de problemáticas como la violencia, la discriminación de género, la prevención de enfermedades y el cuidado del medio ambiente.
Sin embargo, puede decirse que son insuficientes todavía los proyectos comunitarios de este tipo si se tiene en cuenta el capital y el potencial de desarrollo cultural de un país como Cuba, que -por solo mencionar dos elementos- tiene un sistema de casas de cultura en todos sus municipios y una cifra de instructores de arte cercana a los 22 mil 500.
Las barreras, enunciadas por el caricaturista y presidente de la Comisión Nacional de Cultura Comunitaria de la UNEAC, Cecilio Avilés, son, en primer lugar, de carácter subjetivo: «incomprensiones mostradas por algunos decisores y artistas que no entienden la importancia de esta actividad y su necesidad social». En segundo lugar aparece el deterioro físico de una parte de las instituciones culturales y la escasez de materiales y medios para apoyar el trabajo. En tercer orden, los proyectos se resienten por su poca sostenibilidad y la carencia de cultura económica de sus gestores».
La vicepresidenta del Consejo Nacional de Casas de Cultura, Margarita Manjuto, identifica los principales desafíos para el desarrollo del trabajo comunitario en el presente, una reflexión que sugiere también el destino del proyecto del guajiro y los guateques, y que deja abierto muchos otros caminos, a modo de tres puntos suspensivos:
Comprender que se trabaja para la comunidad, desde ella y por ella.
Las acciones deben implicar intencionalidad, coherencia y actualización.
Contar con el capital cultural de cada comunidad, desarrollar el movimiento de artistas aficionados y lograr que los saberes populares conversen con los estructurados.
Orientar la articulación e integración de los diferentes actores con el propósito de elevar la calidad de vida de la población.
Aplicar una perspectiva de trabajo transdisciplinar que privilegie la capacidad de crear y actuar.