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Un horizonte para la escuela pública gallega

Fuentes: Sin Permiso

El sábado de hace una semana tuvo lugar en Santiago de Compostela una manifestación en defensa de la escuela pública gallega que, sin llegar a ser tan concurrida como alguna de las movilizaciones de hace unos meses, a las puertas de los comicios electorales gallegos, puede ser sintomática de que, contra lo que pudiese esperarse a estas alturas de legislatura, algo se mueve contra el actual estado de cosas en Galicia. Convocada por la Plataforma na Defensa do Ensino Público Galego, y promovida por CIG y algunas otras organizaciones afines, contó en todo caso con la adhesión de algún otro sindicato como STEG que, sin ser contactado por las convocantes decidió, luego de consultar a su militancia, secundar esta manifestación y acudir, consciente de la importancia de aunar esfuerzos y buscar la unidad sindical. Sabemos lo que sucede: son hábitos no tan frecuentes que lastran las posibilidades de la izquierda nacionalista y transformadora.

Dijo Manuel Rivas, nuestro reciente Premio Nacional de las Letras, que “el oficio más antiguo del mundo es mirar para otro lado”. Y en Galicia ese oficio, con Rueda, sí, tiene futuro. Aunque sea a costa de acabar con los servicios públicos, entre ellos la escuela pública. Y aunque había dudas en la bancada de que la marcha del brutal Tellado a Madrid dejase un vacío de discurso, y no sólo en lo que a arados se refiere, es bien -voz gallega trasvasada al castellano que usan aquí los olvidadizos de la lengua propia- recordar que, según datos del Ministerio de Educación, Galicia fue la comunidad que menos invirtió en educación el año pasado y la que menos invirtió por habitante en sanidad, educación y políticas sociales. Lo que en A Terra Cha (la comarca central de la provincia de Lugo) llamaríamos carneirear. Aquella acción que le es propia al carneiro. Porque a lo contrario de lo que pudiese parecer en otras geografías, Ayuso no nos adelanta por la derecha. Somos periféricos, pero nos gusta rozar y conocemos bien el sabor del quitamiedos. El gobierno de Feijóo y Rueda ha cerrado más de doscientos centros educativos públicos desde su llegada al gobierno en 2009. Muchos de ellos en el corazón del país: las aldeas del rural. Pero no sólo.

La victoria de Rueda en las últimas elecciones pareció tener el valor de un cheque en blanco para continuar deteriorando la calidad de la escuela pública gallega, detrayendo recursos en favor de la concertada y la privada. Todo un clásico: en el período de 2011 a 2021 la inversión en esta superó en un 13,2 % a la realizada en la pública. Su llegada ha traído más pérdida de profesorado y más cierre de unidades, pese al raquítico “Acuerdo de Mejora” que suscribió con algunos sindicatos (CCOO, ANPE y UGT) a las puertas de las últimas elecciones pero que otras organizaciones como CIG o STEG no dimos por bueno. La información ofrecida por las organizaciones firmantes se comenta por sí sola. Así, se vende como un gran éxito que luego de la supresión de 107 aulas de Educación Infantil en el período comprendido entre 2021 y 2024, en este curso se ganen 4; que, tras la supresión de 133 aulas de Educación Primaria en los últimos cuatro años, en este curso se ganen 5; o que después de la pérdida de 314 puestos de trabajo en el mismo período, ahora se ganen 21 puestos más. ¿Cuántos a costa de la precariedad laboral? ¿Valía la pena quebrar así la unidad sindical y la confianza por parte de la comunidad educativa en la acción conjunta de las organizaciones sindicales por tan exiguos avances.

Además, a comienzos de este curso la Consellería había anunciado a bombo y platillo la contratación de 400 docentes, sin explicar que muchas de estas plazas no se habían sacado a concurso en su momento, que otras eran jubilaciones sin cubrir o que parte de las contrataciones respondían a programas de apoyo (en el caso del llamado programa MEGA, del cual se desconoce su letra o su memoria económica correspondiente, además, se reduce la duración de las interinidades en dos meses, adelantando los ceses a junio).

Paralelamente, en fechas recientes el IGE (Instituto Galego de Estatística) ha publicado las cifras sobre uso y conocimiento del gallego que nos sitúan en los peores datos de nuestra historia. Esto aconsejaría una derogación inmediata del llamado Decreto de Plurilingüismo promovido en 2009 por Feijóo, al calor del mismo discurso de la imposición lingüística que también cuajó en Illes Balears o País Valencià en su día y que ahora vuelve a recobrar su eco con los gobiernos del PP lanzados en salvaje cabalgada a la Reconquista. “El problema está más fuera que dentro de las aulas”, afirma Rueda.

Y es que, aunque a nivel estatal Alfonso Rueda parezca una fotocopia de Feijóo pero con el tóner gastado, o cause la misma impresión inolvidable que un conductor de pompas fúnebres (llegaron a borrarlo de las fotos del Hola; aparecía junto al lince de Os Peares en una de ellas y quién estaba a los mandos del PhotoShop no reparó en que era el presidente de la Xunta), “el chaval, defender, se defiende”. Pues conviene recordar que es Rueda el ideólogo de “las comunidades riquiñas”. Un concepto entre ridículo y pop, entendiéndose por tales aquellos territorios que renuncian a las condonaciones de deuda que ofrece el Gobierno central porque es de distinta orientación política, dejan sin ejecución casi el 70% de los fondos europeos de desarrollo, votan en contra de usar el idioma propio en el Parlamento o acogen con honores de jefe de Estado al rey emérito en Sanxenxo -nuestra propia versión de Marbella con toques de Marina D’or-.

Algunas de las declaraciones de los responsables del gobierno gallego deberían por lo menos llevar al ciudadano medio a algún tipo de reflexión: de “el eucalipto es un árbol más” de la Conselleira de Medio Ambiente, “la verdad es que no leí el informe sobre Altri del Consello da Cultura Galega pero me parece exagerado” del propio Rueda al “hay que recordar que una lengua será lo que la gente quiera que sea” del Secretario Xeral de Política Lingüística. Pero por algún motivo, al ciudadano medio le vale con leer aquello que quiere leer en medios como La Voz de Galicia -donde el Conselleiro de Educación aparecía a toda página el primer domingo del curso afirmando que Galicia nunca había tenido tanto profesorado mientras a las puertas de varios centros educativos se producían varias concentraciones por la falta de este- o ver el Telexornal de la TVG, donde sus trabajadoras llevan más de 300 viernes de protesta contra la manipulación informativa y el desmantelamiento de los medios públicos. La escaleta del informativo del miércoles pasado: el juez Peinado imputa nuevos delitos a Begoña Gómez; atracan una sucursal de Caixabank en Beade con un bidón de gasolina; la Xunta pone en marcha el Observatorio Paz Andrade para estudiar la evolución del gallego y el portugués. Entre los desmanes de los pérfidos socialistas y las arroutadas (arrebatos) de los peligrosos punkis de ahí afuera, conviene observar a los portugueses, con ese gallego suyo tan particular. Y con un observatorio ¡Para que luego digan que somos expertos en mirar para otro lado!

Así que, en este contexto, el horizonte de la escuela pública gallega nos ofrece luces y sombras, en la medida en que cualquier proceso político contiene elementos intrínsecos de esperanza y frustración; en pleno revival del fascismo a nivel global, y con la derecha tradicional compitiendo por copar el espacio ultra en el plano estatal, la educación pública gallega enfrenta un desafío importantísimo. Debe resistir los embates del carneirismo ruedista y, al tiempo, proyectar hacia un futuro con garantías a las generaciones que han de cambiar el país. Y es cierto que el mundo es Palestina e Israel o Wall Street disparado por los cantos de sirena de Trump, o las políticas migratorias inhumanas de Meloni aplaudidas por Feijóo y la derecha europea. Pero el mundo también es el regreso de Lula, la victoria de Gustavo Petro o la de Bassirou Diomaye en Senegal. Lo es también la victoria en el descuento de la izquierda en Francia. Y lo son también las últimas movilizaciones contra el precio de la vivienda en varias ciudades gallegas. Todo lo cual nos hace pensar que Galicia necesita reorientar también la militancia cívica, sindical y política para defender sus servicios públicos.

La rebeldía comprometida capaz de construir con generosidad y perspectiva un discurso compartido contra esta cultura de la resignación, lo que Mia Couto denomina la construcción de lo inevitable. Pues, pese a todo, el anhelo está ahí. No se deja atrapar con facilidad. Nos recuerda que lo que suceda aún depende de nosotros.

Contra los emisarios de la nada.

Lois Pérez es maestro en el rural y escritor, pertenece al STEG (Sindicato de traballadoras e traballadores do ensino de Galiza).

Fuente: https://www.sinpermiso.info/textos/un-horizonte-para-la-escuela-publica-gallega