El pasado 6 de mayo se celebró en el centro del CSIC de la calle Egipcíaques en Barcelona la presentación del libro de Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente (El Viejo Topo, Barcelona, […]
El pasado 6 de mayo se celebró en el centro del CSIC de la calle Egipcíaques en Barcelona la presentación del libro de Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente (El Viejo Topo, Barcelona, 2008). Junto a la presentadora del acto, Carme Valls, en la mesa de presentación estaban los propios autores, Joan Pallisé y Joaquim Sempere, autores de la nota final y el epílogo del libro, y Joan Benach del que reproducimos el texto de su intervención.
Gracias a Eduard y Salvador por invitarme a participar en este acto y compartir algunas ideas en la presentación de un libro que creo tan excelente, como útil y necesario. No voy a hablar ni como autor ni como experto en un tema tan amplio como el que se trata, sino simplemente como un lector atento e interesado del libro. Y es que este es un libro de aquellos que hay que leer y que hay que compartir o, como expresivamente señala Enric Tello en el prólogo, de aquellos que hay que «leer y pasar».
En mi intervención querría señalar brevemente tres puntos: primero me gustaría dar algunas razones, generales y formales, de por qué creo que hay que leer con atención este libro; segundo, querría señalar un aspecto de interés que el libro trata pero sobre el que me gustaría insistir: un punto que tiene que ver con el estudio científico del riesgo y la salud y con una de sus paradojas; finalmente, querría acabar citando algunas de las razones que el libro contiene de por qué hay que seguir diciendo NO a la energía nuclear.
¿Por qué leer este libro? Creo que por muchas razones. La primera es de tipo teórica y muy personal, pero creo que está muy bien contrastada empíricamente. Hay que leerlo por la confianza que merece que lo hayan realizado dos personas a quienes quiero y admiro por su trayectoria vital y personal, por su rigor -uno como científico, el otro como filósofo y escritor- y por su compromiso social y político. Eduard, es un científico, divulgador, activista, viajero impenitente, y una de las pocas personas que quizás lo sabe todo sobre el tema, o al menos todo lo que especialmente importa. Salvador es un filósofo, profesor, activista, experto en Manuel Sacristán, divulgador, escritor, y muchas otras cosas, actividades todas ellas realizadas con rigor y entusiasmo.
La segunda razón tiene que ver con la cantidad de información -global y específica- que el libro aporta. Solo echando una mirada al índice y la cantidad de temas que en él se muestran, probablemente se entiende lo que quiero decir: desde cómo funcionan las centrales nucleares a cuales son sus riesgos; desde cómo es la industria nuclear en España a qué sabemos sobre los accidentes nucleares o qué otras formas productivas no nucleares existen; desde el vergonzoso caso de Palomares al papel de las armas de destrucción masiva, entre un largo etcétera. Es pues un extenso catálogo de temas, en un libro que aporta información rigurosa y comprometida con la verdad, que es ameno y fácil de leer y entender y que, a la vez, está comprometido social y políticamente. Como recordaba Barry Componer, el gran biólogo y estudioso de la ecología y su interacción con la sociedad:
Las obligaciones sociales de los científicos no sólo se refieren a la investigación y la enseñanza, también han de ayudar a los ciudadanos a entender las cuestiones científicas que tienen impacto sobre la sociedad.
La tercera y última razón tiene que ver con el formato de un libro que es instructivo, ágil, en forma de entrevista, y lleno -como diríamos ahora- de «extras»: un excelente prólogo de Jorge Riechmann, un magnífico prefacio de Enric Tello, una coda enormemente educativa de Santiago Alba Rico, un glosario muy útil, un epílogo muy interesante de Joaquim Sempere, una estupenda nota final de Joan Pallisé, y cinco anexos más… que no es poco.
El segundo punto general que quería mencionar tiene que ver con un aspecto que el libro plantea y que me parece de gran relevancia: la necesidad de disponer de un conocimiento riguroso que haga visible los problemas del impacto en la salud pública y el medio ambiente derivados de la acción a largo plazo del ciclo nuclear y de las centrales.
Es claro que hemos vivido y seguimos viviendo entre muchas y diversas intoxicaciones. Entre las muchas intoxicaciones y epidemias en que vivimos desde luego hallamos las intoxicaciones alimentarias o las producidas por los múltiples productos químicos que habitan nuestro medio laboral, ambiental y social. Son intoxicaciones que crean epidemias: la epidemia asociada a la exposición al amianto, la epidemia de compuestos orgánicos persistentes, o la epidemia generada por la desigualdad social, por citar sólo algunas. Sin embargo, una de las intoxicaciones más importantes a que nos vemos sometidos es la «intoxicación de la opinión pública» a través de unos medios de comunicación que con gran frecuencia están interesados, cuando no directamente manipulados, -a veces incluso por periodistas de buena fe- y sometidos a la feroz dictadura de intereses, pero que se quieren hacen pasar por observadores «neutrales» de la realidad. Son intoxicaciones que engañan, que producen opinión y ocultan la verdad. Son intoxicaciones generadas y promovidas en gran medida por la industria de relaciones públicas pagada por los lobbies y los intereses económicos y políticos. Un ejemplo histórico conocido es el informe de la OMS sobre Chernobil. Cabe no olvidar que antes del accidente de Chernobil los «expertos» consideraban absolutamente imposible que un accidente en una central nuclear afectara a un área de más de 20 o 30 km. de radio alrededor de la central. Pocos días después del accidente en la central ucraniana, la nube radiactiva cruzaba los Pirineos (a pesar de los titulares de periódicos donde esto era considerado como algo imposible) después de viajar cerca de 3.000 kilómetros.
La necesidad de tener buena información es pues, cuando tratamos este tema, un aspecto político clave. Se intenta engañarnos haciéndonos creer que se nos cuenta la verdad, que ya sabemos lo que sucede, cuando con frecuencia estamos lejos de ello, y de hecho no suele presentarse buena información ni tan sólo en el plano más descriptivo. Como el libro apunta: «La mentira no sólo es el usual lenguaje de algunos dirigentes políticos sino también la jerga básica de las grandes corporaciones.» Es cierto. Como está bien documentado en diversos estudios, las corporaciones utilizan con frecuencia, entre otras, técnicas como la falsificación de datos, la manipulación más o menos sutil de resultados, la creación de grupos supuestamente rigurosos para hacer campañas de relaciones públicas, las realización de acciones para cooptar investigaciones académicas, o incluso para atacar científicos independientes. Ahora bien, más allá de la «intoxicación informativa» a que nos vemos sometidos, en el campo del conocimiento que proviene de los estudios científicos hay que aprender a valorar y entender temas complejos como son el tema del riesgo y también algunas de sus implicaciones. Desde el punto de vista de la salud pública, quiero señalar brevemente dos temas que me parecen de interés y que además están interrelacionados: el tema de los «valores límite» y el tema del impacto del riesgo en la salud de la población.
Los «valores límite», o valores umbral, son valores guía o recomendados para definir unos valores de referencia que fijen un nivel de concentración límite, «seguro», ante los contaminantes físicos, químicos o biológicos presentes en el medio ambiental o laboral. Son valores definidos a partir de estudios epidemiológicos y estudios toxicológicos experimentales realizados con animales, pero que de hecho no están pensados para ser usados como estándares legales. De hecho, no existe una base científica apropiada para trazar una línea que separe las concentraciones dañinas y no dañinas que tiene un factor de riesgo, una sustancia o un producto tóxico. La única certeza es que los niveles «seguros» cambian a lo largo del tiempo. Eso en el libro se apunta con claridad:
Existe bastante consenso en que no hay un umbral de dosis por debajo del cual no pasa nada y, en cambio, por encima sí. Lo que sucede es que las reglas de las normativas reguladoras establecen unos umbrales; por debajo de ellos, se dice, no ocurre nada. Esto es muy difícil de aceptar (…) no hay un umbral cero, no hay ninguna dosis que no tenga efectos, que sea totalmente inocua (…) En toda época pasada, como hoy en día, los límites se consideraban seguros y sin efectos, pero con el paso del tiempo la realidad mostraba que sí existían consecuencias y que era necesario reducir las dosis consideradas admisibles. Y es previsible que en el futuro siga esta tendencia a la baja.
El segundo tema que quería brevemente señalar es un punto relacionado con el anterior y sobre el que conviene informarnos a partir del conocimiento científico que proporciona la epidemiología. Es el tema de las dosis bajas (aquellas que son inferiores a 100 mSv, 0,1 Sv) y el impacto en la población que tiene el riesgo a dosis de radiación bajas o muy bajas. Dicho directamente, el punto es éste: «un riesgo pequeño para el individuo no es lo mismo que un pequeño riesgo para la población.» En la ciencia de la epidemiología es lo que se conoce como la «paradoja de Rose», ya que fue planteada hace años por el brillante epidemiólogo inglés Geoffrey Rose al decir: «un gran número de gente expuesta a un riesgo pequeño puede generar muchas más casos que un número pequeño de gente expuesta a un gran riesgo». Eso ocurre, por ejemplo, en enfermedades como el infarto de miocardio, donde la mayor parte de infartos que ocurren en una población dada no proviene, como solemos creer, de las personas (relativamente escasas) que tienen factores de riesgo muy elevados (por ejemplo, fumadores, con hipertensión arterial, hipercolesterolemia, etc.), sino de una parte de la población mucho más numerosa pero que tiene niveles de esos factores riesgo menores, o incluso mucho menores.
Y quiero concluir con el último punto. Entre las muchas razones que el libro ofrece para decir una vez más NO a las nucleares, acabaré esta intervención enunciando seis de ellas, acompañando cada una de ellas con una pequeña dedicatoria y una cita del libro.
La primera razón, el primer NO, lo dedicaremos al ministro de economía Pedro Solbes. NO a las nucleares porque es una energía muy cara.
Cabe suponer que un economista al menos entiende de estas cosas. Una cita del libro lo ilustra:
La industria nuclear es una auténtica ruina, que sólo puede vivir a base de subvenciones públicas, directas o indirectas, como en Francia y en la práctica totalidad de países (…) La energía nuclear, que iba a ser tan barata, incluso se decía que no necesitaría contadores, se ha demostrado que es la forma más cara de producir electricidad cuando se considera, como debería considerarse, el ciclo completo.
La segunda la podemos dedicar a periodistas y escritores, como por ejemplo Antonio Muñoz Molina, quienes con frecuencia son capaces de crear interesantes mundos de ficción, pero que a veces son poco conocedores de la realidad social en que viven. NO a las nucleares, porque son inútiles y no resuelven el problema energético. Por ejemplo, como el libro apunta:
Las reservas de uranio disponible en la Tierra a concentraciones que proporcionen un balance energético positivo son más escasas que las de petróleo y gas natural. Una reciente estimación cifra en 45 años la capacidad de las reservas explotables conocidas para suministrar combustible a un parque nuclear como el actual. Si se pretendiera generar con nucleares toda la electricidad ahora consumida en la Tierra esas reservas se agotarían en tan sólo seis años.
La tercera razón va dedicada a dos sindicalistas, (a dos «funcionarios sindicales», quizás sería mejor decir) como Cándido Méndez y José María Hidalgo, que han señalado que las nucleares «son necesarias y que deben entrar en el mix energético». NO a las nucleares, porque se sustentan en intereses privados y no públicos. Como se dice en el libro:
La energía nuclear es el más claro ejemplo de privatización de beneficios y socialización de pérdidas.» (…) El Estado del bienestar es «despilfarrador» cuando ayuda a personas en paro, a discapacitados, a sectores empobrecidos o a la adquisición o alquiler de viviendas; no lo es, en cambio, cuando dedica innumerables e incontrolados recursos públicos para ayudar a empresas e instituciones privadas a las que, desde luego, no les mueve ningún espíritu cooperativo ni social. ¿No es paradójico?.
La cuarta razón va dedicada a científicos como el catedrático de física Manuel Lozano Leyva. NO a las nucleares, porque a pesar de la falta de estudios científicos independientes sabemos lo suficiente para poder decir que la energía nuclear es peligrosa y dañina para la salud pública, el medio ambiente, y la salud de los trabajadores (no olvidemos que en las centrales trabajan unas 4.000 personas, de las cuales sólo poco más de la mitad tienen un contrato estable). Un claro ejemplo, es el riesgo en absoluto resuelto relacionado con los residuos y, más aún, si como pretenden los oligopolios energéticos, se prolonga la vida útil de las centrales. A diferencia de los cientificistas que no entienden -o no quieren hacerlo- de sociología ni de política de la ciencia, hay que decir, como dice el libro, que:
Hay muy pocas investigaciones independientes epidemiológicas, radiobiológicas… (…) a la hora de mirar la literatura científica contrastada en revistas especializadas, nos encontramos con que hay muy pocos estudios significativos y, además, como decía, con una detención clara y comprobable en los años 80 (…) Ante la evidencia científica que se señala claramente que las actividades derivadas del ciclo conjunto de la actividad industrial nuclear pueden perjudicar seriamente la salud pública y el medio ambiente, incluso en condiciones normales de utilización y funcionamiento, mi posición es que no deben y no pueden prevalecer los intereses políticos o la búsqueda de los beneficios económicos (…) Para prevenir las peligrosas consecuencias que hemos descrito, para evitar que éstas se produzcan, se impone aplicar el «principio de precaución» y evitar la utilización de la energía nuclear. Podemos vivir sin nucleares y podemos vivir mejor. Y todos, además.
La quinta razón va dedicada a políticos supuestamente socialistas como José Montilla en Cataluña, o Gordon Brown en Inglaterra que creen en las nucleares, el último de los cuales ya ha resucitado sus programas. NO a las nucleares, porque es antidemocrática. Basta pensar en el manejo de la información suministrada a raíz de accidentes como el Vandellós II en agosto de 2004 o el reciente de Ascó I del 26 de noviembre del 2007, pero que sólo salió a la luz el 4 abril del 2008 tras la denuncia ecologista. Éste último fue calificado primero como «incidente menor» pero luego el Consejo de Seguridad Nuclear dijo que fue uno de «los accidentes más graves ocurridos en España». Incluso en la editorial de un periódico nada sospechoso de ser antinuclear como El País (17-04-08) se escribe que debe evitarse «la ocultación interesada por cálculo económico o por miedo a las repercusiones políticas, de los incidentes radioactivos». O basta pensar en el hecho de que las centrales nucleares tienen una incontrolable deriva hacia los usos militares (su origen) y cuan lejos está eso del control democrático ciudadano. En el libro se señala:
No se puede separar tajantemente el ciclo civil, la energía que se produce en las centrales nucleares, y el ciclo militar: quien posee la tecnología necesaria para el uso civil puede adentrarse fácilmente en el sendero armamentístico.» (…) ¿Controlable el uso militar de la tecnología nuclear? Pero si seguimos desconociendo de forma oficial su uso en la primera guerra del golfo o en el caso de los bombardeos sobre la antigua Yugoslavia… Y además, que quiere decir controlable exactamente? ¿Quién debe ejercer ese control por otra parte?
La última razón va dedicada a filósofos como Fernando Savater. NO a la energía nuclear porque es una irresponsabilidad, y porque refleja una actitud timorata e irracional. Como sabemos desde hace ya muchos años estamos inmersos ante una enorme crisis del modelo social y ecológico. Estamos metidos hasta el cuello en una crisis ecológica de enormes proporciones, y ante la imposibilidad de continuar con el modelo de crecimiento económico impuesto por el capitalismo. El uso de la energía nuclear es una huida hacia delante, es un camino inapropiado para asegurar la energía futura. Como dice Joan Pallisé en su nota final:
La causa principal de este nuevo embiste: la imposibilidad de aceptar el fin de un modelo económico de crecimiento y las consecuencias que ello implica.
Y como dice Joaquim Sempere en su epílogo:
[necesitamos un modelo alternativo], necesitamos urgentemente «despertar del sueño energético». El libro apuesta por otra cosa, por la búsqueda de una alternativa. Por ejemplo, cuando se señala: «Falta un nuevo modelo de sociedad (…) hemos de pensar o apostar por el ecosocialismo, pensar en un sistema de producción que reconozca que hay límites en el crecimiento y que esta consideración nada gratuita, hasta cierto punto, es ya independiente del sistema económico y de las relaciones de producción que se quieran defender, a no ser, claro está, que queramos transitar por senderos abismales.)
Necesitamos pues, con urgencia, otro modelo de producción, otro modelo de consumir, y otro modelo energético. Necesitamos otros modelos y energías más pequeñas y controlables, que cumplan las exigencias de sostenibilidad, tal y como se señala en otro excelente y muy recomendable libro, de esos que hay que «leer y pasar», cuyos autores son Manfred Linz, Jorge Riechmann y Joaquim Sempere: Vivir (bien) con menos. Barcelona: Icaria, 2007. Es decir, la eficiencia (producir y consumir con más eficiencia aprovechando mejor la materia y la energía), la suficiencia (consumir menos), y la coherencia (consumir mejor, con tecnologías compatibles).
En el libro Casi todo lo que usted desea saber… se comenta que hoy sólo el 4% de la población española dice SI a las nucleares. Eso, por supuesto, no es garantía de nada, lo sabemos. Quienes ya tenemos algunos años a nuestras espaldas sabemos muy bien de las capacidades de los gobiernos y de sus aliados en los think tanks y en la industria de relaciones públicas para violentar cerebros y conciencias, tal y como se hizo en España en 1986 en el referéndum de la OTAN. En todo caso, creo que habría que dedicar este magnífico y útil libro a todos los luchadores y luchadoras, a todas las y los activistas antinucleares que con su esfuerzo y trabajo han ayudado durante décadas a lograr que en estos momentos en el reino de España sólo 1 de cada 25 ciudadanos (3 de cada 25 en Europa) se crean las patrañas que defiende los lobbies y la industria oligopolística nuclear. Y desde luego deseo y espero que la difusión y lectura atenta de este libro ayude a reducir aún más el número de personas que aún permanecen informativamente incultas y políticamente inactivas ante el tema de la energía nuclear, y que eso sirva también de base para reforzar un movimiento eco-socialista que de verdad plantee y logre acercarnos a otro modelo de sociedad.
Joan Benach es profesor de salud pública y salud laboral en la Universitat Pompeu Fabra. Es autor junto a Anna Cirera y Eduard Rodríguez Farré del libro ¿Átomos de fiar? (Catarata, Madrid, 2007), junto a Carles Muntaner del libro Aprender a mirar la salud: como la desigualdad social daña nuestra salud (El Viejo Topo, Barcelona, 2005), y coordinador del libro de la Comisión de Determinantes Sociales de la Salud de la OMS: «Employment, Work, and Health Inequalities: a Global Perspective» (en prensa).
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