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Un pilar esencial de la libertad palestina: el movimiento BDS cumple 20 años

Fuentes: Sin permiso

No causar daño, un principio que muchos asocian con la práctica médica, se ha convertido en un principio ético fundamental de la solidaridad mundial que ha generalizado el movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) desde su creación hace 20 años esta semana.

En medio de la fase más depravada del genocidio transmitido en directo de Israel contra 2,3 millones de palestinos en la Franja de Gaza ocupada ilegalmente, nuestro insoportable dolor hace imposible celebrar el vigésimo aniversario del movimiento BDS. El Estado israelí, habilitado y envalentonado por la desvergonzada y aparentemente ilimitada complicidad militar, financiera, política y discursiva de los Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido, está intentando normalizar lo fundamentalmente anormal y adormecer nuestras conciencias con su implacable salvajismo.

Considera [Israel] que el ascenso al poder de sus aliados naturales, las fuerzas de extrema derecha, fascistas y autoritarias de Occidente y de otros lugares, le brinda la oportunidad largamente codiciada de exterminar por fin a los supervivientes de su Nakba en curso, no gradualmente como ha venido haciendo durante décadas, sino de un solo golpe. Eliminar a los nativos, después de todo, es una característica, no un defecto, de la historia colonial de asentamientos.

Sin embargo, nuestra rabia, igual de incontenible, nos obliga a celebrar esta ocasión con reflexión, crítica, una pizca de orgullo y mucha determinación para seguir adelante pase lo que pase, hasta que el genocidio termine y el régimen de opresión que lo ha engendrado se desmantele finalmente.

Hacer balance de lo que hemos conseguido colectivamente contra lo que parecían obstáculos insuperables de vilipendio, intimidación y espantosa represión, es alimentar una esperanza realista para elevar nuestra moral colectiva. Se trata de descolonizar nuestras mentes de los implacables intentos de Israel y sus socios coloniales hegemónicos en Occidente de colonizarlas con impotencia y abatimiento. También se trata de aprender de esta larga lucha las lecciones que ayudarán a iluminar la marcha que nos queda hacia la libertad.

Ya en 1923, el líder sionista Ze’ev Jabotinsky escribió con lúcida honestidad: «Cualquier población nativa del mundo resiste a los colonos mientras tenga la más mínima esperanza de poder librarse del peligro de ser colonizada. […] La colonización sionista debe o bien detenerse, o bien proseguir independientemente de la población nativa. Lo que significa que sólo puede avanzar y desarrollarse bajo la protección de un poder independiente de la población nativa, detrás de un muro de hierro que la población nativa no pueda romper».

Aparte de sus muros de hormigón y alta tecnología que rodean los guetos palestinos, especialmente Gaza, Israel ha intentado incesantemente construir un «muro de hierro» en nuestras mentes tratando de reducirnos a «animales humanos», de aislarnos de nuestro entorno natural árabe y del resto del mundo, y de grabar en nuestras conciencias, mediante una violencia indecible y sostenida, el imperativo de la sumisión a su indomable poder como destino. Nacido en 2005 como un llamamiento posiblemente «demasiado ambicioso», inspirado en las luchas que acabaron con el apartheid en Sudáfrica y con [las leyes racistas] Jim Crow en los Estados Unidos, el BDS ha evolucionado hasta convertirse en un formidable antídoto contra esta desesperanza inducida y en un faro de resistencia, resiliencia y regeneración.

Hace dos décadas, la coalición palestina más amplia que jamás haya existido, con representación de palestinos en el exilio, bajo ocupación y ciudadanos de segunda clase del actual Israel, hizo historia al lanzar el llamamiento de boicot, desinversión y sanciones (BDS), formando un movimiento de solidaridad mundial antirracista y no violento que Israel, potencia nuclear, considera una «amenaza existencial» para su régimen de colonialismo de asentamientos, apartheid, ocupación militar y ahora genocidio. Tal como escribe Naomi Klein, «la razón por la que Israel persigue el BDS con tanta ferocidad es la misma por la que tantos activistas han seguido creyendo en él a pesar de estos ataques en múltiples frentes. Porque puede funcionar».

Está funcionando. En Estados que están experimentando un aumento del autoritarismo e incluso del fascismo, desde los Estados Unidos hasta Alemania, desde el Reino Unido hasta Austria, el movimiento BDS se enfrenta a desafíos sin precedentes, desde una propaganda bien engrasada y una represión casi sin rival hasta la guerra legal, precisamente debido a su eficacia demostrada y a su impacto ya irrefutable. Desde universidades que cortan finalmente lazos académicos y/o financieros con Israel y sus universidades cómplices, hasta el fondo soberano de Noruega -el mayor del mundo- que ha desinvertido en bonos de Israel; desde más de 7.000 autores y editores que respaldan el boicot cultural a Israel hasta gobiernos del sur global, como Colombia, que promulgan sanciones comerciales reales y embargos militares o deniegan puerto a buques que transportan carga militar a Israel; desde desempeñar un papel clave en la decisión de Intel de desechar una inversión de 25.000 millones de dólares en Israel hasta «cambiar el panorama comercial mundial de Israel», tal como reconoció el presidente del Instituto de Exportación de Israel, el movimiento BDS es hoy un pilar en la lucha por la libertad, la justicia y la igualdad palestinas.

Con su enorme red mundial apoyada por sindicatos, coaliciones de agricultores, así como movimientos por la justicia racial, social, de género y climática, que en conjunto representan a decenas de millones de personas, el movimiento BDS ha transformado radicalmente tanto la comprensión global de la cuestión de Palestina como una lucha de liberación de un pueblo indígena contra el colonialismo de los colonos, como la ética de la solidaridad, estableciendo como su requisito previo más profundo la obligación de poner fin a la complicidad, de no causar daño. Si «Palestina es realmente el centro del mundo» hoy en día, tal como ha afirmado recientemente Angela Davis, el BDS se ha convertido no sólo en el epicentro de la solidaridad global con Palestina y del movimiento antiapartheid, sino también en uno de los movimientos por la justicia más influyentes -y contagiosos- de todo el mundo.

Cuando activistas de todo el mundo corean por millones «Palestina nos libera a todos», están reflejando este sentido de desafío empoderador, de decir la verdad al poder político y corporativo, de lo que llamamos «radicalismo estratégico» que el movimiento de solidaridad con Palestina, y el BDS en su núcleo, ha inspirado entre diversos movimientos de justicia de todo el mundo. Toda una generación joven que percibe con precisión Gaza no sólo como un escenario de destrucción de decenas de miles de vidas palestinas y de una civilización de 4.000 años de antigüedad con una brutalidad e impunidad sin precedentes a manos de un eje genocida estadounidense-israelí, sino también, simultáneamente, como emblema de una era distópica en la que «el poder crea Derecho» y que supone una amenaza para la humanidad en general tan fatal como la calamidad climática.

John Dugard, destacado jurista sudafricano y ex juez ad hoc del Tribunal Internacional de Justicia, escribió hace años que «Palestina se ha convertido en la prueba de fuego de los derechos humanos». Hoy, Palestina es la causa esencial que anima interseccionalmente la indignación mundial ante un orden amañado, opresivo, colonial y profundamente racista, en el que los oligarcas y las grandes multinacionales tienen más poder que la mayoría de los Estados, y en el que el planeta y la mayoría global se sacrifican en el altar de la codicia insaciable y el ansia de aún más poder. En este sombrío panorama, el movimiento de BDS está demostrando cómo ser a la vez ético y eficaz, radical y estratégico, puede generar suficiente poder popular para enfrentarse mediante una presión sostenida, que incluye la interrupción pacífica de los negocios habituales, a las empresas cómplices más repugnantes, a las administraciones universitarias fosilizadas y a las hipócritas maquinaciones occidentales, y triunfar.

De hecho, el BDS se reconoce cada vez más «no sólo como un imperativo moral y un derecho constitucional y humano, sino también como una obligación jurídica internacional», en palabras de Craig Mokhiber, ex alto funcionario de derechos humanos de la ONU. Afirmando esto, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas publicó hace unos días un informe histórico de Francesca Albanese, relatora especial de la ONUFrancesca Albanese sobre los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados, que expone de qué modo las empresas cómplices «apuntalan la doble lógica israelí de asentamiento de colonos, de desplazamiento y sustitución destinada a desposeer y borrar a los palestinos de sus tierras». El informe insta a «sindicatos, abogados, sociedad civil y ciudadanos de a pie a presionar para lograr boicots, desinversiones, sanciones, justicia para Palestina y rendición de cuentas a escala internacional y nacional».

En su emblemático libro Black Skin, White Masks, [Piel negra, máscaras blancas], Frantz Fanon escribe: «Si alguna vez se me planteó la cuestión de la solidaridad práctica con un pasado determinado, lo hizo sólo en la medida en que me comprometí conmigo mismo y con mi prójimo a luchar durante toda mi vida y con todas mis fuerzas para que nunca más un pueblo de la tierra fuera subyugado». Para luchar contra la subyugación, especialmente cuando el propio Estado o institución está implicado en ella, la obligación ética más profunda es poner fin a esta complicidad, no causar daño. Ninguna otra cosa importa tanto.

Omar Barghouti es cofundador del movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) por los derechos del pueblo palestins y fue galardonado con el Premio Gandhi de la Paz de 2017.

Texto en inglés: The Guardian, 11 de julio de 2025. Traducción: Lucas Antón.

Fuente: https://www.sinpermiso.info/textos/un-pilar-esencial-de-la-libertad-palestina-el-movimiento-bds-cumple-20-anos