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Intervención en la Convención de la Sociedad de Periodistas Ambientales, Austin, Texas, 1 de octubre de 2005

Un problema para periodistas: ¿Cómo informar sobre los pingüinos y la política de la negación?

Fuentes: CommonDreams

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Gracias por invitarme hoy a este evento y por contarme como su colega.

No correspondo exactamente a la descripción del rol de un periodista ambiental aunque he estado volviendo al tema desde mi primer documental sobre el tema hace unos 30 años. Fue una historia sobre cómo el nuevo gobernador republicano de Oregón, Tom McCall, se había propuesto demostrar que la economía y el medio ambiente podían compartir la vía central de la autopista al futuro.

Fueron años optimistas para el movimiento ecologista emergente. Rachel Carson había sacudido la jaula con «Silent Spring» [Primavera silenciosa] y en el primer Earth Day [Día de la Tierra] en 1970, veinte millones de estadounidenses se alzaron desde la base para defender el planeta. Ni siquiera Richard Nixon pudo negarse a un semejante apercibimiento de la opinión pública, y colocó su firma bajo algunas medidas de largo alcance para la protección medioambiental.

Compartí ese optimismo y creí que el periodismo ayudaría a justificarlo. Pensé que si la gente veía un buen ejemplo, lo imitaría, que si los estadounidenses conocían los hechos y las posibilidades, actuarían correspondientemente. Después de todo, hace medio siglo, había caminado todos los días como estudiante por el campus de mi alma mater, la Universidad de Texas y podía mirar hacia la torre principal y leer las palabras: «Conocerás la verdad y la verdad te liberará». Creí que nos encontrábamos realmente en camino hacia la tercera Revolución Estadounidense. La primera había conquistado nuestra independencia como nación. La segunda había terminado por abrir la promesa de derechos cívicos para todos los estadounidenses. Ahora la tercera Revolución Estadounidense iba a ser la Revolución Verde por un futuro saludable, seguro y sustentable.

Algunas veces, en un momento de ensueño, me imagino que ocurrió. Me imagino que habíamos producido un nuevo paradigma de dar alas y proteger nuestro sistema global de apoyo a la vida; que habíamos confrontado el mayor desafío ecológico en la historia humana y que lo habíamos superado con energía limpia y renovable, transporte y agricultura eficientes, y la producción no-tóxica y la protección de nuestros bosques, océanos, praderas y pantanos. Me imagino que nos veo encabezando al mundo por un nuevo camino de sustentabilidad.

Lástima, fue sólo un sueño. La realidad es diferente. En lugar de encabezar al mundo en el hallazgo de soluciones para las crisis ecológicas globales, Estadios Unidos es un negativista recalcitrante y un reincidente, Nuestro gobierno y las elites corporativas se han vuelto contra los visionarios medioambientales de EE.UU. – de Teddy Roosevelt a John Muir, de Rachel Carson a David Brower, de Gaylord Nelson a Laurence Rockefeller. Se han propuesto eviscerar todo progreso significativo de la generación pasada, y mientras lo hacen han logrado culpar al propio movimiento ecologista por el fracaso de la Revolución Verde. Si el ecologismo no ha muerto, dicen, debería estarlo. Y conducirán con gusto el cortejo a la tumba.

Sí, lo sé: la comunidad ecologista ha dado traspiés en numerosos frentes. Todos nosotros en esta sala hemos oído e informado de las acusaciones: que la retórica es alarmista y que la ideología es polarizadora; que la regulación de orden y control produce chapucerías burocráticas, desacelera el crecimiento económico, y retarda adelantos tecnológicos que salvan vidas; que lo que comenzó como un movimiento desde la base se ha convertido en una burocracia verde atrincherada que se agarra a un Washington ocupado mientras ciudadanos apasionados en todo el país están ávidos de recursos financieros. Hay algo de verdad en estas acusaciones; todos los movimientos trastabillan y deben reagruparse periódicamente.

Antes de que demos por cerrado el caso, sin embargo, permítanme que los urja a que consideren seriamente la reacción. No conté con la reacción. Si la Revolución Verde es actualmente una pulpa sanguinolenta, no es porque el movimiento ecologista se haya suicidado. Es porque la derecha corporativa, política y religiosa se confabuló en los callejones del poder. Las grandes compañías financian un ataque implacable contra los valores y las políticas verdes, Ideólogos políticos lanzan incontables campañas para despojar al gobierno de todas sus funciones excepto las que recompensan a sus benefactores ricos. Y ayatolás nativos están más dispuestos a proteger a los gays que a salvar la tierra verde.

Sobre todo no consideré hasta qué punto serían despiadados los reaccionarios. Lo que hicieron a Rachel Carson cuando apareció «Silent Spring» en 1962 ha sido afinado hasta convertirse en un filo acerado que apunta a la yugular de todo el que los desafíe.

Hace algunos años sentí el filo de la navaja cuando enfoqué el tema de los pesticidas y de los alimentos en un documental de Frontline en PBS [siglas en inglés de Public Broadcasting System, cadena pública de televisión]. Mi productor, Marty Koughan, supo que la industria estaba conspirando entre bastidores para diluir los resultados de un estudio de la Academia Nacional de Ciencias sobre el efecto de los residuos de pesticidas en los niños. Cuando las compañías descubrieron que trabajábamos en la historia, se nos echaron encima. Antes de que se emitiera el documental, inundaron con desinformación a los críticos y a las páginas editoriales de los periódicos. Ampliaron una campaña de rumores. Un columnista de Washington Post se metió con la emisión sin haberla visto y más adelante me confesó que había recibido un chivatazo falso de un importante lobbyista de la industria química y que lo publicó sin pedirme una respuesta.

Algunos directores de la televisión pública se acobardaron tanto por la guerra relámpago propagandística contra un documental que todavía no había sido emitido, que efectivamente protestaron ante PBS con una carta preparada por la industria química.

Lo que nos dejó más perplejos: ocho días antes de la emisión, la Sociedad Estadounidense del Cáncer, una organización que de ninguna manera figuraba en nuestro material, envió a sus tres mil organizaciones locales una «crítica» del documental inacabado, afirmando, erróneamente, que exageraba los peligros de los pesticidas en alimentos. Nos desconcertamos. ¿Por qué la Sociedad Estadounidense del Cáncer, emprendía el paso poco usual de criticar un documental que todavía no había visto, que no había sido emitido, y que no afirmaba lo que decía la Sociedad? Una reportera emprendedora llamada Sheila Kaplan investigó más tarde estos problemas para Legal Times. Descubrió que la firma de relaciones públicas Porter Novelli que tenía como clientes a varias compañías químicas, también realizaba trabajo voluntario para la Sociedad Estadounidense del Cáncer. La firma pudo aprovechar parte de la buena voluntad resultante de su trabajo «caritativo» para persuadir al personal de comunicaciones de la Sociedad para que distribuyera temas de conversación erróneos sobre el documental antes de que fuera transmitido – temas de conversación suministrados por, pero no atribuidos a, Porter Novelli. Legal Times intituló la historia: «Porter Novelli juega para todos los lados», un juego familiar en Washington.

Esto fue sólo el primer round. La productora Sherry Jones y yo pasamos más de un año trabajando en otro documental de PBS llamado «Trade Secrets» [Secretos empresariales]. Era una investigación especial de dos horas de duración, basada en documentos de los propios archivos de la industria. Esos documentos internos revelaban que durante más de 40 años las grandes compañías químicas habían retenido deliberadamente de los trabajadores y de los consumidores información perjudicial sobre sustancias químicas tóxicas en sus productos. Confirmaban no sólo que una industria desvergonzada e inmoral engañaba a sabiendas al público. También confirmaban que vivíamos bajo un sistema regulador elaborado por la propia industria química – que coloca los beneficios por sobre la seguridad.

La industria volvió a saltar. Nos convertimos en el objetivo de otra firma de relaciones públicas – ésta conocida por la utilización de detectives privados y de ex funcionarios de la CIA, del FBI y de la lucha contra la droga para realizar investigaciones para el gran capital. Uno de sus fundadores reconoció que las corporaciones «a veces» recurren a recursos inconvencionales, incluso la «utilización del engaño». Fuimos el objetivo de una clásica campaña de calumnias y PBS sintió la presión. A pesar de ello, se emitió el documental, creó un gran impacto en todo el país, y un año más tarde recibió un Emmy de nuestros pares para extraordinario periodismo investigativo.

Pero esta gente no se rinde jamás. El presidente Bush entregó las agencias encargadas de la protección medioambiental a gente que no cree en ella. Para dirigir el Departamento del Interior escogió a un defensor de contaminadores de toda la vida que se ha opuesto a leyes para salvaguardar la flora y la fauna, el hábitat, y las tierras públicas. Para dirigir el Servicio Forestal, escogió a un lobbyista de la industria de la madera. Para supervisar nuestras tierras públicas nombró a un lobbyista de la industria minera que cree que las tierras públicas son inconstitucionales. Para dirigir el Súperfondo escogió a una mujer que vive aconsejando a contaminadores corporativos sobre cómo evadir el Súperfondo. Y en la oficina de política medioambiental de la Casa Blanca, el presidente colocó a un lobbyista del Instituto Estadounidense del Petróleo, cuya misión era asegurar que los informes científicos del gobierno sobre el calentamiento global no contradecían la línea oficial y los intereses de las compañías petroleras. Por donde mires, los zorros controlan el gallinero.

Mis colegas y yo informamos una y otra vez sobre estas historias en mis series semanales de PBS, provocando la consternación de los acólitos del presidente en la Corporation for Public Broadcasting [CPB, por sus siglas en inglés = Corporación de Televisión Pública]. El presidente de CPB, Kenneth Tomlinson, convirtió el desagrado de la administración ante revelaciones embarazosas en una cruzada para desacreditar nuestro periodismo. Tomlinson abandonó la presidencia esta semana, pero el golpe derechista contra la televisión pública es total. Ahora sigue en el consejo, bajo una nueva presidenta que es una antigua directora de inmobiliaria y recolectora de fondos para el partido republicano. Declaró recientemente ante una audiencia del Senado que la CPB debería tener autoridad para castigar a periodistas de la televisión pública si se apartan de la línea. Sentado junto a ella y a Tomlinson en el consejo se encuentra otra persona designada por Bush – también un activista partidario republicano – que fue miembro y presidente del tristemente célebre comité de acción política de Newt Gingrich, GOPAC.

Reciben sus informaciones de la candidata seleccionada cuidadosamente por la Casa Blanca para que sea presidenta y jefa de CPB – ex co-presidenta del Comité Nacional Republicano, cuyo esposo llegó a ser director de relaciones públicas de la Asociación de Fabricantes Químicos después de haber ayudado a la industria de pesticidas a calumniar a Rachel Carson por su clásica obra sobre el entorno, «Silent Spring». ¡Ya lo verás!, si esta pandilla tiene alguna influencia, no habrá periodismo que cuestione las ideas dominantes en la televisión pública; mientras esté presente: no habrá periodismo investigativo sobre el medio ambiente; no habrá información alguna sobre los conflictos de interés entre el gobierno y el gran capital: no se mencionarán nombres.

Así que si cuentan que el movimiento ecologista ha muerto, no será por heridas auto-infligidas. No culpamos a los esclavos por el esclavismo, Ni a los cheroques por el Sendero de Lágrimas, o a los cadáveres en su tumba por la masacre de Srebrenica. No, la amenaza letal contra el movimiento ecologista proviene del poder depredador del dinero y de la enemistad patológica de la ideología derechista.

Theodore Roosevelt advirtió hace un siglo contra la influencia subversiva del dinero en la política. Dijo que el hecho central en su época fue que el gran capital se había hecho tan dominante que podía mascar la democracia y escupirla. El poder de las corporaciones, dijo, tiene que ser equilibrado por el interés del público en general. La advertencia fue repetida por su primo Franklin, que dijo que «un gobierno del dinero organizado tiene que ser tan temido como un gobierno de la turba organizada». Los dos Roosevelt confrontaron ese reto en sus tiempos. Pero cien años después las poderosas corporaciones vuelven a ser los jefes supremos del gobierno. Sigue la pista del dinero y te encuentras en el santuario interior de la Mesa Redonda de los Negocios, la Asociación Nacional de Fabricantes, y el Instituto Estadounidense del Petróleo. Ahí se encuentra el súper consejo de directores de Bush & Cía. Son los dueños de absolutamente todo en la administración, y su control de la política medioambiental de nuestro gobierno conduce a consecuencias calamitosas. EE.UU., que fue otrora líder en políticas, tecnologías y conciencia medioambientales de vanguardia, ha sido eclipsado. A medida que aumenta la evidencia científica, y se identifica una crisis, nuestro país se ha convertido en un impedimento para la acción, no un líder. Antes, este año, la Casa Blanca incluso realizó una extraordinaria campaña secreta para acabar con el intento del gobierno británico de encarar el calentamiento global – y luego para debilitar el esfuerzo de la ONU por estabilizar las emisiones de gases invernadero. George W. Bush es el Herbert Hoover del medio ambiente. Su incapacidad de dirigir respecto al calentamiento global significa que incluso si disminuyéramos dramáticamente los gases invernadero de un día al otro, ya nos hemos condenado y a generaciones por venir a un planeta sobrecalentado.

Sin duda, ustedes vieron esos informes hace algunos días que hablaban de que el Ártico ha sufrido otra pérdida récord de hielo marítimo. Este verano, satélites que monitorean la región establecieron que el hielo alcanzó su punto mensual más bajo desde que existen mediciones – el cuarto año seguido que ha caído por debajo de la tendencia descendiente mensual. Los efectos anticipados son bien conocidos, ya que la región del Ártico absorbe más calor del sol, llevando a que el hielo se funda aún más, el ciclo implacable de deshielo y calentamiento reducirá los masivos glaciares terrestres de Groenlandia y aumentarán dramáticamente los niveles del mar. Se ha citado a científicos que dicen que con esta nueva aceleración del deshielo, el hemisferio norte podría haber cruzado un umbral crítico más allá del cual el clima no se puede recuperar.

A pesar de ello, el año pasado un sondeo Gallup estableció que casi la mitad de los estadounidenses se preocupan «sólo un poco» o «nada en absoluto» por el calentamiento global o «el efecto invernadero». En julio de este año ABC News informó que un 66% de toda la gente dijo, en una nueva encuesta, que no piensa que el calentamiento global afectará sus vidas.

Si han visto la película «La marcha de los pingüinos» saben que es una delicia para los ojos y un apretón al corazón. La cámara sigue a las manadas mientras van de ida y vuelta sobre el hielo al lugar en que nacieron, para reproducirse. Se les ve aglomerarse para proteger sus huevos a temperaturas que promedian 57 grados centígrados bajo cero. Una cinta tan poderosa y hermosa sólo puede agravar el propio sobrecogimiento por nuestros pequeños vecinos.

Recientemente, en el New York Times, Jonathan Miller informó que los conservadores están invocando «La Marcha de los Pingüinos» como inspiración para sus diversas causas. Algunos elogian a los pingüinos por su monogamia. Oponentes del aborto dicen que demuestra «la belleza de la vida y la justicia de protegerla». Una revista cristiana afirma que «es una defensa poderosa del diseño inteligente». En el sitio en la Red «lionsofgod.com» se pueden encontrar instrucciones para llevar un notebook, una linterna y una lapicera a ver la película «para anotar lo que Dios te dice» mientras la miras.

Bueno. No sería la primera vez que seres humanos se sientan conectados a un poder trascendental a través de la naturaleza. Pero lo que no encontrarás en la película es alguna referencia al calentamiento global. ¿Por qué es relevante? Porque para reproducirse los pingüinos tienen que ir a la parte más gruesa del hielo para poder pararse con seguridad sin temor de que se rompa bajo su peso. El calentamiento global obviamente debilita el hielo. Si reduce demasiado su grosor, los pingüinos pierden el apoyo necesario para reproducirse. Pero el filme silencia esta amenaza para esas pequeñas criaturas que los conservadores están adoptando como sus mascotas en las guerras culturales. El director de la película explicó que quería alcanzar a la mayor cantidad de gente posible, y ya que «gran parte de la opinión pública parece insensible ante los peligros del calentamiento global» no quiso mencionarlo.

De nuevo, bueno, no puedo culparlo por su aspiración de contar la historia, por propio interés, del modo más simple y profundo. No puedo culparlo por querer perturbar el sentimiento de comodidad de sus espectadores. A menudo quisiera ser cineasta en lugar de periodista y no tener que provocar preocupaciones a la gente cuando informo sobre noticias que preferirían no conocer.

Pero lo que no sabemos, nos puede matar.

Nuestro hijo mayor es adicto al alcohol y a las drogas. No divulgo ningún secreto de familia: mi mujer y yo producimos una serie de PBS basada en nuestra experiencia familiar y la llamamos «Close to home» [Cerca de casa]. Porque queríamos recordar a la gente que la adicción secuestra el cerebro, no importa cuál sea la raza, el credo, el color o la dirección en la que se vive. Le va bien, gracias – ha estado recuperándose ahora desde hace diez años y se ha convertido en uno de los principales propugnadores del tratamiento [de la drogadicción] en el país. Pero casi lo perdimos más de una vez porque lo negaba y nosotros hacíamos lo mismo. Durante una década antes de su derrumbe, no admitía ante nadie lo que estaba ocurriendo, y logró ocultárnoslo; era, después de todo, una estrella ascendiente en el periodismo, casado, vivía en su propia casa y devoto creyente. Naturalmente sólo pensábamos lo mejor de él. ¿Drogadicto, que se esta intoxicando hasta la muerte? ¡No nuestro hijo! El día antes de su derrumbe me sentí preocupado por su conducta y lo invité a almorzar. «¿Tienes problemas?» pregunté. «¿Estás tomando algo?» Me miró a los ojos y dijo; «No, papá, nada. Sólo algunos problemas en casa». «¡Oh!», dije, colocando mi mano sobre la suya. «Me alegro de saberlo». Y cambie de tema. Al día siguiente ya no estaba. Buscamos durante días hasta que su madre y un amigo lo ubicaron y lo obligaron a ir de una casa de crack al hospital.

Dicen que el negacionismo no es un río en Egipto. Es, sin embargo, la filosofía dominante en Washington. El desdén del presidente por la ciencia – hacia la evidencia que crece cada día – es sorprendente. Nos vemos ante un hombre que lanzó rápidamente una «guerra preventiva» contra Irak, basada en inteligencia defectuosa y un juicio prematuro, pero que se niega a tomar acción preventiva contra una amenaza genuinamente global sobre la cual existe una evidencia científica abrumadora.

Por desgracia, la gente que forma el núcleo de su electorado, que podría apelar efectivamente al presidente para que dirija, mantiene silencio en su mayoría. Quiero decir los cristianos conservadores que le dieron 15 millones de votos en 2000 y tal vez 20 millones en 2004. Sin su apoyo, las corporaciones transnacionales que ahora controlan Washington no tendrían los votos necesarios para destripar nuestras protecciones medioambientales.

Algunos de esos cristianos conservadores son implacables. Han entregado sus poderes a los televangelistas, pastores y predicadores que se han comprometido con el Partido Republicano para convertir su fe en una religión política, un arma de conflicto partidario.

Pero millones de ellos creen que estamos en la tierra para servir un poder moral superior, no una agenda partidaria. Responden abrumadoramente ante desastres naturales como el tsunami del año pasado o la crisis del sida en África, abriendo sus corazones y sus billeteras. Lástima, aunque muchos de ellos creen que los cristianos tienen una obligación moral de proteger la creación divina, la mayoría sigue ignorando el verdadero alcance de la crisis medioambiental y el papel del Partido Republicano en ella. Como resultado, votan típicamente por temas sociales y no ecológicos.

Escuchen esta angustiada misiva moral de Joel Gillespie, conservador cristiano que recientemente escribió en la revista On Earth: «Admito que cuando apreté el botón a favor de Bush, lo hice con una cierta tristeza, considerando su atroz historial ecológico. Pero muchos de nosotros que amamos el mundo natural… sentimos que enfrentamos un aprieto casi imposible de o tomas esto o te quedas con aquello. El voto por los candidatos favorables al medio ambiente generalmente significa votar por un paquete de otras políticas que jamás nos tragaremos por entero. Nos vemos obligados a escoger a bebés no-natos o a especies en vías de extinción, matrimonios tradicionales o protección del hábitat, limpiar la inmundicia que llega por las ondas o la inmundicia que ensucia nuestro aire. Y el que nos veamos obligados a escoger entre esas alternativas ha dañado el medio ambiente y los sitios especiales que amamos y apreciamos».

Numerosos cristianos evangélicos enfrentan el dilema de Gillespie. Tienen que ser desafiados a que consideren más de cerca sus alternativas morales – que consideren si es posible ser pro-vida mientras al mismo tiempo se es anti-Tierra. Si se cree sin compromisos en el derecho de cada bebé a nacer seguro a este mundo, ¿puedes al mismo tiempo abandonar el futuro de ese niño, permitiendo que su salud y se seguridad sean comprometidos por un presidente que da licencia a las grandes corporaciones para que envenenen nuestros cuerpos y destruyan nuestro clima?

En el teatro que hizo para ganarse el favor del público en el caso Schiavo del derecho a morir, el presidente Bush dijo: «Es sabio equivocarse siempre del lado de la vida», y abogó por una «cultura de la vida». Pero al ignorar el sabio consejo de miles de científicos ecologistas, el presidente no se equivoca del lado de la vida. Está jugando a los dados con el futuro de nuestros niños – dados que probablemente han sido cargados contra nuestra propia especie, y tal vez contra toda la vida en el globo.

En esto existe un mercado para periodistas ansiosos de obtener nuevos lectores. La audiencia cristiana conservadora es de unos cincuenta millones de lectores. Pero para alcanzarlos, tenemos que comprender algo de su sistema de creencias.

El reverendo Jim Ball de la Red Evangélica Ambiental, por ejemplo, nos dice que «el cuidado por la creación está comenzando a resonar no sólo entre los progresistas evangélicos sino con conservadores que se encuentran al centro del espectro evangélico». El año pasado, en un documento intitulado «Por la salud de la nación: un llamado evangélico a la responsabilidad civil, la Asociación Nacional de Evangélicos declaró que nuestra Biblia «implica el principio de sustentabilidad: nuestros usos de la tierra deben ser diseñados para que conserven y renueven la tierra en lugar de vaciarla y destruirla». En lo que habría podido provenir del propio Sierra Club, la declaración exhortó «al gobierno a impulsar la eficiencia en el uso de combustibles, reducir la contaminación, alentar el uso sustentable de recursos naturales, y asegurar el cuidado adecuado de la flora y la fauna y de sus hábitat naturales». Ball y unos pocos dirigentes evangélicos también han exhortado a poner un puntal de cambio climático en su programa, resistiendo a demagogos como James Dobson, Jerry Falwell, y Pat Robertson que están al servicio del ala radical financiada por las corporaciones del Partido Republicano.

Pero no podemos esperar que logremos involucrar a esta vasta audiencia conservadora cristiana si usamos nuestro estilo normal de reportaje. El periodismo ambiental siempre ha utilizado el idioma de la ciencia medioambiental. Pero los fundamentalistas y pentecostales hablan y piensan típicamente en un lenguaje diferente. El suyo es un lenguaje poético y metafórico: un discurso que está anclado en la verdad de la Biblia tal como ellos la interpretan. Sus acciones morales están guiadas no por el más reciente informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, (IPCC, por sus siglas en inglés], sino por los libros de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Hay que cavilar sobre una estadística importante: Un 45 por ciento de los estadounidenses creen en una visión creacionista del mundo y descartan la teoría de la evolución de Darwin. No pienso que sea por coincidencia que en una nación en la que casi la mitad de nuestro pueblo cree en el creacionismo, gran parte de la población también dude de la evidencia del cambio climático. Compárese eso con las otras naciones industriales en las que la ciencia del cambio climático es abrumadoramente aceptada como verdad; en Gran Bretaña, por ejemplo, donde un 81% de la población quiere que el gobierno implemente el Tratado de Kyoto. ¿Qué pasa aquí? Simplemente que millones de cristianos estadounidenses aceptan la historia literal del Génesis, y que descartan o desconfían de gran parte de la ciencia – no sólo la evolución, sino la paleontología, la arqueología, la geología, la genética, incluso la biología y la botánica. Para los cristianos que creen que nuestra historia comenzó con Adán y Eva en el Jardín del Edén, y que terminará pronto en los campos del Harmaguedón, la ciencia ambiental, con sus urgentes advertencias de peligro planetario debe parecer irrelevante, en el mejor de los casos. En el peor, las preocupaciones ecológicas de las que hablamos deben ser consideradas con estoicidad como la realización inevitable del fin de los tiempos tal como es presentado en el Libro de las Revelaciones. Para los dominionistas cristianos que creen en que el Señor proveerá todas las necesidades humanas y nunca permitirá que nos quedemos sin petróleo u otros recursos, no importa en qué medida sobre-poblemos la tierra, nuestra información puede ser considerada como un ataque directo contra las enseñanzas bíblicas que urgen a los seres humanos «a ser fructíferos y multiplicarse». Es incluso posible que entre muchos cristianos conservadores, nuestra información ambiental – si llegan a verla – pueda parecer arrogante en sus suposiciones, mecanicista, fría e impía en su visión terrestre. Es una acusación dura, pero hay que confrontarla si queremos comprender cómo esa gente recibe sus noticias.

Así que, si yo fuera un periodista independiente que trata de ofrecer un trabajo importante sobre el calentamiento global a esa gente, ¿cómo lo haría? Yo no renunciaría a un análisis basado en los hechos, desde luego, – la obligación ética de los periodistas es basar lo que informamos en evidencia. Pero yo contaría algunas de mis historias prestando atención al lenguaje espiritual, el lenguaje de las parábolas, porque es el lenguaje de la fe.

Supongamos que quisiera escribir un artículo sobre los millones de especies que podrían ser llevadas a la extinción por el calentamiento global. Si informara sobre esa historia a una audiencia científica, hablaría científicamente, diría cómo una especie diezmada por el cambio climático podría llegar a un punto sin retorno en el que la reserva genética se agotaría demasiado como para poder mantener su adaptabilidad evolutiva. Ese empobrecimiento genético puede llegar, en última instancia, a la extinción.

¿Pero cómo ganar a los cristianos fundamentalistas que dudan de la evolución? ¿Cómo logro que me escuchen? Podría entrevistar a un científico que sea al mismo tiempo creyente y preguntarle a él o a ella si podría describir el tema de un modo que logre la atención de otros creyentes. Podría entrevistar a un pastor que pueda presentar el trabajo de los científicos del clima y la biodiversidad con una metáfora bíblica: la historia de Noé y el diluvio, por ejemplo. Es maravilloso contemplar las similitudes de esta parábola. Tanto los científicos como Noé poseen el conocimiento de una catástrofe global potencialmente inminente. Tratan de hacer correr la voz, advertir al mundo, pero se ríen de ellos, los ridiculizan. Se puede casi oír a algún filisteo diciéndole al viejo Noé que no es otra cosa que «un ecologista pesimista» que propaga su historia de un abrupto cambio climático, de un gran diluvio que ahogará al mundo, de la extinción inminente de la humanidad y de los animales, si nadie entra en acción.

Pero nadie entra en acción, y Noé sigue escuchando la voz de Dios: «Cuanto hay en la tierra perecerá. Pero contigo haré yo mi alianza; y entrarás en el arca tú y tus hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos. De todo viviente y de toda carne meterás en el arca parejas para que vivan contigo; macho y hembra serán. De cada especie de aves, de ganados y de reptiles vendrán a ti por parejas para que conserven la vida…» Noé hace lo que Dios le ordena. Acepta salvar no sólo a su propia familia, sino emprender la inmensa tarea de rescatar toda la biodiversidad de la tierra. Construye el Arca y es ridiculizado por loco. Reúne a dos de cada especie, el clima cambia, el diluvio sobreviene tal como lo había predicho. Todo el que no está a salvo en el Arca, se ahoga. Pero Noé y todo su complemento de animales de la Tierra sobreviven. Han visto descripciones de cómo desembarcan del Arca bajo un arco iris, de dos en dos, las jirafas y los hipopótamos, los caballos y las cebras. Noé, por lo tanto, puede ser considerado como el primer gran preservacionista, que impidió la primera gran extinción. Hizo exactamente lo que los biólogos de la flora y la fauna y los climatólogos tratan de hacer en la actualidad: actuar basados en sus convicciones morales para conservar la diversidad, proteger la creación divina ante un diluvio de consumismo e indiferencia de un mundo materialista.

Es probable que algunos de ustedes no se sientan cómodos con mi parábola. Pueden tender a burlarse o a reír. Pero ahora sabrán exactamente cómo un cristiano fundamentalista que cree devotamente en el creacionismo se siente cuando nosotros, los periodistas, escribimos sobre la genética nacida de Darwin. Si no comprendemos como ellos ven el mundo, si no logramos tener afinidad con la necesidad de cada persona de captar un problema humano en el lenguaje de su visión del mundo, probablemente fracasaremos en el intento de ser entendidos por muchos conservadores cristianos que tienen un sentido de moralidad y justicia tan fuerte como el nuestro. Y habremos hecho poco por impedir la sexta gran extinción.

No es todo lo que debemos hacer, por supuesto. Somos en primer lugar periodistas, y el que tratemos de alcanzar una audiencia importante no significa que abandonemos a otras audiencias o a nuestro desafío de llegar lo más cerca posible de la verdad verificable. Volvamos por un instante a la primera Edad Dorada de EE.UU. hace un poco más de cien años. Fue una época como la de ahora. Un burdo materialismo y una corrupción política flagrante engolfaron el país. El gran capital se compró el poder arrebatándolo al pueblo. Indignado por el abuso del poder, el editor de McClure’s Magazine gritó a sus homólogos periodistas: «Capitalistas… políticos… todos violan la ley, o dejan que sea violada. No queda nadie [para defenderla], nadie sino todos nosotros».

Y entonces ocurrió algo notable. La Edad Dorada se convirtió en la edad dorada del periodismo especializado en escándalos.

Lincoln Steffans se zambulló en la vergüenza de las ciudades – en un pútrido calderón urbano de soborno, intimidación y fraude, incluyendo registros de votos inflados con los nombres de perros muertos y personas muertas – y sus reportajes precipitaron una era de reforma electoral.

Nellie Bly infiltró un manicomio, pretendiendo ser demente, y escribió sobre los horrores que encontró, provocando a la conciencia pública.

John Spargo desapareció en las entrañas negras de las minas de carbón y volvió para iniciar una cruzada contra el trabajo infantil. Porque encontró a niños pequeños «solos en una oscura galería de una mina, hora tras hora, sin un alma cerca; sin ver a otra criatura viva, aparte de… una rata o dos que trataban de compartir su comida; de pie en el agua o el barro que cubría sus tobillos, congelados hasta la médula… trabajando catorce horas… por sesenta centavos; para llegar a la superficie cuando todo está envuelto en el manto de la noche, y caer por tierra agotados y tener que ser acarreados a la ‘choza’ más cercana para ser reanimados, antes de que fueran capaces de caminar hasta la choza más lejana llamada «hogar».

Upton Sinclair vadeó por el infierno y con «lágrimas y angustia» escribió sobre lo que encontró en ese brazo del río Chicago, conocido como «Bubbly Creek» [Riachuelo burbujeante] en la frontera sur de los corrales [donde]: «se vacían todos los desagües de la milla cuadrada de los frigoríficos, que es realmente una inmensa alcantarilla abierta… y la inmundicia permanece allí para siempre y un día más. La grasa y los productos químicos que son vaciados en ella, pasan por toda clase de extrañas transformaciones… burbujas de gas de ácido carbónico se elevan a la superficie y estallan, y hacen anillos de entre 60 y 90 centímetros de ancho. Aquí y allá la grasa y la suciedad se han solidificado, y el riachuelo parece un lecho de lava… los empacadores solían dejar el riachuelo tal cual, hasta que de vez en cuando la superficie se incendiaba y ardía furiosamente, y el departamento de incendios llegaba y la apagaba».

La Edad Dorada ha vuelto, pero ahora es aún peor. Washington es de nuevo un espectáculo de corrupción. La promesa de EE.UU. ha sido subvertida por compinches capitalistas, sórdidos lobbyistas, y una arrogancia del poder que sólo se equipara con una arrogancia del presente que actúa como si no existiera un mañana. Pero el mañana existe. Yo veo el futuro cada vez que trabajo en mi escritorio. Allí, junto a mi ordenador, tengo fotos de Henry, Thomas, Nancy, Jassie, y SaraJane – mis nietos de 13 años para abajo, y no tienen voz propia. No tienen un partido. No tienen lobbyistas en Washington. Sólo los tienen a ustedes y a mí – nuestras plumas y nuestros teclados y nuestros micrófonos – para que busquemos y hablemos y publiquemos lo que podamos sobre cómo funciona el poder, cómo el mundo se menea y quién lo menea. Los que detentan el poder querrían que sólo cubriéramos las noticias; nuestro desafío es descubrir las noticias que ellos quisieran ocultar.

Mucho depende de lo que hacemos. Ustedes podrían ser el último grupo de periodistas que hacen el esfuerzo de tratar de informarnos a los demás sobre los temas más complejos que involucran la supervivencia de la vida en la tierra.

El año pasado, mi último año en NOW con Bill Moyers, hicimos un documental llamado «Endangered Species» [Especies en peligro], sobre un vecindario en Washington, D.C., conocido como Anacostia, a sólo algunas manzanas de Capitol Hill [el Congreso]. Es uno de los barrios más violentos y peligrosos de la ciudad, uno de los sitios que dan a Washington la horrenda distinción de la mayor tasa de asesinatos de todas las ciudades importantes del país. Es horrendo también de otras maneras. El río Anacostia que da su nombre al vecindario es uno de los más contaminados en EE.UU.; más de mil millones de galones de aguas residuales sin tratar terminan allí cada año.

Fuimos allí para informar sobre el Cuerpo de Conservación de la Tierra, un proyecto iniciado por un cierto Bob Nixon para reclutar a chicos del vecindario para ayudar a limpiar el río y la comunidad. Por sus esfuerzos, ganan un salario mínimo, obtienen seguro médico, y se les ofrece una beca de 5.000 dólares si vuelven a la escuela.

El área en la que trabajan es prácticamente un campo de batalla. Desde que comenzó el proyecto un promedio de casi un miembro del cuerpo ha sido asesinado cada año. Uno fue golpeado hasta morir. Otro fue violado y asesinado. Otro murió al ser sorprendido por un tiroteo mientras iba en su bicicleta. Tres fueron muertos a tiros como en una ejecución.

Uno de los chicos más carismáticos que se unieron al Cuerpo se llamaba Diamond Teague. Trabajaba tan duro que los demás lo llamaban en broma «el niño del coro». Su trabajo se convirtió en su pasión: lo adoraba. Dio un propósito y significado a su vida al tratar de limpiar su vecindario y el río. Pero una mañana, mientras estaba sentado en el porche, alguien se aproximó y le pegó un tiro en la cabeza.

Es ese tipo de sitio, no lejos de donde los dandys del Congreso son invitados por y brindan con los lobbyistas de los intereses más poderosos y privilegiados de EE.UU.

Después de su muerte, Diamond Teague, mereció la única mención en la prensa de toda su breve vida – 43 palabras en el Washington Post:

«Un adolescente fue encontrado fatalmente herido a tiros a las 2.05 del jueves en la manzana 2200 de Prout Place SW, dijo la policía. Se dictaminó la muerte de Diamond D. Teague, 19 años, que vivía en esa manzana.»

Eso es todo. Fue el obituario de Diamond Teague. Ni una palabra sobre su trabajo para el Cuerpo de Conservación de la Tierra. Ni una palabra.

Sus amigos tuvieron que decirle al mundo quién era Diamond Teague. Uno de ellos nos explicó que querían que la gente supiera que el que un hombre negro sea matado en el rincón sudeste de la capital de la Nación: «No es simplemente un drogadicto o un pandillero… y que no lo descuenten como un don nadie porque merece que la gente lo conozca y conozca su vida».

Hicieron un vídeo – pueden ver una parte en nuestro documental. Participaron de uniforme en su funeral. Lloraron y oraron por su amigo caído. Y luego volvieron al trabajo, en un trozo polvoriento de tierra apretado entre dos fábricas que querían convertir en un parque. «Vemos más lejos», nos dijo uno de los amigos de Diamond. «Todas las cosas de importancia tienen que comenzar en terreno áspero. Sólo estamos en los inicios de algo que va a ser hermoso».

Han dicho que van a llamarlo Parque del Recuerdo Diamond Teague, en honor de su amigo que trató de salvar un río y un vecindario en peligro pero que no se pudo salvar él.

En ese trozo de tierra, en el que algo hermoso debe nacer de la aspereza, ven «lo que hay más allá».

A algunas manzanas de distancia, al otro extremo de Pennsylvania Avenue, en la Casa Blanca y en el Congreso, los ciegos orientan a los ciegos, en una marcha demencial más.

¿Quién queda para abrir los ojos del país – para decir a los estadounidenses lo que sucede? «No queda nadie: nadie aparte de todos nosotros».

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Discurso inaugural ante la Convención de la Sociedad de Periodistas Ambientales, Austin, Texas, 1 de octubre de 2005

Bill Moyers, Periodista de Televisión, y presidente de Schumann Center for Media and Democracy

http://www.commondreams.org/cgi-bin/print.cgi?file=/views05/1007-21.htm