Simposio Internacional «Cuba en la Historia», celebrado en Lima los días 4, 5 y 6 de febrero de 2016
Buenas tardes, apreciados compañeros y compañeras. Desde la tierra de los lagos apacibles y los volcanes ardientes, les traigo el saludo del gobierno y el pueblo de Nicaragua, y de nuestro presidente el Comandante Daniel Ortega que me pidió expresamente que lo representara en este simposio, ya que el compañero Carlos Fonseca Terán, por motivos de salud, se vio obligado a suspender su programado viaje.
Y estamos aquí, una vez más, para expresar nuestra reconocimiento, nuestra gratitud, nuestra solidaridad con la Revolución Cubana, con su pueblo heroico, valiente y digno, que ha resistido 50 años de agresiones, de bloqueos, de guerra sucia, de insultos y patrañas. Ese pueblo saludable, culto y libre, como lo quería José Martí, que venció el analfabetismo y la ignorancia y se convirtió en un faro cultural de Nuestra América.
Mario Benedetti tiene un hermoso poema que dice «Con mi quiero y con tu puedo, vamos juntos, compañero…» Y ese verso me viene siempre a la memoria cuando recuerdo el fructífero encuentro entre Fidel y Chávez que habría de desafiar el pesimismo del supuesto «fin de la historia» y habría de cambiar el destino de mi país y de gran parte del continente.
El ALBA nace hace ya más diez años, gracias a la inspiración, la tenacidad y la audacia de estos dos gigantes; y sigue existiendo gracias a Cuba y a Venezuela. Los grandes programas sociales, energéticos y culturales que el ALBA ha permitido desarrollar en nuestras tierras y que ejercen un impacto directo en las economías de nuestros países, le deben su existencia a la cooperación incondicional de estas dos naciones: quienes, mediante la práctica solidaria, lograron romper con el «modelo único», impuesto por la economía de mercado capitalista globalizada: el libre comercio y su ley del embudo: la parte amplia y rebosante de ventajas, para los países ricos; la parte angosta y difícil, para los países subalternizados.
Los latinoamericanos y caribeños descubrimos que a partir de un comercio justo, complementario y solidario, podíamos lograr que las economías de más pequeña escala, como son las nuestras, se desarrollaran. Estas nuevas condiciones de la región han ido modelando el camino hacia la Segunda y definitiva Independencia de Nuestra América. Una revolución regional, coordinada en sus proyectos y programas: unitaria. Una revolución que por primera vez se presenta en la historia como pacífica y democrática. Que se ha ido integrando acelerada pero sólidamente, hasta constituir la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC.
Una revolución que ha dotado a nuestra región de un peso geopolítico suficiente para gravitar frente al resto del Mundo, como lo plantearon los líderes de la primera independencia. Pero también un extraordinario peso geoestratégico. Aquí, en Nuestra América, se encuentran las mayores reservas de todas las riquezas naturales que demanda la pervivencia de la humanidad. Recursos que permiten el desarrollo y consolidación de la nueva revolución independentista, y que también están siendo orientados hacia la consecución de un Mundo mejor. Para superar las múltiples crisis que sufre la humanidad-integral y global, incluyendo la crisis de los valores humanos. Una revolución que, siendo la primera después de la caída del socialismo real, está reinventando la nueva forma de organizar la superestructura del Estado socialista. Que por lo mismo ha reabierto la esperanza de la humanidad, de los pueblos de todas las latitudes, incluso los del Norte, las víctimas más recientes del capitalismo.
Esta nueva revolución regional recoge el proyecto político de la revolución sandinista. Cinco objetivos estratégicos con vigencia plena en la actualidad: pluralismo político e ideológico, economía mixta, promoción y protección de los derechos humanos, democracia participativa, y no alineamiento internacional -que ahora se traduce en unidad de los países del Sur.
Esta revolución pacífica y democrática le ha permitido el Frente Sandinista retomar su proyecto originario. Semejanza que no es coincidencia, sino consecuencia directa de la orientación estructural de la historia de Nuestra América. No es pues un acierto solo de Nicaragua sino de todos los movimientos de liberación nacional habidos en la región desde la primera Independencia. Esta nueva revolución independentista es hija de de la Historia nuestramericana. Y tiene a Cuba como revolución inaugural de la nueva tendencia socialista del curso histórico de la humanidad.
Y termino citando un fragmento del discurso del comandante Tomás Borge, con motivo del cumpleaños de Fidel:
Cuando me asignaron unos minutos para hablar sobre Fidel Castro, quedé desconcertado. Me hubiera sido más fácil hablar del Quijote o del Cid Campeador. Le dije a Marcela, mi compañera: no tengo palabras para hablar de este caballero con botas de siete leguas. Ella me dijo: «No sea mentiroso. ¿Cómo no va a saber qué decir, si usted quiere a Fidel más que a mi?».
La revolución cubana y su comandante en jefe inspiraron la lucha épica del pueblo de Nicaragua contra la dictadura de Somoza, y no han sido ajenas a la distribución de los optimismos de estas nuevas victorias sandinistas.
¿Quién puede dudar de la influencia de la revolución cubana y de Fidel en los éxitos sucesivos de Hugo Chávez y el pueblo bolivariano de Venezuela? Fidel es la inspiración de Evo Morales, quien lo considera un padre. ¿Quién me dice que otros lugares de América Latina, como Uruguay, Argentina, Brasil y Ecuador son extraños a la singular batalla de Cuba, con su ejemplo de coraje y fraternidad?
El destino de los pueblos pobres y aún de los países ricos tiene como punto de referencia obligatorio a la revolución cubana y a Fidel Castro.
¿Quién es Fidel? Lo saben sus hermanos entrañables. Lo sabe Raúl, el hombre que tiene la virtud de disimular su propia luz. Lo saben Juan, Ramiro, Guillermo y toda la constelación de hombres y mujeres que lo rodean. Lo saben los hambrientos de Haití, los alfabetizados de Nicaragua y Venezuela, los pueblos originarios, y hasta los niños especiales. Lo saben los enfermos de tristeza y de paludismo en tierras remotas, en barrios habitados por flacuchos, de esos que tienen frío y sed de palabras cordiales y dulces, pronunciadas por médicos alegres y abnegados. Lo saben los nicaragüenses, los sandinistas victoriosos que le dieron, sin duda, una gran alegría al hombre objeto de nuestros abrazos. Lo sabe Daniel, presidente de la tierra de Sandino, de Rubén Darío y de Carlos Fonseca.
Así que, después de estar mudo por largo tiempo, recordé a Fidel, cuando me dijo: «La lealtad es la virtud más importante de un revolucionario».
Es que Fidel no sólo es leal a sus principios: es leal a todo. Es leal al canto de los jilgueros, es leal a quienes carecen del arroz hervido, es leal a los buenos vinos, es leal a la recuperación milagrosa de los paisajes, es leal a la gloria de un grano de maíz, es leal a sus amigos y, lo más curioso, hasta es leal a sus enemigos. Fidel es leal, sobre todo, a la verdad. Nunca miente. Mas bien, no miente jamás. Miente tan solo para ocultar los dolores de su cuerpo y, si acaso, para disimular las heridas del alma. Fidel es leal a su coraje. No le tuvo miedo al fuego de los fusiles ni a las explosiones ni a los huracanes ni a las invasiones. No les teme a los demonios ni a la ternura ni a esa solidaridad que le chorrea como manantial. Es un hombre que ama la vida, pero no le tiene miedo a la muerte ni está enamorado de la inmortalidad. Herencia inequívoca de José Martí.
Fidel es el hombre más amado de cuantos seres humanos existen. Y es respetado por todos, incluyendo a sus enemigos.
Esta es una fiesta de cumpleaños y, como es costumbre, se traen regalos. Los sandinistas le traemos un regalo a Fidel: la unidad de los revolucionarios nicaragüenses y el profundo compromiso de ser leales a los principios que dieron origen a la revolución sandinista.
Nicaragua tiene los brazos abiertos para la cordialidad y el afecto, pero exigirá con inquebrantable convicción el respeto a su dignidad, a su soberanía, a su lealtad con los pobres. Seremos fieles hasta la muerte a todas las causas justas del mundo, a la revolución cubana y a nuestro entrañable hermano. Ese, Fidel, es nuestro regalo de cumpleaños.
Marcela Pérez Silva. Embajadora de Nicaragua en Perú.
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