No pretendo escribir una reseña. Mi intención es sólo llamar la atención sobre un libro que acaba de publicar Caballo de Troya: De mal asiento. A su autor, Carlos Blanco Aguinaga, y también al editor, Constantino Bértolo, debemos este magnífico regalo republicano-enrojecido. No se lo pierdan. Dejen tareas secundarias y sumérjanse en sus páginas. Me […]
No pretendo escribir una reseña. Mi intención es sólo llamar la atención sobre un libro que acaba de publicar Caballo de Troya: De mal asiento. A su autor, Carlos Blanco Aguinaga, y también al editor, Constantino Bértolo, debemos este magnífico regalo republicano-enrojecido. No se lo pierdan. Dejen tareas secundarias y sumérjanse en sus páginas. Me lo agradecerán.
Muy a mi pesar debo confesar que apenas me sonaba el nombre del autor. La ignorancia adquiere dimensiones abisales. ¿Recuerdan aquella voluminosa Historia social de la literatura española que se publicó en los primeros años de la transición? Él es uno de los autores.
Carlos Blanco Aguinaga [1] nació en Irún el de noviembre de 1926, dos días después del 7. La feche le marcó. Fue un niño de la guerra. Diez años más tarde, septiembre de 1936, llegó refugiado a Hendaya, junto a las dos terceras partes de los pobladores de Irún y Hondarrabia. Después vino México, donde cursó estudios secundarios y después, becado, la Universidad de Harvard. Marinero durante algunos meses, se doctoró más tarde en la Universidad Nacional Autónoma mexicana.
Blanco Aguinaga ha enseñado en varias universidades usamericanas, participó en la creación de la Universidad del País Vasco de Vitoria y, actualmente, es profesor emérito de la Universidad de California. Ha publicado libros de ensayos, artículos de crítica literaria, novelas y libros de poesía. Lo confieso: apenas le he leído. Si su castellano y la inteligencia y sensibilidad que en ellos se despliegan es similar a lo visto y sentido en estas memorias, deben ser magníficos. Por si faltara poco, Carlos Blanco Aguinaga ha sido amigo y compañero de lucha y resistencia de Herbert Marcuse (el relato del fallecimiento de su segunda compañera es conmovedor, léanlo por favor con pañuelo y contención) y de Angela Davis, a la que ubica donde debe situarse: en lugar destacado de las grandes figura revolucionarias del siglo XX.
En la contraportada -«Aviso de lectura»-, un excelente texto que no es imposible que haya sido escrito por el editor del volumen, se señala: «Este es un libro de memorias, es decir, un cuento que recuenta y echa cuentas, y no siempre el juego de sumas y restas es cosa de las matemáticas. Quien suma y sigue es el destino y -advierte Luciano Lamberti- «el destino es el encuentro del individuo con su clase»».
Este es el punto -Hic Rodhus, hic salta-, este es el vértice sencial que mueve el espíritu de estas memorias inolvidables que se leen sabiendo, al acabar el primer capítulo, que se van a volver a leer, más pronto que tarde.
La vida merece vivirse por más que esté llena de trampas, engaños, hipotecas y autoengaños, se afirma más tarde en la contraportada. Nada de eso, ni trampas, ni engaños, ni hipotecas, aparecen en esta páginas donde se ven y se sienten, de la primera a la última línea, valores tan tradicionales e imprescindibles, como la libertad, la justicia, la búsqueda de belleza y conocimiento, el internacionalismo y el humanismo.
Claro está, la justa aspiración republicana y la resistencia antifranquista-comunista están donde deben estar: en la atalaya desde la que se otea esta vida deslumbrante. Que en ella no habite el olvido.
Notas:
[1] Tomo los datos de la solapa interior y de la contraportada de volumen.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.