La cantidad de madres y bebés fue imposible de determinar. Entre un ejército de fotógrafos y acompañantes. Pero eran muchas. Reclamaron con carteles, se expusieron ante las cámaras a pura militancia cotidiana. Los bebés pipones y chochos de la vida.
Media hora antes de las 15, la pregunta era cómo empezaría el reclamo. Hablamos de San Isidro, de pleno centro comercial. De una plazoleta aburrida que, a ciencia cierta, no convoca la atención de nadie. Por pelada, porque sólo la adorna un mástil, porque lo más llamativo de la plazoleta es lo que está fuera de ella, llámese vidrieras, llámese movimiento. A esa hora apenas un grupito tempranero de jóvenes con remeras de Unicef repartía volantes sobre lactancia materna. No había fotógrafos, no había cámaras, no había madres, no había bebés. Sólo el grupito mentado y los comerciantes que se asomaban a pispear desde las puertas, se suponía que allí, en esa plaza anodina, iba a pasar algo, iba a pasar el #Piquetetazo, no había antecedentes locales, por lo tanto no había dimensión previa. Si era posible, si no, si llegaría a modificar el entorno cotidiando. El día, soleado, ayudaba.
De a poco fueron llegando. Un cochecito ahí, una mamá con bebé en brazo allá. Una madre con su madre al lado acercándose. Algún padre con ganas de estar con, de compartir lo más cerca que se pueda. No llegaron en grupos, mucho menos en columnas. Las madres llegaron espontáneas como todo lo que se había armado. Armado es el término correcto, porque no había nada preparado en términos de organización, pero estaban armadas con sus bebés y sus tetas, ambas/ambos inescindibles. Cómo y por qué pretender separarlas del aura mágica que rodea esa diada y que desconoce cualquier ley. Cuando una madre da la teta a su bebé, no importa el lugar, los de afuera son de palo.
Conviene recordar que esta plaza anodina fue elegida como espacio para esta crónica porque vendría a ser como la teta madre de los tetazos, la que alumbró el reclamo en innumerables espacios públicos. Gracias a la gestión en la formación de cuatro policías locales sobre los que se depositó (a todos ellos, no a estos cuatro) y se deposita la decisión de qué es lo que se sale de la norma y qué no. Y se ve que los cuatro decidieron, el martes 12 pasado, que una madre, Coni Santos, amamantando no debía hacerlo en público porque se ve. Qué cosa, no importa, pero se ve. Qué se ve, nada; pero se imagina. No hubo órdenes. Hubo criterios. Después de todo, el rigor es un criterio y apartar a un niño y a su madre del placer infinito que debe ser amamantar, es una marca de rigor importante que se traducirá en el futuro. En realidad, da para creer que en el fondo ese placer indisoluble da miedo, y a quien prohíbe, prohibirlo es placentero.
Media hora antes del inicio, los comentarios de las y los comerciantes daban la pauta de a qué se enfrentaba el reclamo espontáneo, el #Piquetetazo madre, el de San Isidro. «No sé, yo no vi nada y la chica no hizo la demanda -dijo una joven comerciante-. Los mismos policías estaban muy preocupados y vinieron a preguntar si alguien había visto algo». Curiosa inversión de la inquietud policial.
Pero también había mujeres comerciantes que estaban expectantes, se notaba, pero que no se animaban a exteriorizar su pensamiento hasta que no estallara la Vía Láctea delante. Y la Vía Láctea estalló, ante crédulos e incrédulos. No se sabe cómo. Sólo llegaron, se reunieron en una mágica conjunción blanca, primero tímidamente, después como si estuvieran en su casa. Una multitud dispuesta a dar la teta, no a mostrarla. Tampoco a ocultarla.
Y junto con las madres, sus bebés y sus tetas (de ambos) empezaron a aparecer los fotógrafos y cámaras, como por arte de magia también, como si hubieran permanecido tímidamente ocultos hasta que correspondiera. «Vengo desde Martínez, conocí a Coni en Facebook (por la joven madre a la que prohibieron amamantar), vine porque a todas nos pasa lo mismo», dijo una joven madre a este diario. La acompañaba su abuela. «Ella nos acompaña porque fue mamá y nunca se le ocurrió dejar de amamantar, y tiene 81 años». «Es tan insólito, tan ridículo lo que hicieron», explicó la abuela.
Hasta ese momento, las madres dispuestas a dar la teta a sus bebés eran pocas. ¿Diez, doce?. Algunas se fueron ubicando alrededor del mástil. Otras daban vueltas por el triángulo que forma la plazoleta, otras empezaban a llegar. En algún momento, y no se pregunte cuándo, el hecho de amamantar se transformó en una proeza, no porque alguien lo prohibiera en ese momento (hubiera sido imposible) sino porque las madres habían aumentado en número considerablemente, las escenas de bebés mamando eran de lo más diversas y, por lo tanto, las posibilidades para los fotógrafos se multiplicaban, como se multiplicaban ellos mismos. Ellos. En realidad había una importante cantidad de fotógrafas, una de ellas, incluso, con su beba en brazos. Entonces se produjo la escena que dio pie a este comentario. La madre (una de tantas) llegaba con su bebé en brazos y su pareja llevando el cochecito. Entonces la madre duda, él le comenta algo, ella le responde, todo inaudible, pero imaginable. Al final, ella toma fuerza y se dirige al escenario. Paradojas de la militancia materna: amamantar en público no busca llamar la atención porque es una emergencia, una demanda del bebé que no busca atención de nadie más que de la madre. Pero el reclamo de las innumerables madres que se concentraron ayer, en todo el país, buscó llamar la atención de todos para que no las prohíban. Por eso, amamantar delante de cámaras y ojos fue una proeza necesaria.
De todos modos, el estar acompañadas, el ser muchas, el estar juntas, no se sabe qué, permitió que se desplegaran como en su propia casa.
Entonces, había que ver esas escenas. Escucharlas. Cada paso en esta crónica soltó un brote de alegría de esos que emocionan, que suben hacia la vista pero queda atorado por reflejo en la garganta.
Los bebés, cuanta criaturita tan linda y tan distinta. Estaban los que tenían calor, los que tenían frío y estaban abrigaditos con preciosos gorros de lana, rubias, rubios, de ojos oscuros o claros, dormiditas o despiertos. De trenzas, sin pelo, morochas o rubios. Ahí estaba una madre, orgullosa con su cochecito doble, defendiendo su doble derecho a amamantar. Allá estaban dos mujeres, Laura y María, de 50 y 55, ambas con sus muñequitos apretados contra sus pechos, «venimos a apoyar, me enteré por mis hijas», dijo Laura. «Yo soy abuela y amamanté a mi hijo hasta que tuvo un año -dijo otra mujer, Amanda, que se unió al grupo-. Mi hija está amamantando ahí», insistió, orgullosa y señalaba a las espaldas del nutrido grupo de fotógrafos que encerraba a un nutrido grupo de mujeres en situación de madres dando teta. Hay que aclarar que en todo el trayecto de esta crónica fue difícil escuchar el llanto de algún bebe. Se ve que la pasaron bomba.
Cerca estaban los infaltables Raquel y Jorge Witis, el premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, Vilma Ripoll con la agrupación feminista Juntas y a la Izquierda, o Victoria Donda con las Mumalá. «Presentamos un proyecto para que haya centros lactarios en los trabajos municipales, para que las mujeres no tengan que interrumpir la lactancia», señaló la concejala de Libres del Sur, Lili Aguirre.
«Si te jode ver a una mamá amamantando mirá para otro lado como hacés con el trabajo esclavo y la trata de personas», se leía en un cartel que una madre levantaba y mostraba extendiendo sus brazos.
Otra con dos críos denunciaba que «En Tigre nos prohíben amamantar en público» con un cartel verde en grandes letras, que exponía a las cámaras y que derivó en un entredicho con la muchachada massista, mujeres del FR, entre ellas Marcela Durrieu, madre de la Malena de Massa, que mostraba el cartel «nosotras apoyamos la lactancia en público», pero intentaba expulsar de la vista a la madre demandante. No pudo. Había mucha madre y mucha cámara.
Fue el único entredicho. El resto fue cordialidad y Vía Láctea. En una parte se había armado una especie de patio de juegos sobre la misma plaza. Más allá, dos mujeres mostraban un dibujo ampliado de Rep, el Amamanta Sutra. Otras dos habían pintado sobre sus remeras, de frente la forma de sus tetas, de espaldas un largo texto: «Según la mitología griega, la Vía Láctea la originó Hera, esposa de Zeus, cuando derramó su pecho y no fue delito».
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-305067-2016-07-24.html