[Texto de la autora, leído en el Club de Prensa Asturiana, el 8 de mayo de 2013, con motivo de la presentación del Manifiesto del Movimiento Universitario Crítico]
¿Qué estoy haciendo aquí? ¿por dónde empezar?¿qué hacer para provocar la necesidad de recomponer la ciencia, la cultura, las artes, la política, tan denostada? ¿cómo reaccionar contra el desaliento que produce saber a la Universidad cada vez más alejada de sí misma y vernos a nosotros resignados a vivir por debajo de nuestras necesidades intelectuales, políticas, morales y eróticas, también? ¿cómo descongestionar el espacio ocupado por las élites y las corporaciones políticas, económicas, intelectuales?¿cómo poner de acuerdo la honestidad y la utilidad, en tiempos malignos? Nos lo advertía Sánchez Ferlosio, aunque no le escuchábamos:
«Vendrán más años malos / y nos harán más ciegos / vendrán más años ciegos / y nos harán más malos. / Vendrán más años tristes / y nos harán más fríos / y nos harán más secos / y nos harán más torvos».
No podemos ignorarlo: también la situación de la Universidad como institución, es grave. Ayer mismo pudimos leer en la Prensa los lamentos del Rector:
«No nos quedan más agujeros para apretar el cinturón. No tenemos nada, estamos ahogados» «La situación…es caótica. Formar un buen grupo científico lleva veinte años, pero destruirlo solo uno…Las carencias han llevado a la Universidad al límite…Se vive un ambiente de desmoralización…Un panorama bastante desalentador…Un país que no apuesta por la ciencia no tiene nada que hacer para construir su futuro»… y hacer digno su presente- añadiría yo.
Bien, el diagnóstico está hecho y no por cualquiera sino por el máximo representante de la Institución. Hay una situación de emergencia generalizada y las situaciones de emergencia requieren respuestas y acciones de emergencia. O la Universidad actúa como un colectivo de pensamiento y de acción, o será marginada y ahogada por la apisonadora de máquinas pensantes, por unas élites infames y desaprensivas, sin escrúpulos de conciencia que, prietas las filas, avanzan pisoteando conciencias, esperanzas, amores y destruyendo a su paso todo lo que se había ganado gracias al esfuerzo sostenido de los últimos 35 años. Tiene razón D. Vicente Gotor: puede destruirse en un año lo que se había conseguido en 30…
Pero no es bueno empantanarse en el lamento y la queja. Demasiado fácil; y podría ser un signo o síntoma de negligencia, resignación o pereza achacar a la mengua de recursos materiales y dineros la paralización de investigaciones y docencias. Pero ¿y si hubiera que dar un giro radical a la orientación de esas actividades? ¿Porqué no replanteárselo? Las crisis son para eso, porque crisis no significa otra cosa que lectura de la realidad. Una lectura pública, en este caso. Por eso, me atrevo a hacer desde aquí este llamamiento al Rector: Que, como árbitro, proponga un tiempo muerto en los «campus», una suspensión del juego. Con esto quiero decir algo que se me antoja muy simple y muy sencillo pero que, en momentos de descrédito de las organizaciones políticas y las instituciones democráticas, incluida la Universidad, puede ser muy pedagógico y altamente productivo: Implicar a todos y cada uno de los integrantes de la Universidad en una deliberación colectiva sobre la situación real y sus posibles salidas, cuando no es posible contar con dinero, ni líquido ni compacto (aunque quizás sí con talentos). Para llevar a cabo las deliberaciones, convocar Juntas de Facultad, de Departamento, Claustros, Asambleas, con un orden del día común: ¿cómo reorientar las tareas de investigación y docencia, sin dinero, y estando las cuentas y las expectativas bloqueadas? (como en Cuba, por ejemplo). ¿Es tan absurdo lo que planteo? ¿no es mejor eso que el sálvese quien pueda? ¿no sería una prueba de Calidad y Excelencia verdaderas, por no ser banal, ni venal? Ruego que se considere la propuesta.
Doy por supuesto que salir del atolladero va a requerir la colaboración no solo de los vivos sino también de los muertos. Por eso quiero convocar aquí a un muerto, que no se deja olvidar fácilmente. Se llamaba, M.Tulio Cicerón y fue testigo del desmoronamiento de la república romana que dio paso al poder personal de César y luego a Octavio y el imperio. En el año 44 a. C. escribió, el De officiis o «Sobre los deberes», algo así como un manual de educación para la ciudadanía, dirigido a su propio hijo Marco. Un libro que todavía nos interpela…
Imaginemos que el cónsul Cicerón, ideológicamente académico, ha escuchado las quejas pedigüeñas de nuestro Rector y, compasivo, decide presentarse ante nosotros, para tantear el terreno. ¿Por qué extrañarse de las presencias reales de ausentes imaginarios y de las relaciones a distancia, entre la memoria y la esperanza, cuyo choque puede provocar lo inesperado, el acontecimiento? Sea lo que sea, en virtud de la memoria que dejó en sus escritos, he aquí la voz de Cicerón, sobre esa cuestión que solemos llamar «las relaciones entre ciencia o conocimiento y sociedad». En Los deberes, 1, 157-158 :
«Y como los enjambres de abejas no se congregan para construir los panales, sino que siendo animales sociables por naturaleza forman los panales, de igual forma los hombres, pero todavía más unidos por la naturaleza, ponen a disposición de todos su capacidad de obrar y de pensar. Así pues, si esa virtud, que tiene su fundamento en la conservación de la sociedad humana no acompaña a la ciencia, el conocimiento puede parecer algo solitario y estéril, e igualmente la grandeza del alma separada del sentimiento que considera a los hombres parte de una sola familia se convierte en una especie de ferocidad y de crueldad. De esta manera sucede que la unión y sociedad de los hombres precede al amor del saber»
Una y otra vez insiste en la misma idea: «Por consiguiente, todos los deberes que sirven para unir y proteger a la sociedad humana deben preferirse a los que dependen del conocimiento y de la ciencia»
Recuerdo. Para mañana hay convocada una «huelga general» de la Enseñanza pública. En la era del conocimiento y la innovación, cuando es más necesaria que nunca la contribución de todas las formas de la inteligencia, no podemos permitirnos la torpeza y la insolencia de echar a perder un solo talento. Como en toda huelga, se planteará y nos plantearemos la vieja cuestión de qué es preferible: ¿suspender el trabajo de cada día o continuar absortos en nuestros estudios predilectos y en nuestras ocupaciones, atados de tal forma a nuestras cosas que consentimos en dejar abandonados a quienes debíamos defender? Cicerón describe muy bien estos dilemas:
Así, en I,154: «¿Quién hay tan ávido de investigar y de conocer las leyes del universo que, estando embebido y contemplando asuntos dignísimos de conocimiento, si de pronto le dicen que la patria corre un grandísimo peligro, al que él puede prestar un rápido socorro, no deja y pospone toda investigación, aunque crea que puede contar una a una las estrellas y medir la grandeza de la tierra?…Por todo esto se entiende que a las ocupaciones de la ciencia hay que anteponer los deberes de la justicia, que pertenecen a la utilidad del género humano, que debe ser lo más sagrado para el hombre».
Pero me estoy yendo al otro barrio y hoy estamos aquí para dar cuenta de lo que un grupo de gente viene haciendo desde el desaliento, no consentido. Diego nos ha hecho un buen resumen. En pleno derrumbe de la política y sus formaciones tradicionales, una pregunta queda en el aire: ¿Será la Universidad, una institución de «carácter» o de «destino», que se limita a cumplir sin resistencia crítica el guión dictado por unos poderes ciegos y cegadores? Para quienes han decidido constituirse con modestia y con firmeza para ir al rescate de la memoria y las potencias del alma perdidas o en vías de perderse, no hay duda. Se ponen en pie de lucha porque se confía, confiamos en que la Universidad como toda la Enseñanza ha de ser, debe seguir siendo, básica y fundamentalmente pública y, por tanto, generosa. De ahí el lema que cierra y abre el esbozo de Manifiesto:
POR UNA UNIVERSIDAD PÚBLICA
NI BANAL, NI VENAL: ¡INDÓMITA!
La proclama, parece una ocurrencia y lo es, pero no es casual sino el resultado de una amplia y fuerte discusión colectiva, de un hacer y deshacer palabras, conceptos y voluntades movidas por el deseo y la intención de desechar imágenes y palabras, precisas e importantes en su momento, pero ya gastadas y tópicas. Frente a la «banalidad» que campea a sus anchas y que en la Universidad se enmascara bajo conceptos tan nobles como «Calidad» y «Excelencia», decimos NO a esos trucos de «Neolengua». Frente a la puesta en venta de todas las cosas, nos ponemos en guardia y decimos NO, como el niño negativo. Frente al conformismo, el desistimiento y la desmoralización, afirmamos la voluntad y el deseo de que la Universidad no se deje dominar, someter, domar. ¿Es eso mucho pedir?, ¿porqué?
Buenas tardes, indómitos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.