Pretender abordar el futuro de Cuba es tan sugerente como complejo. Pero además tiene una dificultad todavía mayor, y es lograr analizarlo de forma desapasionada, sin adhesiones incondicionales, ni odios viscerales, ni prejuicios ideológicos que hagan perder el rigor. Eso es lo que ha pretendido la economista Cristina Xalma con este libro. La obra tiene […]
Pretender abordar el futuro de Cuba es tan sugerente como complejo. Pero además tiene una dificultad todavía mayor, y es lograr analizarlo de forma desapasionada, sin adhesiones incondicionales, ni odios viscerales, ni prejuicios ideológicos que hagan perder el rigor. Eso es lo que ha pretendido la economista Cristina Xalma con este libro.
La obra tiene dos partes bien diferenciadas, una primera dedicada a analizar la política económica cubana desde 1989 hasta la actualidad, y una segunda destinada a la futurología, en el buen sentido del término. Xalma deja claras algunas premisas ideológicas desde sus primeras páginas, este va a ser un libro que se escribe «desde el compromiso de repensar Cuba desde la izquierda», pero no será «un alegato mitificador y autocomplaciente». Ella afirma situarse de la «crítica constructiva». Sobre la segunda parte también quiere dejar claro desde el primer momento que «no pretende adivinar cuál va a ser el fututo de Cuba», sino sólo «dar las claves que van a determinar ese futuro».
El análisis de la primera parte, como es lógico, está condicionado por la situación que vive la isla tras la caída de la Unión Soviética y su afectación a la economía cubana, que alcanzó su punto álgido en términos de actualidad informativa en la crisis de los balseros de 1994. Aquel periodo puso a prueba el espíritu de sacrificio de los cubanos, su confianza en la revolución, pero también la capacidad de adaptación de los gobernantes a la nueva situación. La opción más sencilla hubiera sido la privatización de sus recursos y sus sectores estratégicos, abrazar las propuestas neoliberales de las instituciones internacionales y ser recibido con los brazos abiertos por las grandes potencias neoliberales. Probablemente ahora Cuba «disfrutaría» de la «democracia» y «bienestar» de Honduras o República Dominicana, su educación habría caído en picado, -basta ver como se disparó el analfabetismo en Nicaragua cuando los sandinistas perdieron el poder-, la sanidad gratuita sería cosa del pasado y sus recursos naturales estarían cotizándose en Bolsa al mejor postor. Analfabetos, hambrientos y empobrecidos, los cubanos ya no tendrían bloqueo económico desde Estados Unidos, su gobierno sería aplaudido como demócrata, sobre los derechos humanos se habría corrido un tupido velo y los balseros, aunque se hubieran multiplicado por diez azuzados por el hambre, ahora ya no serían aceptados en Estados Unidos, y se llamarían emigrantes y no exiliados. Ya nadie hablaría de las jineteras ni de la corrupción, aunque todo ello se hubiera multiplicado por diez.
El gobierno cubano no se dejó seducir por los cantos de sirena del capitalismo, pero también entendió que había que buscar alternativas a la grave situación que se atravesaba. Se despenalizó la tenencia de dólares, se multiplicaron las tiendas de venta en divisas, se liberaron parcialmente los mercados agropecuarios… Sin duda se trataba de medidas contradictorias para un proyecto socialista, aunque muchos pudimos comprobar que los mismos que criticaban que fuera delito que un cubano tuviera dólares en el bolsillo, después se indignaban por las diferencias sociales que suponía legalizar su uso por los habitantes del país. Hoy se puede hacer balance de esas reformas y es indiscutible que permitieron superar aquella grave crisis sin perder un ápice de soberanía. Cristina Xalma nos presenta con honestidad y rigor los costes y beneficios de aquellas decisiones: «Gracias al aumento en la oferta de bienes que los ciudadanos pudieron encontrar en los distintos canales de distribución, la reanimación económica mejoró las opciones de consumo de la población. Asimismo, dicha reanimación permitió mantener la prestación de servicios como la educación y la salud a niveles similares a los del principio de la década». En el otro lado de la balanza, hay que reconocer que «los ingresos que garantizaban el poder adquisitivo necesario para acceder a los nuevos espacio de consumo tendieron a estar desvinculados del trabajo y/o de la cualificación profesional. Esta situación provocó una disociación entre ingresos, empleo y formación cuyo resultado fue una creciente desvalorización económica de aquellas actividades que desarrollaban una función social (salud y educación), así como un progresivo desaprovechamiento del capital humano del que disponía el país». Es indudable que las medidas tuvieron un gran coste en los principios socialistas, un incremento de la brecha entre ricos y pobres y también interterritorialmente. Sin embargo, todas esas objeciones, desigualdades e injusticias se disuelven como un azucarillo cuando se comparan con el resto de los países de la región. Y por supuesto si se piensa en el resultado de haber abandonado el socialismo.
Xalma recuerda que las medidas fueron adoptadas mayoritariamente entre 1993 y 1995, apenas se sumaron otras nuevas hasta 1999 y en 2004 «Cuba vuelve a sorprender». Entonces comenzaron a plantearse nuevas medidas destinadas a revertir el proceso anterior, por ejemplo la desdolarización, con el objetivo de mejorar las rentas de los grupos más desfavorecidos y paliar las desigualdades creadas por la terapia de choque. Nuestra autora considera que la retirada del dólar de la circulación junto al aumento de las monedas nacionales (pesos convertibles y pesos cubanos) «fijaron las bases hacia un hito único en la historia de las dolarizaciones económicas: su reversión». Al mismo tiempo, «el gobierno tomó medidas para recuperar el control sobre la economía y frenar, a su vez, la expansión de las iniciativa privada». Y así llegamos a la segunda parte del libro, la gran aventura de saber hacia dónde va Cuba.
Aquí es donde Xalma debe poner a prueba todas sus dotes analíticas. Presenta (cuadro incluido) la política de cada Administración estadounidense hacia Cuba, identifica a los diferentes grupos de oposición y disecciona el panorama de la sociedad cubana actual. Entre los elementos evidentes que distorsionan la imagen externa está «la desproporcionada presencia que los grupos de oposición tienen en los medios de comunicación españoles no se corresponde, sin embargo, con el prácticamente inexisten nivel de apoyo con el que cuentan en el seno de la población cubana». Sirve como ejemplo citado por la autora que el denominado Proyecto Varela de reforma política logró el apoyo de uno de cada mil cubanos. Y sólo el diez por ciento de electores opta por la abstención o el voto blanco o nulo, que sería el modo más elocuente de expresar su rechazo al modelo. Todo ello, según Xalma, «no hace sino reforzar la idea sobre la debilidad de la oposición interna y sobre su capacidad para movilizar a la población». Sin embargo, reconoce que los cambios económicos y la convulsión sufrida por el país tras el periodo especial han podido sembrar en algunos sectores esquemas individualistas e insolidarios que promuevan la búsqueda de soluciones individuales a las necesidades hasta el punto de apoyar cambios económicos neoliberales. Frente a ellos estaría una mayor población dispuesta a mantener el modelo socialista, de cuan firmes y activos se mantengan estos sectores dependerá mucho el curso de los acontecimientos. Téngase en cuenta que, como reconoce la autora, el gobierno cubano ha rechazado adoptar medidas destinadas a un mayor control de la situación.
Como elementos sin precedentes hay que destacar también dos discursos, uno de Fidel Castro en la Universidad de La Habana en noviembre de 2005 y otro del ministro de Exteriores Felipe Pérez Roque en la Asamblea Nacional al mes siguiente, en el que abordaban el futuro de la revolución.
Ya en su último capítulo Cristina Xalma afronta la parte más aventurada de la obra, lo que denomina «escenarios de futuro». Para ello se dota de dos cuadros comparativos «de escenarios diseñados para Cuba», uno «desde fuera de la isla», según qué agentes lo lideren, y otro, «desde dentro de la isla». En cuanto al escenario interior, Xalma considera que «la unidad interna parece garantizada y todo el gobierno, (…) mantiene un discurso coherente y cohesionado».
Sin embargo, la autora en un arrebato de ciencia ficción de dudoso fundamento sugiere dos corrientes gubernamentales que discreparían sobre el grado de apertura económica deseado para el país. Incluso Xalma no puede vencer la tentación de sumarse a quienes creen ver lo que ellos proponen: la profundización de una reforma económica sin que afecte necesariamente a estructuras políticas.
Quizás sea bastante discutible la obsesión de tantos profesionales en seguir analizando e investigando sobre la evolución (o involución) de Cuba y la viabilidad de su socialismo mientras es el resto del continente el que está cambiando y acercándose más a la isla. Sin embargo, Cristina Xalma, tal y como señalamos al principio, ha logrado un rigor analítico digno de una fría economista, pero haciéndolo compatible con la sensibilidad y humanidad de quien sigue deseando lo mejor para el pueblo cubano y su revolución.
«Cuba: ¿Hacia dónde?. Transformación política, económica y social en los noventa. Escenarios de futuro». Cristina Xalma. Editorial Icaria. www.icariaeditorial.com